Mis primos me decían cosas para asustarme, pero también sabía que algunas no se las estaban inventando. En especial una historia que siempre me dio curiosidad, la de una mujer, una bruja que flotaba en las noches sin luna con los brazos extendidos como una virgen, pero que no había nada de sacro en ella, que más bien parecía que flotaba en esa forma, en esa posición, para burlarse de la fe de los que la vieran. [Música] Muy buenas noches, mi comunidad relatos de la noche.
Ya lo saben, agradezco que vuelvan a sintonizarnos en sus dispositivos y nos acompañen a escuchar las siguientes historias que esta vez van a tratar sobre un lugar en específico, un lugar muy enigmático, mágico, para bien o para mal, un lugar aterrador, el cerro de la estrella en Iztapalapa, Ciudad de México. Cada vez nos están llegando más historias muy extrañas de temas bastante variados, lo que nos dice que es un lugar muy cargado de energías, pero hoy iniciamos con tres que tienen algo en común. El título del episodio ya se los anuncia, hablaremos sobre brujas y el cerro de la estrella.
Así que sin más vamos a pasar a las historias de hoy. Pero antes, antes de eso quiero decirte que si tú estás pasando por un momento difícil, si por alguna razón hoy que estás escuchando te sientes solo, sola, recuerdes que eres parte de esta familia, de esta comunidad y que nosotros siempre, siempre, pase lo que pase, vamos a estar para ti, porque todos estamos juntos en esto. Apaga la luz y déjate llevar.
Estás escuchando Relatos de la noche. Me llamo Diego y tengo 23 años. Hace poco me mudé con mi tía Cesiapalapa, a una casa muy muy cerca del cerro de la Estrella.
No fue por gusto. Mi mamá se fue a trabajar a Estados Unidos y yo tenía que terminar la carrera aquí en la ciudad de México. Era eso, quedarme solo en un departamento que no podía pagar, así que me mudé con ella como cuando era niño y venía a pasar las vacaciones a Navidad.
Su casa siempre me dio paz, aunque ya es bastante vieja, está muy bien cuidada. Y el jardín, el jardín me da muy buena vibra, sobre todo el de enfrente que siempre está lleno de plantas perfectamente acomodadas, que huele a ruda, romero y tierra mojada. Mi tía dice que son plantas de protección, que el cerro, aunque bonito, tiene cosas que es mejor mantener lejos, que hay plantas que no dejan que nada se vaya a querer meter.
Desde chico lo escuchaba, que este cerro tiene algo raro, que se ven luces en la madrugada como bolas de fuego. Dicen algunos, que hay sombras que se mueven donde no hay nadie, que se ve gente subir en la noche pero nunca bajar. Mis primos me decían cosas para asustarme, pero también sabía que algunas no se las estaban inventando.
En especial una historia que siempre me dio curiosidad, la de una mujer, una bruja que flotaba en las noches sin luna con los brazos extendidos como una virgen, pero que no había nada de sacro en ella, que más bien parecía que flotaba en esa forma, en esa posición, para burlarse de la fe de los que la vieran. Una silueta que subía hacia el cerro sin mover ni un músculo que se alejaba tanto que se perdía en él, en la oscuridad, en lo más alto. Nunca supe de dónde había salido ese relato, pero todos los niños en esa calle y alrededor con los que llegaba a jugar fútbol lo habían escuchado alguna vez, aunque nadie la había visto.
Y todos decían lo mismo. Si te la llegues a encontrar, que no te vea, porque si te ve, algo se te queda, te quedas loco. Nunca vas a poder dejar de verla.
Esa historia en particular quizás nunca me había dado tanto miedo, sobre todo porque varias veces nos la contó un taxista que a veces jugaba fútbol con nosotros. un señor que siempre parecía estar borracho y que cada que nos contó aquella historia la contaba un poco diferente. Esa era de las leyendas que yo tomaba solo como eso quizás, aunque era muy llamativa y muy interesante, sí parecía más bien una historia de fantasmas para asustar a los niños.
hasta que alguien muy cercano a mí, alguien que no tendría por qué mentirme, me contó algo, algo al respecto. Fue una noche que, de hecho, yo andaba superestresado por la escuela, quejándome de todo cuando llegó a saludarme mi primo Iván, que estaba de visita. Él es hijo de mi tía Cei, pero ya no viví ahí.
Se ha ido al norte de la ciudad. Yo era ahora el que dormí en su antiguo cuarto. Recuerdo que yo estaba en la cocina.
Mi tía ya se había dormido y no podía concentrarme en los apuntes. Se me hizo raro que Ivano no se fuera. Se había despedido de su mamá.
Según yo ya se había salido, pero me levanté a apagar la tele que me estaba distrayendo y ahí estaba él todavía en la ventana abriendo un poco la cortina, un poquito con la vista en el cerro. Le pregunté si todo estaba bien y me dijo que se había arrepentido de irse, que era tarde, que mejor se iba a quedar en la sala. Yo le dije que no, que cómo que se durmiera en su antiguo cuarto.
A fin de cuentas, yo iba a acabar de trabajar hasta bien entrada la madrugada, pero me dijo que no le gustaba su cuarto, la ventana, esa vista. Les juro que en ese momento parecía que estaba bromeando. Su cara, su tono era como si estuviera a punto de contarme una historia de terror, pero él no era así para nada.
Y entonces me dijo lo siguiente, "No te rías, pero necesito que por un momento te olvides de todas las veces que cuando eras niño te dije que no creyeras las historias de la gente y todo lo que se decía que se aparecía por aquí. En serio, necesito contarte algo, algo que solo sabe un amigo y ya siento que tengo que sacarlo y tú vas a confiar en mí más que él porque siento que el día que le conté no se burló de mí no más porque estaba enfrente. Pero te lo voy a contar a ti.
Nada más promete que me vas a creer. Me reí leve, de nervios. Le dije que le diera, que ni que me fuera a asustar tan fácil.
Pero cuando vi la forma en que me lo contó, la seriedad en su cara, los ojos llorosos, la voz que se lebraba, se me quitó la sonrisa. Lo que me contó pasó en 2016, cuando él tenía 20. Una noche cualquiera regresaba de una fiesta por ermita con unos amigos.
Le había tocado manejar porque había llevado a su novia, pero después de irla a dejar a su casa regresaba solo. Él siempre prefería que alguien más manejara porque podía tomar y porque había algo en esas calles cerca del cerro que ya de noche lo ponían muy nervioso. No era la oscuridad, no se refería a esas horas de la noche donde ya no había nadie afuera, donde se sentía completamente solo, donde sentía que lo que fuera que viera, que le pasara le iba a pasar solo a él.
Pero todo iba tranquilo hasta que ya cerca de la casa, la calle principal por donde siempre sube estaba cerrada. Había dos patrullas y una ambulancia. Nunca supo qué pasó, pero no podía pasar.
Así que dio la vuelta para meterse por una calle lateral que sube en paralelo más cerca del cerro. Un callejón. Nunca me gustó esa calle, me dijo.
No por fantasmas ni cosas así, sino porque está muy sola. Tiene casas, pero muchas pareciera que están medio abandonadas y está toda mal iluminada con los postres viejos y cables colgando. Pero ya eran como las 2:30 y yo solo quería llegar a la casa.
Contó que iba despacio con el volumen de la música muy bajo. Las llantas pasaban sobre los baches con algo de trabajo y entonces, sin aviso, el coche empezó a vibrar como si algo le hubiera caído encima. Pero al mismo tiempo como si algo se lo hubiera metido entre las llantas.
No un golpe, sino como si algo se hubiera aferrado al toldo, como si algo pesara sobre él y al mismo tiempo, como si hubiera atropellado algo, frenó, se le bajó la sangre, pensó que se había dañado el coche o peor que algo se le había echado encima. Y ahí cuando mi primo me dijo lo siguiente, la voz se lebró de una forma que yo no recordaba. Como cuando era niño, cuando me contaba cómo le pegaba a su papá.
Pasó por encima de mí, Diego. Venía desde la parte de atrás como hacia el cofre. Y cuando pasó justo por arriba de mí, la pude ver bien clarita, sin hacer ningún ruido, sin mover los brazos ni nada.
flotando como si alguien la estuviera jalando por hilos. Pero aunque te diga que es una bruja, no era una bruja como en las películas, era algo distinto, algo real. Lo único que se le moviera la ropa porque el pelo lo tenía como pegado no más, como si fuera una fotografía.
No sé si tiene sentido, pero así la vi. me dijo que era una mujer o algo que parecía una mujer que tenía el cabello blanco, largo, muy lacio. Vestía con algo negro, como una bata o una túnica sucia, desgastada que se movía con el viento, pero ella no.
Ella no se movía. Su cuerpo estaba completamente rígido, como si fuera un maniquí flotando, pero con presencia, con algo bien pesado que se sentía alrededor de ella, que lo más horrible eran sus brazos extendidos a los lados, inmóviles, como si estuviera colgada de los hombros en una postura de abrazo hacia abajo, pero sin esfuerzo. Te juro, Diego, que no sé si era una bruja o un fantasma, que no sé si era algo más.
Solo sé que vi que pasó por encima del coche y cuando la vi cruzar supe que no debía moverme, que tenía que hacer como si yo no existiera. Fue como si todo mi cuerpo me dijera que si hacía un solo ruido, ella me iba a ver y yo no quería verla de frente. No quería que se volteara y me quedé mirando a su espalda.
su pelo blanco y esa forma en que subía lento hacia el cerro. Me dijo que la vio ascender como si el cerro la estuviera llamando, que no volaba rápido, no desapareció, solo se alejó poco a poco flotando inmóvil como un muñeco hasta que se perdió en lo negro de la noche. Cuando pudo volver a respirar, avanzó con el coche de nuevo.
No quiso mirar por el retrovisor, no quiso mirar al cerro. se concentró en los 3 metros por delante del carro y así llegó a su casa. Se metió sin hacer ruido.
No habló con nadie. Pasó semanas sin dormir bien. Mi tía pensó que era por la fiesta, por el trabajo que otra vez había cortado con la novia, pero él sabía bien lo que era.
Y ahí, años después, en esa casa, me lo contó como un secreto, como algo que necesitaba compartir antes de que se perdiera, de que se volviera loco, como si quisiera por alguna razón mantener vivo ese recuerdo. Y yo desde ese día no pude mirar el cerro de la misma forma. Todas las leyendas, todos los cuentos, todas las historias de brujas que me contaron desde niño, desde que no vivía ahí, ahora se veían muy diferentes.
Una vez, justo antes de dormir, me levanté al baño y pasé por la ventana del cuarto de lavado. Me asomé sin pensar hacer cerro. Era una noche sin luna.
Por un instante comunidad muy lejos, vi una especie de luz que se movía despacito por el cerro. Solo veía esa luz que no tenía forma, pero me la imaginé clarito, como si fuera una mujer flotando. Yo eso sé que fue mi imaginación, pero sé también que ahora esa historia es parte de mi vida, de mis miedos, porque ya vivo aquí y soy parte de esto.
Como todos los que vivimos al pie del cerro de la estrella, todos sin falta. Tenemos una historia por contar. Hola comunidad, soy Javi.
Me da mucho gusto saludarlos por fin con una historia mía. Hace unos años, cuando uno estudiaba en la prepa, vivía con mis papás en Itapalapa. Solía tomar la línea 8o del metro para ir y venir de la escuela y de mi trabajo en un taller de carpintería.
Todo me quedaba muy lejos, pero así era la suerte que me había tocado. Una noche regresando a casa después de una jornada muy larga, viví una experiencia que aún no puedo explicar. Eran cerca de las 10:30.
Abordé el metro en la estación de la viga. El vagón estaba casi vacío. Tampoco puse mucha atención.
Solo recuerdo que me subí al que vi más vacío. Me senté y saqué un libro que llevaba en la mochila intentando aprovechar el tiempo de viaje. Al llegar a la estación a Patlaco, subieron tres muchachas.
No pude evitar que me llamaran la atención y verlas. Eran muy blancas e iban vestidas como menunitas, aunque su cabello no era rubio, sino castaño oscuro. Una de ellas llevaba en brazos a un niño pequeño de no más de 2 años.
Se sentaron cerca de mí y una de ellas, la que no cargaba el niño, me miró y sonrió. ¿Es bueno ese libro? , me preguntó refiriéndose a un libro de Carlos Fuentes que leía porque tenía que hacerlo para la escuela.
Le respondí que apenas lo estaba empezando, pero que era interesante, más de lo que esperaba. Ella sintió sonriendo y me dijo que su papá había sido un ávido lector de este tipo de libros, pero que ya había muerto. Me dijo que si algún día necesitaba alguno, ella me podía dar los que ya nadie iba a leer en su casa.
Por supuesto que no pensé que lo dijera en serio, así que le dije que gracias, que estaría bien. Bájate con nosotras y acompáñanos. Son un par de cuadras.
Nos acompañas y ya te los llevas tú. me dijo. Y algo me pareció muy raro.
Por más que ella quisiera que alguien las acompañara, no caminara solas en alguna calle peligrosa, era sumamente raro que invitara a un desconocido de la nada. Le agradecí, pero le dije que tenía que llegar temprano a casa. Ella insistió diciendo que no me tomaría mucho tiempo, que en 10 minutos estaba de vuelta, que un día de esto su mamá iba a tirar todos los libros, que les haría un favor.
Su voz era muy suave, casi hipnótica, de alguna forma hacía que toda aquella conversación casi casi pareciera normal, aunque por supuesto que no lo era. Me sentí incómodo, pero no supe cómo rechazarla sin parecer grosero. En la siguiente estación, Escuadrón 2011, subieron tres jóvenes con uniforme, dos hombres y una mujer.
Se sentaron frente a mí y comenzaron a mirarme. Luego las mujeres y a susurrar entre ellos. La muchacha me observaba con una expresión de preocupación.
Al llegar a la estación Itapalapa, las tres mujeres se levantaron para bajarse y antes de salir del vagón, la que me había hablado se volvió hacia mí y dijo, "Te veré pronto. " Su voz esta vez, a pesar de mantener el mismo tono sonó diferente, como si tuviera algo en la garganta, me estremecí. Después de que las puertas se cerraron y avanzamos, los chicos que se habían subido en Escuadrón 2011 se acercaron a mí.
"¿Estás bien? ", me preguntó la chica. Le dije que sí, todavía más confundido.
No me gusta hablar con la gente y ahora eran los segundos extraños con los que tenía que interactuar. Pero no venías con ellas, ¿verdad? Con las muchachas con el muñeco ese feo.
Le dije que no, que me habían hecho plática por el libro, pero en ese momento recabé en algo. ¿Te refieres a las muchachas con el bebé, verdad? Las que se acaban de bajar.
¿Cuál bebé? Las que se bajaron. La que se despidió de ti.
Traían un muñeco espantoso de cartón con la cara mal pintada. ¿A eso te refieres con el bebé? Me quedé en silencio sin saber qué decir.
Yo claramente había visto a un bebé. Se había movido, me había visto, estaba muy tierno. Casi, casi, casi le agarró los cachetes de lo bonito que se veía.
Otra señora que estaba sentada al fondo del vagón desde ya se empezó a reír y me dijo que no traía ningún bebé, que eran brujas, que no era la primera vez que las veía. En cuanto dijo eso, de pronto uno de los chicos de uniforme gritó emocionado y le empezó a pegar al otro en la espalda. ¿Ves?
Les dije que eran las brujas. Así una vez casi se llevan a mi papá. En ese momento voltearon las otras dos señoras que iban en el vagón con nosotros y yo me sentí asustado, pero también con mucha vergüenza.
Hubo por un momento una complicidad entre los que íbamos ahí juntos en ese vagón rodeado por la oscuridad, hasta que de alguna forma entendimos que todos teníamos que salir a ella, a esa oscuridad y que había brujas cerca. Te salvaste, muchacho. Así se los llevan para el cerro de la estrella.
Yo no sé qué pasa allí arriba, pero nadie que se vaya con ella suele bajar. Cuando llegamos a mi estación, bajé del metro. Caminé para mi casa sintiendo un miedo que no he vuelto a sentir desde entonces.
Un miedo que tampoco había sentido antes. Por un lado, sentía que me había salvado de algo terrible, que ellas se habían bajado kilómetros antes, que estaban lejos de mí. Pero por el otro, mientras caminaba, no podía evitar voltear a esa calle oscura detrás de mí.
No podía evitar pensar que alguien me seguía en oscuridad. No pudía evitar imaginar que los perros ladrando a lo lejos les ladraban a ellas que caminaban por los techos cerca de mí, esperando una oportunidad para llevarme. Todavía me acuerdo y me sigo asustando como si fuera un niño.
No me da pena decir para nada que me dan miedo, que el mayor terror en mi vida son las brujas. Gracias por continuar, comunidad, por seguir escuchando. Y esta historia que acaba de pasar es muy parecida a otros casos que ya hemos escuchado antes.
Así que si tienen algo, algo parecido, algo similar, compártanlo. Recuerden que hasta acá solo llegan los fans. De verdad, la mayoría de comentarios nos dicen que no toda la gente aguanta un episodio completo de relatos de la noche, lo cual es raro porque sé que para nosotros ya es normal y estamos acostumbrados, pero para la gente que va llegando, pues les parece algo fuerte y eso es muy curioso porque ustedes que ya son parte de la comunidad saben que asustar no es el principal objetivo de este proyecto, sino mantener vivas nuestras historias.
Y es por eso que nos gusta mucho el relato con el que vamos a cerrar el día de hoy. Un gran relato que espero que disfruten. Y de nuevo, ya saben, les tengo que recordar que pueden encontrar mi libro en todas las librerías cerca de ustedes, físicamente o en línea.
La forma en la que lo han apoyado es una de las cosas más bonitas que nos han regalado, de verdad. Ojalá que pronto haya más sorpresas, porque aunque Relatos de la noche jamás va a dejar de ser este podcast que ustedes disfrutan, ya también tenemos ganas de intentar cosas distintas, pero no se preocupen, ya saben que todo lo que venga de forma experimental, como el libro, como el cómic, no será aquí, no será cambiando lo que ya les gusta, eso se queda igual para siempre. Cualquier nueva propuesta será en otros formatos y con suerte en otras plataformas que esperamos que también puedan disfrutar, pero siempre teniendo en cuenta que lo principal es este proyecto, es relatos de la noche como un vehículo para contar sus historias.
Esperamos que estén pendientes. Les amo mucho. Continuamos.
[Música] Me llamo Mariana y esto que voy a contar es algo que escuché cuando era apenas una niña. Nunca pensé que fuera tan importante hasta ahora. Nunca pensé que debería contarlo y mucho menos escribirlo para compartirlo, pero ahora ellas ya no están.
Mi abuela falleció en 2019 y la señora Lupita, su amiga, la protagonista de esta historia, murió el año pasado. Las últimas que sabían este relato ya no están aquí y siento que si no lo cuento yo se va a perder para siempre. Era mediados de los 2000, yo tenía unos 11 años.
Vivíamos en Veracruz, en Cihuapan, un pueblo cerca de Catemaco, en una casa grande que había sido de mis abuelos desde siempre. Mi abuela era una mujer muy devota, católica, rezadora, de las que a veces se la pasaba en la iglesia, aunque eso dependía mucho de la vibra que le diera el padre en turno, pero también tenía algo más, una sensibilidad que las demás mujeres del pueblo le reconocían. Y aunque ella nunca lo admitió bien bien, todos sabíamos que veía cosas, que podía sentir cosas.
Se reunía a orar con otras señoras del pueblo. Eran cinco o seis. Y decían que juntas hacían más fuerte la oración, que Dios les había dado la posibilidad de ayudar a otros desde lejos, de llegar a lugares donde hacía falta la fe, aunque el cuerpo no pudiera estar ahí.
Su líder era la señora Lupita, una mujer humilde, pero muy bondadosa. Decía mi abuela que la señora había tenido una casa grande y muchas cosas, muchos lujos, pero un día de pronto lo cedió todo. Se quedó en una casita en un terrenito rodado de plantas y dijo que ahí se iba a quedar, que ahí era donde tenía que estar.
Y ahí fue cuando empecé a escuchar que ella y mi abuela decían que iban a visitar enfermos, que iban a acompañar a familiares en cirugías, a limpiar casas donde había malas energías. No me explicaban mucho, pero me llamaba la atención. Con el tiempo entendí que lo que hacía en específico la señora Lupita era una especie de viaje, de desprendimiento.
Solo decían que rezaba. cerraba los ojos y se iba. Y cuando regresaba volvía llorando o riéndose dependiendo de lo que hubiera visto.
Mi abuela me dijo que Lupita siempre despertaba sudando. Ella le decía que su cuerpo no sentía frío, pero su alma sí. Y según le había dicho, mi abuelita en algún momento también iba a poder transportarse en alma para ayudar para que ya no fuera Lupita sola.
Una noche, recuerdo bien que fue en vacaciones, vino a la casa la señora Lupita con otra de las señoras del grupo de oración, pero no venían solas. Traían una señora que yo no conocía, que no era de ahí, joven, elegante, bien vestida, pero con la cara muy triste. Era de Boca del Río, según escuché, suegra estaba muy mal, postrada con el cuerpo dañado por dentro, como si estuviera deshaciendo en vida.
Decía que los doctores no sabían qué era, que incluso olía muy mal como apodrido, que ya no hablaba, que el miedo había entrado en la casa por completo, que se había dañado de ella, que algo muy oscuro se había quedado ahí en esa casa en Ciudad de México. Su esposo se había quedado, pero ella tuvo que volver a Veracruz y alguien entonces le habló de ese grupo de oración, de la señora Lupita y sus capacidades. Le dijo que fuera, que a lo mejor la podían ayudar.
Así que mi abuela y doña Lupita le ofrecieron lo de siempre, lo que siempre hacían para empezar a orar. Esa noche se reunirían como cada que lo necesitaban. A las 12 la señora quiso dejarles dinero, pero ellas no aceptaban nunca.
Decían que esa capacidad era un regalo, una bendición que Dios les dio y que si cobraban la podían perder. Y yo recuerdo que esa noche me quedé despierta. No sé por qué, no sé si era por la curiosidad, pero pero simplemente lo hice.
Fui escondidas hasta la sala. Desde la ventana ahí podía ver la casa enseguida donde ellas se juntarían esa noche. Desde ahí podía verlas rezando con veladoras para muchos santos que las acompañaban.
Y en el centro, en el centro estaba la señora Lupita, custodiada por todas las demás. Todas en silencio con los ojos cerrados. Mi abuela ahí casi junto a la señora Lupita en el centro con su rosario apretado y de pronto algo cambió.
No fue un ruido, no fue una luz, fue un frío que nos llegó de repente que se metió en mi casa, pero también ellas lo sintieron enseguida. Vi como una de las mujeres, la más joven, se levantó y cerró la cortina justo antes de que pudiera ver como todas abrían los ojos, como mi abuela se ponía de pie. La única que estaba inmóvil aún era la señora Lupita.
Una media hora después, mi abuela llegó a la casa sudando, asustada. Le pidió a mi mamá que fuera con ella. Le dijo que Lupita estaba muy mal.
Mi mamá en algún momento trabajó en una clínica. No es que supiera el 100% de enfermería, pero algo se le había pegado y sabía mantener la calma. Después me contaron lo que pasó, lo que vivió la señora Lupita esa noche en la que iba a ir a Ciudad de México espiritualmente, iba a ir específicamente a Iztapalapa.
Después me enteré de lo que pasó. No me lo dijo mi abuela directamente, sino que semanas más tarde, cuando la acompañé a casa de doña Lupita, escuché la conversación desde el jardín mientras me hacía la tonta como si estuviera jugando, como si fuera una niña que no entendía lo que estaba pasando o de qué hablaban. Según lo que escuché que le contaban al padre, al sacerdote, desde entonces, que no les caía nada bien, me enteré que apenas la señora Lupita cerró los ojos.
se sintió flotando como siempre, avanzando muy rápido, como como si fuera volando hacia el lugar donde tenía que estar, a esa dirección que habían mencionado en oración. Pero esta vez no vio ninguna luz, no había ninguna, no había calma. dijo que todo era negro, que el aire se sentía espeso y caliente, que su cuerpo espiritual o como le quieran llamar de pronto empezó a hundirse rápido, a caer como si algo la jalara.
Abrió los ojos en ese otro plano y cayó de golpe sobre una calle vacía oscura, en un lugar que no conocía. No había ruido, no había siquiera viento, solo estaba a su lado. Esa certeza horrible de que no estaba sola.
Comenzó a caminar. Intentaba encontrar la casa de la señora que había pedido ayuda, pero nada tenía sentido. Las casas parecían abandonadas, distorsionadas.
Las luces no se veían como si todo el mundo las hubiera dejado apagadas. Dijo que ahí la oscuridad era mucho más profunda y lo peor, dijo que sabía que había alguien ahí, que algo la estaba viendo, eso era lo que más la aterraba, porque cada vez que se desprendía nada la podía ver. Era la primera vez que le pasaba esto.
Primero fue una figura lejana, luego dos, luego varias aparecieron corriendo a lo lejos por esa calle en su dirección. No caminaban, corrían. Mujeres vestidas de negro, algunas con velo y otras no.
No podía ver bien sus rostros, pues parecía que los tuvieran borrosos, que no existieran. La señora Lupita quiso volver. Rezaba y rezaba para volver, pero no podía.
No lograba salir de ahí. No podía regresar a su cuerpo. Entonces vio el cerro.
Ahora sé que lo que vio fue el cerro de la estrella. La señora Lupita corrió hacia allá para esconderse, buscando alejarse de las figuras. Corrió muy ligera flotando apenas.
Dice que fue como si Dios le diera la facultad de correr muy deprisa para poder alejarse de esas mujeres horribles. Pero cuando llegó al cerro sentía que algo se le colgaba, que algo le rasguñaba los pies, que la hacía sentir muy pesada, como si la tierra se le quisiera tragar. Entonces, mientras corría, vi una entrada, una cueva pequeña, angosta, como hecha para meterse de lado.
Y así de lado entró sin pensarlo, se encogió, se hizo bolita y se quedó inmóvil. Tenía mucho miedo y no estaba acostumbrada a sentirlo. Afuera vio como pasaron las figuras, escuchó los pasos, las voces, no hablaban.
Era como si gritaran, pero sin sentido. Algunas reían, otras chillaban. El eco se metió hasta el fondo y ella sintió que le zumbaban los oídos.
Después de un momento empezó a escuchar aquellos gritos, aquellos chillidos y aquellas risas cada vez más lejos, sintiendo que quizás era momento de salir, de volver a bajar e intentar regresar a su cuerpo, pero algo en la cueva, al fondo, en la oscuridad había algo con ella. Algo se movió. No eran ellas, era otra cosa.
Algo que quizás estaba en la cueva desde antes que no la había visto llegar, algo que había despertado y que ahora le estaba viendo, algo que no podía describir, pero que empezó a empujarle hacia el piso, a golpearla, arañarla, sin cuerpo, sin forma, pero con intención de lastimarla. La señora Lupita gritó, rezó con todas sus fuerzas, clamó a Dios y entonces por fin despertó en el suelo en medio del círculo, con las demás señoras del círculo de oración llorando, sosteniéndola, cubriéndola con rebos con mi abuela tomándola de las manos llorando de miedo. La señora Lupita estaba golpeada.
rasguñada como si hubiera peleado con algo real. Mi abuela decía que eso no había pasado nunca, que era la primera vez que volvía golpeada, realmente dañada, no solo con una huella espiritual que había ido a un lugar donde no debía estar, que había caminado en un espacio del que pocos regresaban. Unos días más tarde, mi abuela acompañaba a la señora Lupita al mercado.
Apenas podía caminar de nuevo. Ahí una bruja del pueblo se les acercó. La conocían bien, la respetaban hasta cierto punto.
Ella no se metía con el grupo de oración y el grupo de oración no se metía con ella. Mientras, claro, sus intenciones no se cruzaran. La bruja les dijo que sabía dónde había estado Lupita, que ella la había visto.
A poco sabes que Lupe salió de la mismísima cueva del allí en el cerro de la estrella, preguntó mi abuela casi retando a la bruja. La señora se empezó a reír. Le dijo que esa no era la famosa cueva del sino otra, una que no siempre está, que aparece solo para los que están por perderse, para bien o para mal dependiendo de la gente.
Dijo que si en vez de esa hubiera entrado la verdadera cueva del que no habría vuelto jamás, que hubiera dejado su cuerpo vacío por siempre. y que el destino de su alma hubiera sido tan espantoso que hasta ella, a la bruja, le aterraba siquiera imaginarlo. Y yo yo no más mecía la tonta y de repente volteaba y veía los ojos de terror del pobre padre mientras le contaban.
Todos los padres que han estado en esa iglesia de alguna forma supervisaban, si se puede decir así, lo que pasaba en el grupo. Algunos más, algunos menos, dependiendo de lo que confiaran en el grupo y sobre todo de lo que el grupo confiara en ellos. Yo, como les dije al principio del relato, ya no tengo a mi abuela.
Tampoco tengo a doña Lupita, que me cuidó mucho y estuvo el pendiente desde lejos cuando me quedé solita. Pero tengo esto, comunidad, lo que me contaron, lo que vivieron y lo que ahora por fin después de mucho tiempo comparto con ustedes. Que tengan muy buenas noches.
Yes.