El ruido no venía de un solo lugar, era como si alguien, como si caminaran alrededor. Algo estaba rodeando el [Música] tráiler. Me encanta hablar de este tema comunidad.
Muy buenas noches. Espero que estén bien, sanos y sanas del mejor humor para escuchar historias porque hoy volvemos a las carreteras. Hoy cuatro traileros nos han compartido sus experiencias más aterradoras, así que de nueva cuenta el episodio va dedicado a ellos y a toda la gente que se dedique al volante, a los caminos.
Recuerden que siempre estamos esperando sus historias y si así lo desean, siempre, siempre, siempre estaremos listos para acompañarles a través Relatos de la noche. Así que apaga la luz si puedes hacerlo, pero si vas manejando, pon atención a tu alrededor. Estás centrando en las siguientes historias y al escuchar puedes ser tú el siguiente protagonista de relatos de la [Música] noche.
Me llamo Rafael Comunidad. Tengo 52 años y ando en el tráiler desde los 19. Alguna vez llamé un programa de la radio para contar esta historia, pero el conductor nada más me siguió la corriente.
Si les soy honesto, ni siquiera creo que me estuviera escuchando. Por alguna razón, desde hace unas semanas la traigo muy presente, no porque me haya pasado algo grave, sino porque fue de esas cosas raras que uno no sabe cómo explicar y que a veces prefiere ni siquiera intentarlo. Como les digo, yo soy trailero desde hace más de 30 años.
He visto de todo. He manejado por todos lados y me ha tocado vivir muchas cosas que dan miedo. Pero miedo de verdad, asaltos, accidentes, caminos que se cierren en plena tormenta, nieblas que no te dejan ver por dónde vas.
Pero esto, esto fue diferente. Fue hace como 12 años más o menos. Iba de bajada por Veracruz con una carga ligera.
Me acuerdo porque había habido derrumbes en la carretera principal y varios compañeros estábamos tomando rutas alternas. Una de ellas pasaba por una zona montañosa que ya no se usaba mucho, pero se podía pasar. Y ahí, en un tramo del que recuerdo exactamente el kilómetro, lo vi bien clarito.
Un niño estaba parado en la orilla de la carretera. Serían como las 3 de la mañana. Estaba lloviendo y aunque iba despacio por el agua y las curvas, apenas alcancé a distinguirlo con la luz de los faros.
Estaba mojado, con la ropa suelta, medio rota y con las manos cubriéndole los ojos. No se movía, solo estaba ahí de pie con la cabeza al ladeada. Me dio un vuelco el estómago porque era una imagen que daba miedo, pero sobre todo porque ya lo había visto antes.
Muchos años atrás, tal vez en el 96 o 97, pasé por ese mismo camino con mi hermano cuando yo apenas empezaba. Él ya tenía rato que manejaba y yo iba de acompañante. Era otra época, otra noche de lluvia, otro desvío por derrumbe.
Y en ese mismo punto vimos a un niño. Mi hermano también lo notó. Lo vimos a unos metros de distancia.
Él bajó la velocidad, pero no nos detuvimos. Me acuerdo bien que me dijo, "No me voy a parar porque ese niño no está esperando a nadie. Yo no entendí bien a qué se refería.
Solo sé que seguimos, que sentí raro de dejarlo ahí sin siquiera frenar, ver cómo estaba y ya no pasó nada más. Pero los dos nos acordamos de eso por años. Era como uno de esos recuerdos que no sabes por qué se te quedan tan grabados.
Y ahora, tantos años después, lo volvía a ver en el mismo lugar a igualito. No me detuve, solo para espacio, pero no les voy a mentir, me dieron ganas de voltear al retrovisor, de asegurarme de que no estuviera siguiéndome con la mirada, pero no lo hice. Algo me dijo que no lo hiciera.
No pasó nada más. No hubo golpes en la cabina ni puertas que se abrieran solas. No se me subió nadie.
Solo vi algo que no debía haber visto otra vez. Cuando llegué a mi destino, me senté a tomar un café y le marqué a mi hermano. Le dije, "Adivina por dónde me mandaron hoy.
" Y él, sin que yo le dijera nada más, me contestó, "Volviste a ver al niño. A mí también me ha tocado verlo un par de veces más. Ahí se sigue apareciendo siempre en el mismo lugar.
Así, así me dijo sin que yo dijera ni el tramo, ni la hora, ni nada. Y les juro que eso, su respuesta, la normalidad en su tono hizo que se meara la sangre. [Música] Manejo desde hace más de 15 años.
No soy de esos que buscan la adrenalina o la aventura. Yo manejo por trabajo porque eso es lo único que sé hacer y estos se los pueden decir todos los colegas. En este oficio uno se acostumbra a ver cosas raras en la carretera.
Esto que les voy a contar me pasó hace unos años en el norte del país, en una ruta entre Hermosillo y Chihuahua. Era un viaje diferente porque en vez de llevar carga normal, me pidieron que transportara dos caballos de competencia, animales finos. Me dijeron que era urgente, que eran para un evento y que los sueños no confiaban en cualquiera.
Yo no acostumbraba a hacer ese tipo de traslados, pero acepté. Trabajo es trabajo. La paga era mejor que de costumbre y los clientes venían muy bien recomendados.
Todo iba completamente normal hasta que ya de madrugada se me descompuso el camión. De repente, un ruido raro, como un golpeteo entre el motor y la llanta delantera derecha provocó que todo se timbrara. El volante tembló hasta el punto de hacerme casi imposible seguir, lo que me obligó aarme.
Estaba en medio del desierto. No había nada a la vista más que tierra, piedras y un cielo sin luna, con un silencio total salvo por el viento y los caballos que empezaron a inquietarse más de lo normal. Les hablé, intenté calmarlos, pero estaban claramente alterados, resoplando fuerte, pateando de vez en cuando, como como sieran algo que yo no.
Traté de revisar el motor y la llanta con la lámpara que tenía, pero no pude hacer mucho. Ya había avisado por radio, me dijeron que venían unos compañeros a ayudarme, pero aún tardarían al menos una hora. Y justo cuando estaba por volver a la cabina, lo [Música] [Música] escuché.
Aullidos, no como de coyote, más largos, mucho más extraños. Venían de la nada. Lo peor es que se fueron acercando.
No sabía si era un solo animal o varios, pero el sonido me ponía la piel de gallina. Era ese tipo de sonido que creo que instintivamente como humanos estamos preparados para asustarnos, para ponernos en alerta. Bulti vi a lo lejos un grupo de luces, no muchas, pero sí las suficientes como para distinguir que había un pequeño pueblo, muy pequeño, de esos poblados que se forman al lado de la carretera.
Quizás de una decena de casas, pero sería suficiente para buscar ayuda. Me subí de nuevo al camión, arranqué y avancé despacito hasta llegar ahí con el camión casi arrastrándose. Sabía que estaba arriesgándome a que la descompostura fuera peor, pero no podía quedarme ahí.
Estaba demasiado oscuro, estaba demasiado solo y al llegar lo confirmé. No había más que una calle principal, casas abandonadas, pero en medio del pueblo había una iglesia, no era una iglesia católica, al menos no como las que yo conozco. Tenía una estrella en lugar de cruz medio torcida y no era una estrella de David, era diferente, decorada con símbolos.
Me llamó mucho la atención que tenía luz, una luz cálida que salía de dentro y un foco que apenas iluminaba encendido en la entrada. Me acerqué no por valentía, al contrario, sino porque estaba asustado y no quería quedarme solo. Entré sin tocar, sin pensar mucho.
Adentro encontré a un hombre delgadísimo, pálido, sentado en una banca cerca del altar. Leía algo en voz baja. Me pareció que era una Biblia, pero no estoy seguro.
El libro era viejo. Le hablé. Le dije que necesitaba ayuda, que estaba varado con unos caballos muy nerviosos y que no me sentía seguro ahí, que si conocía a alguien que me pudiera ayudar.
Pero el hombre no me respondió. siguió leyendo como si no me escuchara o como si no estuviera ahí para eso. No me atreví a acercarme, a tocarlo ni a insistir.
Me salí despacio sin cerrar la puerta y volví al camión. No quise voltear más. De nueva cuenta encendí el motor, pero esta vez sonó tan feo que supe que no me podría arriesgar a moverlo más.
Media hora después llegaron mis compañeros. Traían herramienta y piezas, pero cuando encendimos el camión parecía que nunca había tenido nada. Lo revisamos completamente de p a pa por más de media hora, pero no notamos absolutamente nada extraño.
Ya casi amanecía, el cielo empezaba a clarear. Yo seguía nervioso, sin poderme quitar de la cabeza al hombre en la iglesia, los sonidos en oscuridad, el ruido que hacía el camión. Decidimos que me seguiría hasta la siguiente ciudad para asegurarnos de que no hubiera nada extraño.
Cuando ya íbamos a arrancar les dije, antes de irnos, quiero que vean eso. La iglesia vi algo bien raro ahí adentro. Caminamos juntos hacia el lugar, pero cuando lo tuvimos de frente me quedé mudo.
La puerta estaba cerrada con cadenas oxidadas, el vidrio estaba roto, se veían ruinas. Pensé que se veía muy distinta, pero no sé, quizás haya sido la oscuridad de la noche la que escondía esos detalles. Me parecía muy raro, sobre todo lo de las cadenas.
Yo no había visto a nadie salir de ahí y evidentemente habían cerrado por fuera. "Tú entraste ahí", me preguntó uno de mis compañeros medio en broma. Se ve que está cerrada desde hace mucho.
No, no respondí, solo los vi con vergüenza y mejor me fui a ver a los caballos que por fin estaban en calma. Como si algo, lo que fuera que los había puesto así, se hubiera ido por fin. Esa fue la última vez que tomé encargó así.
Y si lo hiciera, si volviera a aceptarlo, pediría una ruta distinta. Porque ese pueblo, comunidad, ese lugar hasta ahora no lo he vuelto a encontrar en algún [Música] mapa. Hay gente que se sube a un tráiler para conocer el país, para sentir que anda libre por la vida, sin ataduras, sin patrón.
Y hay otros como yo que lo hacen porque no tienen otra opción. Yo no soy el mejor contando historias, ni el más valiente para decir que creo en cosas raras, pero hay algo que me pasó hace un par de años y desde entonces ya no veo las noches de niebla igual. No sé si fue real, no sé si fue mi cabeza jugándome una mala pasada por todo lo que traía encima, pero aquella noche me dejó marcado.
En ese tiempo las cosas no andaban bien. Estaba separado, aunque todavía vivía en la misma casa que mi ex. por los niños.
Eso decía ella. Yo trataba de estar poco para no pelear más de lo necesario. Cuando había chance de un viaje largo, lo agarraba sin pensarlo.
Me quedaba en la cabina, en estaciones, en el camino. Me sentía más tranquilo manejando solo, ahí con música vieja o con cualquier programa de radio hablada que escuchando gritos y reclamos en la casa. Me empecé a echar viajes seguidos, uno tras otro.
Bajaba mercancía en Monterrey y de ahí me mandaban a Ciudad Juárez. A veces ni me bajaba del camión, solo cargaba, dormía 3 horas y otra vez a carretera. Me decían que estaba loco, que me iba a enfermar, pero la verdad manejar era lo único que me hacía sentir útil.
Y fue en una de esas rutas cuando me pasó. Estaba cruzando una carretera secundaria con destino final en San Luis. Era una de esas que nadie usa ya porque hay nuevas autopistas más directas y más rápidas.
Pero ese día por una manifestación o no sé qué problema nos desviaron. Ya era de noche, una noche oscura, sin luna y para acabarla empezó a caer una niebla bastante pesada. ni la vi venir.
De pronto, simplemente ya estaba bien metido en ella. El camino se volvió un túnel blanco. Los faros apenas alumbraban unos metros.
No había más luces, ni casas, ni coches, solo el sonido del motor y el rechinido leve del tráiler en cada curva. Iba lento, muy lento, con los hombros tensos y el cuello chonudo de tanto estar alerta. De repente logré reconocer algo al lado de la carretera, a un lado del camino entre la niebla había alguien parado, una figura delgada.
Vestí algo parecido a un abrigo largo con cuello de piel de borrego. Estaba de pie derecho con un brazo estirado como si pidiera ventón. Frené un poco, no porque pensara detenerme, sino porque me dio un susto.
Me pareció rarísimo que alguien estuviera ahí a esa hora en ese lugar. Solo fue hacia su lado, muy despacio, volteando para ver mejor. Y te juro que esa cosa no tenía cara.
No sé cómo explicarlo. No es que estuviera cubierto o con la cara agachada, no. Es que no había nada.
Era como una superficie lisa, blanca, sin ojos, sin boca, como si le hubieran borrado la cara con una goma. Me puse frío, el estómago me dio un giro. Aceleré sin pensarlo.
No quise voltear al retrovisor. Seguí manejando y manejando sin pensar en nada, tratando de buscar una explicación. Me dije que seguro era mi vista, que seguro la niebla había distorsionado la imagen, que quizás tenía algo en el parabrisas, lo que fuera, pero no lo quise procesar mucho.
Mientras más lo pensaba, menos sentido tenían mis explicaciones. Pasaron unos 20 o 30 km, no sé bien. El camino era recto, sin mucho cambio, y de nuevo lo vi.
Otra vez a un lado del camino, igual de pie con la mano estirada, con el mismo abrigo, la misma postura y lo peor, la misma cara o mejor dicho, la falta de ella. Ahí sí me sentí mal porque ya no podía explicarlo. Era el mismo ser, la misma figura.
No había forma de que me hubiera rebasado. Yo no me detuve ni un segundo y no hay atajos en ese tramo. Es una línea recta por varios kilómetros.
Quise pensar que era otra persona, un segundo autoestopista con la misma ropa, pero no. Pero no, no era otro, era él, era eso. Apreté las manos al volante, empecé a sentir el sudor frío en la espalda y otra vez aceleré a todo lo que daba el tráiler.
Me sentía observado, aunque no lo había visto mover la cabeza. Juraría que me seguía con la mirada, si es que tenía ojos, porque había algo en esa superficie lisa, algo como brillo, como reflejo, como si de todos modos pudiera ver. Manejé más rápido de lo debido.
Ya ni la niebla me importaba. Lo único que quería era salir de ahí. Pero lo peor estaba por venir.
Unos minutos más adelante, no sé cuántos, lo volví a ver. Sí, una tercera vez, igual parado a un lado de la carretera con la misma pose como si nada. Y ahí fue cuando me asusté de verdad, porque me pasó algo que no me había pasado nunca.
Tuve una especie de pensamiento intrusivo, una idea absurda. Por un momento sentí la necesidad de parar, de frenar, de preguntarle qué quería, como como si una parte de mí quisiera saber, como si algo me jalara detenerme. Pero no lo hice.
Algo dentro de mí me gritó que no, que si frenaba, que si me acercaba no iba a salir bien. una advertencia clara de esas que no puedes explicar, pero que sabes que son reales. Así que seguí sin mirar, sin respirar casi.
La niebla seguía espesa, pero ya me importaba muy poco. Solo quería dejar ese tramo atrás. Sentía que si no lo hacía pronto, iba a perder la cabeza.
Ya no lo volví a ver. Llegué a la siguiente gasolinera como a las 4:30 de la mañana. Me acuerdo bien que me bajé temblando.
Compré un café. Me senté en una mesa de plástico con las manos todavía húmedas. No hablé con nadie, ni con los telestación ni por radio.
No más me quedé callado, como si contar lo que había visto fuera darle más poder. Dormí ahí mismo en la cabina con las cortinas bien cerradas. Los caballos de mi corazón tardaron horas en calmarse y pasé buen tiempo sin volver a tomar esa ruta, aunque me pagaran más.
Y cuando tenía que llegar, tomaba siempre rutas alternas, perdiendo tiempo y dinero. Sí, pero yo ya no podía pasar por ahí de noche. Quizás alguien más lo ha visto.
Quizás no era algo del otro mundo y solo fue mi cabeza, mi cansancio, el estrés de todo lo que traía encima. Pero también pienso que si hubiera frenado, si hubiera abierto la puerta, no estaría aquí contándolo. Si eso fue real, me da miedo pensar que puede haber personas que terminan obedeciendo a ese extraño pensamiento, a ese impulso que te dice que frenes, que lo dejes subir como si tú mismo lo estuvieras deseando, convenciéndote de que es así.
[Música] Hasta ahora, comunidad, hemos recorrido caminos bajo la lluvia, bajo la niebla y bajo el silencio de un pueblo que ya no aparece en los mapas. Pero la última historia de esta noche nos lleva a un escenario distinto a comunidad. Uno, donde lo más aterrador no está sobre la carretera, sino alrededor, a uno donde lo que camina entre los árboles no parece pertenecer al mundo que conocemos.
Antes de continuar, quiero agradecer a toda la comunidad que ha comprado el libro de relatos de la noche. Recuerda que si aún no lo tienes, puedes encontrar el enlace en la descripción de este episodio. Y si ya lo leíste, déjame un comentario, sobre todo si ya leíste el cuento extra de la edición especial.
Me encantaría saber qué les pareció. Y les recuerdo que si nos escuchan en Spotify, este proyecto está nominado a los Spotify Awards en dos categorías. No se olviden de ir a votar por todos sus podcasts favoritos y apoyar esta iniciativa de Spotify para reconocer a los creadores de podcast.
Ahora sí, es momento de escuchar la última historia. Y si alguna vez te toca dormir solo en medio del monte, tal vez tal vez quieras recordarla. Continuamos.
[Música] No soy supersticioso, nunca lo he sido, ni me ando metiendo en cosas raras, ni me da por andar creyendo en fantasmas, ni nada por el estilo, pero eso no quiere decir que no haya visto cosas, cosas que no entiendo, que prefiero no contar o que de plano no vuelvo a mencionar, porque en esto estoy seguro que mucha gente en la comunidad de relatos de la noche va a coincidir conmigo. A veces uno se guarda las cosas para que no lo tomen de a loco. Lo que les voy a contar pasó hace poco más de un año.
Fue por la zona de la sierra de Puebla, una región que si has manejado por ahí sabrás que es hermosa, sí, pero también muy solitaria, cerrada, montañosa, que hay tramos largos, sin señal, sin luz, sin gasolineras, sin nada. Y si soy honesto, ya desde antes venía algo mal. Había tenido problemas con el patrón.
Ya me tenía hasta el cuello con recortes, cambios de última hora, pagos tardíos, pero no podía darme lujo de dejar el trabajo. Tengo a mi esposa y aunque los hijos ya están grandes, todavía viven con nosotros. El gasto nunca deja de llegar.
Ese viaje en particular era de carga mediana. Me mandaron desde San Martín, Texmelucan, hasta un punto que quedaba fuera de las rutas principales, un rancho. Iba solo como de costumbre.
Tenía que dormir en el camión esa noche porque el rancho no iba a recibir la mercancía hasta la mañana siguiente. No era la primera vez que dormí en el tráiler, ni sería la última. Uno se acostumbra mucho a eso.
Hasta lo prefieres a veces. Pero esa noche no sé, había algo raro. Desde que me fui metiendo por los caminos secundarios, por entre los cerros, sentí como si el silencio fuera distinto, más pesado, como si me costara trabajo pensar.
Me estacioné en un claro, al borde de un camino de terracería, un espacio que alguien más había usado antes. Se notaba por las marcas de llantas. Ahí decidí pasar la noche.
Si era seguro para alguien más, lo sería también para mí. Cené algo sencillo, una torta ya fría que traías desde la última parada y un café que estaba tibio a pesar de llevarlo en el termo. Puse un poco de música baja en el estéreo y me recosté en litera de atrás.
Pensaba dormir aunque fuera un par de horas, pero no pude. No había viento, no había grillos. No había perros a lo lejos, solo ese silencio tan raro que a veces se siente en el monte, como si todo el mundo hubiera dejado de moverse.
Lo han sentido? Y entonces empecé a escuchar algo. Primero creí que eran ramas secas, como cuando pisas entre los arbustos.
Luego pensé que era un animal, quizás un zorro, un venado o algo así, pero no. El ruido no venía de un solo lugar, era como si alguien, como si caminaran alrededor. Algo estaba rodeando el tráiler.
Me levanté y me asomé por la ventanilla. No vi nada, solo árboles, sombras, el reflejo leve de la cabina. Pero el sonido seguía.
Pasos, pisadas secas en varias direcciones. Me armé de valor, tomé la linterna y bajé con cuidado. Allí anduve dando la vuelta, alumbrando hacia los arbustos.
No encontré nada, pero justo cuando apunté hacia la parte trasera vi algo. Una figura pequeña muy bajita, del tamaño de un niño chiquitito. Estaba parada entre dos arbustos y no se movía.
tenía la cabeza más grande que el cuerpo, o al menos eso parecía por la sombra y algo como brazos muy largos casi hasta el suelo. Cuando lo alumbré directamente desapareció o al menos dejó de verse como si se hubiera agachado o como si se hubiera metido a la tierra. Me subí de nuevo.
Ahora sí, con el corazón bien acelerado. Cerré todo, apagué la música, me quedé sentado frente al volante escuchando y sí, seguían ahí. No, uno, eran varios.
Podía escuchar los pasos como si estuvieran caminando, como si estuvieran dando vueltas alrededor. Recordé entonces algo de hace muchos años, de cuando era niño. Mi abuelo vivía en un rancho también en Puebla, pero del otro lado de la sierra.
Cuando lo íbamos a visitar, me decía que ahí no se podía dormir al aire libre, que si por alguna razón tenías que quedarte solo en el campo, tenías que cubrirte bien los ojos, no hablar y, sobre todo no salir si escuchabas que algo andaba caminando cerca. Yo de niño me reía. Pensaba que lo decía para asustarme.
Me hablaba de los hombres del monte. Así les decía, que no eran personas ni animales, que eran los delantes. Decía que cuando los ves no debes hacer ruido, no debes moverte, que si lo sigues con la mirada se te quedan.
Esa noche en esa cabina oscura me acordé por primera vez en años de todo eso y ahí fue cuando los vi de nuevo por el parabrisas, apenas visibles en la niebla baja que se había formado. Bisiluetas, no una, no dos, al menos cinco caminando despacio alrededor como si flotaran, pero tocando el suelo. No eran niños, no eran enanos, no eran humanos, eran como sombras con cuerpo, con movimientos lentos, pero sin pausas.
No hacían ruido al moverse, solo cuando pisaban las hojas secas. Uno de ellos se acercó más al frente. Lo vi más claro con la poca luz del tablero.
Tenía una cabeza alargada como si fueras de animal o como si la piel estuviera estirada hacia atrás. Los brazos le colgaban como trapos demasiado largos para su cuerpo. Me escondí en la litera.
Cerré las cortinas, me tapé con la chamarra sudando, temblando, sin saber qué hacer. Sentí que estuvieron ahí por horas, quizás solo fueron minutos, no lo sé, pero en algún punto se fueron. Así de repente como llegaron, todo volvió al mismo silencio raro de antes.
Me dormí como a las 5, no por cansancio, sino porque no podía más. A las 7 llegaron los del rancho, toqué la bocina y salieron a abrir. Me bajé con la cara desencajada, yo creo, porque uno de los trabajadores me dijo, "¿A poco se quedó aquí?
" No se le subieron al tráiler. No le tocó escuchar los pasos. Solamente lo vi, pero no supe qué decirle.
Aquí no se duerme la gente, me dijo. Los traileros se quedan en el otro pueblo antes de agarrar para acá. Aquí dicen que el monte anda vivo, pero no haga tanto caso.
La mayoría son cuentos viejos. No le contesté nada. Descargaron todo, firmé los papeles y me fui.
Pero mientras manejaba de regreso, algo en mí sabía que no fue un cuento viejo, que lo que vi esa noche no estaba hecho para ser visto, estaba prohibido. Lo vi sin querer. Créanme que ya nunca me quedo dormir en el monte, ni ahí ni en ningún otro.
Prefiero buscar siempre lugares más seguros con gente, aunque tenga que desviarme del camino. Creo que todos los que vivimos al volente hemos pasado cosas muy extrañas, macabras en el camino, cosas que con el tiempo, si tenemos suerte, se pueden olvidar. Que pasen muy buenas noches, que viajen seguros, que viajen con bien y que Dios los bendiga.
Ah.