¿Quién? ¿Quién es digno de romper los sellos y abrir el libro? Señor, hemos buscado en toda la creación, en los rincones más profundos de la tierra, entre los reyes y los humildes. No hay nadie, nadie es digno. Y en el cielo, en el cielo debe haber alguien. Busquen en cada estrella, en cada trono. ¿Quién está a la altura de abrir el rollo? Nadie, Señor, en los cielos no hay quien sea digno. Debajo de la tierra tampoco. Hemos buscado en todas partes, Señor, nadie fue encontrado. La humanidad está perdida. He aquí al león de la
tribu de Judá, el cordero, el único digno de romper los sellos. El libro del Apocalipsis: yo, Juan, vuestro hermano y compañero en las tribulaciones, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos. Me habían desterrado allí por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Era el día del Señor, y mientras oraba y meditaba, fui arrebatado en el espíritu. De repente, escuché detrás de mí una voz fuerte como el sonido de una trompeta que me decía: "Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el
último. Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las iglesias en Éfeso, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea." Me volví para ver quién me hablaba, y lo que vi fue algo que no olvidaré jamás. Vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros estaba alguien semejante al hijo del hombre. Su apariencia era gloriosa, indescriptible, y su presencia hizo que todo mi ser temblara. Estaba vestido con una túnica larga hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinturón de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana, tan
blancos como la nieve, y sus ojos eran como llamas de fuego. Sus pies parecían bronce bruñido, ardiente en un horno, y su voz era como el estruendo de muchas aguas. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos. Su rostro resplandecía como el sol cuando brilla en toda su fuerza. Al verlo, no pude soportar su gloria y caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí y me dijo: "No temas, yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto,
pero he aquí que vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades." Entonces me ordenó: "Escribe las cosas que has visto, las que son y las que han de ser después de estas." El misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha y de los siete candeleros de oro es este: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias. Y así terminó aquella primera visión. Comprendí que estaba en presencia de Jesucristo glorificado y eterno, el Alfa
y la Omega, el principio y el fin, el Señor de todas las cosas. Luego de la visión gloriosa, Jesucristo comenzó a dictarme mensajes específicos para cada una de las siete iglesias. Sus palabras no eran solo para ellas, sino también para toda la iglesia a lo largo de la historia. Primero, a la iglesia de Éfeso: "Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: Estas cosas dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que anda en medio de los siete candeleros de oro. Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu paciencia. Sé
que no puedes soportar a los malos y has probado a los que dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos. Has perseverado y trabajado por mi nombre, y no te has cansado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído. Arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no, vendré pronto a ti y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Sin embargo, tienes esto a tu favor: aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. El que tiene
oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios." Segundo, a la iglesia de Esmirna: "Escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: Estas cosas dice el primero y el último, el que estuvo muerto y vivió. Yo conozco tus obras, tu tribulación y tu pobreza, aunque eres rico, y la blasfemia de los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que son sinagoga de Satanás. No temas en nada lo que vas a padecer.
He aquí, él echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias: El que venciere no sufrirá daño de la segunda muerte." Tercero, a la iglesia de Pérgamo: "Escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: Estas cosas dice el que tiene la espada aguda de dos filos. Yo conozco tus obras y dónde moras, donde está el trono de Satanás. Pero retienes mi
nombre y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás. Pero tengo unas pocas cosas contra ti: tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo a los hijos de Israel, a comer de lo sacrificado a los ídolos y a cometer fornicación. También tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la cual yo aborrezco. Por tanto, arrepiéntete; pues, si no, vendré pronto a ti y pelearé contra ellos con la espada." De mi
boca: "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita, escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce, sino aquel que lo recibe." Cuarto a la iglesia de Tiatira, escribe: "Al ángel de la iglesia en Pérgamo: Estas cosas dice el que tiene la espada aguda de dos filos: Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre y no has negado mi fe, ni aún en los días
en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás. Pero tengo unas pocas cosas contra ti: tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo a los hijos de Israel, a comer de lo sacrificado a los ídolos y a cometer fornicación. También tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la cual yo aborrezco. Por tanto, arrepiéntete, pues si no, vendré pronto a ti y pelearé contra ellos con la espada de mi boca. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a
las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita, escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce, sino aquel que lo recibe." Escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: "Estas cosas dice el Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego y pies semejantes al bronce bruñido: Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras. Pero tengo contra ti que toleras a esa mujer Jezabel, que se dice profetiza,
y enseña y seduce a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos. Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de sus obras, y a sus hijos heriré de muerte; y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón, y os daré a cada uno según sus obras. Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a
cuantos no tienen esa doctrina y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os imponeré otra carga, pero retened lo que tenéis hasta que yo venga. Al que venciere y guardaré mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero, como yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias." Después de los mensajes a
las primeras cuatro iglesias, el Señor continuó dictando lo que debía escribir a las tres iglesias restantes. Quinto, a la iglesia de Sardis, escribe: "Al ángel de la iglesia en Sardis: Estas cosas dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives y estás muerto. Sé vigilante y afirma las otras cosas que están para morir, porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; guárdalo y arrepiéntete; pues si no velas, vendré sobre ti como
ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras, y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, y a su nombre lo haré delante de mi Padre y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias." Sexto, a la iglesia de Filadelfia, escribe: "Al ángel de la iglesia en Filadelfia: Estas cosas dice el Santo, el Verdadero, el
que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras. He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar, porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten. He aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies y reconozcan que yo te he amado. Por cuanto has guardado la palabra de
mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí, y escribiré sobre él el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído,
oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias." Séptimo, a la iglesia de Laodicea, escribe: "Al ángel de la iglesia en Laodicea: Estas cosas dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente; pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad, y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo." tanto
yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me
he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Después de escuchar estos mensajes, entendí que cada iglesia había recibido palabras de aliento, advertencia y corrección. Las iglesias no eran perfectas, pero el Señor les mostraba su amor al llamarlas al arrepentimiento y a la fidelidad. Cada mensaje terminaba con una promesa para aquellos que vencieran: recibirían la vida eterna y estarían en la presencia gloriosa de Dios. Con esto concluían los mensajes a las siete iglesias. Pero sabía que esta revelación no había terminado, porque lo que
vendría después era aún más impresionante: la adoración celestial y el comienzo de los juicios sobre la humanidad. La adoración en el trono celestial, después de escuchar los mensajes a las iglesias, algo increíble sucedió: miré y vi una puerta abierta en el cielo. La misma voz que había escuchado antes, la que sonaba como una trompeta, me dijo: "Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas." En ese momento, fui arrebatado en el espíritu, y lo que vi me dejó sin palabras. Me encontré delante del trono de Dios en el cielo, y allí
había un espectáculo de gloria y majestad que ningún ser humano podría imaginar. En el centro estaba el trono; alguien estaba sentado en él, y su apariencia era indescriptible. Resplandecía como el jaspe y la piedra de cornalina, y un arco iris que parecía de esmeralda rodeaba el trono. Alrededor del trono había 24 ancianos sentados en otros tronos; estaban vestidos de ropas blancas y en sus cabezas llevaban coronas de oro. Del trono salían relámpagos, truenos y voces, y frente a él ardían siete lámparas de fuego, que son los siete espíritus de Dios. Delante del trono también había
algo como un mar de vidrio, semejante al cristal, que reflejaba la luz gloriosa. Alrededor del trono había cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primero era semejante a un león, el segundo semejante a un becerro, el tercero tenía rostro como de hombre y el cuarto era semejante a un águila volante. Cada uno de ellos tenía seis alas y estaban llenos de ojos alrededor y por dentro. "Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir." Cada vez que los cuatro seres
vivientes daban gloria, honra y alabanza al que está sentado en el trono, los 24 ancianos se postraban delante de él, echaban sus coronas a los pies del trono y decían: "Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas." Esta visión del trono celestial era una revelación de la majestad de Dios y de la adoración que él recibe en el cielo. Allí no hay descanso ni distracción; todo el cielo proclama su santidad, su poder y su gloria.
Al ver esto comprendí que toda la creación existe porque Dios lo ha querido, y Él es el único digno de recibir la adoración. El Cordero y el rollo sellado. Luego de contemplar la adoración celestial, algo llamó mi atención: en la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo. Estaba escrito por dentro y por fuera y estaba sellado con siete sellos. Era evidente que ese rollo contenía algo muy importante, algo que debía ser revelado. "¿Quién es digno de abrir el rollo y desatar sus sellos?" Hubo un silencio profundo en el cielo porque
nadie en el cielo, en la tierra ni debajo de la tierra era digno de abrir el rollo ni de mirarlo. Al darme cuenta de esto, sentí una tristeza inmensa y comencé a llorar porque parecía que no había nadie que pudiera abrirlo y revelar lo que contenía. Pero uno de los ancianos me dijo: "No llores; he aquí, el león de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el rollo y desatar sus siete sellos." Miré y vi, en medio del trono, entre los cuatro seres vivientes y los ancianos, a un Cordero. Parecía
como inmolado, pero estaba de pie, tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. El Cordero se acercó y tomó el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. En ese momento, todo el cielo estalló en alabanza. Cuando el Cordero tomó el rollo, los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se postraron delante de él. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Comenzaron a cantar un cántico nuevo, diciendo: "Digno eres de
tomar el rollo y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado. Con tu sangre compraste para Dios gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y los has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra." Miré y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono; había millares y millares de ellos, y proclamaban con voz fuerte: "Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza." Y escuché a toda criatura en cielo, en la tierra, debajo de... La tierra
y en el mar, diciendo: "Al que está sentado en el trono y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". Los cuatro seres vivientes dijeron: "Amén", y los ancianos se postraron y adoraron. Entendí que solo el Cordero, Jesucristo, es digno de abrir el rollo y desatar los eventos que cambiarán la historia de la humanidad; su sacrificio lo hace merecedor de toda adoración y su victoria asegura que los planes de Dios se cumplirán. La apertura de los siete sellos. Entonces vi cuando el Cordero comenzó a abrir
los sellos del rollo; cada sello desataba un evento en la tierra y, con cada uno, el juicio y el caos se iban manifestando con más intensidad. El primer sello: el caballo blanco. Cuando el Cordero abrió el primer sello, oí a uno de los cuatro seres vivientes decir con voz de trueno: "Ven, ven". Miré y vi un caballo blanco; el que lo montaba tenía un arco y se le dio una corona. Salió venciendo y para vencer. Este primer jinete representa la conquista y el engaño, como un líder que parece traer paz, pero que en realidad inicia
una expansión llena de dominio y control. El segundo sello: el caballo rojo. Cuando el Cordero abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente decir: "Entonces salió otro caballo, un caballo rojo". Al que lo montaba se le dio poder para quitar la paz de la tierra, para que los hombres se mataran unos a otros; también se le dio una gran espada. Este jinete simboliza la guerra y el conflicto, la violencia que se extiende entre las naciones y las personas. El tercer sello: el caballo negro. Cuando el Cordero abrió el tercer sello, oí al tercer ser
viviente decir: "Ven". Miré y vi un caballo negro; el que lo montaba tenía una balanza en su mano. Oí una voz en medio de los cuatro seres vivientes que decía: "1 kg de trigo por un denario y 3 kg de cebada por un denario, pero no dañes el aceite ni el vino". Este tercer jinete trae hambre y escasez; los precios de los alimentos aumentan tanto que la gente apenas puede sobrevivir, mientras otros bienes como el aceite y el vino permanecen intactos, mostrando una desigualdad y crisis económica. El cuarto sello: el caballo amarillo. Cuando el Cordero
abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: "Ven". Miré y vi un caballo amarillo; el que lo montaba se llamaba Muerte, y el Hades lo seguía. Se les dio autoridad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada, con hambre, con pestilencia y con las fieras de la tierra. Este cuarto jinete representa la muerte en todas sus formas: guerras, enfermedades, hambre y desastres naturales. El quinto sello: el clamor de los mártires. Cuando el Cordero abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido
muertos por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían. Clamaban a gran voz, diciendo: "¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre a los que moran en la tierra?". Se les dio vestiduras blancas, y se les dijo que descansaran todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus compañeros y hermanos que también habrían de ser muertos como ellos. Este sello revela la paciencia de los mártires, aquellos que han sufrido y dado su vida por su fe, esperando el juicio final de Dios sobre los impíos.
El sexto sello: terremotos y señales en el cielo. Cuando el Cordero abrió el sexto sello, hubo un gran terremoto; el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre. Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra como la higuera deja caer sus higos verdes cuando es sacudida por un fuerte viento. El cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla, y toda montaña e isla fueron removidas de su lugar. Los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos y todo siervo y libre se escondieron
en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: "Caed sobre nosotros y escondednos de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado, y ¿quién podrá sostenerse en pie?". Este sello desata señales cósmicas y desastres naturales que aterrorizan a toda la humanidad; es un anticipo del juicio inminente de Dios. Aquí termina la apertura de los seis primeros sellos; cada uno representa un juicio que se desata sobre la humanidad: engaño, guerra, hambre, muerte, persecución de los creyentes y grandes catástrofes naturales. Antes de
que se abra el séptimo sello, habrá un momento de preparación y revelación adicional. Los 144,000 sellados y la gran multitud redimida. Después de la apertura del sexto sello vi algo extraordinario: vi a cuatro ángeles de pie en los cuatro extremos de la tierra; ellos sostenían los vientos para que no soplaran ni sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Luego vi a otro ángel que subía desde donde sale el sol, llevando el sello del Dios vivo. Con voz fuerte les dijo a los cuatro ángeles que habían sido encargados de dañar la tierra
y el mar: "No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios". Entonces escuché el número de los sellados: 144,000 que fueron sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, 12,000 sellados; de la tribu de Rubén, 12,000 sellados; de la tribu de Gad, 12,000 sellados; de la tribu de Aser, 12,000 sellados; de la tribu de Neftalí, 12,000 sellados; de la tribu de Manasés, 12,000 sellados; de la tribu de Simeón, 12,000 sellados; de la
tribu de Leví, 12,000. Sellados de la tribu de Isacar: 12,000; sellados de la tribu de Zabulón: 12,000; sellados de la tribu de José: 12,000; sellados de la tribu de Benjamín: 12,000. Estos 144,000 son los siervos de Dios que son sellados como protección contra los juicios venideros. Representan un grupo especial escogido por Dios. Después de esto, vi una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Estaban de pie delante del Trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en las manos. A una sola
voz clamaban: "La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el Trono, y al Cordero." Todos los ángeles que estaban alrededor del Trono, los ancianos y los cuatro seres vivientes, se postraron sobre sus rostros delante del Trono y adoraron a Dios, diciendo: "Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén." Entonces uno de los ancianos me habló y me dijo: "¿Quiénes son estos que están vestidos de ropas blancas y de dónde han venido?" Yo le
dije: "Señor, tú lo sabes." Y él me dijo: "Estos son los que han salido de la gran tribulación. Han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por eso están delante del Trono de Dios y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el Trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del Trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas de vida, y
Dios enjugará toda lágrima de sus ojos." En medio de los juicios que vienen sobre la Tierra, Dios protege a sus siervos. Los 144,000 son un símbolo del pueblo de Dios protegido, mientras que la gran multitud representa a los redimidos de toda nación y lengua que han permanecido fieles y han sido lavados en la sangre del Cordero. Aquí se nos da esperanza. Aunque habrá tribulación, aquellos que confían en Dios y siguen a Cristo encontrarán consuelo, salvación y vida eterna en su presencia. La apertura del séptimo sello y las siete trompetas. Cuando el Cordero abrió el séptimo
sello, hubo un silencio en el cielo como por media hora. Fue un momento solemne, un silencio que anticipaba la magnitud de lo que estaba a punto de suceder. Vi a siete ángeles que estaban delante de Dios y se les dieron siete trompetas. Entonces otro ángel vino y se paró ante el altar con un incensario de oro. Se le dio mucho incienso para ofrecerlo con las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del Trono. El humo del incienso, mezclado con las oraciones de los santos, subió delante de Dios. Luego, el
ángel tomó el incensario, lo llenó del fuego del altar y lo arrojó a la tierra. Hubo truenos, voces, relámpagos y un terremoto. Era la señal de que el juicio de Dios estaba a punto de desatarse. Las siete trompetas: los primeros cuatro juicios. Primera trompeta: juicio sobre la Tierra. El primer ángel tocó la trompeta y hubo granizo y fuego mezclados con sangre que fueron lanzados sobre la Tierra. Se quemó la tercera parte de los árboles y toda la hierba verde. La naturaleza comienza a ser devastada como parte del juicio divino. Segunda trompeta: juicio sobre el mar.
El segundo ángel tocó la trompeta y algo como una gran montaña ardiendo fue lanzada al mar. La tercera parte del mar se convirtió en sangre, murió la tercera parte de los seres vivientes que estaban en el mar, y la tercera parte de las naves fue destruida. El mar, fuente de vida y comercio, es afectado severamente. Tercera trompeta: juicio sobre las aguas dulces. El tercer ángel tocó la trompeta y cayó del cielo una gran estrella ardiendo como una antorcha. La estrella cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las fuentes de las aguas. El
nombre de la estrella es Ajenjo, y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo. Mucha gente murió a causa de las aguas, porque se hicieron amargas. Las fuentes de agua dulce, vitales para la vida, se contaminan y causan muerte. Cuarta trompeta: juicio sobre los astros. El cuarto ángel tocó la trompeta y fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas, de modo que la tercera parte de ellos se oscureció. El día perdió su resplandor por una tercera parte y la noche también. La
luz que ilumina la Tierra se reduce, trayendo oscuridad y terror. Entonces, miré y oí a un águila que volaba en medio del cielo y que decía con fuerte voz: "¡Ay, ay, ay de los que moran en la Tierra a causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles!" Esta advertencia era clara: lo que había sucedido hasta ahora era solo el comienzo. Los siguientes juicios, simbolizados en las últimas tres trompetas, traerían aún más sufrimiento y destrucción sobre la humanidad. La quinta trompeta: las langostas demoníacas. El quinto ángel tocó la trompeta y
vi una estrella caída del cielo a la Tierra. A esta estrella se le dio la llave del Pozo del Abismo. Cuando abrió el pozo, salió humo como de un gran horno y el sol y el aire se oscurecieron por el humo del pozo. Del humo salieron langostas sobre la Tierra, pero estas no eran langostas comunes; se les dio poder como el de los escorpiones de la Tierra. Se les ordenó que no dañaran la hierba ni ningún árbol, sino únicamente a las personas que no tuvieran el sello de Dios en sus frentes. Las langostas no mataban,
pero atormentaban a los... Hombres, durante cinco meses, con un dolor tan intenso que muchos deseaban morir, pero no podían hacerlo. El aspecto de estas langostas era aterrador; parecían caballos preparados para la guerra. Llevaban coronas de oro en sus cabezas, sus rostros eran como rostros humanos, tenían cabello como cabello de mujer y dientes como de león. Sus pechos estaban cubiertos con corazas de hierro, y el sonido de sus alas era como el ruido de carros con muchos caballos corriendo al combate. Sus colas eran como de escorpión, y en sus colas tenían poder para dañar a los
hombres. Durante cinco meses, el Ángel del Abismo era su Rey; su nombre en hebreo es Abadón y en griego Apolión, que significa destructor. El primer Ay había pasado, pero aún quedaban dos más por venir: la sexta trompeta, el ejército de 200 millones. El sexto Ángel tocó la trompeta, y escuché una voz que salía de los cuatro cuernos del altar de oro que está delante de Dios. Esta voz ordenó al sexto Ángel desatar a los ángeles que estaban atados junto al gran río Éufrates. Cuando estos cuatro ángeles fueron liberados, trajeron muerte y destrucción; habían sido preparados
específicamente para ese momento, y su misión era matar a la tercera parte de la humanidad. El ejército que los acompañaba era inmenso, compuesto por 200 millones de jinetes. Pude ver a los caballos y a los que los montaban; los jinetes llevaban corazas de fuego, jacinto y azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabezas de león, y de sus bocas salían fuego, humo y azufre. Con estas tres plagas: el fuego, el humo y el azufre que salían de sus bocas, la tercera parte de los hombres fue asesinada. Los caballos también tenían colas semejantes a serpientes,
con cabezas en sus extremos, y con ellas causaban daño a los hombres. A pesar de los juicios devastadores, la humanidad no se arrepintió. Los hombres que sobrevivieron a estas plagas continuaron adorando a ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera que no pueden ver, ni oír, ni andar. Tampoco dejaron sus prácticas malvadas, como asesinatos, hechicerías, inmoralidad sexual y robos. Después del sexto toque de trompeta y la devastación que trajo, vi algo nuevo y sorprendente: vi a un ángel poderoso que descendía del cielo. Estaba envuelto en una nube, con un arco iris sobre su cabeza, su
rostro era como el sol y sus pies como columnas de fuego. En su mano tenía un pequeño rollo abierto. El ángel puso su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, y gritó con gran voz, como cuando ruge un león. Cuando lo hizo, siete truenos emitieron sus voces. Quise escribir lo que dijeron los truenos, pero una voz del cielo me dijo: “Sella lo que los siete truenos han dicho y no lo escribas”. Esto me hizo entender que hay cosas que Dios aún guarda en secreto y que no nos han sido reveladas. El
ángel que estaba de pie sobre el mar y la tierra levantó su mano al cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo, la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, diciendo: “No habrá más tiempo, pero en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas”. Este juramento es una declaración solemne; el plan de Dios estaba a punto de cumplirse. El juicio, la redención y
la consumación de todas las cosas estaban acercándose a su apogeo. Luego, la voz del cielo me habló otra vez y me dijo: “Ve y toma el pequeño rollo que está abierto en la mano del ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra”. Me acerqué al ángel y le dije: “Dame el rollo”. Él me respondió: “Tómalo y cómelo; te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel”. Tomé el pequeño rollo de la mano del ángel y lo comí; en mi boca fue dulce como la miel, pero cuando lo
hube comido, mi vientre se amargó. Entonces me dijeron: “Debes profetizar otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”. El pequeño rollo representa la palabra de Dios y la revelación de sus juicios y propósitos. La dulzura en la boca simboliza la esperanza y la verdad de las promesas de Dios, pero la amargura en el vientre refleja la dureza de los juicios venideros y el sufrimiento que implican. Este acto también fue una preparación para mí; debía seguir anunciando lo que Dios me mostraría, sin importar cuán difícil fuera el mensaje. Los dos testigos y la séptima trompeta.
Se me dio una vara semejante a una caña y se me dijo: “Levántate y mide el templo de Dios, el altar y a los que adoran en él, pero el atrio que está fuera del templo, déjalo aparte y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles”. Entonces escuché acerca de dos testigos que Dios enviaría y daré a mis dos testigos poder para que profeticen por 1,260 días, vestidos de silicio. Estos testigos son llamados los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Dios de la tierra. Su misión es predicar la verdad
y advertir al mundo durante tres años y medio. Ellos tienen un poder especial dado por Dios; si alguien intenta dañarlos, fuego sale de sus bocas y consume a sus enemigos. Tienen poder para cerrar el cielo para que no llueva durante los días de su profecía; también pueden convertir las aguas en sangre y herir la tierra con toda plaga cuántas veces quieran. Estos testigos representan a los mensajeros de Dios que llevan la verdad en medio de un mundo hostil, enfrentando oposición y resistencia. Cuando terminen su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos;
los vencerá y... Los matará. Sus cadáveres quedarán en las calles de la gran ciudad que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde también fue crucificado Nuestro Señor. Por tres días y medio, gente de todos los pueblos, tribus, lenguas y naciones verá sus cadáveres y no permitirá que sean sepultados. Los habitantes de la tierra se regocijarán por su muerte, intercambiarán regalos y celebrarán, porque estos dos profetas habían atormentado a los que habitaban en la tierra con su mensaje. Después de tres días y medio, el espíritu de vida de Dios entró en ellos; se levantaron sobre sus
pies y un gran temor cayó sobre los que los veían. Entonces escucharon una gran voz del cielo que les decía: "Subid acá", y subieron al cielo en una nube mientras sus enemigos los observaban. En ese momento, hubo un gran terremoto y la décima parte de la ciudad se derrumbó; 7,000 personas murieron en el terremoto y los demás quedaron aterrados y dieron gloria al Dios del cielo. Este evento marcó el final del segundo ay. El séptimo ángel tocó la trompeta y en el cielo se escucharon grandes voces que decían: "Los reinos del mundo han venido a
ser de nuestro Señor y de Jesucristo, y él reinará por los siglos de los siglos". Los 24 ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos se postraron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: "Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres, y que eras, y que has de venir, porque has tomado tu gran poder y has reinado. Las naciones se airaron y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, de dar galardón a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a
pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra". Entonces se abrió el templo de Dios en el cielo y el arca de su pacto fue vista en su templo. Hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y gran granizo. La mujer, el dragón y el gran conflicto apareció: una gran señal en el cielo, una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de 12 estrellas. Estaba en cinta y clamaba con dolores de parto en la angustia del alumbramiento. Luego apareció otra señal en el cielo: un
gran dragón escarlata que tenía siete cabezas y 10 cuernos, y en sus cabezas siete diademas. Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. El dragón estaba delante de la mujer que estaba a punto de dar a luz, para devorar a su hijo tan pronto como naciera. La mujer dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones; pero su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser
sustentada por 1,260 días. Entonces hubo una guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón y luchaban el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron; ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: "Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de
Jesucristo, porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual, alegraos cielos y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar, porque él ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo!". Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había
dado a luz al hijo varón; pero la mujer recibió dos alas de gran águila para que volara al desierto a su lugar, donde es sustentada por tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo, lejos de la presencia del dragón. Entonces el dragón arrojó de su boca como un río de agua tras la mujer para que fuera arrastrada por el río; pero la tierra ayudó a la mujer, abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca. Enfurecido, el dragón se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de
la mujer, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. La mujer representa al pueblo de Dios, desde Israel hasta la iglesia que da lugar al Mesías. El hijo varón es Jesucristo, el Mesías prometido, quien reina con vara de hierro. El dragón es Satanás, el enemigo que busca destruir al pueblo de Dios. La guerra en el cielo es la derrota definitiva de Satanás y su expulsión del cielo, limitando su influencia a la tierra. La bestia del mar y la bestia de la tierra vi: una bestia que subía del mar, tenía siete
cabezas y 10 cuernos; y en sus cuernos llevaba 10 diademas y en cada cabeza un nombre blasfemo. La bestia era semejante a un leopardo, sus pies eran como de oso y su boca como la de un león. El dragón, Satanás, le dio su poder, su trono y gran autoridad. Una de sus cabezas parecía haber sido herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada. Todo el mundo se maravilló tras la bestia y adoraron al dragón porque le había dado autoridad a la bestia. También adoraron a la bestia, diciendo: "¿Quién como la bestia? ¿Quién podrá luchar
contra ella?" Bestia, se le dio una boca para hablar grandes cosas y blasfemias, y autoridad para actuar durante 42 meses. Blasfemó contra Dios, su nombre, su tabernáculo, y contra los que moran en el cielo. También se le permitió hacer guerra contra los santos y vencerlos; y se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo y nación. Todos los que habitan en la tierra la adoraron, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero, que fue inmolado desde la fundación del mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en cautividad, a cautividad
irá. Si alguno mata espada, a espada debe ser muerta. Aquí está la paciencia y la fe de los santos. Luego, vio otra bestia que subía de la tierra. Tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. Esta bestia ejerce toda la autoridad de la primera bestia en su presencia y hace que la tierra y sus habitantes adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada. Hizo grandes señales; incluso hacía descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Engañaba a los moradores de la tierra con las señales
que le fue permitido hacer en presencia de la bestia, diciendo a los habitantes de la tierra que hagan una imagen de la bestia que había sido herida de espada y revivió. Se le permitió dar vida a la imagen de la bestia, para que la imagen hablara e hiciera que todos los que no la adoraran fueran muertos. Hizo que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiera una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pudiera comprar ni vender si no tenía la marca o el nombre
de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría: el que tiene entendimiento, calcule el número de la bestia; porque es número de hombres, y su número es 666. La victoria de los redimidos y el juicio final. Vi al Cordero de pie sobre el Monte de Sion, y con él estaban 144,000 que tenían el nombre de su padre escrito en sus frentes. Escuché una voz del cielo, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de un gran trueno; era como un cántico acompañado de arpas. Los 144,000 cantaban un cántico nuevo delante
del trono de los cuatro seres vivientes y de los ancianos. Este cántico no podía ser aprendido por nadie más que por ellos, porque han sido redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y el Cordero. Estos son los que no se han contaminado con mujeres, pues son vírgenes; siguen al Cordero por donde quiera que va. En sus bocas no se halló mentira, y son sin mancha delante del trono de Dios. Luego vi a tres ángeles que volaban en medio del cielo, proclamando mensajes urgentes. El primer ángel decía: "Temed a Dios y dadle gloria, porque
la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas." El segundo ángel ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. El tercer ángel: "Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe su marca en la frente o en la mano, también beberá del vino del furor de Dios, que ha sido preparado puro en el cáliz de su ira; será atormentado con fuego y azufre delante
de los santos ángeles y del Cordero. El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos; no tienen reposo ni de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús." Luego escuché una voz del cielo que decía: "Escribe: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de aquí en adelante." Sí, dice el Espíritu, "descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos
siguen." Miré y vi una nube blanca, y sobre la nube estaba uno semejante al hijo del hombre, con una corona de oro en su cabeza y en su mano una hoz afilada. Otro ángel salió del templo y clamó con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: "Mete tu hoz y siega, porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura." El que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra y la tierra fue cegada. Otro ángel salió del templo que está en el cielo y también
llevaba una hoz afilada. Luego salió otro ángel del altar, el que tenía poder sobre el fuego, y clamó al que tenía la hoz afilada: "Mete tu hoz afilada y recoge los racimos de la vid de la tierra, porque sus uvas están maduras." El ángel metió su hoz en la tierra y recogió la vid de la tierra y la echó en el gran lagar del furor de Dios. El lagar fue pisado fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre que subió hasta los frenos de los caballos a una distancia de 1600 estadios. Los 144,000 con
el Cordero representan a los redimidos que permanecen fieles y siguen al Cordero en pureza y verdad. Los tres ángeles mensajeros llaman a la humanidad al arrepentimiento, advierten sobre la caída de Babilonia y del castigo eterno para quienes adoran a la bestia. La cosecha de la tierra simboliza la separación final entre los justos y los malvados. Los justos son recogidos como una cosecha madura para la vida eterna; el lagar del furor de Dios representa el juicio severo sobre los malvados, quienes enfrentan la ira de Dios en su plenitud. Los preparativos para las siete últimas plagas vi
el cielo... otra. Señal grande y maravillosa: siete ángeles que tenían las siete plagas finales, porque con ellas se consuma la ira de Dios. Delante de mí apareció algo como un mar de vidrio mezclado con fuego, y junto al mar estaban de pie los que habían vencido a la bestia, a su imagen y al número de su nombre. Llevaban arpas de Dios en sus manos y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, rey de los
santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Porque solo tú eres santo. Por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado". Después de esto miré, y se abrió el Templo del Tabernáculo del Testimonio en el cielo. Del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y ceñidos con cinturones de oro alrededor del pecho. Uno de los cuatro seres vivientes entregó a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, quien vive por los siglos de los
siglos. El templo se llenó de humo por la gloria de Dios y por su poder, y nadie podía entrar en el templo hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles. Los vencedores junto al mar de vidrio representan a los redimidos que han resistido a la bestia y a su sistema. Ellos dan alabanzas a Dios, reconociendo su justicia y su soberanía. El cántico de Moisés y del Cordero une la liberación del pueblo de Dios en el pasado (Éxodo) con la victoria final sobre el pecado y Satanás. Las siete copas de la ira son
el juicio final de Dios sobre un mundo que ha persistido en la rebelión. Estas plagas no solo son castigo, sino también una manifestación de la santidad y justicia divina. Las siete copas de la ira de Dios: Primera copa: llagas dolorosas. El primer ángel fue y derramó su copa sobre la tierra, y aparecieron llagas malignas y dolorosas en las personas que tenían la marca de la bestia y adoraban su imagen. Segunda copa: el mar se convierte en sangre. El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y este se convirtió en sangre como de muerto; toda
criatura viviente en el mar murió. Tercera copa: ríos y aguas dulces en sangre. El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos y las fuentes de las aguas, y estas también se convirtieron en sangre. Entonces escuché al ángel de las aguas decir: "Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; esto se lo merecen". Y escuché a otro ángel que decía desde el altar: "Verdaderamente, Señor Dios Todopoderoso,
justos y verdaderos son tus juicios". Cuarta copa: el sol quema a los hombres. El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol y se le permitió quemar a los hombres con fuego. Los hombres fueron quemados con un calor abrasador, pero en lugar de arrepentirse, blasfemaron contra el nombre de Dios, quien tiene poder sobre estas plagas. No se arrepintieron para darle gloria. Quinta copa: oscuridad y dolor. El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia y su reino se cubrió de tinieblas. Las personas mordían sus lenguas de dolor por las llagas, pero aún
así blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y no se arrepintieron de sus obras. Sexta copa: el río Éufrates se seca. El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates y este se secó para preparar el camino a los reyes del oriente. Vi salir de la boca del dragón, de la bestia y del falso profeta, tres espíritus inmundos, semejantes a ranas. Estos son espíritus de demonios que hacen señales y van a reunir a los reyes de la tierra para la gran batalla, el día del Dios Todopoderoso, conocido como Armagedón. Jesús advirtió
en este momento: "He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus vestiduras para que no ande desnudo y vean su vergüenza". Los reyes del mundo fueron reunidos en un lugar que en hebreo se llama Armagedón. Séptima copa: el juicio final. El séptimo ángel derramó su copa en el aire y desde el templo, desde el trono, salió una gran voz que decía: "Hecho está". Hubo relámpagos, voces, truenos y un gran terremoto, tan grande como no lo había habido jamás desde que los hombres existen sobre la tierra. La gran ciudad se dividió en
tres partes y las ciudades de las naciones cayeron. Dios recordó a Babilonia la grande para darle el cáliz del vino del furor de su ira. Todas las islas huyeron y los montes no fueron hallados. Granizo enorme como de un talento (aproximadamente 35 kg) cayó del cielo sobre los hombres, y ellos blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo, porque su plaga fue extremadamente grande. La caída de Babilonia la grande. Uno de los siete ángeles que tenían las copas se acercó y me dijo: "Ven, te mostraré el juicio de la gran ramera que está sentada sobre
muchas aguas. Con ella han fornicado los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación". El ángel me llevó en el espíritu a un desierto y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata que estaba llena de nombres blasfemos y tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, adornada con oro, piedras preciosas y perlas. En su mano tenía una copa de oro, llena de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación. En su frente tenía escrito un nombre: "Misterio:
Babilonia la grande". Madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra, vi que la mujer estaba embriagada con la sangre de los santos y con la sangre de los mártires de Jesús. Al verla, me quedé asombrado con gran asombro. El ángel me dijo: "¿Por qué te asombras? Yo te diré el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, la que tiene siete cabezas y diez cuernos. La bestia que viste era y no es, y está para subir del abismo e ir a perdición. Los habitantes de la tierra, cuyos nombres no
están escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo, se asombrarán al ver a la bestia que era y no es, y será". El ángel continúa explicando: "Las siete cabezas son siete montes sobre los que se sienta la mujer; también son siete reyes: cinco han caído, uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que era y no es es también el octavo, y es de entre los siete, y va a perdición. Los diez cuernos que viste son diez reyes que aún
no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes junto con la bestia. Estos tienen un mismo propósito y entregarán su poder y autoridad a la bestia. Estos pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque Él es Señor de señores y Rey de reyes, y los que están con Él son llamados, elegidos y fieles". El ángel explicó: "Las aguas que viste, donde se sienta la mujer, son pueblos, multitudes, naciones y lenguas. Los diez cuernos que viste y la bestia eran a la mujer, la dejarán desolada y desnuda, comerán su carne y
la quemarán con fuego, porque Dios ha puesto en sus corazones ejecutar su propósito y ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que viste es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra". La lamentación por la caída de Babilonia. Después de esto, vi a otro ángel descender del cielo con gran poder, y la tierra fue iluminada con su gloria. Proclamó con voz potente: "¡Ha caído! ¡Ha caído Babilonia la grande! Se ha convertido en habitación de demonios, en guarida de todo
espíritu inmundo y en albergue de toda ave inmunda y aborrecible, porque todas las naciones han bebido del vino de su fornicación. Los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los comerciantes de la tierra se han enriquecido con la abundancia de sus lujos". Entonces, escuché otra voz del cielo que decía: "¡Salid de ella, pueblo mío! Para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas, porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de su maldad. Pagad como ella os ha pagado, y devolved el doble según
sus obras en el cáliz que ella preparó; preparad el doble. Cuando ella se glorificó y vivió en lujos, dadle tanto tormento y llanto, porque dice en su corazón: 'Yo estoy sentada como reina, no soy viuda y no veré llanto'. Por eso, en un solo día vendrán sus plagas: muerte y hambre, y será quemada con fuego, porque poderoso es Dios el Señor que la juzga. Los reyes de la tierra que fornicaron con ella y compartieron sus lujos se lamentarán y llorarán por ella. Cuando vean el humo de su incendio, de pie lejos, por temor a su
tormento, dirán: '¡Ay, ay de la gran ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa! Porque en una sola hora ha llegado tu juicio'. Los comerciantes de la tierra también llorarán y se lamentarán, porque nadie compra más sus mercancías: oro, plata, piedras preciosas, perlas, lino fino, púrpura, seda escarlata, toda madera olorosa, objetos de marfil, objetos de madera preciosa, bronce, hierro y mármol; también canela, especias, incienso, mirra, vino, aceite, harina, trigo, bestias, ovejas, caballos, carros, esclavos y almas de hombres. Los frutos codiciados por tu alma se apartaron de ti, todas las cosas exquisitas y espléndidas han perecido y nunca más
serán halladas. Los comerciantes de pie, lejos, por temor a su tormento, llorarán y dirán: '¡Ay, ay de la gran ciudad que estaba vestida de lino fino, púrpura y escarlata, y de oro, piedras preciosas y perlas! Porque en una sola hora ha sido desolada tanta riqueza'. Todos los pilotos, los que viajan en barcos, los marineros y todos los que trabajan en el mar se quedarán de pie, lejos, y al ver el humo de su incendio gritarán: '¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad?' Echarán polvo sobre sus cabezas, y llorando y lamentándose dirán: '¡Ay, ay de
la gran ciudad, en cuya abundancia de riqueza se enriquecieron todos los que tenían naves en el mar! Porque en una sola hora ha sido desolada'. Un ángel fuerte tomó una piedra como una gran piedra de molino y la arrojó al mar, diciendo: 'Con el mismo ímpetu será derribada Babilonia la gran ciudad, y nunca más será hallada'. El sonido de arpistas, músicos, flautistas y trompetistas nunca más se oirá en ti; ningún artífice de oficio alguno se hallará más en ti; ni el ruido de molino se oirá más en ti; la luz de lámpara nunca más brillará
en ti; ni la voz del novio y de la novia se oirá más en ti, porque tus comerciantes eran los grandes de la tierra, y con tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones. En ella fue hallada la sangre de los profetas, de los santos y de todos los que han sido muertos en la tierra". La victoria del Cordero y las bodas del Cordero. Después de la caída de Babilonia, escuché una gran voz de una multitud en el cielo que decía: "¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios, porque sus juicios son
verdaderos y justos..." Justos porque ha juzgado a la gran que corrompía la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Y otra vez dijeron: «¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos». Los 24 ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios que estaba sentado en el trono, diciendo: «Amén, ¡Aleluya!». Entonces una voz salió del trono, diciendo: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos, y los que le teméis, tanto pequeños como grandes». Escuché como la voz de una gran multitud,
como el estruendo de muchas aguas, y como el sonido de fuertes truenos, que decía: «¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios, Todopoderoso reina. Gocémonos y alegraémonos, y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino son las acciones justas de los santos». Entonces el ángel me dijo: «Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero». Y añadió: «Estas son palabras verdaderas de Dios». Caí a sus pies
para adorarlo, pero él me dijo: «Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús; adora a Dios, porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». Vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y en su cabeza había muchas diademas; tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre, y su nombre es
la Palabra de Dios. Los ejércitos celestiales, vestidos de lino fino, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: «Rey de Reyes y Señor de Señores». Vi a un ángel que estaba de pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del
cielo: «Venid y reuníos para la gran cena de Dios, para que comáis carne de reyes, de capitanes, de fuertes, de caballos y de sus jinetes, y de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes». Vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos reunidos para hacer guerra contra el que montaba el caballo blanco y contra su ejército; pero la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho señales delante de ella, con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia y a los que
adoraron su imagen. Ambos fueron lanzados vivos al lago de fuego que arde con azufre. Los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo blanco, y todas las aves se saciaron de sus carnes. El reinado milenario y el juicio final. Vi a un ángel que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en su mano; apresó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años. El ángel lo arrojó al abismo, lo encerró y selló sobre él para
que no engañara más a las naciones hasta que se cumplieran los mil años. Después de esto, debe ser desatado por un poco de tiempo. Vi tronos, y se sentaron sobre ellos aquellos a quienes se les dio autoridad para juzgar; también las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. Estas almas no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido su marca en sus frentes ni en sus manos; ellos vivieron y reinaron con Cristo por mil años. Los demás muertos no volvieron
a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y Santo es el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. Cuando se cumplan los mil años, Satanás será desatado de su prisión, saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro extremos de la tierra, a Gog y Magog, para reunirlos para la batalla; su número será como la arena del mar. Subieron por toda la anchura de la
tierra y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; pero descendió fuego del cielo y los consumió. El que los engañaba fue lanzado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta; allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él; la tierra y el cielo huyeron de su presencia, y no se encontró lugar para ellos. Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante de Dios. Se abrieron libros, y se abrió otro
libro que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. El mar entregó los muertos que estaban en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que estaban en ellos, y fueron juzgados, cada uno según sus obras. La muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la segunda muerte, el lago de fuego, y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego. El nuevo cielo y la nueva tierra.
Vi un cielo nuevo y... Una tierra nueva. Porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado, y el mar ya no existía. También vi la Santa Ciudad, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una esposa ataviada para su esposo. Escuché una gran voz desde el trono que decía: "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto,
ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado." El que estaba sentado en el trono dijo: "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas," y añadió: "Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas." También me dijo: "Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuvieres sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes, incrédulos, homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras, y todos los mentirosos tendrán su parte en
el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte." Entonces vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las últimas plagas y me dijo: "Ven, te mostraré la esposa, la mujer del Cordero." Me llevó en el espíritu a un monte grande y alto y me mostró la gran ciudad, la santa Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios. La ciudad resplandecía con la gloria de Dios, y su fulgor era como una piedra preciosa, como jaspe cristalino. Tenía un muro grande y alto, con doce puertas, y en
las puertas, doce ángeles; en las puertas estaban escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y en ellos estaban los nombres de los doce apóstoles del Cordero. La ciudad era cuadrada; su longitud, anchura y altura eran iguales, de 12,000 estadios (aproximadamente 2,200 km). Su muro medía 144 codos, según medida de hombre, que era del ángel. El material del muro era jaspe, y la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio. No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso
y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. Las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, porque allí no habrá noche. Llevarán a ella la gloria y la honra de las naciones. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, ni nadie que practique abominación o mentira, sino solo los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero. La plenitud de la nueva creación
y la invitación final. Me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando su fruto cada mes; las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones. Ya no habrá más maldición; el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán. Ellos verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. Allí no habrá más
noche y no necesitan luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios los iluminará; reinarán por los siglos de los siglos. El ángel me dijo: "Estas palabras son fieles y verdaderas. El Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto." Jesús declaró: "He aquí, vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro." Yo, Juan, soy el que oyó y vio estas cosas; y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los
pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: "Mira, no lo hagas. Yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios." El ángel también me dijo: "No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea injusto todavía; el que es inmundo, sea inmundo todavía; el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía." Jesús declaró nuevamente: "He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas de la ciudad. Pero afuera estarán los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo aquel que ama y practica la mentira. Yo, Jesús, he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana."
El Espíritu y la esposa dicen: "¡Ven!" Y el que oye, diga: "¡Ven!" El que tiene sed, venga, y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro; y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, de la Santa Ciudad y de las cosas que están escritas en este libro. Y yo respondí:
"Amén. Ven, Señor Jesús." La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos. Amén. Todos vosotros, amén. Gracias por acompañarnos en este recorrido por el fascinante libro del Apocalipsis. Si este contenido te impactó, te invitamos a dejar tu opinión en los comentarios; nos encantaría saber qué fue lo que más te llamó la atención. Tu apoyo es fundamental para que podamos seguir creando este tipo de contenido que requiere tanto esfuerzo y dedicación. Dale like al video, compártelo con quienes puedan beneficiarse de este mensaje y no olvides suscribirte al canal para estar al tanto de más videos como
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