¿Alguna vez has sentido un dolor en tu espalda que no puedes explicar? Un peso invisible que parece aplastar tus fuerzas, un malestar que no se va, no importa cuánto intentes ignorarlo. Y si te dijera que ese dolor puede ser algo más que un simple malestar físico. Si ese dolor en tu espalda fuera un mensaje del cielo, una advertencia espiritual que estás pasando por alto, y si te dijera que hay cargas espirituales que se reflejan en nuestro cuerpo, dolores que no se curan con medicina, sino con revelación divina, un peso invisible que puede estar arrastrándote hacia
un destino que Dios no quiere para ti. Lo que muchos ignoran es que a veces el cuerpo grita lo que el alma calla. Y ese dolor en tu espalda podría ser la voz de Dios llamándote a despertar, a soltar lo que no te corresponde y a escuchar lo que él tiene para decirte. Hoy voy a llevarte a través de las Escrituras para que descubras el verdadero significado bíblico detrás del dolor de espalda. Vamos a desentrañar advertencias divinas, historias de hombres y mujeres que como tú sintieron el peso de sus decisiones reflejadas en su cuerpo. Y
te prometo que lo que estás a punto de escuchar puede cambiarlo todo. Pero antes de comenzar este poderoso estudio, quiero que tomes un momento para hacer algo profético. Escribe en los comentarios ahora mismo. Dios, sana mis dolores. Hazlo como un acto de fe, porque cada palabra escrita es una oración y cada oración es un clamor que el cielo escucha. Y si aún no lo has hecho, dale me gusta a este video y suscríbete al canal, porque hoy vamos a profundizar en un mensaje que puede ser la clave para tu liberación espiritual. Una revelación que muchos
ignoran, pero que el Espíritu Santo está dispuesto a mostrarte. Respira hondo, abre tu corazón y prepárate, porque lo que estás a punto de descubrir podría ser la respuesta que tanto has estado buscando. Comencemos. Y si te dijera que hay dolores que no provienen del cuerpo, sino del alma. Dolores que no se alivian con medicina, porque su raíz es espiritual. A veces el dolor en la espalda no es un simple malestar físico, sino una advertencia que el cielo está enviando. Una advertencia para que detengas el paso, abras los ojos y escuches la voz de Dios. En
el libro de Éxodo encontramos un momento impactante en la vida de Moisés. Después de haber guiado al pueblo de Israel a través del desierto, Moisés clama a Dios y le pide ver su gloria. Pero la respuesta que recibe es inesperada. Dios le dice que no puede ver su rostro porque nadie puede verlo y vivir. Sin embargo, le permite ver su espalda, solo su espalda. ¿Qué significa esto? ¿Por qué Moisés solo pudo ver la espalda de Dios? Este pasaje encierra un misterio profundo y poderoso. En la cultura hebrea, la espalda simboliza el sostén, el y peso
que cargamos y la dirección que tomamos. Cuando Dios muestra su espalda a Moisés, le está diciendo que hay momentos en los que no entenderemos sus caminos, pero debemos seguir avanzando. No siempre veremos su rostro, pero sí podremos seguir sus huellas. No siempre entenderemos el propósito detrás del dolor, pero sí podemos confiar en que él va delante de nosotros. Y es que a veces el dolor en la espalda es precisamente eso, una advertencia espiritual de que estamos cargando un peso que no nos corresponde, un peso que Dios nunca quiso que lleváramos. Tal vez sea el peso
de decisiones equivocadas, de cargas emocionales no resueltas, de pecados no confesados o de caminos que hemos tomado sin consultarle a él. Moisés solo pudo ver la espalda de Dios y eso fue suficiente para seguir adelante. ¿Y tú qué estás cargando hoy? ¿Qué peso está doblando tu espalda, impidiéndote avanzar en paz? Es momento de soltar lo que no te pertenece. y permitir que Dios te muestre el camino, aún cuando no puedas ver su rostro claramente. La espalda que sostiene y que carga también es la espalda que puede quebrarse bajo un peso indebido. Pero la buena noticia
es que Dios nunca te pedirá que lleves un peso más grande del que puedes soportar. Y si hoy sientes que tu espalda está a punto de colapsar, es hora de detenerte. escuchar y dejar que él te revele lo que realmente debes soltar. Porque a veces el mayor acto de fe no es avanzar, sino detenerse y entregar el control a quien realmente sostiene tu vida. Si has sentido que cargas un peso invisible sobre tu espalda, no estás solo. El cuerpo habla lo que el alma calla y a veces lo que ignoramos espiritualmente termina manifestándose en forma
de dolor físico. David, el hombre que Dios llamó conforme a su corazón, lo vivió en carne propia. Él sintió como el peso de sus errores, de su pecado no confesado, comenzó a quebrantarlo desde adentro hacia afuera. En el salmo 32, David nos abre su corazón con palabras que resuenan profundamente. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día, porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano. Se volvió mi verdor en sequedad de verano. David cayó su pecado, pero su cuerpo no pudo hacerlo. que su boca guardó en silencio.
Sus huesos lo gritaron con dolor y ese dolor se convirtió en una advertencia, una señal de que lo que estaba ocultando espiritualmente estaba destruyendo su cuerpo. ¿Cuántos de nosotros estamos hoy cargando con dolores que no vienen del cuerpo, sino del alma? Cuántas veces hemos tratado de seguir adelante mientras el peso del remordimiento, del resentimiento o de la culpa nos dobla la espalda, nos oprime el pecho, nos quita la paz. Tal vez ese dolor persistente que sientes, esa molestia que aparece sin causa aparente, es tu alma tratando de hablar. Un grito silencioso pidiendo a gritos que
dejes de cargar lo que ya no te corresponde. La conexión entre el cuerpo y el alma es más profunda de lo que imaginamos. Cuando el alma está herida, el cuerpo lo manifiesta. Cuando el corazón está roto, los músculos lo sienten. Y cuando el espíritu está oprimido, la espalda se convierte en el escenario donde el dolor se hace visible. No es casualidad que David sintiera como sus huesos se consumían mientras guardaba su pecado en silencio. Su cuerpo estaba cargando lo que su alma no podía sostener. Hoy quizás tú también estés llevando un peso que no te
pertenece. culpa, heridas no sanadas, recuerdos que te atormentan, decisiones equivocadas que se han convertido en cadenas invisibles. Y mientras te esfuerzas por seguir adelante, tu cuerpo sigue gritando por dentro porque la carga es demasiado pesada. Es hora de soltarlo. Es hora de reconocer que no puedes seguir cargando solo con el peso de lo que no puedes cambiar. Es hora de entregarle a Dios lo que te está quebrantando antes de que te destruya. David finalmente confesó su pecado y liberó su alma. Y cuando lo hizo, su cuerpo también comenzó a sanar. Porque la verdadera sanidad no
comienza por fuera, sino en lo más profundo del corazón. ¿Qué estás guardando hoy que tu espalda ya no puede soportar? Es momento de dejarlo ir. Es momento de escuchar la voz de tu alma y entregarle a Dios lo que nunca debiste cargar solo. A veces el cuerpo grita lo que el alma se niega a reconocer. Y cuando no escuchamos la voz de Dios en lo espiritual, él permite que el cuerpo hable a través del dolor. Un dolor que no se alivia con medicina, un malestar que no desaparece con el tiempo. como si el cielo estuviera
enviando un mensaje urgente, esperando que finalmente despertemos, esperando que abramos los ojos y comprendamos que lo que sentimos en el cuerpo no es solo físico, sino un llamado a detenernos y reflexionar sobre nuestro camino. En el libro de Daniel encontramos un ejemplo impactante de cómo Dios utiliza señales poderosas para llamar la atención. El rey Belsasar estaba celebrando un banquete lleno de excesos, arrogancia y orgullo. Bebía del oro del templo, se burlaba del poder de Dios, convencido de que su poder humano era suficiente para sostenerlo. En su mente, él era intocable. Creía que estaba por encima
del juicio divino, pero lo que no sabía es que esa misma noche su destino cambiaría para siempre. En medio del desenfreno, cuando la música resonaba y las copas se alzaban en honor a falsos dioses, algo ocurrió. De repente apareció una mano que comenzó a escribir en la pared. Las palabras eran claras, pero su significado estaba oculto. Belsazar se estremeció. Su rostro perdió el color. Sus rodillas se golpeaban una contra la otra y el temor lo invadió por completo. En un instante, el hombre que se creía invencible fue derribado por una advertencia que no pudo ignorar.
La escritura en la pared era más que un mensaje, era un juicio. Dios había pesado su vida en la balanza y había sido hallado falto. Todo lo que había construido, toda la arrogancia que había exhibido, todas las riquezas que había acumulado, no sirvieron de nada en ese momento. Belsazar había ignorado las advertencias divinas, había desafiado a Dios y ahora estaba enfrentando las consecuencias de sus acciones. Y es que Dios habla de muchas maneras. A veces es a través de una voz suave y apacible, otras a través de un sueño y otras a través del dolor.
Un dolor que no tiene explicación médica, un malestar que no desaparece por más que intentemos ocultarlo, un peso invisible que se posa sobre nuestra espalda doblándonos, haciéndonos sentir que no podemos más. Y si ese dolor persistente que sientes es la forma en que Dios está intentando llamar tu atención. Y si ese malestar es una advertencia de que estás tomando un camino equivocado, cargando con cosas que no te corresponden, Belsazar no escuchó la advertencia hasta que fue demasiado tarde. Pero tú aún estás a tiempo. Es posible que el cielo te esté enviando señales para que detengas
el rumbo antes de caer. posible que ese dolor en tu espalda no sea solo físico, sino espiritual. Porque cuando Dios usa el dolor para hablar, no es para destruirnos, sino para salvarnos de una destrucción mayor. Pero, ¿cómo podemos saber si el dolor que sentimos es una advertencia de Dios o simplemente una dolencia física? La respuesta está en el discernimiento, en la capacidad de detenernos. orar y pedirle a Dios que revele lo que realmente está ocurriendo en nuestro interior. Así como Daniel fue el único que pudo interpretar el mensaje en la pared, hoy el Espíritu Santo
puede revelarnos lo que está sucediendo en lo más profundo de nuestra alma. Porque cuando Dios envía una advertencia, no lo hace para asustarnos, sino para darnos una última oportunidad de corregir nuestro camino. Hoy el cielo te está llamando. Tal vez lo que sientes en tu cuerpo no es solo un malestar físico. Tal vez es tu alma gritando por liberación, tu espíritu clamando por un cambio. Tal vez, como Belsazar, has ignorado las advertencias divinas. una y otra vez pensando que nada pasará, que siempre habrá tiempo. Pero, ¿y si este es el último aviso? ¿Y si Dios
está pesando tu vida en la balanza en este mismo momento? ¿Qué encontraría? ¿Qué mostraría el resultado? No permitas que el dolor en tu espalda sea la única forma en que Dios pueda captar tu atención. No esperes hasta que sea demasiado tarde. Hoy es el día de escuchar, de abrir los ojos y preguntarle a Dios, ¿qué estás tratando de decirme? Porque el dolor físico puede ser el último aviso antes de un juicio, el último llamado antes de un desastre, pero también puede ser la puerta a una nueva oportunidad, a un nuevo comienzo. ¿Estás dispuesto a escuchar?
A veces el peso que sentimos en la espalda no proviene del cuerpo, sino del alma. Un peso que no se ve, pero que se siente con cada paso que damos. Un peso que se manifiesta en forma de dolor físico, pero que tiene raíces espirituales profundas. Y es que aunque Jesús ya pagó el precio por nuestros pecados, muchos continúan cargando culpas y pecados que nunca entregaron realmente a la cruz. En Mateo 11:280, Jesús nos hace una invitación que sigue resonando a lo largo de los siglos. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y
yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga. ¿Te has detenido a pensar en la magnitud de estas palabras? Jesús no está hablando solo de aliviar el cansancio físico, está hablando de un descanso más profundo, un descanso para el alma, un descanso que solo se alcanza cuando soltamos lo que no nos corresponde llevar. Pero, ¿qué significa realmente cargar con un yugo? En tiempos bíblicos, el yugo era una estructura pesada que
se colocaba sobre los bueyes para que pudieran arar la tierra. Un yugo mal ajustado causaba heridas, lesiones y agotamiento. Pero Jesús nos ofrece un yugo diferente, un yugo hecho a medida, un yugo ligero que no destruye, sino que libera. Sin embargo, muchos de nosotros seguimos arrastrando yugos que no nos corresponden, culpas del pasado, decisiones equivocadas, errores que no hemos perdonado ni olvidado. Y esos yugos se convierten en un peso aplastante que termina reflejándose en el cuerpo, especialmente en la espalda. Imagina a un hombre caminando por el desierto con una mochila llena de piedras. Cada piedra
representa un pecado no confesado, un error no perdonado, un remordimiento no sanado. Al principio parece que puede soportar el peso, pero con el tiempo sus pasos se hacen más lentos. Su cuerpo comienza a doblarse, sus músculos se tensan, su espalda se quiebra bajo el peso de lo que lleva. Y lo más trágico es que esas piedras no deberían estar allí. Esas cargas no le pertenecen porque Jesús ya las cargó en la cruz. Sin embargo, él sigue aferrándose a ellas sin darse cuenta de que la verdadera libertad está a un paso de distancia. Jesús nos invita
a intercambiar esas cargas por su yugo ligero. Pero para hacerlo primero debemos reconocer lo que estamos cargando. ¿Qué pecados sigues arrastrando? ¿Qué errores del pasado siguen atormentándote aún cuando ya han sido perdonados? Qué voces de acusación siguen resonando en tu mente, haciéndote creer que debes seguir pagando por algo que Jesús ya pagó. La culpa es un yugo pesado, nos aplasta, nos consume, nos roba la paz. Pero Jesús no murió en la cruz para que tú sigas viviendo en condenación. Él murió para que vivas en libertad, para que experimentes un descanso verdadero, un descanso que va
más allá del cuerpo y llega hasta lo más profundo del alma. Hoy Jesús está extendiendo sus brazos y diciéndote, "Ven a mí, suelta ese peso, dame tus cargas, yo te haré descansar, pero la decisión es tuya. Puedes seguir aferrándote a ese yugo pesado, permitiendo que tu espalda se quiebre. bajo el peso de lo que no te pertenece. O puedes soltarlo hoy y entregárselo a quien realmente puede llevarlo sin quebrantarse, porque su yugo es fácil y su carga es ligera. ¿Estás dispuesto a soltarlo? Cuando el alma está herida, el cuerpo lo siente. Y cuando el corazón
está cargado de resentimiento, culpa o rebeldía, el cuerpo se convierte en un espejo donde se reflejan todos esos pesos invisibles. David lo experimentó de una manera devastadora. Un hombre que había sido ungido por Dios, pero que también había caído en el pecado, se encontró enfrentando las consecuencias de sus decisiones, no solo espirituales, sino también físicas. En el salmo 38, David abre su corazón con una sinceridad desgarradora. Porque mis iniquidades han sobrepasado mi cabeza, como carga pesada se han agravado sobre mí. Yen y supuran mis llagas a causa de mi locura. Estoy encorbado, estoy humillado en
gran manera, ando enlutado todo el día. David describe como el peso de sus pecados no solo lo aplastaba espiritualmente, sino que también se manifestaba en su cuerpo. Su carne se enfermaba, sus huesos dolían, su espalda se encorbaba bajo el peso de lo que no había confesado. ¿Cuántos de nosotros estamos hoy caminando como David, encorbados, humillados, arrastrando un peso invisible que nos quita la paz, que nos roba el sueño? que nos mantiene despiertos por la noche pensando en lo que hicimos y en lo que dejamos de hacer, porque el cuerpo no puede ignorar lo que el
alma calla. Y cuando nos negamos a soltar el resentimiento, a perdonar a quienes nos lastimaron, a pedir perdón por lo que hicimos mal, el cuerpo comienza a gritar y lo hace a través del dolor. Ese dolor de espalda que sientes, ese malestar constante que no desaparece, puede ser más que una simple dolencia física. Puede ser el peso del pasado que sigue atormentándote. Puede ser la culpa que no has soltado. El rencor que sigue en tu corazón, el pecado que has tratado de ocultar. Porque cuando el alma está en conflicto, el cuerpo se convierte en su
portavoz. David finalmente reconoció su pecado, clamó a Dios y confesó lo que llevaba por dentro. Y en ese acto de rendición comenzó a encontrar sanidad, porque la sanidad no comienza en el cuerpo, sino en el corazón. No comienza con una medicina, sino con un arrepentimiento sincero. No comienza con un analgésico, sino con una oración. Hoy Dios te está llamando a soltar lo que no te corresponde cargar, a dejar ir el resentimiento que sigue pesando sobre tus hombros, a liberar el perdón que has negado durante tanto tiempo. Porque mientras sigas cargando con esas piedras invisibles, tu
espalda seguirá doliendo, tu alma seguirá gritando, tu cuerpo seguirá sufriendo. David entendió que no podía seguir ocultando lo que le estaba destruyendo. Hoy es tu oportunidad de hacer lo mismo. Deja ir lo que te está quebrantando, porque el dolor puede ser un maestro cruel, pero también puede ser el comienzo de una restauración poderosa. Hay un peso que no proviene de cargas externas, sino de decisiones internas. Un peso que se siente cuando decidimos darle la espalda a Dios, ignorar sus advertencias y seguir nuestro propio camino. Y ese peso es la rebeldía, una carga invisible, pero devastadora,
un peso que Israel conoció muy bien. En Jeremías 2:27, Dios habla con tristeza del pueblo de Israel. Dicen al leño, "Mi padre eres tú y a la piedra tú me diste a luz. Porque me volvieron la espalda y no el rostro. Pero en el tiempo de su aflicción dirán, "Levántate y sálvanos." Israel había reemplazado al Dios vivo por ídolos muertos. Le dio la espalda a quien los había liberado, sustentado y protegido. Decidieron cargar sus propias cargas en lugar de entregarlas a Dios. decidieron tomar sus propias decisiones en lugar de escuchar la voz del creador. Y
es que cuando le damos la espalda a Dios, asumimos cargas que nunca fuimos diseñados para llevar. Cargas de culpa, de angustia, de frustración, porque fuera de la voluntad de Dios el camino es pesado, el yugo es duro y el dolor en la espalda se convierte en un recordatorio constante de que estamos caminando en la dirección equivocada. ¿Cuántas veces has sentido que cargas con un peso que no puedes soportar? Cuántas veces te has sentido doblado por responsabilidades que nunca debiste asumir, por decisiones que tomaste sin consultar a Dios, por relaciones que decidiste mantener a pesar de
que Dios te pidió soltarlas. Cuando nos rebelamos contra Dios, asumimos el control, pero también asumimos el peso. Un peso que se va acumulando hasta que finalmente la espalda se quiebra. Pero Dios en su amor y misericordia sigue llamándonos a regresar. sigue extendiendo sus brazos, esperando que dejemos de cargar lo que no nos corresponde. Porque cuando Israel clamó a Dios en su aflicción, él no les dio la espalda. Él los escuchó, los perdonó y los restauró. Y hoy ese mismo Dios está dispuesto a hacer lo mismo contigo. Pero primero debes decidir dejar de cargar lo que
no te pertenece. ¿Qué cargas estás llevando hoy por haberle dado la espalda a Dios? ¿Qué decisiones te han llevado a asumir pesos que no puedes soportar? Es hora de detenerte, devolver tu rostro a Dios y entregarle lo que nunca debiste cargar solo. Porque la rebeldía no solo endurece el corazón, también quiebra la espalda. Hay cargas que no vienen de afuera, sino de adentro. cargas que no se originan en circunstancias externas, sino en la actitud del corazón. Y una de las cargas más pesadas que podemos llevar es la carga del orgullo y la autosuficiencia. Un peso
que crece cada vez que decidimos que podemos hacerlo todos solos, que no necesitamos a Dios, que nuestras propias manos son suficientes para sostenernos. Un peso que Israel conoció muy bien. En Éxodo 32, el pueblo de Israel se encontraba en el desierto esperando que Moisés regresara del monte Sinaí. Pero los días pasaban y Moisés no volvía. La impaciencia comenzó a crecer, el miedo a lo desconocido se hizo presente y en lugar de esperar en Dios, decidieron tomar el control por sí mismos. Se acercaron a Aarón y le dijeron, "Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros,
porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido." Y así el pueblo que había visto la mano poderosa de Dios abrir el mar en dos, decidió crear un ídolo con sus propias manos, un becerro de oro que pretendía ser un dios, pero que no tenía vida, ni voz, ni poder. Israel decidió cargar con un ídolo que ellos mismos habían creado, un peso innecesario, una carga que no tenía la capacidad de sostenerlos ni protegerlos. Pero esa carga no solo los desvió del camino de Dios, también
se convirtió en una fuente de dolor, de confusión, de caos. Cuántas veces hacemos lo mismo cuántas veces ante la incertidumbre decidimos tomar el control en lugar de esperar en Dios. Cuántas veces por orgullo cargamos con pesos que no nos corresponden. El orgullo es un peso que nos hace creer que podemos hacerlo todos solos, que no necesitamos a nadie, que nuestras fuerzas son suficientes para sostenernos. Pero, ¿qué sucede cuando nuestras fuerzas se acaban? ¿Qué sucede cuando ese becerro de oro que creamos con nuestras propias manos se convierte en una carga que nos aplasta? El orgullo y
la autosuficiencia nos llevan a crear ídolos. Ídolos que prometen seguridad, éxito, reconocimiento. Pero esos ídolos no pueden sostenernos cuando la vida se torna difícil. Esos ídolos no pueden aliviar el peso que cargamos en la espalda. No pueden sanar las heridas del corazón, no pueden darnos paz en medio de la tormenta. Y mientras seguimos aferrados a ellos, nuestra espalda sigue doblándose bajo el peso de lo que nosotros mismos creamos. Israel creó un ídolo porque no quería esperar en Dios. decidieron cargar con algo que ellos mismos fabricaron en lugar de esperar en el Dios que los había
liberado de Egipto. Y hoy, tal vez nosotros estamos cargando con ídolos modernos. El ídolo del éxito, el ídolo del reconocimiento, el ídolo del control. ídolos que prometen mucho, pero que al final solo terminan aplastándonos bajo su peso. Dios llamó a Israel a dejar el becerro de oro y volver su corazón a él. y hoy nos llama a hacer lo mismo, a soltar el control, a dejar de crear ídolos, a reconocer que no podemos hacerlo todos solos, que nuestras fuerzas no son suficientes, que nuestras manos no pueden sostenernos cuando el peso se vuelve insoportable. ¿Qué ídolos
estás cargando hoy? ¿Qué cargas estás sosteniendo por orgullo, por autosuficiencia, por creer que puedes hacerlo todo sin Dios? Es hora de soltarlas. Es hora de derribar esos ídolos y volver a aquel que realmente puede sostenernos, que realmente puede aliviar nuestra carga, que realmente puede darnos descanso. Porque cuando dejamos de lado el orgullo y la autosuficiencia, descubrimos que el verdadero descanso solo se encuentra en aquel que tiene el poder para sostenernos sin quebrantarnos. El mundo está lleno de personas que caminan con una carga invisible sobre sus espaldas. Cargas de dolor, culpa, resentimiento, frustración, pesos que el
cuerpo siente, aunque nadie más pueda verlos. Pero, ¿qué sucede cuando decidimos soltar esas cargas y entregarlas a aquel que puede llevarlas sin quebrantarse? ¿Qué sucede cuando comprendemos que no estamos solos en nuestro sufrimiento, que alguien ya cargó con nuestro dolor para que pudiéramos ser libres? En Isaías 53:45 encontramos una promesa que sigue resonando a lo largo de los siglos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue
sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados. Estas palabras no son solo poesía antigua, son una declaración poderosa de lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz. Jesús no solo cargó con nuestros pecados, cargó con nuestras dolencias, nuestros miedos, nuestras heridas más profundas. Cada azote que recibió fue un recordatorio de que él estaba tomando sobre sí el dolor que nos correspondía a nosotros. Cada gota de sangre que derramó fue un símbolo de la sanidad que estaba obteniendo para nosotros. Pero, ¿cuántos hoy siguen aferrados a sus cargas sin darse cuenta de que Jesús ya
las llevó? Imagina a una persona caminando con una mochila llena de piedras. Cada piedra representa un dolor, una herida, un recuerdo amargo. Esa persona camina encorbada, agotada, arrastrando cada paso. Pero un día alguien se acerca y le dice, "Dame esa carga, yo puedo llevarla por ti." Esa persona tiene dos opciones, seguir cargando el peso que lo destruye o entregárselo a quien realmente puede sostenerlo. ¿Qué harías tú? Eso es exactamente lo que Jesús nos ofrece. Nos extiende sus manos marcadas por los clavos y nos dice, "Dame tu carga. Yo ya la llevé en la cruz. Tú
no tienes que seguir cargándola. Pero para recibir esa sanidad, primero debemos estar dispuestos a soltar lo que no nos corresponde llevar. Debemos estar dispuestos a dejar de lado el orgullo, el resentimiento, el deseo de venganza. Debemos reconocer que no podemos sanar nuestras propias heridas, que no podemos llevar nuestros propios dolores, porque el camino hacia la restauración comienza cuando reconocemos que no podemos hacerlo solos. Hoy Jesús sigue extendiendo esa invitación. Sigue ofreciendo llevar tus cargas, tus dolores, tus miedos, pero la decisión es tuya. Puedes seguir aferrado a ese peso invisible que te está quebrantando o puedes
entregárselo a él. Porque en la cruz Jesús no solo llevó tus pecados, llevó tus enfermedades, tus dolencias, tu sufrimiento y por sus llagas hoy puedes ser sanado. ¿Estás dispuesto a soltarlo? ¿Estás dispuesto a entregarle a Jesús lo que nunca debiste cargar solo, porque la esperanza de la restauración está disponible para aquellos que deciden dejar de luchar por su cuenta y confiar en aquel que ya venció en la cruz? Hay dolores que no provienen del cuerpo, sino del espíritu. Dolores que nos atan, que nos encorban, que nos impiden avanzar. Y hay personas que llevan años viviendo
encorbadas. No solo físicamente, sino espiritualmente, atadas por cadenas invisibles, cargando con pesos que no les corresponden. Pero cuando Jesús aparece, todo cambia, porque él no solo sana el cuerpo, sino que libera el alma de toda opresión. En Lucas 13 101 encontramos la historia de una mujer que había estado encorbada durante 18 años. 18 largos años de dolor, de humillación, de sufrimiento. Su cuerpo estaba doblado, pero su alma estaba aún más quebrantada. La gente la veía pasar y seguramente murmuraba, la señalaban, la despreciaban. En una cultura donde la apariencia física podía determinar tu valor, esta mujer
era vista como alguien despreciable, alguien marcado por la desgracia. Pero Jesús no la vio así. Ese día Jesús estaba enseñando en la sinagoga y al verla sintió compasión. Se acercó a ella y con una voz que resonó en todo el lugar le dijo, "Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y en ese instante, la mujer que había vivido encorbada durante casi dos décadas fue liberada. Su espalda se enderezó, su dolor desapareció, sus ojos se alzaron al cielo y comenzó a glorificar a Dios. Un solo encuentro con Jesús fue suficiente para romper las cadenas invisibles que la
habían mantenido prisionera por tanto tiempo. Pero, ¿qué causó esa opresión? La Biblia dice que un espíritu de enfermedad la había atado. No era un problema físico, sino una atadura espiritual. Y hoy quizás tú también estés viviendo encorbado, no por un problema médico, sino por cargas espirituales que no te corresponden llevar. Tal vez has permitido que el resentimiento te encorbe, que la culpa te oprima, que el miedo te ate y cada día te levantas cargando un peso que no puedes ver, pero que sientes en lo más profundo de tu ser. El enemigo quiere mantenernos encorbados, mirando
siempre al suelo, sin esperanza, sin fuerzas, sin visión. Pero Jesús vino a liberarnos, vino a romper esas cadenas invisibles, a enderezar nuestra espalda, a levantar nuestra mirada hacia el cielo. Y así como llamó a la mujer encorbada y le devolvió la libertad, hoy te llama a ti. Te llama a soltar lo que no puedes cargar, a romper con el pasado, a liberarte de toda opresión espiritual. Hoy el Espíritu Santo está aquí. listo para romper las cadenas que te atan, esas cadenas de miedo, de angustia, de culpa, de resentimiento. Porque Jesús no solo quiere sanar tu
cuerpo, quiere liberar tu alma, quiere enderezar lo que se ha torcido, restaurar lo que se ha roto, levantar lo que ha caído. ¿Estás dispuesto a soltarlo? ¿Estás dispuesto a dejar que Jesús toque esas áreas de tu vida que han estado encorbadas por tanto tiempo? Porque hoy es el día de tu liberación, hoy es el día de tu sanidad. Hoy es el día en que tu espalda se enderezará y comenzarás a caminar erguido mirando hacia el cielo, glorificando a aquel que rompió tus cadenas y te hizo libre para siempre. Hay momentos en la vida en los
que sentimos que la tormenta es demasiado fuerte, que el peso de las preocupaciones es tan abrumador que nuestra espalda no puede soportarlo más. Es en esos momentos cuando parece que todo se sale de control, cuando el caos nos envuelve y la paz se convierte en un sueño distante. Pero, ¿qué sucede cuando las cargas que nos doblan no están en el cuerpo? sino en el alma. ¿Qué pasa cuando las tormentas que enfrentamos no son de viento y agua, sino de angustia, ansiedad y miedo? Las tormentas de la vida no siempre llegan anunciadas. A veces nos sorprenden
en los momentos más inesperados, cuando todo parecía estar en calma, cuando creíamos tener el control. Y en cuestión de segundos el cielo se oscurece, los vientos arrecian y las olas comienzan a golpear con fuerza. Así fue para los discípulos aquella noche en el mar. En Marcos 4:351, Jesús les había dicho, "Pasemos al otro lado." Era un mandato sencillo, claro. Los discípulos subieron a la barca confiados, sin imaginar que estaban a punto de enfrentar una de las tormentas más aterradoras de sus vidas. Y mientras las olas arremetían con furia, mientras la barca se sacudía como una
hoja al viento, Jesús dormía. Sí, dormía en la popa, ajeno al caos que aterrorizaba a sus discípulos. Los discípulos, desesperados, comenzaron a gritar, "Maestro, ¿no te importa que perezcamos?" Era un clamor lleno de miedo, de angustia, de incertidumbre. Para ellos, el silencio de Jesús en medio de la tormenta era incomprensible. ¿Cómo podía dormir mientras ellos sentían que estaban a punto de morir? Pero Jesús se levantó, miró a la tormenta y dijo, "Calla, enmudece." Y en ese instante el viento cesó, el mar se calmó y la paz regresó. Un solo mandato del maestro fue suficiente para
transformar el caos en calma, el miedo en paz, la desesperación en confianza. Hoy tal vez tú también te sientes como los discípulos en medio de una tormenta. Tal vez el viento está soplando con fuerza en tu vida las olas parecen invencibles y sientes que tu barca está a punto de hundirse. Y lo peor de todo es que al igual que los discípulos, sientes que Jesús está en silencio. sientes que él no está actuando, que no está viendo tu angustia, que no le importa lo que estás pasando. Pero, ¿qué pasaría si te dijera que Jesús no
estaba realmente dormido? ¿Qué pasaría si te dijera que aún en el aparente silencio él estaba en control? Porque el verdadero milagro no fue solo que Jesús calmara la tormenta. El verdadero milagro fue que Jesús estaba en la barca con ellos desde el principio. Y mientras él está en la barca, ninguna tormenta puede destruirte. Sin embargo, las tormentas no solo azotan el mar, a veces azotan el alma. A veces el caos no está afuera, sino adentro. A veces las olas no son de agua. sino de pensamientos, de preocupaciones, de ansiedades. Y esas tormentas internas también nos
doblan, nos agotan, nos quiebran. Cuántas noches has pasado sin dormir, sintiendo que el peso de tus preocupaciones te aplasta. Cuántas veces has sentido que tu espalda no puede sostener más el peso de lo que estás cargando? Jesús no solo calmó la tormenta exterior, también quiere calmar la tormenta interior. Quiere hablarle a tu mente inquieta y decirle, "Calla." Quiere mirar tus pensamientos ansiosos y decirles, "Enmudezcan." Pero para recibir esa paz, primero debes invitarlo a entrar en tu barca. Debes permitirle que tome el control, que guíe el timón, que calme las olas que te están destruyendo. Hoy
Jesús sigue extendiendo su mano y diciendo, "Paz, cálmate." Pero la pregunta es, ¿estás dispuesto a soltar el control y dejar que él calme la tormenta? ¿Estás dispuesto a dejar de luchar contra las olas y comenzar a confiar en aquel que puede calmarlas con una sola palabra? Porque mientras Jesús esté en tu barca, no importa cuán fuerte sople el viento, su paz siempre será más poderosa que cualquier tormenta. Hay pesos que el cuerpo no está diseñado para soportar. Cargas que poco a poco nos van doblando la espalda, cargando nuestros hombros hasta que nos sentimos agotados, sin
fuerzas para continuar. Pero, ¿qué sucede cuando esas cargas no provienen? del exterior, sino del interior. ¿Qué pasa cuando lo que nos está destruyendo no es un peso físico, sino emocional y espiritual? En Mateo 11:30, Jesús nos hace una invitación que, aunque sencilla, tiene el poder de cambiarlo todo, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga. Es una promesa que muchos escuchan, pero pocos realmente viven. Porque aunque Jesús nos ofrece alivio, paz y descanso, muchos siguen aferrados a sus propias cargas tratando de llevarlas por sí mismos sin darse cuenta de que ese peso que sienten
en la espalda no les pertenece. ¿Alguna vez has visto a alguien caminando encorbado arrastrando los pies como si llevara una carga invisible sobre sus hombros? Así caminan muchos hoy, cargando con culpas del pasado, resentimientos no resueltos, preocupaciones por el futuro. Cada una de esas cargas es como una piedra invisible que se suma al peso que llevamos hasta que nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma comienzan a colapsar bajo ese peso. Jesús nos invita a intercambiar nuestro yugo pesado por el suyo, un yugo ligero diseñado para nuestra medida, un yugo que no destruye, sino que libera.
Pero para recibir ese alivio, primero debemos estar dispuestos a soltar lo que llevamos. ¿Qué cargas estás sosteniendo hoy? ¿Qué peso invisible está doblando tu espalda? ¿Es el miedo a lo que vendrá? ¿Es la culpa por lo que hiciste? Es el resentimiento hacia alguien que te hirió y que aún no has perdonado. Jesús no quiere que sigas caminando encorbado. No quiere que sigas tratando de llevar lo que él ya cargó en la cruz. Porque cuando seguimos aferrados a nuestras cargas es como si le estuviéramos diciendo, "No necesito tu ayuda. Puedo hacerlo solo, pero cuánto más podrás
seguir cargando sin quebrarte. Hoy Jesús te extiende su mano y te dice, "Dame tu carga. Entrégame ese peso que te está destruyendo. Déjame llevarlo por ti. Pero la decisión es tuya. Puedes seguir cargando lo que no te pertenece o puedes soltarlo en sus manos y recibir el descanso que tu alma tanto necesita, porque su yugo es fácil y su carga es ligera. Y hoy él quiere intercambiar lo que llevas por la paz que solo él puede dar. Hay momentos en los que Dios nos advierte, pero no a través de palabras, sino a través del dolor.
Un dolor que se siente en lo profundo, un peso que se posa sobre nuestra espalda, como si el cielo estuviera intentando captar nuestra atención de una forma urgente, intensa, ineludible. Pero, ¿cuántas veces ignoramos esas advertencias pensando que son simples malestares físicos, simples molestias pasajeras? Cuántas veces justificamos lo que sentimos sin detenernos a preguntar, "¿Qué me estás tratando de decir, Señor?" En Isaías 55:6, el profeta nos lanza un llamado desesperado. Buscad a Jehová mientras puede ser hallado. Llamadle en tanto que está cercano. Es un clamor que nos recuerda que el tiempo es limitado, que hay oportunidades
que no se repetirán, que hay advertencias que si no las escuchamos ahora más adelante podrían convertirse en juicios inevitables. Pero, ¿cómo sabemos si ese dolor que sentimos es una advertencia de Dios? Imagina a alguien caminando por un sendero oscuro sin percatarse de que más adelante hay un precipicio. Dios, en su amor y misericordia envía señales, advertencias, llamados a detenerse. A veces esas advertencias se manifiestan como un dolor en el cuerpo, una carga en la espalda. un peso en el corazón. Pero en lugar de detenernos y escuchar, seguimos avanzando, ignorando la voz que nos dice, "Detente
antes de que sea demasiado tarde." Ese dolor que sientes en tu cuerpo puede ser mucho más que una dolencia física. Puede ser el eco de decisiones equivocadas, de caminos tomados sin la guía de Dios, de advertencias ignoradas una y otra vez. Pero en su misericordia, Dios sigue insistiendo, sigue llamando, sigue advirtiendo, esperando que finalmente prestemos atención. Dios no advierte para asustarnos, advierte para salvarnos, advierte para corregirnos antes de que lleguemos al borde del precipicio, antes de que las consecuencias sean irreversibles. Pero, ¿qué haces tú con esas advertencias? Las ignoras, las justificas, las atribuyes a simples
coincidencias o te detienes a escuchar lo que el cielo está tratando de decirte. Hoy Dios te está llamando a buscarlo mientras puede ser hallado, a escucharlo mientras su voz aún resuena en tu interior. Porque el dolor que sientes no es solo un malestar físico, es una advertencia, un llamado, un grito del cielo diciendo, "Dete. Reconsidera tu camino, vuélvete a mí antes de que sea demasiado tarde. ¿Estás listo para escuchar? ¿Estás listo para cambiar? Porque hoy el cielo está hablando y el tiempo para responder es ahora. Cuando Dios advierte no es para asustarnos, sino para salvarnos.
Pero, ¿qué sucede cuando ignoramos esas advertencias una y otra vez? ¿Qué pasa cuando el cielo envía señales y decidimos cerrar nuestros oídos y endurecer nuestro corazón? ¿Cuánto tiempo más seguirá Dios llamando antes de que el tiempo se agote? En Génesis 6:3, Dios lanza una advertencia que resuena a lo largo de la historia. No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre. Era una advertencia dirigida a una generación que vivía sin control, sin temor, sin respeto por las cosas de Dios. una generación que continuaba caminando hacia el abismo, ignorando los llamados divinos, creyendo que el juicio
nunca llegaría. Pero el tiempo de Dios no es eterno. Él es paciente, sí. Él es misericordioso, sí, pero también es justo. Y cuando alguien se empeña en cerrar sus oídos a la voz de Dios, llega un momento en el que las advertencias cesan y las consecuencias comienzan. Y si el dolor que sientes hoy es la última advertencia antes de que el juicio llegue, imagina a alguien conduciendo un automóvil a toda velocidad hacia un acantilado. Hay señales de advertencia en el camino, luces intermitentes, gritos de alerta, pero esa persona sigue acelerando, convencida de que tiene tiempo,
de que puede detenerse antes del precipicio, hasta que finalmente es demasiado tarde. Dios no quiere que llegues al borde del abismo. Él no quiere que tu espalda se quiebre bajo el peso de tus decisiones equivocadas. Pero si sigues ignorando sus advertencias, llegará un momento en que ya no habrá más señales, en que el juicio será inevitable. Hoy Dios sigue extendiendo su mano, sigue diciendo, "Vuélvete a mí mientras aún hay tiempo." Pero ese tiempo no es eterno. Si estás sintiendo un peso que no puedes explicar, un dolor que no desaparece, una inquietud en tu corazón, no
lo ignores, porque quizás ese sea el último llamado antes de que el juicio llegue. ¿Qué harás hoy con la advertencia de Dios? ¿Seguirás acelerando hacia el abismo o detendrás tu camino y te volverás a él antes de que sea demasiado tarde. A lo largo de este recorrido hemos hablado de advertencias, de cargas, de dolores que pesan en la espalda, en el cuerpo y en el alma. Pero, ¿qué sucede cuando finalmente decidimos escuchar a Dios, soltar esas cargas y buscar su sanidad? ¿Qué ocurre cuando dejamos de tratar solo los síntomas y comenzamos a sanar desde la
raíz? En Salmo 103:3, el salmista declara una verdad poderosa. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias. No algunas, no solo las visibles, no solo las físicas, todas. Desde el dolor físico que sientes en la espalda hasta las heridas más profundas que llevas en el corazón. Dios es un sanador integral. Él no quiere simplemente aliviar el malestar de tu cuerpo, sino restaurar completamente tu vida. Pero, ¿cuántas personas buscan solo un alivio temporal? Van de médico en médico, de terapia en terapia, esperando que el dolor desaparezca, mientras el origen espiritual del
malestar sigue intacto. Y es que el verdadero problema no es el cuerpo, sino el alma. Un alma cargada de resentimiento, de culpas no confesadas, de heridas que nunca sanaron. Un alma que sigue atada al pasado, a relaciones tóxicas, a decisiones equivocadas. Y mientras esa alma siga cargando con pesos invisibles, el cuerpo seguirá manifestando el dolor. Imagina a un hombre cargando una mochila llena de piedras. Cada piedra representa una herida, un resentimiento, un pecado no confesado. Cada día ese hombre se levanta, toma su mochila y sigue caminando, sintiendo que su espalda se dobla un poco más
y con el paso del tiempo, su cuerpo comienza a manifestar el peso invisible de lo que ha estado cargando. dolores musculares, tensión, insomnio, fatiga crónica. Pero el verdadero alivio no vendrá de un analgésico, sino de vaciar esa mochila, de soltar lo que no le corresponde llevar. Hoy Dios te extiende su mano y te dice, "Ven a mí. Yo puedo sanar solo tu cuerpo, sino tu alma. Yo puedo aliviar el peso que llevas, perdonar tus pecados, restaurar tu paz. Pero para recibir esa sanidad integral, primero debes estar dispuesto a soltar lo que llevas cargando por tanto
tiempo. Debes estar dispuesto a abrir tu corazón y permitirle a Dios que sane lo que nadie más puede ver. Porque la sanidad que Dios ofrece no es solo física, es una sanidad que llega hasta lo más profundo del alma. Una sanidad que restaura lo que está roto, que alivia lo que duele, que devuelve la paz a aquellos que han estado caminando encorbados por años. ¿Estás listo para soltar esa carga? ¿Estás dispuesto a dejar que Dios sane no solo tu cuerpo, sino también tu alma? Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Hemos recorrido un camino en
el que enfrentamos las cargas invisibles que nos doblan la espalda, los pesos que arrastramos sin darnos cuenta, las advertencias que Dios envía para llamarnos a despertar. Pero, ¿qué sucede después de reconocer esas cargas? ¿Qué pasa cuando finalmente decidimos soltarlas? Es allí donde comienza el verdadero proceso de restauración. En Filipenses 3:13 14, el apóstol Pablo nos da una clave poderosa para avanzar hacia un nuevo comienzo. Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Pablo, quien había cargado con
un pasado marcado por persecuciones, errores y culpas, entendió que no podía avanzar mientras siguiera atado a lo que ya no podía cambiar. Y hoy ese mismo llamado sigue vigente para ti y para mí. Hay quienes caminan mirando constantemente hacia atrás, recordando los errores del pasado, aferrándose a lo que ya no tiene solución. Y esa mirada constante hacia lo que quedó atrás no solo cansa el alma, sino que dobla la espalda, porque el peso del pasado no está diseñado para ser cargado día tras día. Pero, ¿cómo podemos soltar lo que tanto nos ha marcado? ¿Cómo podemos
avanzar sin llevar a cuestas las heridas, los fracasos, los rencores? Imagina a un corredor en una carrera. Si ese corredor decide mirar hacia atrás mientras corre, perderá velocidad, perderá enfoque, perderá la meta que tiene delante. Lo mismo ocurre con nosotros. Dios nos llama a avanzar, a extendernos hacia lo que está delante, a enfocarnos en la promesa de un futuro restaurado, de un camino de paz y libertad. Pero para hacerlo debemos decidir soltar lo que nos ata. ¿Qué cargas del pasado sigues sosteniendo? ¿Qué recuerdos te mantienen encorbado incapaz de levantar la mirada hacia lo que Dios
tiene preparado para ti. Tal vez es un error que cometiste, una relación que no funcionó, una decisión equivocada que sigue pesando en tu conciencia, pero hoy Dios te dice, "Olvídalo. No sigas cargando lo que ya quedó atrás. Yo estoy haciendo algo nuevo." ¿No lo ves? Pablo entendió que para alcanzar la meta debía soltar el pasado y tú también puedes hacerlo hoy. Puedes entregarle a Dios cada carga, cada peso, cada recuerdo doloroso. Puedes dejarlo todo a los pies de la cruz y decidir caminar ligero, libre, con la mirada puesta en lo que está por venir. Hoy
es el día para un nuevo comienzo. Hoy es el día para soltar lo que ya no puedes cambiar y avanzar hacia lo que Dios tiene preparado para ti. Porque mientras sigas aferrado al pasado, tu espalda seguirá encorbada, tu alma seguirá cargada y tu espíritu seguirá agotado. Pero si decides soltarlo, si decides entregárselo a Dios, descubrirás que hay un camino nuevo delante de ti, un camino de paz, de restauración. de propósito. Estás listo para soltarlo. Estás listo para avanzar hacia el futuro que Dios preparó. Espérate, llegar hasta aquí no es algo común. Pocas personas tienen la
determinación, la fe y el deseo de crecer espiritualmente como tú. Hoy, mientras otros se distrajeron, se cansaron o abandonaron el camino, tú llegaste hasta el final. Y eso no es casualidad. Es una señal de que Dios está haciendo algo profundo en tu vida, de que hay un propósito especial que él quiere revelarte. En este viaje exploramos los dolores que cargamos, las advertencias divinas que ignoramos, las cargas que decidimos seguir llevando, a pesar de que Jesús ya las cargó en la cruz. Aprendimos que esos pesos no solo afectan nuestro cuerpo, sino también nuestra alma. Vimos como
Dios utiliza el dolor como una alarma espiritual, un grito del cielo diciendo, "Dete. Reconsidera tu camino, vuelve a mí." Pero también vimos que Dios no solo advierte, él sana, él restaura, él toma lo que nos está quebrantando y lo convierte en una oportunidad para un nuevo comienzo. Un comienzo donde el pasado queda atrás, donde las cargas caen a los pies de la cruz, donde la paz reemplaza el dolor y la esperanza se convierte en nuestra nueva realidad. Ahora quiero que hagas algo importante. Comenta esta frase. Estoy listo para soltarlo. Es una declaración poderosa, un acto
de fe. Es tu forma de decirle a Dios que estás dispuesto a dejar el pasado atrás, a entregar lo que no te corresponde llevar, a confiar en que él tiene el poder para liberarte de toda carga y restaurar cada área de tu vida. ¿Estás listo para hacerlo? ¿Estás listo para soltarlo? Si llegaste hasta aquí es porque el Espíritu Santo está obrando en ti. No ignores este momento. No dejes que lo que sentiste hoy se apague cuando cierres este video. La llama que Dios encendió en tu corazón necesita ser alimentada. Y eso se logra permaneciendo conectado
a la palabra, rodeándote de mensajes que fortalezcan tu fe, buscando la verdad en lugares donde el Espíritu Santo se mueve. Por eso te pregunto, ¿estás suscrito a este canal? Porque si no lo estás, estás perdiendo la oportunidad de seguir recibiendo mensajes como este, palabras que pueden ser la clave para tu sanidad, tu restauración, tu transformación. Cada vez que ves un video aquí, estás llenando tu mente y tu espíritu con las verdades de Dios. Estás permitiendo que él te hable, te corrija, te levante y si estás suscrito, quiero felicitarte. Porque estás diciendo, "Yo elijo alimentar mi
alma con lo que realmente importa. Yo elijo mantener mi lámpara encendida. Yo elijo seguir escuchando la voz de Dios. Pero no te quedes ahí. Comparte este video porque lo que hoy te ha liberado a ti puede ser la respuesta que alguien más está necesitando desesperadamente. No guardes esta verdad solo para ti. Sé un canal de bendición. Ahora, antes de cerrar, déjame hacerte una última pregunta. ¿Qué cargas sigues sosteniendo? ¿Qué peso invisible sigue doblando tu espalda? Porque hoy Dios quiere verte caminar erguido, libre, ligero. Hoy él te dice, "Entrégame tu carga. Yo ya la llevé en
la cruz. No tienes que seguir arrastrándola. Hoy es el día de soltarlo. Hoy es el día de comenzar un nuevo camino. Y ese camino comienza aquí ahora con una simple declaración de fe. Estoy listo para soltarlo.