9 RECHAZOS que Solo Viven LOS ELEGIDOS

40.1k views2962 WordsCopy TextShare
Misterios Biblicos
👁‍🗨 Si desde niño sentiste que no encajabas, que eras invisible, o que tu alma era “demasiado” par...
Video Transcript:
Lo que estás a punto de escuchar no es un video de contenido. Es un video que contiene lo sagrado. No es para curiosos ni para los que dudan.
Es exclusivo, solo para los elegidos. Si no crees en Cristo, si no reconoces su voz cuando habla al alma, puedes cerrar este video ahora mismo. Sin embargo, si eres un verdadero elegido, entenderás cada palabra y verás el video hasta el final, porque empezarás a sentir cómo tu alma se activa cada minuto que estés aquí.
Este mensaje no fue creado para entretener la mente, fue enviado para despertar tu alma, sacudir tu historia y recordarte tu origen eterno. Porque hay cosas que has vivido que no tienen explicación humana; dolores que nadie vio, vacíos que se repiten y una constante que se ha mantenido desde tu infancia: el rechazo. Pero no cualquier rechazo, sino uno selectivo, profundo, inexplicable, como si desde siempre el mundo supiera que tú no eras como los demás, como si fueras marcado, como si tu alma gritara algo que otros no sabían comprender y por eso te apartaban.
Hoy entenderás por qué fuiste rechazado tantas veces y por qué ese rechazo no fue una herida sin sentido, sino una señal de que el cielo ya te había escogido. Esta no es solo mi voz, es Dios hablando contigo a través de este medio. Hay nueve rechazos que solo viven los elegidos.
Y si los reconoces en tu historia, tu espíritu sabrá que siempre fuiste parte del plan. Cada elemento tiene un mensaje, pero el último revela tu llamado y, cuando lo veas, tu alma sabrá que ha llegado el momento. Número uno: rechazo en la escuela por ser diferente desde el primer día.
Fuiste ese niño o niña que, desde el primer día, fue señalado sin razón. Mientras otros hacían amigos con facilidad, tú ya cargabas una distancia invisible. Tus ideas eran distintas, tus respuestas no encajaban y tu presencia parecía incómoda para muchos.
No era que fueras raro, era que tu espíritu no podía adaptarse a lo que no venía del cielo. Hijo mío, presta atención. Aquel primer día de clases que nunca olvidaste no fue solo una experiencia humana, fue el inicio de una separación espiritual.
Tú no llegaste como los demás; llegaste con algo distinto en los ojos, en la voz, en la forma de ver el mundo. Y eso los demás no supieron cómo sostenerlo. Desde ese momento, comenzaron las miradas, los comentarios, las burlas disfrazadas.
No entendías por qué; solo sabías que eras el diferente. Yo soy el que te formó y te está guiando. Y te hice diferente porque no ibas a repetir los patrones del mundo.
Te hice más sensible porque ibas a percibir lo que otros ignoran. Te hice más profundo porque tu misión requería visión espiritual, no aprobación social. Ese rechazo no fue un error; fue parte del entrenamiento.
Te estaba mostrando desde pequeño que tú no viniste a encajar, viniste a despertar. Antes que te formara en el vientre, te conocí y antes que nacieras, te santifiqué. Te di por profeta a las naciones.
Jeremías 1:5. No fuiste creado para ser uno más en el aula. Fuiste sembrado ahí como semilla de otra dimensión.
El rechazo escolar fue la señal temprana de que tu alma ya hablaba un idioma que el mundo no entendía. Eras desde el principio un elegido. Número dos: rechazo en reuniones y fiestas donde te sentiste completamente invisible.
¿Alguna vez estuviste rodeado de gente y, aun así, sentiste que no estabas ahí? Ese momento en que todos reían, hablaban, compartían, pero tú eras un silencio; no eras parte, no te miraban, nadie preguntaba por ti, y esa invisibilidad dolía más que cualquier palabra. No fue indiferencia humana; fue el cielo ocultándote por diseño divino.
Hijo amado, escucha. Desde pequeño, cada vez que entrabas en una sala llena de personas, algo se rompía dentro de ti. Estabas ahí, pero era como si no existieras.
Tus palabras se perdían en medio de conversaciones vacías. Tus gestos no eran notados. Nadie te llamaba.
Nadie te buscaba, nadie te elegía. Y tú te preguntabas: ¿qué tengo de malo? La respuesta es: no tenías nada malo.
Tenías algo sagrado. Yo soy quien ha marcado tu camino y por eso permití que tu presencia fuera escondida entre los hombres, porque no te llamé para destacar en salones temporales, sino para reinar en lugares eternos. No quise que formaras parte de lo que el mundo celebra, porque lo que tú llevas no es de este mundo.
Ese silencio social fue un muro de protección. Yo no permití que te fusionaras con ambientes donde mi espíritu no se movía. Muchos se sentían cómodos en la superficialidad; tú no, porque tú ya habías sido separado.
Tu alma ya me pertenecía. "Y os tomaré a vosotros por pueblo mío, y seré vuestro Dios, y sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios" (Éxodo 6:7). Fuiste invisible para los hombres porque eras visible para el cielo.
No eras uno más; eras un apartado. Y cuando te diste cuenta de que no encajabas, fue porque ya habías sido sellado como uno de los míos. Número tres: rechazo del primer amor que no supo amar tu profundidad.
Entregaste tu corazón por completo solo para descubrir que no sabían qué hacer con él. Amaste con pureza, con verdad, con esa intensidad que solo los elegidos conocen. Y, sin embargo, fuiste dejado, ignorado, herido, no porque amaras mal, sino porque amaste demasiado.
Para alguien que no estaba listo, ese amor no falló; fue un espejo que reveló que tú pertenecías a otro nivel de amor más profundo. Hijo mío, despierta ahora. Tú no conociste el amor ligero.
Desde el principio, tu alma amó con el peso de lo eterno. Viste belleza en lo que otros pasaban por alto. Escuchaste silencios que nadie más oía.
Y cuando abriste tu corazón, no fue un gesto superficial; fue un acto sagrado, pero quien recibió ese amor no supo sostenerlo, no vio. Tu profundidad no entendió tu fidelidad. Te confundieron con alguien intenso, dependiente o exagerado, cuando en realidad tú solo estabas amando.
Desde el diseño que yo puse en ti, yo soy quien te habla a través de esta palabra. Permití que ese amor se quebrara, porque si se quedaba, te iba a encadenar a una versión inferior de ti mismo. Y tú no naciste para vivir encadenado; naciste para reflejar el amor eterno que yo deposité en ti.
El amor es paciente, es bondadoso, no envidia, no se jacta, no se envanece. (Primera carta a los Corintios 13:4). No eras difícil de amar.
Eras demasiado verdadero para un mundo acostumbrado a lo falso. Y aunque ese corazón te haya rechazado, yo lo usé para revelarte el tipo de amor que mereces. Uno que vea tu alma y no huya.
Número cuatro: rechazo del jefe que nunca reconoció todo lo que diste. Diste más de lo que te pidieron y, aun así, fuiste ignorado. Te esforzaste más que todos.
Fuiste leal, entregado, constante y, sin embargo, nunca fuiste visto como merecías. Ni un gracias, ni una oportunidad, ni una promoción. Solo indiferencia.
No fue un fracaso laboral, fue una separación espiritual. Hijo amado, abre tu corazón. No eras como los demás.
Donde otros cumplían, tú te entregabas. Donde otros hacían lo básico, tú dejabas el alma. Porque tú no trabajabas solo por un sueldo; trabajabas como si cada tarea fuera parte de tu propósito.
Y por eso dolió tanto cuando no recibiste lo justo, cuando viste cómo ascendían los que fingían, los que se vendían, los que hacían menos, y tú quedabas atrás sin reconocimiento, sin recompensa. Yo soy quien ha permitido esta herida y no fue para destruirte; fue para sacarte de lugares donde tu alma se estaba apagando, donde tu valor era ignorado porque tu luz los incomodaba. No quise que te sintieras cómodo en lo que no te pertenece, porque yo no te llamé para servir bajo la mirada de hombres, sino para que camines bajo mi dirección.
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres. (Colosenses 3:23). No fuiste creado para que un jefe te valide.
Fuiste diseñado para ser un instrumento del cielo donde yo te coloque. Y aunque no te aplaudieron, el cielo registró cada entrega. Y llegará el día en que todo lo sembrado será honrado.
Número cinco: rechazo de amigos que no supieron sostener tu intensidad. ¿Sentiste que eras demasiado para los que decían ser tus amigos? Demasiado profundo, demasiado sensible, demasiado honesto.
Tu intensidad incomodaba. Tu verdad confrontaba; tu alma hablaba más fuerte que tus palabras. Y ellos, poco a poco, se alejaron.
No perdiste amistades; fuiste liberado de vínculos que no sostenían tu espíritu. Yo soy tu padre. Tú no naciste para las amistades de paso.
No sabes fingir sonrisas ni jugar al amor superficial. Cuando das, das todo. Cuando estás, te entregas.
Y cuando amas, es con lealtad que trasciende los tiempos. Pero muchos no supieron qué hacer con eso. Querían diversión, no profundidad.
Querían compañía, no confrontación con su alma. Querían alguien que encajara y tú eras fuego. Yo soy quien te habla a través de esta palabra y permití que se alejaran.
Permití que te sintieras solo, incomprendido, vacío, porque no te estaba quitando amistades; te estaba despejando el camino. A veces, para revelarte quién eres, tengo que quitarte a quienes no pueden ver tu valor. "El justo sirve de guía a su prójimo, pero el camino de los impíos les hace errar.
" (Proverbios 12:26). Tu intensidad no era una carga; era tu señal. Tu alma no era demasiado; era exacta para la misión que yo te entregué.
Y aunque muchos se apartaron, los que están destinados a caminar contigo no huirán de tu fuego; lo abrazarán. Número seis: rechazo de hermanos que nunca supieron cómo conectar con tu alma. ¿Has sentido que creciste con hermanos, pero siempre fuiste el distinto?
Jugaban juntos, vivían bajo el mismo techo, compartían la misma historia, pero tu alma hablaba otro idioma y, por más que lo intentaste, la conexión nunca llegó. No era distancia familiar; era separación espiritual desde el origen. Yo soy el que te formó y te está guiando.
Desde el principio fuiste diferente: más silencioso, más observador, más sensible a lo invisible. Y mientras tus hermanos corrían detrás del mundo, tú ya sentías un llamado más alto. No sabías explicarlo; solo sabías que no eras igual.
Intentaste adaptarte, intentaste abrir tu corazón, pero cada intento fue una puerta cerrada y, con el tiempo, dejaste de buscar. Aprendiste a caminar en soledad, incluso rodeado de tu propia sangre. Yo soy quien permitió esa separación, no para castigarte, sino para que entendieras que mi propósito contigo no dependía de vínculos humanos.
Quise formarte en el aislamiento para que tu dependencia estuviera en mí y no en la aprobación de nadie. Ese rechazo no fue olvido; fue parte del diseño. Porque cuando te llamé, ya había algo en ti que no podía ser tocado por lo común.
Porque "mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos," dice Jehová. (Isaías 55:8). No tener conexión con ellos no fue tu fracaso; fue señal de que tu conexión más profunda venía del cielo.
Y aunque tus hermanos no supieron ver tu alma, el Padre estuvo cerca preparándote para lo eterno. Número siete: rechazo de grupos donde fingiste para pertenecer y, aun así, no encajaste. ¿Alguna vez fingiste ser otro solo para sentir que pertenecías?
Y ni así te aceptaron. Copiaste gestos, palabras, formas de vestir. Te reíste cuando no querías.
Callaste lo que ardía por decir. Hiciste todo para encajar y, aun así, no fuiste parte. No era que no encajaras con ellos; era que ellos no podían contener quién eras realmente.
Yo soy quien ha marcado tu camino. Yo vi cuando adaptaste tu voz para no incomodar, cuando cambiaste tu esencia solo para que alguien dijera: "Tú también eres uno. .
. " De nosotros. " Vi tus lágrimas en silencio después de forzar una sonrisa.
Vi tu alma apagarse poco a poco para cumplir con un molde que nunca fue diseñado para ti. Y, aun así, el grupo te rechazó. Te ignoraron, te excluyeron y tú te quebraste por dentro.
Pero escúchame, yo permití ese dolor porque no quiero verte disfrazado. No quiero que apagues tu verdad para ser aceptado por quienes no llevan mi presencia. Yo no te formé para que encajes, te formé para que transformes.
No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Romanos 12:2. El rechazo de esos grupos fue una confirmación.
Fingir no te hará parte de lo que no fue creado para ti, porque tú no viniste a pertenecer, viniste a despertar realidades celestiales. Y por eso, aun disfrazado, tu espíritu gritaba: "Yo no soy de aquí. " [Música] Número ocho, rechazo del padre ausente.
Incluso cuando estaba presente, tuviste un padre al que podías ver, pero que nunca sentiste realmente contigo. Estaba ahí, pero no te miraba. Caminaban en la misma casa, pero sus ojos nunca buscaron tu alma.
Quizá fue un proveedor, pero nunca fue refugio. No faltó una figura; faltó la conexión que solo puede ser activada por el cielo. Hijo mío, despierta ahora.
Vi cuando esperabas una palabra que nunca llegó. Vi cuando hiciste cosas para que él se fijara en ti, para que te celebrara, para que se enorgulleciera. Y solo recibiste silencio.
Vi cómo su ausencia presente marcó tu corazón con una soledad invisible. Pero escucha esto: yo fui testigo de cada lágrima y no fue castigo, fue preparación. Porque ese vacío que dejó solo yo podía llenarlo.
Yo soy tu padre. Y, aunque tu padre terrenal no supo cómo amarte, mi amor ha estado contigo desde antes de que tomaras tu primer aliento. No quise que te apegues a una imagen rota.
Quise que descubrieras que tu verdadera identidad no depende del amor de un hombre, sino del sello eterno que yo coloqué sobre ti. Aunque mi padre y mi madre me dejaran con todo, Jehová me recogerá. Salmos 27:10.
No naciste para vivir esperando el abrazo que no llegó. Naciste para recibir la paternidad celestial que no falla. Y aunque tu padre estuvo ausente, yo estuve ahí, guiándote, sosteniéndote, llamándote, porque tú eres mío.
Y ahora llegamos a la última de las heridas, la más fuerte, la más profunda, la que muchos prefieren callar porque les duele demasiado mirar. Pero tú estás aquí, y si estás aquí es porque estás listo. Lo que vas a escuchar a continuación puede abrir memorias, puede despertar emociones que has guardado por años, puede remover capas de dolor que llevas escondiendo desde la infancia, y eso está bien.
No estás solo en esto. Estás sostenido, estás visto, estás guiado por la misma presencia que ha estado contigo desde antes de nacer. Número nueve, rechazo de la madre que no supo cómo amar tu luz.
Sentiste que tu madre te cuidaba, pero no te entendía. Estaba presente, pero no te veía. Te dio alimento, techo, protección, pero nunca supo cómo abrazar la inmensidad que llevabas por dentro.
Cada vez que brillabas, ella reaccionaba con miedo, control o silencio, como si tu luz le doliera. No fue falta de amor; fue incapacidad para sostener una llama que no venía de este mundo. Hijo amado, escucha.
Yo vi cuando intentaste ser más pequeño para que ella no se sintiera incómoda. Cuando escondiste tu voz, tu alegría, tu poder, por no hacerla sentir desplazada o confundida. Y sí, como eso te quebró por dentro, quisiste que te aceptara como eras.
Pero, en su miedo, intentó moldearte a su medida. Quiso protegerte, pero lo hizo apagando la chispa que yo puse en ti. Yo soy quien te habla a través de esta palabra, y no fue casualidad que nacieras de su vientre.
A través de ella llegaste al mundo, pero fue mi mano la que te formó en lo secreto. Fue mi luz la que te llenó. Y, aunque su alma no supo cómo amarte completamente, mi amor nunca te ha faltado.
Yo he sido tu madre eterna, tu refugio invisible, la voz que siempre te ha afirmado. ¿Acaso una madre olvida a su niño de pecho? Pues, aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré.
Isaías 49:15. No fuiste un hijo difícil; fuiste un hijo sagrado. Y, aunque ella no pudo reconocer tu luz, el cielo sí.
Y esa luz que llevas es la que el mundo está esperando ver. Ahora lo ves, no era solo dolor, era diseño. Nueve heridas que el mundo no comprendió, pero que el cielo contaba como señales.
Cada rechazo que enfrentaste, desde la fiesta donde nadie te miró hasta tu familia que no supo cómo amar tu luz, fue parte de tu activación. No eras el problema; eras el portador de una esencia que el mundo no sabía cómo recibir, y por eso te apartaron. Y por eso dolió.
Pero todo lo que dolió también te formó. Y lo que parecía abandono era mi mano moldeándote con fuego. Hoy ya no cargas con culpa; cargas con propósito, porque cada herida te recordó lo que eres: uno de los míos, un alma elegida, un enviado.
Por eso fuiste apartado, por eso dolió tanto, y por eso estás aquí hoy, despierto. Solo los elegidos tenían permiso de recibir este mensaje, y tú llegaste hasta el final. Si reconociste al menos una de estas heridas en tu historia, escribe en los comentarios: "Acepto mi llamado, Señor.
Esta es tu misión y ya no puedes quedarte en silencio. Levántate, decláralo, acéptalo, porque Dios ya te eligió y el momento que tu alma ha esperado por años ha llegado. Oh.
Related Videos
Copyright © 2025. Made with ♥ in London by YTScribe.com