Un niño le dice a su madre algo impactante sobre su padrastro; entonces la madre finge irse y decide esconderse bajo la cama. La escena que vio la dejó en shock. Marta cerró la puerta de su casa con un suspiro de alivio; otro día de trabajo había terminado. Se quitó los zapatos y caminó descalza por el pasillo, disfrutando la sensación del piso frío bajo sus pies cansados. —Lucas, ¿dónde estás, cariño? —llamó. No hubo respuesta. Frunció el ceño y se dirigió a la cocina. Sobre la mesa encontró una nota garabateada con la letra desordenada de su
hijo de 8 años: “Mamá, estoy en mi cuarto. No quiero cenar. Lucas”. Marta subió las escaleras de dos en dos, con el corazón acelerado. Algo andaba mal; Lucas nunca rechazaba la cena. Tocó suavemente a la puerta de su habitación. —Lucas, ¿puedo pasar? —silencio—. Voy a entrar, ¿está bien? Abrió la puerta lentamente. La habitación estaba oscura, iluminada solo por la luz del pasillo que se colaba por la abertura. —Lucas —susurró—. Un sordo ahogado vino desde el rincón. Marta encendió la luz y vio a su hijo hecho un ovillo en la esquina, entre la cama y la
pared. —Oh, cariño —se acercó y se arrodilló junto a él—. ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? Lucas levantó la mirada; sus ojos hinchados y enrojecidos. —No, no quiero hablar de eso. Marta sintió que se le encogía el corazón. —Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? Sea lo que sea, lo resolveremos juntos. El niño negó con la cabeza violentamente. —No, no puedo decírtelo; me va a matar si lo hago. Marta se quedó helada. —¿Quién? ¿Lucas, quién te va a matar? Lucas volvió a esconder el rostro entre sus rodillas. —Nadie, olvídalo. —Lucas, mírame —Marta tomó suavemente el
rostro de su hijo entre sus manos—. Nadie va a hacerte daño; soy tu mamá y voy a protegerte siempre. Por favor, dime qué está pasando. El niño la miró con ojos llenos de miedo. —Es... es Ernesto. Marta sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. —¿Ernesto? ¿Tu padrastro? ¿Qué pasa con él? Lucas desvió la mirada. —Él... él me lastima cuando tú no estás. —¿Qué? ¡No, no puede ser! —Marta sacudió la cabeza, incrédula—. Debe ser un malentendido; Ernesto te quiere mucho, ¿no es verdad? —¡Gritó! —Lucas apartándose bruscamente—. Tú nunca me crees. Por eso...
no quería decirte nada. —Lucas, espera... Pero el niño ya se había metido bajo las sábanas, dándole la espalda. Marta se quedó allí, arrodillada en el suelo, con la mente dando vueltas. No podía ser cierto; Ernesto era un buen hombre, la trataba bien, era cariñoso con Lucas, ¿o no? Se levantó lentamente y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Necesitaba pensar. Bajó a la cocina y se sirvió un vaso de agua con manos temblorosas. ¿Cómo podía ser posible? Llevaba 2 años con Ernesto, creía conocerlo bien. El sonido de la puerta principal abriéndose la
sobresaltó. —Cariño, ya llegué —la voz alegre de Ernesto resonó en el pasillo. Marta respiró hondo, tratando de componer su expresión. No podía dejar que notara nada hasta estar segura. Ernesto entró a la cocina con una sonrisa. —¿Cómo estuvo tu día, amor? —se acercó para besarla, pero Marta se apartó instintivamente. La sonrisa de Ernesto vaciló. —¿Pasa algo? Marta negó con la cabeza, forzando una sonrisa. —No, solo estoy cansada; fue un día largo. —Oh... —Ernesto frunció el ceño, preocupado—. ¿Quieres que pida algo para cenar? Así no tienes que cocinar. —No, gracias; no tengo hambre —Marta evitó su
mirada—. De hecho, creo que me iré a dormir temprano. —¿Segura que estás bien? Ernesto intentó tocarle el hombro, pero ella se alejó. —Sí, sí, solo necesito descansar. Marta se dirigió a la puerta. —Buenas noches. —Espera —dijo Ernesto—. ¿Dónde está Lucas? Quería mostrarle algo que le traje. Marta se detuvo en seco, con la mano en el marco de la puerta. —Está... está durmiendo; no se sentía bien. —Oh, qué lástima. ¿Quieres que vaya a verlo? —No. —El grito salió de su boca antes de que pudiera controlarlo. Se giró y vio la expresión confundida de Ernesto—. Quiero decir,
no, déjalo descansar; ya lo verás mañana. Sin esperar respuesta, Marta subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación. Se dejó caer en la cama, con el corazón latiendo desbocado. ¿Qué iba a hacer ahora? Los días siguientes fueron una tortura para Marta; cada vez que veía a Ernesto interactuar con Lucas, escrutaba cada gesto, cada palabra, buscando señales de algo siniestro, pero todo parecía normal. Ernesto era el mismo de siempre: atento, cariñoso, paciente con los berrinches ocasionales de Lucas. Sin embargo, notaba que su hijo estaba más retraído, más callado; ya no corría a saludar a
Ernesto cuando llegaba del trabajo como solía hacer antes. Una tarde, mientras preparaba la cena, Marta decidió hablar con Lucas nuevamente. Lo encontró en su habitación, dibujando en silencio. —Hola, cariño, ¿puedo pasar? Lucas asintió sin levantar la vista de su dibujo. Marta se sentó en la cama a su lado. —¿Qué estás dibujando? —Nada —murmuró Lucas, cubriendo el papel con su brazo. Marta suspiró. —Lucas, necesito que hablemos sobre lo que me dijiste el otro día sobre Ernesto. El lápiz de Lucas se detuvo en seco. —No quiero hablar de eso —dijo en voz baja. —Sé que es difícil,
pero necesito saber exactamente qué pasó. ¿Puedes contarme? Lucas negó con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas. —Por favor, Lucas, soy tu mamá; estoy aquí para protegerte, pero necesito saber la verdad. El niño la miró con una mezcla de miedo y resignación. —¿Me prometes que no te enojarás? —Te lo prometo, cariño; nada de lo que me digas hará que me enoje contigo. Lucas respiró hondo y comenzó a hablar en un susurro. —A veces, cuando tú no estás, Ernesto viene a mi cuarto; dice que quiere jugar conmigo, pero sus juegos me dan miedo. Marta sintió... Que
se le helaba la sangre. ¿Qué clase de juegos, Lucas? —juegos de tocarse— murmuró. El niño, con la mirada fija en el suelo, dice que es normal que todos los papás jueguen así con sus hijos, pero yo sé que no es cierto. Me hace sentir mal. Marta tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritar; respiró hondo, tratando de mantener la calma por el bien de Lucas. —¿Por qué no me lo dijiste antes, cariño? —Lucas la miró con ojos llenos de culpa—. Porque Ernesto dijo que si te contaba, te pondrías triste y nos dejarías; dijo que
sería mi culpa si nuestra familia se rompía. Marta abrazó a su hijo con fuerza, las lágrimas corriendo por sus mejillas. —Nada de esto es tu culpa, Lucas, absolutamente nada. Fuiste muy valiente al contármelo. ¿Qué vamos a hacer ahora, mamá? —preguntó Lucas con voz temblorosa. Marta se apartó y miró a su hijo a los ojos. —Vamos a salir de esta. Te lo prometo, pero necesito que seas fuerte y confíes en mí, de acuerdo? Lucas asintió, abrazándola con fuerza. —Bien —dijo Marta, tratando de que su voz sonara firme—. Ahora quiero que hagas tu maleta. Pon tu ropa
y tus juguetes favoritos. Nos vamos —preguntó Lucas, sorprendido. —Sí, cariño. Vamos a ir a casa de la abuela por unos días. —¿Y Ernesto? —Marta apretó los puños. —No te preocupes por él. Yo me encargaré de todo. Mientras Lucas empacaba, Marta fue a su habitación y llamó a su madre. —Mamá, necesito tu ayuda. Lucas y yo vamos para allá; te explicaré todo cuando lleguemos. Luego marcó el número de su mejor amiga. —Ana, soy yo. Necesito un favor enorme: ¿puedes venir a buscarme a mí y a Lucas? Es una emergencia. Media hora después, Marta y Lucas estaban
en el auto de Ana rumbo a casa de la abuela. —¿Estás segura de que no quieres que llame a la policía? —preguntó Ana, preocupada. Marta negó con la cabeza. —Todavía no. Necesito pruebas concretas. Si no, será su palabra contra la de Lucas y no quiero someterlo a ese estrés. —¿Y qué vas a hacer? Marta miró por la ventana, su rostro, una máscara de determinación. —Voy a conseguir esas pruebas, cueste lo que cueste. Los días en casa de la abuela fueron un respiro para Lucas; poco a poco, el niño volvía a sonreír, a jugar. Marta lo
observaba con una mezcla de alivio y dolor. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ernesto la llamaba constantemente, preguntando cuándo volverían. Marta inventaba excusas, diciendo que Lucas estaba enfermo, que su madre necesitaba ayuda. Una tarde, mientras Lucas jugaba en el jardín, Marta se sentó con su madre en la cocina. —Mamá, necesito contarte algo. —Su madre la miró con preocupación. —¿Qué pasa, hija? Has estado muy rara estos días. Marta respiró hondo y le contó todo. Su madre la escuchó en silencio, su rostro pasando de la incredulidad al horror y luego a la furia. —¡Ese malnacido! —exclamó
cuando Marta terminó—. Hay que denunciarlo ya mismo. —No es tan simple, mamá —dijo Marta con cansancio—. Necesito pruebas. Si no, será la palabra de Lucas contra la de Ernesto y no quiero exponer a mi hijo a eso. —¿Y qué piensas hacer entonces? Marta la miró con determinación. —Voy a volver a casa sola y voy a conseguir esas pruebas. —¡Estás loca! —exclamó su madre—. Es peligroso. —Es la única forma —insistió Marta—. Necesito que te quedes con Lucas. Dile que tuve que volver al trabajo por una emergencia. Su madre la miró con preocupación. —No me gusta nada
esto, Marta, pero sé que no puedo detenerte. Solo ten cuidado, por favor. Marta sintió y abrazó a su madre, luego fue al jardín a despedirse de Lucas. —¿Tienes que irte, mamá? —preguntó el niño con ojos tristes. —Solo por unos días, cariño —dijo Marta acariciando su cabello—. Tengo que resolver algo importante en el trabajo, pero volveré pronto, lo prometo. —¿Y tendré que volver con Ernesto? —la voz de Lucas temblaba. Marta lo abrazó con fuerza. —No, mi amor. Nunca más tendrás que preocuparte por él, te lo juro. Esa noche, Marta volvió a su casa. Ernesto la recibió
con una mezcla de alivio y reproche. —Por fin. Estaba preocupado. ¿Por qué no contestabas mis llamadas? Marta forzó una sonrisa. —Lo siento. Estuve muy ocupada con mi madre y Lucas. Sabes cómo es cuando se pone enfermo. —¿Y dónde está él ahora? —Todavía en casa de mi madre. El médico recomendó que se quedara unos días más. Ernesto frunció el ceño. —¿No crees que exageran? Es solo un resfriado. Marta se tensó. —El médico sabe lo que hace —dijo más bruscamente de lo que pretendía. —Está bien, está bien —Ernesto levantó las manos en señal de rendición—. Solo digo
que lo echo de menos en la casa. Se siente vacía sin él. Marta tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritarle; en cambio, respiró hondo y dijo: "Yo también lo extraño, pero volverá pronto." Ernesto asintió, tomando su café. "Por cierto, hoy llegaré tarde, tengo una reunión importante después del trabajo." "Oh," dijo Marta, tratando de ocultar su alivio, "está bien, no te preocupes." Cuando Ernesto se fue, Marta se puso manos a la obra; recorrió la casa buscando cualquier cosa sospechosa, cualquier evidencia que pudiera respaldar la historia de Lucas, pero no encontró nada fuera de lo
común. Frustrada, se sentó en el sofá del salón. ¿Qué iba a hacer ahora? Necesitaba pruebas concretas, algo que no dejara lugar a dudas. De repente, tuvo una idea: era arriesgada, peligrosa incluso, pero podría funcionar. Esa tarde, cuando Ernesto llamó para confirmar que llegaría tarde, Marta puso su plan en marcha. Llamó a Lucas. "Hola, cariño," dijo cuando el niño contestó. "¿Cómo estás?" "Bien, mamá," respondió Lucas. "¿Cuándo vas a venir?" "Pronto, mi amor, muy pronto," prometió Marta. "Oye, necesito que me hagas un favor, es muy importante." "¿Qué cosa?" Marta respiró hondo. "Necesito que llames a Ernesto." Hubo
un silencio al otro lado de la línea. "No quiero," dijo Lucas, finalmente, con voz temblorosa. "Lo sé, cariño. Sé que es difícil, pero es muy importante. Necesito que le digas que vas a volver a casa mañana." "Pero… ¿no es verdad?" "Oh, sí." La voz de Lucas sonaba asustada. "No, mi amor, no vas a volver todavía, pero necesito que Ernesto crea que sí. ¿Puedes hacer eso por mí?" Hubo otro silencio, más largo. "Está bien," dijo Lucas, finalmente. "Lo haré." "Gracias, cariño, eres muy valiente. Te prometo que todo estará bien." Después de colgar, Marta se preparó. Sabía
que lo que estaba a punto de hacer era peligroso, pero no veía otra opción. Esa noche, cuando escuchó el coche de Ernesto en el garaje, Marta ya estaba en posición; se había escondido debajo de la cama de Lucas, con el corazón latiendo tan fuerte que temía que Ernesto pudiera oírlo. Escuchó los pasos de Ernesto subiendo las escaleras. Se detuvo frente a la habitación de Lucas; hubo un momento de pausa y luego la puerta se abrió. "Lucas," llamó Ernesto suavemente. "Oh, ¿cierto, vuelves mañana?" Marta contuvo la respiración. Los pasos de Ernesto se acercaron a la cama.
Lo vio sentarse en el borde. "Te he echado de menos, pequeño," murmuró Ernesto. "Mañana jugaremos a nuestro juego especial; será nuestro secreto, como siempre." Marta sintió que la bilis le subía por la garganta. Quería salir de su escondite y confrontarlo, pero sabía que tenía que esperar; necesitaba más. Ernesto se levantó y se dirigió al armario de Lucas. Lo abrió y sacó algo del fondo. "Nuestro pequeño tesoro," dijo Ernesto, y Marta pudo oír el sonido de páginas pasando. "Tantos recuerdos aquí, nuestro secreto." Marta no pudo contenerse más; salió de debajo de la cama de un salto.
"¡Suelta eso!" Ernesto se giró, sorprendido y horrorizado. "Marta, ¿qué—? ¿Qué haces aquí?" "¿Qué hago yo aquí?" gritó Marta, temblando de rabia. "¿Qué haces tú en la habitación de mi hijo, hablando de secretos y juegos especiales?" Ernesto palideció. "No, no es lo que piensas; puedo explicarlo." "¿Explicarme cómo has estado abusando de mi hijo? ¿Cómo lo has estado aterrorizando?" "No," Ernesto retrocedió, aferrando el objeto contra su pecho. "No lo entiendes." "Lucas y yo tenemos una relación especial; él me quiere." "¡Es un niño!" rugió Marta. "¡Un niño inocente al que has estado lastimando!" Ernesto cambió de táctica; su
expresión se endureció. "No tienes pruebas de nada. Será tu palabra contra la mía. ¿A quién crees que le creerán: a la madre histérica o al padrastro respetable?" Marta sonrió, una sonrisa fría y sin humor. "Oh, tengo pruebas." Sacó su teléfono del bolsillo. "He estado grabando todo, desde que entraste en esta habitación; cada palabra." El rostro de Ernesto se descompuso. "No, no puedes hacer eso." "Ya lo hice," dijo Marta. "Y ahora vas a darme lo que sea que tienes en las manos, y luego vas a salir de mi casa para siempre." "¡No!" gritó Ernesto, y de
repente se lanzó hacia la puerta. Marta reaccionó por instinto; se arrojó sobre él, agarrándolo por la cintura. Ambos cayeron al suelo, forcejeando. "¡Suéltame!" gritaba Ernesto, tratando de liberarse. "¡Dame eso!" Marta luchaba por arrancarle el objeto de las manos. En medio del forcejeo, el objeto cayó al suelo; era un álbum de fotos. Se abrió, y las imágenes que contenía hicieron que Marta se quedara paralizada de horror. Aprovechando su distracción, Ernesto se liberó y corrió hacia la puerta, pero Marta reaccionó rápidamente; agarró lo primero que encontró: una lámpara de la mesita de noche y se la arrojó.
La lámpara golpeó a Ernesto en la cabeza, haciéndolo tropezar. Cayó por las escaleras con un grito ahogado. Marta se quedó inmóvil, escuchando el silencio. Con piernas temblorosas, bajó las escaleras. Ernesto yacía al pie de ellas, inmóvil. Marta sacó su teléfono nuevamente, pero esta vez para marcar un número diferente. "Emergencias, ¿cuál es su situación?" Marta miró el cuerpo inmóvil de Ernesto, luego el álbum de fotos que aún estaba en el suelo de la habitación de Lucas. "Necesito ayuda," dijo con voz temblorosa. "Creo… creo que acabo de matar a alguien." Antes de continuar, te invitamos a compartir
esta historia, a suscribirte a nuestro canal, y lo más importante: todos, déjanos tu comentario en la caja de comentarios. El sonido de las sirenas rompió el silencio de la noche. Marta permanecía sentada en el último escalón, con la mirada fija en el cuerpo inmóvil de Ernesto; sus manos temblaban incontrolablemente mientras sostenía el teléfono. "La llamada al 911 aún en curso." "Señora, ¿sigue ahí?" La voz del operador sonaba distante, como si viniera de otro mundo. "Sí," murmuró Marta. "La policía y la ambulancia están en…" "Camino, por favor, no se mueva de donde está y no toque
nada. Puede hacer eso." Marta asintió mecánicamente, olvidando por un momento que el operador no podía verla. "Sí," repitió. Finalmente, los minutos que siguieron parecieron eternos. Marta no podía apartar la vista de Ernesto. Estaba realmente muerto o solo inconsciente. Una parte de ella quería acercarse y comprobarlo, pero otra más racional le decía que se quedara quieta. El ruido de sirena se hizo más fuerte hasta que finalmente se detuvo frente a la casa. Luces rojas y azules iluminaron las ventanas, proyectando sombras danzantes en las paredes. "Policía, abra la puerta." Marta se levantó con dificultad, sus piernas entumecidas
por haber permanecido tanto tiempo en la misma posición. Caminó como un autómata hacia la entrada y abrió la puerta. Dos oficiales de policía la miraron con una mezcla de cautela y preocupación. "¿Es usted quien llamó al 911?" preguntó uno de ellos. Marta sintió. "Está ahí dentro," dijo, señalando hacia el pasillo. Los oficiales entraron rápidamente, seguidos por los paramédicos. Marta se quedó en la puerta, observando cómo se desarrollaba la escena frente a ella, como si fuera una película. "¡Tenemos pulso!" gritó uno de los paramédicos. "Débil, pero está ahí." Marta sintió que le fallaban las piernas; se
apoyó contra la pared para no caer. Ernesto estaba vivo; no era una asesina. "Señora," dijo uno de los oficiales acercándose a ella. "Necesito que me acompañe. Tenemos que hacerle algunas preguntas." Marta lo siguió dócilmente hasta la cocina. Se sentó en una de las sillas mientras el oficial tomaba asiento frente a ella. "Soy el oficial Ramírez," dijo el policía. "¿Puede decirme qué sucedió aquí esta noche?" Marta respiró hondo, tratando de ordenar sus ideas. "Yo... yo descubrí que mi pareja estaba abusando de mi hijo." El oficial Ramírez frunció el ceño. "¿Abusando en qué sentido?" "Sexual," dijo Marta,
y la palabra le supo a ceniza en la boca. "He estado sospechando por un tiempo, pero esta noche... esta noche obtuve pruebas." "¿Qué tipo de pruebas?" Marta cerró los ojos por un momento. "Hay... hay un álbum en la habitación de mi hijo, tiene fotos." El oficial Ramírez asintió gravemente. "Entiendo. ¿Y qué pasó después?" "Lo confronté, intentó escapar, forcejeos... y cayó por las escaleras." En ese momento, el otro oficial entró en la cocina. "Ramírez, encontramos algo arriba, tienes que verlo." El oficial Ramírez se levantó. "No se mueva de aquí," le dijo a Marta antes de salir.
Marta se quedó sola en la cocina, escuchando el ir y venir de los paramédicos y la policía. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Una hora, dos? Había perdido toda noción del tiempo. De repente, recordó algo que hizo que su corazón se acelerara: Lucas. Tenía que llamar a su madre, asegurarse de que Lucas estuviera bien. Buscó frenéticamente su teléfono, pero no lo encontraba. "¿Dónde lo había dejado?" "Busca esto." El oficial Ramírez había vuelto, sosteniendo su teléfono. "Lo encontramos arriba, parece que estaba grabando." Marta asintió. "Sí, yo quería tener pruebas." El oficial le devolvió el teléfono. "Señora, hemos encontrado
el álbum del que habló y hemos escuchado la grabación. Su historia coincide con la evidencia que hemos recolectado hasta ahora." Sintió un leve alivio, pero sabía que esto estaba lejos de terminar. "¿Qué va a pasar ahora?" preguntó. "Bueno, su pareja está siendo trasladado al hospital. Tiene una conmoción cerebral y algunas costillas fracturadas, pero sobrevivirá. En cuanto a usted..." El oficial hizo una pausa. "Basándonos en la evidencia preliminar, parece un caso claro de defensa propia. Sin embargo, tendrá que venir a la comisaría para una declaración formal." Marta asintió. "¿Puedo hacer una llamada primero? Necesito hablar con
mi hijo." El oficial Ramírez asintió. "Adelante, pero sea breve, por favor." Con manos temblorosas, Marta marcó el número de su madre. Sonó tres veces antes de que contestara. "Marta, ¿qué sucede? Es muy tarde." La voz de Marta se quebró. "Necesito hablar con Lucas, por favor." Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea. "Está dormido, hija. ¿Pasó algo?" Marta cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas. "Sí, mamá, pasó algo grande. Te lo explicaré todo después, pero por ahora, por ahora solo necesito saber que Lucas está bien." "Puedes comprobarlo por mí." "Claro, espera
un momento." Marta esperó conteniendo la respiración. Podía escuchar los pasos de su madre por el pasillo, el suave crujido de una puerta abriéndose. "Está profundamente dormido," dijo su madre finalmente. "Parece tranquilo." "Marta, me estás asustando. ¿Qué está pasando?" "Te lo explicaré todo pronto, mamá. Por ahora, solo cuida de Lucas, ¿sí? No dejes que nadie se le acerque, ni siquiera si preguntan por mí o por Ernesto. ¿Entiendes?" "Marta, prométemelo." "Mamá, está bien, está bien. Te lo prometo, pero espero una explicación." "Pronto la tendrás. Te quiero, mamá." Marta colgó y miró al oficial Ramírez. "Estoy lista." El
viaje a la comisaría fue un borrón. Marta miraba por la ventanilla del coche patrulla, viendo las luces de la ciudad pasar, sin realmente verlas; su mente estaba en otro lugar, con Lucas. En la comisaría, la llevaron a una pequeña sala de interrogatorios. Las paredes grises y la mesa de metal le daban un aire frío e impersonal que hizo que Marta se estremeciera. El oficial Ramírez entró acompañado por una mujer en traje. "Señora Valdés, esta es la detective López; ella se encargará de tomar su declaración." La detective López se sentó frente a Marta, su expresión seria
pero no hostil. "Señora, entiendo que ha pasado por una experiencia traumática esta noche, pero necesito que me cuente todo lo que pasó desde el principio. Tómese su tiempo." Marta respiró hondo y comenzó a hablar. Les contó sobre las sospechas iniciales, la confesión de Lucas, su plan para obtener pruebas. Su voz se quebró cuando llegó a la parte del álbum de fotos. "Eran, eran fotos de Lucas," dijo, las lágrimas corriendo por sus mejillas. "Mi bebé, ¿cómo pude no darme cuenta?" La detective... López le ofreció un pañuelo. No se culpe, señora Valdés, los abusadores son expertos en
ocultar sus acciones. Hizo lo correcto al buscar pruebas. Marta continuó su relato, describiendo la confrontación con Ernesto y la caída por las escaleras. "No quería matarlo", dijo. "Finalmente, solo quería que se detuviera." La detective asintió, tomando notas. "Basándonos en su testimonio y la evidencia recolectada en la escena, parece un caso claro de defensa propia. Sin embargo, el fiscal tendrá la última palabra." "¿Qué pasará ahora?", preguntó Marta. "Bueno, su pareja, el señor Ernesto Morales, está bajo custodia policial en el hospital. Una vez que se recupere, será arrestado y acusado de abuso sexual infantil. En cuanto a
usted…" La detective hizo una pausa. "Por ahora es libre de irse, pero no salga de la ciudad. Es posible que necesitemos hacerle más preguntas." Marta asintió, sintiéndose repentinamente exhausta. "¿Puedo ir a ver a mi hijo?" "Por supuesto", dijo la detective. "Pero primero, hay alguien a quien pueda llamar. No debería estar sola en este momento." Marta pensó por un momento. "Sí, mi amiga Ana. Ella sabe algo de lo que estaba pasando." Bien, la detective le pasó el teléfono. "Llámela. Puede esperar aquí hasta que venga a buscarla." Media hora después, Marta estaba sentada en el coche de
Ana, camino a casa de su madre. Ninguna de las dos hablaba. Ana le había dado un abrazo silencioso al verla y no había hecho preguntas, por lo que Marta le estaba inmensamente agradecida. Cuando llegaron, Marta vio que las luces de la casa de su madre estaban encendidas, a pesar de ser casi las 4 de la madrugada. "¿Quieres que entre contigo?", preguntó Ana suavemente. Marta negó con la cabeza. "No, está bien. Gracias por todo, Ana." "Llámame si necesitas algo, de acuerdo. Lo que sea, a la hora que sea." Marta sintió y salió del coche, caminando lentamente
hacia la puerta, cada paso pesando como si llevara plomo en los zapatos. Antes de que pudiera tocar el timbre, la puerta se abrió. Su madre estaba allí, con ojeras y expresión preocupada. "Oh, Marta", dijo y la envolvió en un abrazo. Marta se derrumbó en los brazos de su madre, sollozando incontrolablemente. Todos los eventos de la noche, todo el horror y el miedo, salieron en una avalancha de lágrimas. "Shh, ya está, mi niña," murmuraba su madre, acariciándole el pelo como cuando era pequeña. "Estás a salvo. Lucas está a salvo." Finalmente, Marta se calmó lo suficiente para
entrar en la casa. Se sentó en la cocina mientras su madre le preparaba un té. "Lucas sigue dormido," dijo su madre, poniendo la taza frente a ella. "No se ha enterado de nada." "Ahora puedes decirme qué demonios ha pasado." Marta tomó un sorbo de té, dejando que el calor la reconfortara por un momento. Luego, con voz cansada, le contó todo a su madre. A medida que hablaba, vio cómo la expresión de su madre pasaba de la preocupación al horror y luego a la furia. "¡Ese, ese monstruo!", dijo cuando Marta terminó. "Debiste haberlo matado." "Mamá," exclamó
Marta, sorprendida. "Lo siento. Lo siento." Su madre se pasó una mano por el rostro. "Es solo que, ¿cómo pudo hacer algo así a un niño, a nuestro Lucas?" Marta sintió que las lágrimas volvían a sus ojos. "No lo sé, mamá. No lo sé." Se quedaron en silencio por un momento, cada una perdida en sus propios pensamientos. "¿Qué vamos a hacer ahora?" preguntó finalmente su madre. Marta suspiró. "No lo sé. Supongo que tendremos que hablar con Lucas, explicarle lo que ha pasado..." y luego se detuvo, la magnitud de lo que vendría golpeándola de repente. "Luego vendrán
los abogados, los juicios. Dios, ¿cómo vamos a pasar por todo esto?" Su madre le tomó la mano. "Un día a la vez, mi niña. Un día a la vez. Y no estarás sola; estaré contigo en cada paso del camino." Marta apretó la mano de su madre, agradecida. De repente, se escuchó un ruido en el piso de arriba: pasos pequeños bajando la escalera. "Mami," la voz somnolienta de Lucas llegó desde el pasillo. Marta se levantó de un salto. "Estoy aquí, cariño." Lucas apareció en la puerta de la cocina, frotándose los ojos. Al ver a Marta, corrió
hacia ella. "Mami," gritó, lanzándose a sus brazos. Marta lo abrazó con fuerza, las lágrimas volviendo a sus ojos. "Oh, mi amor," murmuró, besando su cabello. "Mi valiente, mi precioso niño." Lucas la miró, confundido. "¿Por qué lloras, mami? ¿Pasó algo malo?" Marta miró a su madre, quien asintió levemente. Era hora de la verdad. "Lucas, cariño," dijo Marta, arrodillándose para estar a la altura de su hijo. "Tenemos que hablar de algo muy importante." Lucas la miró con sus grandes ojos marrones, una sombra de miedo cruzando su rostro. "¿Es sobre Ernesto?" Marta sintió que se le encogía el
corazón. "Sí, mi amor. Es sobre Ernesto." La abuela se acercó. "¿Quieres que los deje solos?" Marta negó con la cabeza. "No, mamá, por favor, quédate." Se sentaron en el sofá de la sala, Lucas entre Marta y su abuela. Marta tomó las pequeñas manos de su hijo entre las suyas. "Lucas, ¿recuerdas lo que me contaste sobre Ernesto, sobre los juegos que hacía contigo?" El niño bajó la mirada y asintió levemente. "Bueno, cariño, quiero que sepas que fuiste muy, muy valiente al contármelo. Hiciste lo correcto." "Entonces, ¿me crees?" preguntó Lucas en voz baja. Marta sintió que se
le partía el alma. "Por supuesto que te creo, mi amor. Siempre te creeré, y lamento mucho no haberme dado cuenta antes." "¿Qué pasó, mami? ¿Por qué estás aquí tan tarde?" Marta respiró hondo. "Verás, cariño, esta noche confronté a Ernesto. Le dije que sabía lo que había estado haciendo." Los ojos de Lucas se abrieron con miedo. "¿Se enojó? ¿Te hizo daño?" "No, mi amor, no me hizo daño, pero…" Marta buscó las palabras adecuadas. "Hubo un accidente. Ernesto se cayó y se..." "Lastimó, está en el hospital. Ahora, va a morir", preguntó Lucas, su voz mezclada con miedo
y esperanza. "No, cariño, no va a morir, pero no volverá a casa con nosotros. Nunca más." Lucas se quedó en silencio por un momento, procesando la información. Luego, para sorpresa de Marta, se echó a llorar. "Oh, mi niño," dijo Marta, abrazándolo con fuerza. "Todo está bien, ahora estás a salvo." "Es que, sólo... Lucas, quería que muriera. Eso me hace una mala persona." Marta intercambió una mirada de dolor con su madre por encima de la cabeza de Lucas. "No, mi amor," dijo, acariciando el cabello de su hijo. "Eso no te hace una mala persona. Es normal
sentirse así después de lo que te hizo. Pero lo importante es que ahora está lejos y no puede hacerte daño." La abuela se unió al abrazo. "Y tienes a tu mamá y a tu abuela que te quieren mucho y siempre te protegerán." Se quedaron así por un rato, abrazados en silencio, hasta que los sollozos de Lucas se calmaron. "¿Qué va a pasar ahora?" preguntó finalmente el niño. Marta se separó un poco para mirarlo a los ojos. "Bueno, cariño, van a pasar algunas cosas. Primero nos quedaremos aquí con la abuela por un tiempo. Luego, es posible
que tengamos que hablar con algunas personas sobre lo que pasó." "Con la policía?" preguntó Lucas, asustado. "Sí, es posible. Pero no te preocupes, estaré contigo todo el tiempo y estas personas solo quieren ayudarnos." "¿Y la escuela? ¿Mis amigos?" Marta sonrió suavemente. "Por ahora tomaremos unos días de descanso de la escuela. Ya veremos qué hacemos después, de acuerdo?" Lucas asintió, bostezando. "Creo que es hora de volver a la cama," dijo la abuela. "¿Puedo dormir contigo, mami?" preguntó Lucas. "Claro que sí, mi amor." Mientras subían las escaleras, el teléfono de Marta sonó. Era un mensaje de la
detective López. "Señora Valdés, necesitamos que venga mañana a la comisaría. Traiga a su hijo, un psicólogo infantil estará presente para hablar con él. Llámeme si tiene alguna pregunta." Marta sintió una punzada de ansiedad; mañana sería un día difícil. A la mañana siguiente, Marta se despertó antes que Lucas. Lo observó dormir por un momento, su carita relajada y pacífica. ¿Cómo iba a protegerlo de lo que vendría? Bajó a la cocina, donde su madre ya estaba preparando el desayuno. "Buenos días, hija," dijo su madre, pasándole una taza de café. "¿Cómo estás?" Marta suspiró. "Como si me hubiera
atropellado un camión, física y emocionalmente." Su madre asintió comprensivamente. "Es normal, has pasado por mucho, y lo peor está por venir," dijo Marta, mostrándole el mensaje de la detective. "¿Cómo voy a explicarle a Lucas que tiene que hablar con la policía?" "Con la verdad," respondió su madre. "Ha demostrado ser más fuerte de lo que pensamos. Confía en él." En ese momento, se escucharon pasos en la escalera. Lucas entró en la cocina, todavía en pijama. "Buenos días, mi amor," dijo Marta, abrazándolo. "¿Tienes hambre?" Lucas asintió. Mientras desayunaban, Marta decidió abordar el tema. "Lucas, cariño, hoy tenemos
que ir a un lugar especial." "¿A dónde?" preguntó el niño entre bocados de cereal. "A la comisaría de policía," dijo Marta suavemente. "Hay algunas personas que quieren hablar con nosotros sobre lo que pasó con Ernesto." Lucas dejó caer la cuchara, salpicando leche sobre la mesa. "No quiero ir," dijo, su voz temblorosa. "Lo sé, cariño, pero es importante y estaré contigo todo el tiempo. Lo prometo." "¿Me van a hacer preguntas?" Marta asintió. "Sí, probablemente. Pero también habrá un doctor especial allí, alguien que habla con niños que han pasado por cosas difíciles." "¿Un loquero?" preguntó Lucas, frunciendo
el ceño. A pesar de la situación, Marta no pudo evitar sonreír. "No, mi amor, es un psicólogo, alguien que te ayudará a entender tus sentimientos." Lucas pareció considerarlo por un momento. "¿Tú también hablarás con él?" "Si quieres que lo haga." "Sí," el niño asintió. "Bueno, iré, pero no me gusta." "Lo sé, cariño, y estoy muy orgullosa de ti por ser tan valiente." Una hora después, estaban en el coche camino a la comisaría. Lucas iba en silencio, mirando por la ventana. Marta quería decir algo para reconfortarlo, pero no encontraba las palabras adecuadas. Cuando llegaron, la detective
López los estaba esperando en la entrada. "Buenos días, señora Valdés," dijo. Luego se agachó para estar a la altura de Lucas. "Y tú debes ser Lucas. Mucho gusto." Lucas se escondió detrás de las piernas de Marta. "Está un poco nervioso," explicó Marta. La detective sonrió comprensivamente. "Es perfectamente normal. Vengan, los llevaré con la doctora Ruiz." Los guió por un pasillo hasta una oficina con paredes de colores brillantes y juguetes esparcidos por todas partes. Una mujer de mediana edad, con una sonrisa amable, los recibió. "Hola, soy la doctora Ruiz, tú debes ser Lucas." El niño asintió
tímidamente. "¿Te gustaría jugar conmigo un rato mientras tu mamá habla con la detective López?" Lucas miró a Marta, buscando aprobación. Ella asintió, alentadora. "Está bien, cariño, estaré justo afuera si me necesitas." Mientras Lucas entraba en la oficina, Marta siguió a la detective a una sala contigua. A través de un espejo unidireccional, podía ver a Lucas sentado en el suelo con la doctora Ruiz, comenzando a jugar con unos bloques de construcción. "Señora Valdés," comenzó la detective, "sé que esto es difícil, pero necesitamos su declaración formal y la de Lucas para proceder con el caso contra el
señor Morales." Marta sintió. "Lo entiendo, ¿qué necesitan saber?" Durante la siguiente hora, Marta repitió su historia, esta vez con más detalle. La detective tomaba notas y ocasionalmente hacía preguntas para aclarar ciertos puntos. "Una cosa más," dijo la detective cuando terminaron. "El señor Morales ha sido dado de alta del hospital. Mañana está bajo custodia policial y su abogado ya ha presentado una solicitud de fianza." Marta sintió que se le helaba la sangre. "¿Fianza? ¿Eso significa que podría salir?" "Es poco probable", aseguró la detective, "dados los cargos y la evidencia que tenemos, el juez probablemente negará la
fianza. Pero quería que estuviera preparada por si acaso." En ese momento, la puerta se abrió y la doctora Ruiz entró. —¿Cómo está Lucas? —preguntó Marta inmediatamente. La doctora Ruiz sonrió suavemente. —Es un niño muy valiente. Hemos hablado sobre lo que pasó, aunque usó principalmente el juego para expresarse. Definitivamente hay trauma, pero con el apoyo adecuado, creo que podrá superarlo. —¿Qué tipo de apoyo? —preguntó Marta. —Recomendaría terapia regular, al menos una vez por semana, y sería bueno que usted también participara en algunas sesiones. Marta sintió que haría lo que fuera necesario. —También —continuó la doctora Ruiz—
es importante mantener una rutina lo más normal posible: escuela, actividades, amigos, ayudará a Lucas a sentir que tiene cierto control sobre su vida. —Entiendo —dijo Marta—. ¿Puedo verlo ahora? —Por supuesto. Marta entró en la oficina donde Lucas estaba terminando de construir una torre con los bloques. —Hola, mi amor —dijo. Lucas la miró, sus ojos cansados pero más tranquilos que antes. —Estoy bien, mami. La doctora Ruiz es amable. Marta sonrió, sintiendo un nudo en la garganta. —Me alegro, cariño. ¿Estás listo para irnos a casa? Lucas asintió, pero luego miró su torre de bloques con tristeza. La
doctora Ruiz, que había entrado detrás de Marta, notó esto. —¿Sabes qué, Lucas? Puedes volver cuando quieras y seguir construyendo tu torre. Estará esperándote. El niño sonrió levemente. —¿De verdad? —De verdad —confirmó la doctora mientras salían de la comisaría. Marta sintió una mezcla de alivio y ansiedad. Habían dado el primer paso en un largo camino, pero al menos ya no estaban solos. —¿A dónde vamos ahora, mami? —preguntó Lucas. Marta lo miró, viendo en sus ojos una chispa de la inocencia que Ernesto había intentado robarle. En ese momento, tomó una decisión. —¿Sabes qué, mi amor? Vamos a
ir por un helado, y luego, si quieres, podemos ir al parque. La sonrisa de Lucas iluminó su rostro. —¿De verdad? —preguntó. —De verdad —dijo Marta, apretando suavemente su mano—. Es un día hermoso y estamos juntos. Eso es lo que importa. Mientras caminaban hacia la heladería, Marta sabía que el camino por delante sería difícil. Habría juicios, terapia, noches de pesadillas y días de dudas, pero mirando a su hijo, que ahora discutía animadamente sobre qué sabor de helado elegiría, supo que podrían superarlo. Un día a la vez, un paso a la vez, saldrían adelante. El sol brillaba
sobre ellos, prometiendo un nuevo comienzo, y por primera vez en mucho tiempo, Marta sintió esperanza. El tintineo de la campana de la heladería resonó cuando Marta y Lucas entraron. El local estaba casi vacío, salvo por una pareja de ancianos en una esquina y un grupo de adolescentes riendo ruidosamente en otra. —¿Qué sabor quieres, cariño? —preguntó Marta, guiando a Lucas hacia el mostrador. El niño presionó su nariz contra el cristal, sus ojos recorriendo los coloridos contenedores de helado. —Mmm, quiero chocolate y fresa. —¿Estás seguro? La última vez dijiste que la fresa era para bebés —dijo Marta,
arqueando una ceja. Lucas frunció el ceño por un momento, luego sonrió tímidamente. —Bueno, tal vez soy un poco bebé todavía. Marta sintió que se le encogía el corazón. En momentos como este, Lucas parecía tan pequeño, tan vulnerable. —Dos bolas, por favor —le dijo al heladero—, una de chocolate y una de fresa. Mientras esperaban su pedido, Marta notó que Lucas miraba nerviosamente a su alrededor. —¿Pasa algo, mi amor? Lucas bajó la voz. —¿Y si Ernesto no se encuentra aquí? Marta se arrodilló para estar a su altura. —Cariño, Ernesto no puede hacernos daño. Ahora está en un
lugar donde no puede salir, como una jaula. Marta no pudo evitar una pequeña sonrisa. —Algo así. Es un lugar para personas que han hecho cosas malas. —¿Una cárcel? —Sí, como una cárcel. Pero no te preocupes por eso ahora, ¿vale? Estamos seguros aquí. Lucas asintió, aunque Marta pudo ver que no estaba completamente convencido. Con sus helados en mano, se sentaron en una mesa junto a la ventana. Por un momento, comieron en silencio, observando a la gente pasar por la acera. —Mami —dijo Lucas de repente—, ¿puedo preguntarte algo? —Claro, mi amor. Lo que sea. Lucas removió su
helado, evitando la mirada de su madre. —¿Por qué Ernesto me hizo esas cosas? ¿Hice algo malo? Marta sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Dejó su helado y tomó las manos de Lucas. —Escúchame bien, Lucas. Nada de lo que pasó fue tu culpa, absolutamente nada. Ernesto es una persona enferma que hizo cosas muy malas. Tú no hiciste nada para merecer eso. Los ojos de Lucas se llenaron de lágrimas. —A veces se siente bien. ¿Eso me hace malo? Marta tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener la compostura. —No, mi amor. Eso
no te hace malo. Tu cuerpo reaccionó de forma natural, pero eso no significa que lo que Ernesto hizo estuviera bien. Él abusó de tu confianza y de tu inocencia. Lucas sorbió por la nariz. —¿Y si me convierto en alguien como él cuando sea grande? —Oh, cariño —Marta rodeó la mesa y abrazó a su hijo—. Eso no va a pasar. Tú eres una persona maravillosa con un corazón enorme. Lo que te pasó no define quién eres ni en quién te convertirás. Se quedaron así por un momento, abrazados, ignorando los helados que se derretían lentamente en la
mesa. —¿Sabes qué? —dijo Marta, finalmente separándose un poco para mirar a Lucas a los ojos—. Creo que deberíamos ir a ver a alguien que puede ayudarnos a entender mejor todo esto. ¿La doctora Ruiz? Marta sintió que la respuesta era afirmativa. —Sí, o alguien como ella, alguien con quien podamos hablar sobre nuestros sentimientos y que nos ayude a sentirnos mejor. ¿Qué te parece? Lucas lo pensó por un momento. —¿Tú también irás? —Claro que sí. Podemos ir juntos si quieres. —Bueno —dijo. Lucas, volviendo a su helado, pero solo si después ir al parque como prometiste. Marta sonrió
sintiendo un pequeño alivio. –Por supuesto, mi amor, un trato es un trato. Después de terminar sus helados, Marta y Lucas se dirigieron al parque cercano. El lugar estaba lleno de familias disfrutando del buen tiempo. Por un momento, Marta se sintió abrumada por la normalidad de la escena. ¿Cómo podía el mundo seguir girando cuando el suyo se había hecho pedazos? –Mira –exclamó Lucas señalando el área de juegos–, ¡hay columpios libres! Antes de que Marta pudiera responder, Lucas ya estaba corriendo hacia los columpios. Lo siguió, vigilándome. –¡Mami! –pidió Lucas, sus ojos brillando con una alegría que Marta
no había visto en mucho tiempo. Mientras lo empujaba, Marta observó a su hijo reír y gritar de emoción. Por un momento, parecía que nada malo había pasado nunca. Pero sabía que la realidad los alcanzaría pronto. Como si el universo quisiera confirmar sus pensamientos, su teléfono vibró en su bolsillo. Era un mensaje de la detective López: –Señora Valdés, el juez ha denegado la fianza para Ernesto Morales. Permanecerá en custodia hasta el juicio. Llámeme cuando pueda para discutir los próximos pasos. Marta sintió una mezcla de alivio y ansiedad: por un lado, Ernesto no podría acercarse a ellos;
por otro, esto significaba que el proceso legal estaba avanzando y pronto tendrían que enfrentarse a cosas que preferirían olvidar. –¡Mami! ¡Mira qué alto! –gritó Lucas, sacando a Marta de sus pensamientos. –Te veo, mi amor –respondió, forzando una sonrisa–, pero no tan alto, ¿eh? No quiero que te caigas. Después de un rato en los columpios, Lucas quiso ir al tobogán. Marta lo siguió, sentándose en un banco cercano desde donde podía vigilarlo. –Disculpe –dijo una voz a su lado. Marta se giró para ver a una mujer de mediana edad sonriéndole–. ¿Es ese su hijo? Marta sintió repentinamente
en guardia. –Sí. –¿Por qué? –Oh, no se preocupe –dijo la mujer riendo suavemente–. Es solo que mi hija parece haberse hecho amiga de él. Mire. Marta miró hacia el tobogán y vio a Lucas riendo con una niña de más o menos su edad. –Se llama Sofía –continuó la mujer–. Es un poco tímida normalmente, pero parece que su hijo ha roto el hielo. Marta sintió que se relajaba un poco. –Lucas suele tener ese efecto en la gente, es muy sociable. –Es una cualidad maravillosa –dijo la mujer–. Por cierto, soy Elena. Marta respondió, dándole la mano que
Elena le ofrecía. –¿Vienen mucho por aquí? No recuerdo haberlos visto antes. Marta se tensó nuevamente. –No, estamos de visita con mi madre. –Oh, qué bien. Es importante mantener esos lazos familiares –dijo Elena, sin notar la incomodidad de Marta–. Nosotros venimos casi todos los días después de la escuela. Sofía adora este parque. Marta asintió, sin saber qué más decir. Una parte de ella quería mantener una conversación normal, disfrutar de este momento de normalidad; otra parte se sentía culpable por siquiera considerar relajarse cuando había tanto por resolver. –¡Mami, mami! –Lucas vino corriendo con Sofía pisándole los talones–.
¿Puedo ir a jugar en el arenero con Sofía, por favor? Marta miró a Elena, quien sonrió y asintió. –Claro, cariño. Pero, ¿dónde pueda verte? –De acuerdo –sí, exclamaron ambos niños al unísono antes de salir corriendo hacia el arenero. –Son adorables, ¿verdad? –comentó Elena. –A esa edad, hacer amigos es tan fácil. Ojalá los adultos pudiéramos conservar esa habilidad. Marta intentó sonreír, pero sintió que le salía más como una mueca. Elena debió notarlo, porque su expresión cambió a una de "está todo bien, pareces preocupada por algo". Marta dudó. Por un lado, no conocía a esta mujer y
ciertamente no quería compartir sus problemas con una extraña; por otro, se sentía tan aislada, tan sola en su lucha, que la idea de hablar con alguien, quien fuera, era tentadora. –Es complicado –dijo finalmente–. Estamos pasando por un momento difícil. Elena asintió comprensivamente. –Entiendo, todos tenemos nuestras luchas. Si necesitas hablar... En ese momento, el teléfono de Marta volvió a sonar. Era su madre. –Lo siento, tengo que atender –se disculpó. –No te preocupes –dijo Elena levantándose–. Iré a vigilar a los niños. Marta contestó el teléfono mientras Elena se alejaba. –¿Mamá, qué pasa? –Marta, cariño, ¿dónde están? He
vuelto a casa y no los he encontrado. –Estamos en el parque, mamá. Necesitábamos un poco de aire fresco. Hubo un silencio al otro lado de la línea. –¿Estás segura de que es buena idea? –Sí, mamá –interrumpió Marta–. Ernesto está bajo custodia, no puede hacernos daño. Además, Lucas necesitaba esto, necesitábamos esto. Su madre suspiró. –Lo sé, lo sé. Es solo que estoy preocupada. ¿Cuándo volverán? Marta miró hacia el arenero, donde Lucas y Sofía estaban construyendo un castillo de arena. –En un rato. Lucas ha hecho una amiga y se están divirtiendo. –Está bien –dijo su madre–. Pero
tengan cuidado. –Sí, y no hablen con extraños. Marta no pudo evitar una pequeña risa. –Mamá, tengo 35 años, creo que puedo manejar una tarde en el parque. –Lo sé, lo sé, es la costumbre, supongo. Los espero para cenar. Después de colgar, Marta se acercó al arenero. Lucas la vio y agitó la mano emocionado. –¡Mira, mami! Estamos haciendo un castillo. –Es precioso, cariño –dijo Marta, agachándose para verlo mejor–. ¿Y quién vivirá en este castillo? –Nosotros –exclamó Sofía–. Dice que él será el caballero y yo la princesa guerrera. Marta sonrió genuinamente esta vez. –Esa es una excelente
idea, las princesas guerreras son las mejores. –¿Verdad que sí? –dijo Elena, que se había acercado. –Sofía está obsesionada con las princesas que pueden salvarse solas. Las dos mujeres compartieron una sonrisa cómplice. –Lucas –dijo Marta después de un momento–, tendremos que irnos pronto, la abuela nos está esperando para cenar. El rostro de Lucas se ensombreció. –Ya, pero no hemos terminado el castillo. –Podemos volver otro día. Sugirió Marta, sorprendiéndose a sí misma con la oferta, si a Elena y Sofía les parece bien. Claro, Elena sonrió ampliamente. —Por supuesto, venimos casi todos los días después de la escuela.
Serán bienvenidos cuando quieran. —Lucas miró a Sofía. —¿Volverás mañana? La niña asintió entusiasmada. —Sí, y traeré mis muñecas guerreras para poblar el castillo. —Genial —exclamó Lucas. Luego miró a su madre con ojos suplicantes—. ¿Podemos venir mañana, mami, por favor? Marta dudó; una parte de ella quería decir que sí, inmediatamente feliz de ver a Lucas tan animado, pero otra parte le recordaba todas las cosas que tenían que resolver, todas las precauciones que debían tomar. —Ya veremos, cariño —dijo finalmente—. Depende de lo que tengamos que hacer mañana. Lucas pareció decepcionado, pero asintió. —Está bien, pero si venimos,
puedo traer mi camión de bomberos para el castillo. —Claro que sí, mi amor. Mientras recogían sus cosas y se despedían de Elena y Sofía, Marta se sorprendió pensando en lo agradable que había sido la tarde. Por unas horas, había sido solo una madre y su hijo disfrutando de un día en el parque, nada de policías, ni abogados, ni terribles secretos. Pero, a medida que caminaban de vuelta a casa de la abuela, la realidad comenzó a asentarse nuevamente. Mañana tendrían que lidiar con todo lo que habían dejado de lado hoy. —Mami —dijo Lucas de repente, tomando
la mano de Marta—. Gracias por hoy. Fue divertido. Marta sintió que se le formaba un nudo en la garganta. —Me alegro, mi amor. Para mí también fue divertido. ¿Crees que podremos tener más días así? —preguntó Lucas, su voz pequeña y esperanzada. Marta se detuvo y se arrodilló frente a su hijo, mirándolo a los ojos. —Te prometo que haremos todo lo posible para tener muchos más días así, mi amor. Puede que las cosas sean difíciles por un tiempo, pero siempre encontraremos momentos para ser felices juntos. —De acuerdo. Lucas asintió, una pequeña sonrisa formándose en sus labios.
—De acuerdo, mami. Cuando llegaron a casa de la abuela, el aroma de la cena los recibió en cuanto abrieron la puerta. —¡Estamos en casa! —llamó Marta. La abuela salió de la cocina, secándose las manos con un paño. —Por fin llegan, estaba empezando a preocuparme. —Lo siento, mamá —dijo Marta—, perdimos la noción del tiempo en el parque. —Abuela, hice una nueva amiga —exclamó Lucas, corriendo a abrazar a su abuela—. Se llama Sofía y construimos un castillo de arena juntos. La abuela miró a Marta por encima de la cabeza de Lucas, una mezcla de sorpresa y alivio
en su rostro. —¿En serio? Eso suena maravilloso, cariño. Cuéntame más mientras ponemos la mesa. —Sí. Mientras Lucas ayudaba a su abuela con los platos, relatando emocionado su aventura en el parque, Marta se escabulló a la cocina. Necesitaba un momento a solas para procesar todo lo que había pasado en el día. Se apoyó contra la encimera, cerrando los ojos y respirando profundamente; el alivio de ver a Lucas feliz se mezclaba con la ansiedad por todo lo que aún tenían que enfrentar. —¿Estás bien? —la voz de su madre la sobresaltó; no la había oído entrar en la
cocina. Marta abrió los ojos y trató de sonreír. —Sí, solo ha sido un día intenso. Su madre se acercó y le puso una mano en el hombro. —¿Quieres hablar de ello? Marta dudó por un momento, pero luego las palabras comenzaron a salir como un torrente. Le contó sobre la visita a la heladería, la conversación difícil con Lucas, el encuentro en el parque con Elena y Sofía, y el mensaje de la detective López. Su madre la escuchó en silencio, asintiendo ocasionalmente. Cuando Marta terminó, la envolvió en un abrazo. —Oh, mi niña —murmuró—, estás siendo tan fuerte.
Marta se permitió relajarse en el abrazo de su madre, sintiéndose por un momento como una niña pequeña otra vez. —A veces no me siento fuerte en absoluto —confesó. —Pero lo eres —insistió su madre, separándose para mirarla a los ojos—. Estás manejando todo esto con una gracia y una fuerza que me asombra. —¿Y Lucas? —Lucas está mejorando. Gracias a ti. —Tengo miedo, mamá —admitió Marta en voz baja—, miedo de no estar haciendo lo suficiente, de estar tomando las decisiones equivocadas. —Marta, mírame —dijo su madre con firmeza—. Estás haciendo todo lo que puedes en una situación imposible.
Nadie tiene un manual para esto. Lo importante es que Lucas se sienta seguro y amado, y eso lo estás logrando. Marta sintió que se le formaban lágrimas en los ojos. —Gracias, mamá. No sé qué haría sin ti. —Para eso estoy aquí, cariño —dijo su madre con una sonrisa suave—. Ahora vamos a cenar; la comida siempre ayuda a pensar mejor. Durante la cena, Lucas continuó hablando sobre su día en el parque, su entusiasmo contagioso. Marta y su madre intercambiaron miradas de alivio, agradecidas de ver al niño tan animado. —Y mañana —dijo Lucas entre bocados—, podemos volver
al parque. Sofía dijo que llevaría sus muñecas guerreras. Marta dudó. —Cariño, mañana tenemos que hacer algunas cosas importantes. ¿Recuerdas? El rostro de Lucas se ensombreció. —¿O tenemos que ir a ver a la doctora Ruiz otra vez? —No exactamente —dijo Marta, eligiendo cuidadosamente sus palabras—, pero vamos a hablar con alguien que nos ayudará con el problema de Ernesto. Lucas bajó la mirada a su plato, removiendo la comida sin ganas. —No quiero hablar de Ernesto —murió. Marta sintió que se le encogía el corazón. —Lo sé, mi amor, pero es importante. Tenemos que asegurarnos de que no pueda
hacerte daño nunca más. —Pero dijiste que estaba en la cárcel —protestó Lucas—. ¿Por qué tenemos que seguir hablando de él? La abuela intervino. —A veces, cariño, cuando alguien hace algo muy malo, hay que hablar mucho sobre ello para asegurarse de que reciba el castigo que merece. Lucas frunció el ceño. —¿Como cuando rompo una regla y tengo que sentarme en la silla? De pensar, Marta no pudo evitar una pequeña sonrisa. Algo así, pero mucho más serio. Y después podremos volver al parque, insistió Lucas. Marta miró a su madre, quien asintió levemente. —Sabes que, si todo va
bien, mañana tal vez podamos pasar por el parque en la tarde, pero no puedo prometerte nada —dijo. El rostro de Lucas se iluminó. —De acuerdo, después de la cena —mientras la abuela lavaba los platos, Marta llevó a Lucas arriba para prepararlo para dormir. Mientras lo ayudaba a ponerse el pijama, notó que el niño estaba inusualmente callado. —¿Estás bien, cariño? —preguntó, sentándose en el borde de la cama. Lucas dudó por un momento y luego preguntó en voz baja: —Mami, ¿alguna vez volveremos a casa? La pregunta tomó a Marta por sorpresa. En medio de todo el caos,
no había pensado mucho en su antigua casa, el lugar donde había ocurrido el abuso. —No lo sé, mi amor —respondió, honestamente—. ¿Tú quieres volver? Lucas negó con la cabeza vigorosamente. —No, no me gusta esa casa, me da miedo. Marta sintió una punzada de culpa. Debería haber pensado en cómo se sentiría Lucas respecto a la casa. —Entonces no volveremos —dijo con firmeza—. Encontraremos un nuevo lugar para vivir, uno donde te sientas seguro y feliz. —¿Podemos vivir con la abuela? —preguntó Lucas esperanzado. Marta sonrió. —Ya veremos. Por ahora nos quedaremos aquí, está bien. Lucas asintió, pareciendo aliviado.
Luego, para sorpresa de Marta, la abrazó fuertemente. —Te quiero, mami —murmuró contra su pecho. Marta sintió que se le formaba un nudo en la garganta. —Yo también te quiero, mi amor. Más que a nada en el mundo. Después de arropar a Lucas y asegurarse de que se quedara dormido, Marta bajó las escaleras y encontró a su madre en la sala revisando algunos papeles. —¿Qué es todo eso? —preguntó, sentándose junto a ella en el sofá. Su madre suspiró. —Son algunos documentos legales que encontré. Creo que deberíamos considerar obtener una orden de alejamiento contra Ernesto, solo para
estar seguros. Marta sintió el peso de la situación volver a asentarse sobre sus hombros. —Tienes razón. Hablaré con la detective López sobre eso mañana. También deberíamos pensar en conseguir un abogado —continuó su madre—. Alguien que pueda representarlos a ti y a Lucas durante el juicio. "Juicio". La palabra sonó extraña en los labios de Marta. Sabía que eventualmente llegaría eso, pero de alguna manera, escucharlo en voz alta lo hacía más real, más aterrador. —Sí, cariño —dijo su madre suavemente—. Va a haber un juicio. Ernesto tendrá que responder por lo que hizo. Marta se pasó una mano
por el rostro, sintiéndose repentinamente exhausta. —Lo sé, es solo que una parte de mí desearía que todo esto simplemente desapareciera, que pudiéramos despertar mañana y que nada de esto fuera pasado. Su madre le tomó la mano. —Lo sé, cariño, pero sabes que eso no es posible. Tenemos que enfrentar esto por el bien de Lucas. —Tienes razón —dijo Marta, enderezándose—. ¿Conoces a algún buen abogado? —De hecho, sí —respondió su madre—. ¿Recuerdas a Patricia, mi amiga del club de lectura? Su hijo es abogado especializado en casos de abuso infantil. Podríamos hablar con él. Marta sintió. —Suena bien,
puedes llamarla mañana. —Por supuesto —dijo su madre. Luego, después de un momento de silencio, añadió: —Marta, hay algo más que debemos considerar. —¿Qué cosa? —Tu trabajo —dijo su madre con cautela—. Has estado fuera varios días ya, ¿qué les has dicho? Marta se llevó una mano a la frente. Con todo lo que había pasado, apenas había pensado en su trabajo. —Les dije que era una emergencia familiar. Mi jefe me dio unos días, pero... —Pero eventualmente tendrás que volver —completó su madre—. O tomar una decisión más permanente. Marta sintió que el pánico comenzaba a crecer en su
pecho. ¿Cómo iba a manejar todo esto? El cuidado de Lucas, el caso legal, su trabajo. Era demasiado. Como si leyera sus pensamientos, su madre le apretó la mano. —No tienes que decidir todo esta noche, cariño. Tomaremos las cosas un día a la vez, ¿recuerdas? Marta asintió, tratando de calmar su respiración. —Un día a la vez —repitió. —Exacto —dijo su madre con una sonrisa alentadora—. Y por hoy, creo que has hecho más que suficiente. ¿Qué te parece si nos relajamos un poco? Podríamos ver esa serie que tanto te gusta. Marta sonrió débilmente. —Eso suena bien, mamá.
Gracias. Mientras su madre preparaba algunas palomitas y ponía la televisión, Marta se permitió hundirse en el sofá. Sabía que mañana traería nuevos desafíos, nuevas decisiones difíciles, pero por esta noche se permitiría este pequeño momento de normalidad. Miró hacia las escaleras, pensando en Lucas durmiendo arriba. —Un día a la vez —murmuró para sí misma—. Lo lograremos, un día a la vez.