Puede que hayas llegado con el corazón cansado, con la mente saturada de dudas o quizás con los sueños temblando por dentro. Pero déjame decirte algo que no debes olvidar jamás. Lo que tú crees, lo que tú confías, lo que tú decides declarar con fe, eso tiene poder.
Poder real. Porque cuando caminas creyendo que vas a lograr lo que te propones con Dios de tu lado, no hay fuerza humana que te detenga. Dios no pone sueños grandes en corazones pequeños.
Si lo puso en ti es porque también te dio lo necesario para lograrlo. Y si en este momento te sientes sin fuerzas, sin dirección o hasta sin fe, entonces quédate conmigo, porque hoy vamos a recordarte con la palabra en mano que tener fe no es una ilusión, es una decisión, una que cambia tu vida por completo. Muchas personas me han escrito diciendo que no tienen una iglesia cerca, que no pueden asistir por trabajo, por enfermedad o simplemente por las circunstancias de la vida.
Y por eso existe este canal, para que tú tengas un espacio donde puedas detenerte, respirar y encontrarte con Dios desde el lugar en el que estés. Este lugar no tiene paredes, no tiene horarios. Aquí solo importa una cosa, que tengas fe y abras tu corazón.
Así que si este video te toca, si esta palabra te habla, si esta oración despierta algo dentro de ti, ayúdame compartiéndola. Dale like, comenta y sobre todo compártela. Eso ayuda muchísimo para que YouTube se la muestre a más personas que también necesitan escuchar esto.
Porque sí, quizás tú tengas hoy esta oportunidad, pero hay otros que no. Y tú puedes ser esa bendición que les lleve este mensaje justo a tiempo. Serías una gran ayuda en manos de Dios si lo haces.
Y ya que este video se trata de confiar en que sí vas a lograrlo, quiero que escribas en los comentarios esta frase como declaración. Yo lo lograré. Solo eso.
Cuatro palabras con poder. Escríbelas con fe. Escríbelas como quien le habla a Dios.
Ahora sí, prepara tu corazón porque lo que viene no es un mensaje más. Es una palabra que puede transformar por completo la forma en que estás caminando. Quédate hasta el final porque ese último momento puede ser justo el instante donde todo comience a cambiar.
Primera parte, la fe es más que un deseo, es una decisión diaria. Muchas veces hablamos de fe como si fuera una chispa que aparece sola, algo que sentimos en los buenos momentos o cuando todo va saliendo bien. Pero la verdad, la fe real, la fe que mueve montañas, la que abre puertas donde todo parece cerrado, no nace del deseo, sino de la decisión.
Y esa decisión, amigo o amiga, se toma cada día, sobre todo cuando las cosas no están fáciles. La fe verdadera no es la que sentimos cuando todo va bien, sino la que decidimos tener cuando todo parece ir mal. es levantarte un lunes cansado, sin respuestas y decir, "Yo confío.
" Es mirar un examen médico, una deuda, un conflicto familiar y aún así decir, "Yo sigo creyendo. " Porque cuando tú decides creerle a Dios por encima de las circunstancias, estás poniendo tu vida en manos del único que lo puede todo. Mira lo que dice Hebreos, capítulo 11, verso 1.
Es pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. ¿Sabes qué significa eso? Que fe no es ver para creer, es creer para ver.
Fe es confiar aunque no tengas pruebas visibles. Es tener la certeza de que Dios está obrando, aunque tus ojos aún no lo vean. Y eso es lo que muchas veces nos cuesta, porque queremos que Dios nos muestre primero el resultado, el camino completo, la respuesta ya resuelta y después decimos, "Ahora sí creo.
" Pero la lógica de Dios no es como la nuestra. Él primero pide que creas, que des un paso, que declares en fe lo que aún no ves. Y luego, cuando tu fe está en movimiento, él comienza a actuar.
Hay un ejemplo muy poderoso en la Biblia. Cuando Pedro caminó sobre las aguas, ¿recuerdas ese momento? Jesús le dijo, "Ven.
" Y Pedro no pidió que se calmara la tormenta primero, no pidió garantías, simplemente se bajó de la barca y comenzó a caminar. Su fe lo sostuvo hasta que la duda lo hizo hundirse. Eso es lo que nos pasa a nosotros.
Mientras creemos, caminamos. Cuando dudamos nos hundimos, pero incluso ahí Jesús lo tomó de la mano. Así es nuestra vida.
Tú puedes estar hoy dudando, sintiendo que tus pies ya se están hundiendo, pero si decides volver a mirar a Jesús, si decides hoy tomar esa decisión firme de creer, aunque no veas, aunque no sientas, aunque todo grite lo contrario, entonces estás activando una fe que lo transforma todo. La fe no niega la realidad, pero tampoco se rinde ante ella. La fe reconoce que hay dolor, escasez, enfermedad o lucha, pero afirma con convicción que Dios es más grande que todo eso.
Por eso la fe no es un sentimiento, porque los sentimientos suben y bajan, pero la fe se sostiene cuando está anclada en Dios. Y no te estoy hablando desde la teoría, todos en algún momento hemos estado en esa barca con miedo, sin saber si lanzarnos o no. Y cuando decides lanzarte, cuando decides caminar, cuando decides decirle a Dios, "Yo creo en lo que tú me prometiste, algo empieza a cambiar.
No siempre es rápido, no siempre es visible al principio, pero créeme, empieza. " Hay promesas que están esperando que tú actives tu fe. Sueños que Dios puso en ti, pero que no se han movido porque no has dado ese paso.
Hoy es el día. Hoy es el momento. No esperes a tener todo resuelto para creer, porque entonces no sería fe.
La fe se ve en la oscuridad, en el desierto, en la incertidumbre. Así que no digas más que no tienes fe. Porque si hoy estás escuchando esto, si estás aquí buscando una palabra, si hay algo dentro de ti que se rehúa a rendirse, entonces sí tienes fe y Dios va a usar esa fe para llevarte donde nunca imaginaste.
Segunda parte, tu fe necesita acción, no excusas. Aquí viene una verdad que a veces no queremos aceptar. La fe que solo se queda en palabras no transforma nada.
Dios no responde a discursos bonitos, responde a pasos sinceros, porque puedes decir mil veces, "Yo creo. " Pero si tus acciones siguen negando lo que tu boca declara, entonces no estás caminando en fe, estás repitiendo una frase vacía. Y ojo, esto no lo digo para juzgarte, sino para despertarte, porque a veces pensamos que tener fe es solo orar y esperar, pero la fe verdadera también trabaja, también se levanta, también construye, aunque sea con lágrimas en los ojos y cansancio en el alma.
La fe verdadera no se rinde. Aunque el cuerpo diga basta, aunque los ánimos estén por el suelo, la fe verdadera se aferra y se mueve. En la carta de Santiago, capítulo 2, verso 17, dice lo siguiente: "Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
" ¿Qué quiere decir esto? Que si crees, debes actuar. Que si estás convencido de que Dios va a abrir esa puerta, entonces comienza a tocarla.
Que si sabes que vas a lograr eso que te propusiste, entonces empieza a prepararte como si ya lo tuvieras. Dios no bendice la pasividad disfrazada de espiritualidad. No es fe decir, "Dios lo hará mientras tú te quedas de brazos cruzados.
" Eso es comodidad. Pero si dices Dios lo hará y mientras lo dices sigues caminando, aprendiendo, avanzando, aunque sea con miedo, entonces sí, eso es fe real. Y Dios honra esa clase de fe.
Es como cuando una madre sabe que su hijo está enfermo y aún así lo levanta cada día, lo alimenta, lo cuida y no deja de creer ni un solo segundo en su recuperación. ¿Por qué? Porque esa fe la impulsa a hacer, porque no se queda solo en una oración, sino que pone manos a la obra.
Así deberíamos ser todos con nuestros sueños, con nuestras metas, con nuestras oraciones. ¿Quieres un trabajo mejor? Entonces empieza a prepararte, estudia, actualízate, toca puertas aunque se cierren porque una se va a abrir y será la correcta.
¿Quieres restaurar tu familia? Entonces empieza por ti. Cambia tus actitudes.
Busca el perdón. Siembra amor aunque recibas rechazo. Porque quien camina en fe no espera a ver cambios para empezar, empieza para ver los cambios.
Hay una historia poderosa en el evangelio de Lucas, capítulo 18, donde Jesús habla de una viuda que iba constantemente a pedir justicia a un juez injusto. Y aunque al principio él no quería atenderla, dice la Biblia que por su insistencia, por no rendirse, terminó cediendo. ¿Y sabes qué enseñanza nos dejó Jesús con esa parábola?
que si incluso un juez injusto se cansa de la fe perseverante, cuánto más nuestro Padre celestial responderá a quienes claman con fe y no desmayan. Tu constancia es señal de tu fe. Tu persistencia habla más fuerte que tus palabras.
Porque cualquiera puede decir, "Yo creo. " Pero no todos siguen intentando después de la primera caída. No todos siguen tocando cuando la puerta parece de hierro.
Pero quien sigue, quien no suelta, quien insiste, ese es el que verá el milagro. Así que tal vez tú has estado esperando, orando, creyendo, pero al mismo tiempo dudando, frenándote, buscando excusas. Excusas como, "No tengo tiempo, ya es tarde para mí, no tengo los recursos, nadie me apoya.
" Pero déjame recordarte esto. Abraham tenía 100 años cuando nació su hijo. Moisés tartamudeaba.
David era el menor y despreciado. Ester era huérfana. Y aún así todos fueron instrumentos poderosos de Dios.
¿Sabes qué tenían en común? Que dieron el paso, que no se quedaron en las excusas, que actuaron con lo que tenían. Porque la fe no necesita condiciones perfectas.
solo necesita voluntad y Dios se encarga del resto. Así que no sigas esperando que todo se acomode para empezar. Empieza hoy con lo que tengas, donde estés, con lo que sabes, aunque sientas miedo, porque mientras tú caminas en fe, Dios camina contigo.
Tercera parte, las voces que apagan tu fe y cómo silenciarlas. Algo que muchas veces no notamos es que nuestra fe no muere sola. Nuestra fe se apaga lentamente cuando empezamos a prestarle atención a las voces equivocadas.
Y no solo hablo de las voces de los demás, a veces la voz que más apaga tu fe es la tuya propia, esa que te dice que no puedes, que no eres suficiente, que es muy tarde, que ya fracasaste muchas veces, que eso no es para ti. ¿Te ha pasado? que estás motivado, orando, convencido de que sí vas a lograrlo, pero de pronto llega alguien que sin saberlo te lanza una palabra como una piedra, una crítica, una burla, un comentario negativo y sin darte cuenta esa semilla de duda empieza a crecer y luego tú mismo te encargas de regarla cada vez que dices, "Mejor no lo intento.
Eso es muy difícil, seguro no funcionará. " La fe necesita un ambiente donde respirar. Y si vives rodeado de voces que constantemente te están diciendo que no vas a poder, o si tú mismo repites esas frases, entonces estás cerrando el espacio donde tu fe podría florecer.
Recuerda lo que dice Romanos capítulo 10 verso 17. Así que la fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios. Lo ves, lo que escuchas alimenta lo que crees.
Por eso es tan importante que aprendas a filtrar las voces que permites en tu vida. No puedes estar alimentando tu fe con la palabra de Dios por las mañanas y luego pasar el resto del día escuchando personas que viven desde el miedo, desde la queja, desde la envidia. No puedes escuchar palabras de muerte y esperar cosechar vida.
Y cuando te hablo de silenciar voces, no te digo que te aísles de todos, pero sí que pongas límites, que reconozcas qué personas están apagando tu llama y decidas proteger lo que Dios está construyendo en ti. Porque el enemigo no necesita destruirte con un gran ataque si logra debilitar tu fe con pequeñas dudas todos los días. Mira, incluso Jesús tuvo que enfrentarse a esto.
En el evangelio de Marcos, capítulo 5, cuando iba a resucitar a la hija de Jairo, dice la escritura que al llegar a la casa había mucha gente llorando, gritando, diciendo que la niña ya estaba muerta. ¿Sabes qué hizo Jesús? Echó a todos fuera.
Se quedó solo con quienes creían. Porque la fe no crece en medio del ruido del miedo. La fe necesita silencio, necesita espacio, necesita compañía que crea contigo.
Entonces, ¿qué voces estás permitiendo en tu vida? ¿A quiénes escuchas más? ¿Qué tipo de palabras repites?
Si todo lo que recibes son frases que apagan tu ánimo, críticas disfrazadas de consejos, opiniones que no vienen de personas que caminan con Dios, entonces tu fe no está respirando y lo que no respira se apaga. Es momento de tomar autoridad sobre tus pensamientos, de elegir con intención qué permites que entre en tu mente y qué decides sacar. de reemplazar esa voz que te repite, "No puedes por la palabra que dice, todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
" Empieza a rodearte de fe. Escucha prédicas, alabanza, versículos, personas que te edifiquen, testimonios de milagros reales. Llénate de historias que te recuerden lo que Dios puede hacer, porque eso despierta tu fe, la activa, la fortalece.
Y si no tienes a nadie que te hable con fe, entonces empieza tú. Habla a tu alma, declárate vida. Como hacía el salmista cuando decía, "Alma mía, alaba a Jehová.
" Eso no era una emoción, era una orden. Porque tu alma a veces se cansa, pero tu espíritu tiene autoridad para levantarla. Habla con fe, declara con fe, piensa con fe, respira con fe, porque el mundo tiene suficientes voces gritando miedo, pero tú tú estás llamado a ser diferente, a ser de los que creen, aunque todo diga lo contrario.
Cuarta parte, la fe que resiste el tiempo y no se rinde aunque tarde. Una de las luchas más fuertes para cualquiera que camina con fe es la espera. Porque cuando oramos, cuando confiamos, cuando le decimos a Dios, "Yo creo", muchas veces imaginamos que la respuesta será inmediata.
Pero Dios no trabaja según nuestros relojes. Él no tiene prisa y eso nos cuesta entender, porque vivimos en un mundo que todo lo quiere ya, rápido, al instante, pero la fe madura, se fortalece en el tiempo. Hay un momento difícil que todos atravesamos cuando creemos en algo y no pasa, cuando oramos y no vemos nada, cuando sembramos y no hay fruto.
Es ahí donde muchos bajan los brazos, donde el enemigo susurra, ¿ves? Nada cambia. Y donde el corazón cansado empieza a preguntarse si Dios en verdad escuchó.
Pero escucha bien esto. Dios no se olvida de lo que promete. El tiempo de espera no es castigo, es proceso.
No es que Dios se haya ido, es que está trabajando algo más profundo en ti. Está preparando el escenario, fortaleciendo tu carácter, acomodando lo que viene. Piensa en Abraham.
Dios le prometió descendencia. Le dijo que sería padre de multitudes. Pero pasaron años, muchos años.
Su cuerpo envejecía, su esposa también. Las condiciones naturales decían que no. Pero Abraham siguió creyendo y fue precisamente esa fe que resistió el paso del tiempo, la que lo convirtió en ejemplo para todos nosotros.
En Romanos capítulo 4 verso 20 dice, "Tampoco dudó por incredulidad de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe dando gloria a Dios. " ¿Te das cuenta? No solo no dudó, sino que mientras esperaba se fortalecía.
Porque cuando tu fe resiste el tiempo, ya no solo esperas el milagro, te conviertes en alguien nuevo durante la espera. Y eso es lo más valioso, que Dios, más que entregarte un sueño, quiere formarte para sostener ese sueño. Porque si te da algo antes de tiempo, puede destruirte en lugar de bendecirte.
Por eso, muchas veces Dios retrasa una respuesta, no porque no quiera dártela, sino porque te ama tanto que prefiere hacerte fuerte primero. Ahora tú podrías decir, "Pero yo llevo años esperando. He llorado, he confiado, he orado con todo mi corazón.
¿Por qué aún no pasa? Y yo te entiendo. No hay respuestas fáciles para esa pregunta, pero sí te puedo asegurar esto.
Tu fe no es en vano. Dios ve cada lágrima, escucha cada oración y aunque hoy no lo entiendas, él está obrando en silencio. Isaías capítulo 60 verso 22.
Tiene una promesa que a mí me ha sostenido muchas veces. A su tiempo, yo, Jehová, apresuraré las cosas. Mira qué belleza.
Dios dice que llegará el momento en que todo se acelerará, en que todo lo que estaba detenido comenzará a fluir. Pero no será en tu tiempo, será en el suyo. Y cuando ese tiempo llegue, no habrá nada ni nadie que pueda detener lo que él preparó para ti.
Así que no te rindas, porque el milagro no ha llegado aún. No apagues tu fe porque sientes que tarda, porque cuando más cerca estás del cumplimiento, más fuerte es la prueba. Y muchas personas abandonan justo cuando estaban a punto de ver la respuesta.
Resiste, mantente firme. No dejes de orar, no dejes de declarar, no dejes de soñar, porque la fe que resiste el tiempo es la que agrada a Dios. Y esa fe, tarde o temprano, verá lo que esperó con lágrimas, con lucha y con esperanza.
Quinta parte, cuando tu fe inspira a otros sin que te des cuenta. Hay algo muy poderoso que muchas veces olvidamos. Cuando decides tener fe, no solo estás impactando tu propia vida, también estás dejando huellas en el camino de otros.
Porque la fe no es silenciosa. Aunque no lo digas con palabras, se nota en tu forma de caminar. en cómo enfrentas los problemas, en cómo te levantas después de caer.
Y créeme, hay personas mirándote, tal vez nunca te lo han dicho, tal vez no lo has notado, pero hay alguien que te observa y que al ver que tú sigues adelante con fe, aún en medio de todo lo difícil, se inspira. Porque tu fe, tu resistencia, tu decisión de seguir creyendo habla más fuerte que 1000 sermones. En el evangelio de Marcos, capítulo 2, hay una historia que lo refleja con claridad.
Un paralítico no podía llegar hasta Jesús por sí mismo, pero sus amigos, al ver su situación lo cargaron, lo subieron al techo y lo bajaron por una abertura para que Jesús lo sanara. Y lo más impactante es lo que dice el verso 5. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico, hijo, tus pecados te son perdonados.
¿Notas eso? Jesús no miró primero la fe del enfermo, sino la fe de sus amigos. La fe de otros fue lo que desató el milagro en ese momento.
Eso significa que tu fe también puede abrir caminos para los demás, que lo que tú haces creyendo puede mover el cielo no solo por ti, sino por tu familia, por tus hijos, por personas que ni siquiera conoces. Tal vez tú estás luchando hoy por algo y piensas que tu batalla es solo tuya, pero número, hay generaciones que se están viendo afectadas por tu decisión de creer. Cada vez que oras por tu hijo, aunque él no quiera escuchar, tu oración está sembrando.
Cada vez que confías en Dios en medio de tu matrimonio difícil, esa fe está marcando a quienes te rodean. Cada vez que decides no rendirte, aunque podrías, estás escribiendo una historia de fe que otros recordarán cuando les toque pasar por algo similar. Y no tienes que ser perfecto para inspirar a alguien.
No tienes que tenerlo todo claro, ni ser un líder, ni tener una plataforma. Basta con que vivas lo que crees. Basta con que tomes tu Biblia.
Que ores con sinceridad, que hables con amor, que no te rindas cuando todo parece perdido. Esa vida vivida en fe es el mejor testimonio que puedes dar. Muchas veces la fe no hace ruido, pero transforma atmósferas.
Hay hogares que empiezan a sanar cuando uno solo decide creer. Hay trabajos que cambian de ambiente porque un empleado decidió confiar en Dios en vez de quejarse. Hay corazones endurecidos que comienzan a abrirse porque alguien a su lado se mantuvo firme y sereno, lleno de esperanza.
Por eso, no subestimes el poder de tu fe. No pienses que porque nadie lo ve, no vale. Dios lo ve todo.
Y hay personas que aunque no digan nada, están recibiendo fuerza a través de ti. Tú puedes estar siendo el reflejo de lo que significa confiar, perseverar y no soltar la promesa, aunque todo parezca en contra. Y esto es hermoso porque significa que tu fe no es solo un recurso personal, es un regalo colectivo, es una antorcha que puede encender otras antorchas.
Y cuando una sola persona se decide a caminar con Dios, incluso con miedo, incluso con debilidad, entonces se levanta una luz que puede iluminar caminos enteros. Así que sigue. No bajes los brazos, no te calles, no te escondas, porque mientras caminas con fe, aunque no lo sepas, estás ayudando a otros a creer que también pueden lograrlo.
Sexta parte, lo que parece el final. A veces es el punto exacto donde Dios empieza. Hay momentos en la vida en los que sentimos que ya no hay nada más que hacer, que todo lo que intentamos falló, que llegamos al límite.
Y es ahí, justo en ese lugar donde ya no nos quedan fuerzas, donde a veces sucede lo más inesperado, Dios aparece. Dios es especialista en llegar cuando el corazón está quebrado, cuando el alma está vacía, cuando todo se ve como una pérdida. No porque disfrute nuestro dolor, sino porque en ese punto es cuando estamos más dispuestos a soltar el control y dejar que sea él quien actúe.
La fe más pura no es la que se mantiene cuando todo es posible, sino la que sobrevive incluso cuando todo parece perdido. Y tal vez tú estés en ese punto ahora. Tal vez sientes que tu oración no fue respondida, que el negocio que soñaste se derrumbó, que esa relación por la que oraste ya no tiene vida, que la oportunidad que esperabas no llegó.
Y en medio de todo eso hay una voz dentro de ti que dice, "Esto es el final. " Pero no, no lo es. Cuando crees en Dios, los finales son solo escenarios disfrazados donde él puede mostrar su gloria.
Es en los cementerios donde Jesús dice, "Lázaro, sal fuera. " Es cuando la barca se está hundiendo que él calma la tormenta. Es cuando el aceite parece acabarse que el milagro de la multiplicación ocurre.
Porque Dios no necesita abundancia para actuar. A veces espera a que todo se acabe para mostrarte que él es tu verdadera fuente. Y es que muchas veces mientras creemos tener el control no dejamos espacio para que Dios obre.
Pero cuando todo se nos escapa de las manos, ahí nos rendimos. Y cuando nos rendimos, él toma el timón. Ese momento donde ya no sabes qué hacer es justo el lugar donde empieza la fe más real, la más sincera, la que brota entre lágrimas, la que no tiene poses ni adornos, solo un corazón diciéndole a Dios, "Haz lo que tú quieras.
" En el segundo libro de Reyes, capítulo 4, hay una historia que toca el alma. Una viuda llega al profeta Eliseo y le dice que sus acreedores quieren llevarse a sus hijos como esclavos porque no puede pagar sus deudas. Imagínate ese dolor, ya no tenía nada.
Pero Eliseo le hace una pregunta clave, ¿qué tienes en casa? Y ella responde, "Una vasija con un poco de aceite. Solo eso.
" Y con ese poco de aceite, Dios hizo un milagro tan grande que no solo pagó su deuda, sino que le sobró para vivir. ¿Sabes qué significa eso? que aunque tú pienses que no tienes nada, Dios puede hacer algo glorioso con ese poco que te queda.
Una oración sincera, una lágrima, un paso más, una semilla de fe. Eso basta para que el cielo se mueva. Dios no necesita grandes cosas para obrar.
Solo necesita un corazón dispuesto, una mente que diga, "No entiendo lo que pasa, pero sigo creyendo. " Un espíritu que se atreva a decir, "Aunque me siento en el suelo, voy a levantarme una vez más. " Y quizás tú hoy estás ahí en el suelo, mirando alrededor y diciendo, "Esto no era lo que soñé.
" Pero escucha, la historia no ha terminado. Dios no ha dicho su última palabra. Y si aún tienes fe, aunque sea del tamaño de una semilla de mostaza, entonces aún puedes ver lo imposible suceder.
Porque el que tiene fe nunca está solo. Aunque todo se caiga, aunque te falte todo, si tienes a Dios, lo tienes todo. Y lo que parece el final, a veces ese es simplemente el escenario donde Dios está a punto de escribir tu mejor comienzo.
Séptima parte. Lo que Dios promete lo cumple, aunque tú ya no creas. Algo que necesitamos entender con claridad es esto.
La fidelidad de Dios no depende de nuestra fuerza, ni de nuestra constancia, ni siquiera de nuestra fe perfecta. Dios no deja de ser Dios solo porque tú estás pasando por un momento de debilidad. Él no cambia según tu ánimo, ni se aleja si estás quebrado.
Él es fiel incluso cuando nosotros fallamos. Y esto es vital porque hay momentos en los que por más que intentas ya no puedes seguir creyendo con la misma intensidad. Te cansas, te desanimas, sientes que te fallaste a ti mismo, que dudaste, que te alejaste.
Pero ahí es donde entra la gracia, porque Dios no te abandona porque tú dudes, al contrario, te sostiene para que vuelvas a creer. En el segundo libro de Timoteo, capítulo 2, verso 13, dice, "Si fuéremos infieles, él permanece fiel. Él no puede negarse a sí mismo.
¿Lo entiendes? Su fidelidad es parte de su naturaleza. No la basa en lo que tú haces.
Él cumple lo que promete porque es fiel por esencia, porque su palabra no caduca. Porque cuando él dice algo es como si ya estuviera hecho, aunque tú todavía no lo veas. Tal vez tú hoy estás sintiendo que fracasaste en tu fe, que prometiste confiar, que oraste con fuerza, que te ilusionaste, pero después vino la duda, el miedo, la desesperanza.
Tal vez piensas que eso ya arruinó todo, que Dios se cansó, que la promesa expiró. Pero número, escucha esto con el alma. Lo que Dios te prometió no se cancela por tus momentos de flaqueza.
Dios no es como los seres humanos. Nosotros amamos con condiciones, perdonamos con límites, retiramos el apoyo cuando el otro nos decepciona. Pero Dios no es así.
Él no se retira de ti por tus errores, al contrario, se acerca aún más, porque él no busca hijos perfectos, busca hijos que lo necesiten. Y si alguna vez te preguntaste, ¿cómo puede Dios cumplirme si ya me alejé tanto? La respuesta es sencilla, porque la promesa fue suya, no tuya.
Porque fue él quien la declaró. Porque fue él quien dijo que lo haría. Y si fue él quien habló, entonces él mismo se encargará de cumplir, aún si tú ya no tienes fuerzas para creer.
Mira lo que sucedió con Zacarías, el padre de Juan el Bautista, un hombre justo, piadoso, que oró por un hijo durante años. Pero cuando por fin el ángel se le aparece y le dice que su esposa dará a luz, Zacarías no lo cree y por esa duda quedó mudo hasta que la promesa se cumplió. ¿Y sabes qué es lo más impactante?
que aunque dudó, el milagro sucedió igual. Eso nos enseña que a veces Dios cumple sus promesas en silencio, que aunque no puedas gritarlo, aunque tu fe esté temblando, él sigue actuando, porque sus planes no dependen de tu perfección, sino de su amor inquebrantable. Así que si hoy estás sintiendo que ya no puedes más, que estás lejos de tu mejor versión, que estás lleno de errores, de preguntas, de vacíos, vuelve tu mirada a él porque su fidelidad no ha cambiado y porque la promesa que él te dio sigue viva.
Y tú me dirás, "Pero, ¿cómo creer otra vez si me decepcioné tantas veces? Y yo te responderé esto. No pongas tu fe en los resultados.
Pon tu fe en quien te dio la promesa, porque cuando tu confianza está en Dios, aunque todo se derrumbe, tu corazón no se cae, porque él sigue estando, él sigue hablando, él sigue obrando, incluso cuando tú ya no lo sientes. Y créeme, lo que Dios comenzó, él lo va a terminar. Lo que te mostró lo va a cumplir.
No importa cuántos años hayan pasado, no importa si ya nadie cree, si tú mismo ya no sabes cómo volver a tener esperanza, Dios lo hará porque lo prometió y lo que él promete nunca se olvida. Octava parte. La fe también es obedecer cuando no entiendes nada.
Muchas veces queremos que Dios nos hable, que nos guíe, que nos muestre el camino, pero no siempre estamos dispuestos a obedecer lo que nos pide. Y eso también es parte de la fe. Creer no es solamente esperar con esperanza, también es actuar con obediencia, incluso cuando no entiendes por qué, ni cómo, ni para qué.
Hay momentos en los que Dios te pide algo que no tiene sentido para tu lógica. te dice que perdones a alguien que te hirió profundamente, que sueltes una relación que te llena de emociones, pero no de propósito, que camines hacia algo nuevo sin garantías visibles y todo eso en lo humano incomoda, duele, desconcierta, pero en lo espiritual abre puertas. Obedecer cuando todo tiene sentido es fácil.
Lo difícil y lo verdaderamente poderoso es obedecer cuando no lo entiendes, cuando no lo sientes, cuando no ves frutos inmediatos. Esa obediencia silenciosa, esa que no aplaude nadie, es la que mueve montañas. Mira el caso de Noé.
Dios le pidió que construyera un arca en medio de la tierra seca cuando no llovía, cuando no había señales, cuando todo el mundo se reía de él. Pero Noé no discutió con Dios. No preguntó mil veces, no se esperó a que las nubes se pusieran negras.
Noé obedeció y su obediencia salvó no solo su vida, sino la de su familia y de toda una generación. Y eso es lo que tal vez Dios está esperando de ti, que obedezcas aún cuando no veas, que te muevas cuando él te diga, aunque el camino no esté claro. Porque lo que hoy parece un acto simple, un paso pequeño, una decisión incómoda, puede ser justo lo que desate el milagro que llevas tiempo esperando.
A veces Dios te dice que te alejes de ciertos ambientes, que apagues ciertas voces, que tomes distancia de personas que te frenan. Y tú quizás no quieres hacerlo porque son parte de tu rutina, de tu comodidad, pero la fe también es tener el valor de soltar lo que Dios te está pidiendo, aunque te duela, aunque no comprendas, porque la obediencia hoy es la protección de mañana. Jesús mismo fue el mayor ejemplo de esto.
Cuando estaba en el huerto de Getsemaní, sabía lo que venía, sabía que la cruz lo esperaba. Y aún así, su oración fue, "Padre, si es posible, pasa de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Ese es el corazón de la verdadera fe, saber que puedes pedir, pero estar dispuesto a aceptar lo que Dios decida.
Porque no se trata solo de que Dios haga tu voluntad. Se trata de que tú confíes tanto en él, que estés dispuesto a seguirle, incluso si su voluntad no es lo que tú esperabas. Y esto puede ser muy difícil de aceptar porque queremos que nuestra fe solo traiga bendiciones, milagros, respuestas rápidas, pero a veces la fe te llevará por procesos, por caminos estrechos, por momentos de silencio.
Y en esos momentos obedecer será tu mayor acto de adoración. Así que pregúntate hoy, ¿hay algo que Dios me pidió y no he obedecido por miedo, por dudas, por comodidad? Porque quizás ese paso que no has dado es el que está bloqueando lo que tanto estás esperando.
No esperes sentirte listo. No esperes que todo tenga lógica. Dios muchas veces te moverá sin darte todos los detalles, pero si obedeces, si confías en su voz más que en tus cálculos, entonces verás cómo lo imposible empieza a tomar forma.
Obedecer no siempre es fácil, pero siempre vale la pena porque Dios nunca te pide algo para destruirte, siempre es para formarte, protegerte o prepararte para algo mayor. Novena parte. La fe que sana tu interior antes que tu exterior.
Hay algo que pocos dicen, pero que todos en algún momento experimentamos. A veces creemos que lo que más necesitamos es un cambio externo, cuando en realidad lo que más surge es una transformación interior. Y la fe cuando es genuina no solo mueve montañas fuera de ti, también empieza por sanar lo que hay dentro de ti.
Porque, ¿de qué sirve alcanzar tus metas, lograr lo que te propones, tener éxito a los ojos de los demás? Si por dentro estás roto, lleno de heridas, inseguridades, traumas, vacíos, miedos, Dios quiere darte mucho más que logros, quiere darte paz, quiere que tu alma esté en orden antes de entregarte bendiciones que podrías malgastar si no estás bien por dentro. Por eso, muchas veces, antes de cumplir tu sueño, Dios te lleva a un proceso donde te confronta contigo mismo, te muestra lo que necesitas sanar, te revela qué áreas siguen atadas a la tristeza, al orgullo, al pasado.
Y aunque ese proceso puede ser incómodo, también es profundamente liberador. En el Evangelio de Lucas, capítulo 8, encontramos a una mujer que llevaba 12 años con flujo de sangre. Había gastado todo lo que tenía en médicos, en soluciones, en intentos y nada funcionaba.
Pero un día entre la multitud se acercó a Jesús y tocó el borde de su manto, y al instante fue sana. Pero lo más impactante no fue solo la sanidad física, fue lo que Jesús hizo después. Él se detuvo, la buscó, le habló, le dijo, "Hija, tu fe te ha salvado.
Ve en paz. " Esa palabra salvado no solo hablaba de su cuerpo, hablaba de su alma. Porque Jesús no solo quiere sanar lo visible, quiere restaurar lo que nadie ve.
Quizás tú también llevas años con heridas internas. Tal vez has logrado cosas, pero sientes que algo dentro de ti sigue roto. Quizás te cuesta confiar, amar, perdonar, empezar de nuevo.
Y Dios lo sabe. Por eso te tiene aquí leyendo esto, porque quiere empezar contigo desde adentro. La fe no solo te lleva a caminar hacia tus sueños, también te lleva a enfrentar lo que evitaste por años.
Y no para avergonzarte, sino para liberarte, para que cuando llegues a donde sueñas, llegues con un corazón sano, en paz, firme, estable. Dios no tiene prisa por llevarte a la meta. Tiene interés en formarte para que cuando llegues puedas sostener lo que él te entregó.
¿De qué sirve que logres lo que te propones si tus heridas internas sabotean la bendición? Si el dolor no resuelto te hace tomar decisiones desde el miedo y no desde la sabiduría. Por eso es tan importante dejar que la fe también entre en tus emociones, en tu pasado, en tu historia.
Porque la fe que solo toca lo externo es superficial, pero la fe que transforma tu interior es la que de verdad te cambia la vida. Y sí, puede doler. A veces vas a llorar, a veces te vas a sentir vulnerable.
Pero cada vez que decides entregarle a Dios una herida, él no solo la sana, también la convierte en testimonio. Lo que hoy es tu dolor, mañana puede ser tu mensaje. Y lo que hoy parece una herida abierta, Dios puede convertirlo en un canal para bendecir a otros.
Así que no temas. Si en este proceso de fe Dios está tocando tu interior, si sientes que te está llevando a mirar hacia dentro, es porque te ama tanto que no quiere que avances cojeando. Quiere verte libre, pleno, renovado.
Confía, porque antes de entregarte lo que te propusiste, Dios quiere que tú mismo te conviertas en alguien más fuerte, más sabio, más sano. Y esa transformación empieza con una simple decisión. permitirle a Dios entrar no solo en tu futuro, sino en tu alma.
Décima parte. La fe te conecta con el propósito, no solo con los resultados. Hay una verdad que a muchos nos cuesta aceptar y es que no todo lo que deseamos es parte del propósito de Dios para nuestra vida.
A veces tenemos metas, planes, sueños que pueden ser buenos, que pueden parecer nobles, pero que no siempre son lo que Dios diseñó para nosotros. Y la fe auténtica, la madura, es la que sabe decir, Dios, haz tu voluntad, aunque no se parezca a la mía. Y es que sí, claro que puedes lograr lo que te propones, pero también debes preguntarte, ¿esto que quiero está alineado con lo que Dios quiere para mí?
Porque cuando tu fe está conectada al propósito de Dios, entonces no solo vives persiguiendo logros, sino que caminas en paz. No te mueves por ansiedad, ni por competencia, ni por presión. Te mueves porque sabes que estás donde debes estar.
Uno de los mayores peligros hoy es tener metas desconectadas de la identidad que Dios te dio. Puedes pasar años trabajando por un sueño y al final darte cuenta de que era el sueño de alguien más, que lo hiciste por aprobación, por miedo a quedarte atrás, por necesidad de reconocimiento. Pero cuando tu fe se alínea con el propósito eterno de Dios, todo cambia, porque ya no caminas por impulso, caminas con dirección.
Jeremías, capítulo 29 verso 11 dice, "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. " Esa palabra es clave. Dios no improvisa contigo.
Él ya pensó en ti antes de que tú siquiera pensaras en él. Él tiene un diseño para tu vida y tu fe es la llave que te conecta con ese diseño. Por eso, no tengas miedo de soltar lo que te propusiste.
Si Dios te muestra que tiene algo mejor. No te apegues a una idea solo porque llevas años persiguiéndola. A veces tener fe también es tener el valor de decir, "Esto ya no me representa, esto ya no me edifica, esto ya no me impulsa al propósito.
Y entonces soltar para hacer espacio a lo nuevo que Dios tiene. " Te digo esto con mucho amor. No todo éxito visible es bendición.
Hay puertas que se abren por insistencia humana, pero que no traen paz. Hay oportunidades que parecen doradas, pero están vacías por dentro. Y hay caminos que todo el mundo celebra, pero que te alejan de ti mismo.
Por eso, la fe también necesita discernimiento, porque si no, puedes lograr lo que te propusiste y aún así sentirte perdido. Tener fe no es solamente decir, "Yo voy a lograrlo," sino también poder decir yo voy a obedecer aunque no sea lo que yo imaginé. Y esa obediencia, esa rendición no es resignación, es confianza plena.
Es saber que Dios ve más allá, que él conoce el futuro, los detalles, las consecuencias, que él sabe qué cosas van a edificarte y cuáles van a desenfocarte. Y cuando caminas desde ahí, desde esa fe que busca propósito y no solo resultado, entonces tu alma descansa. Ya no te comparas.
Ya no te frustras por el ritmo de los demás. Ya no te enojas si algo se retrasa, porque entiendes que todo lo que es tuyo llegará en el tiempo perfecto de Dios, ni antes ni después, justo cuando tu corazón esté listo para recibirlo. Así que hoy quiero invitarte a algo más profundo.
No solo le pidas a Dios que te ayude a lograr lo que te propones, pídele que te muestre si eso que te propusiste realmente viene de él. Pídele claridad, pídele sabiduría, porque cuando caminas en propósito, tu alma florece. Y la fe que se alinea con el cielo, esa es la fe que no falla nunca.
Undécima parte. Dios no se fija en tus capacidades, sino en tu disponibilidad. Una de las mentiras más comunes que el enemigo siembra en nuestra mente es que no somos lo suficientemente buenos, preparados, talentosos o fuertes para lograr algo.
Y cuando esa mentira se instala, lo primero que mata es la fe, porque empiezas a pensar que el llamado de Dios es solo para otros, para los que hablan bien, para los que tienen más recursos, para los que parecen tenerlo todo bajo control. Pero eso no es verdad. Dios nunca ha buscado a los más capaces.
Dios busca corazones disponibles, personas dispuestas a decir, "Señor, aquí estoy. No sé cómo hacerlo, pero si tú me guías, yo voy. " Porque él no necesita tu experiencia, necesita tu obediencia.
No requiere que tengas todo resuelto, solo que digas, "Sí. " Mira a Moisés. Cuando Dios lo llamó para liberar al pueblo de Israel, lo primero que hizo Moisés fue presentar sus excusas.
Le dijo a Dios que no sabía hablar bien, que no lo escucharían, que no era capaz. Pero Dios no aceptó esas excusas. Le respondió con firmeza, ¿quién dio la boca al hombre?
No soy yo, Jehová. Es decir, no te fijes en lo que te falta. Fíjate en quien te envía.
Eso mismo te dice Dios hoy. No te enfoques en tus limitaciones, enfócate en su grandeza. Porque cuando él llama también capacita.
Cuando él te elige también te respalda. Y lo que tú ves como una debilidad puede ser justo lo que Dios use para glorificarse a través de ti. A veces tú mismo eres quien se pone trabas.
Te saboteas, dices, "No sé hablar en público, no tengo estudios suficientes, soy muy tímido, vengo de una familia rota, he fallado mucho. " Pero si estudias la Biblia, te vas a dar cuenta de que Dios siempre eligió a personas imperfectas. Pedro era impulsivo.
Pablo fue perseguidor. Rahab era una prostituta. Gedeón dudaba de todo y sin embargo, todos ellos hicieron historia.
¿Por qué? Porque cuando Dios ve un corazón dispuesto, hace maravillas. Él no necesita instrumentos perfectos, necesita instrumentos rendidos.
Y si tú estás dispuesto a creerle, aunque no tengas claridad total, aunque no tengas los recursos ni el respaldo de otros, entonces Dios va a empezar a moverse contigo. Y cuando él se mueve, todo cambia, porque tu debilidad se convierte en testimonio, porque las personas que te veían como insignificante verán cómo Dios te levanta. Y no porque tú pudiste solo, sino porque tu fe abrió un camino que antes estaba cerrado.
Recuerda esto siempre. Dios no busca superhéroes, busca gente con el corazón quebrado que diga, "Yo quiero que tú me uses. " Él no elige por apariencia, ni por currículum, ni por habilidades.
Elige por propósito. Y si estás escuchando este mensaje, es porque tú también tienes uno. Así que no te sigas menospreciando, no sigas diciendo, "Yo no puedo, porque tú con Dios de tu lado puedes más de lo que imaginas.
Puedes ser canal de sanidad para otros. Puedes restaurar familias. Puedes iniciar proyectos que bendigan a miles.
Puedes dejar una huella que transforme generaciones. Pero todo empieza con un sí. Un sí sencillo, un sí honesto, un sí en medio del miedo, un sí que dice, "Señor, no sé cómo, pero confío en ti.
" Y ese sí, ese sí es todo lo que Dios necesita para comenzar la obra en tu vida. Duodécima parte. Cuando tu fe te transforma antes de transformar tu realidad, una de las cosas más poderosas que Dios hace con tu fe no es cambiar lo que te rodea, sino cambiarte a ti.
Y eso es algo que a veces pasamos por alto, porque creemos que tener fe es ver que todo a nuestro alrededor se acomode, que las circunstancias se transformen, que el milagro llegue rápido, que la meta se logre sin tanto proceso. Pero lo que Dios busca muchas veces no es primero cambiar tu situación, sino transformarte a ti dentro de esa situación. Porque Dios sabe que si cambia primero tu realidad, pero tú sigues siendo el mismo por dentro, entonces repetirás los mismos errores.
Pero si tu corazón cambia primero, entonces cualquier realidad futura se convierte en un terreno fértil para la bendición. Y eso es lo que hace la fe. La fe verdadera no solo espera algo de Dios, también permite que Dios haga algo en ti.
Empiezas a pensar distinto, a ver distinto, a reaccionar distinto, porque la fe no solo abre puertas afuera, abre ventanas por dentro. Ventanas de entendimiento, de madurez, de humildad, de paciencia, de fortaleza. Mira al joven José en el libro de Génesis.
Él tenía un sueño, un propósito que venía directamente de Dios. Pero antes de ver el cumplimiento de ese sueño, pasó por el pozo, la esclavitud, la calumnia, la cárcel, el abandono. ¿Por qué?
Porque Dios no solo quería llevarlo al palacio, quería prepararlo para sostener el palacio sin que se le subiera al corazón. Si Dios le hubiera dado el trono desde el primer día, tal vez el orgullo habría destruido. Pero como permitió que pasara por procesos, José llegó al lugar que Dios había prometido con un corazón transformado.
Ya no era un muchacho orgulloso con visiones de grandeza. Era un hombre que sabía lo que era sufrir, esperar, perdonar, confiar. Y así es contigo.
Dios no está ignorando tu fe. Él la está utilizando para transformarte. Cada oración sin respuesta inmediata te enseña a perseverar.
Cada puerta cerrada te enseña a confiar más en su tiempo. Cada caída te enseña a depender más de su gracia. Porque más importante que lo que logres es en quién te conviertes mientras lo logras.
Entonces, no midas tu fe solo por los resultados visibles. Mídela por lo que está haciendo en tu carácter, en tu mente, en tu espíritu. Pregúntate, hoy tengo más paz que ayer.
¿Estoy confiando más? ¿Estoy reaccionando con menos miedo? ¿Estoy amando más?
Perdonando más, rindiéndome menos. Si las respuestas son sí, entonces tu fe está viva, aunque todavía no veas todo lo que esperas. Dios es un padre sabio.
No quiere solo verte alcanzando cosas. quiere verte creciendo, porque lo que tú llegas a hacer con él vale mucho más que lo que puedas lograr sin él. Así que celebra tu proceso, aunque todavía falte camino, aunque no todo esté claro, porque si tu fe te está cambiando por dentro, entonces ya estás más cerca de la victoria, ya estás más cerca del propósito, porque cuando tú cambias, todo a tu alrededor empieza también a cambiar.
Y eso, eso es el poder más grande de la fe, no solo transformar lo externo, sino hacer de ti una persona nueva, más fuerte, más libre, más parecida al corazón de Dios. Yeah.