El sol de mediodía caía implacable sobre las calles de Coyoacán, uno de los barrios más pintorescos de la Ciudad de México. El aire olía a elotes asados y tacos al pastor, mientras los turistas fotografiaban los edificios coloniales de colores vibrantes. En la esquina de la plaza principal, Sofía Ramírez, una mujer de 35 años con rostro cansado pero amable, acomodaba las últimas rosas en su pequeño puesto de flores. Lleve sus rosas, señores. Rosas frescas para alegrar su hogar, gritaba Sofía mientras observaba discretamente su reloj. Faltaban 3 horas para recoger a su hija Lucía de la secundaria
y las ventas del día apenas alcanzarían para el pago atrasado de la colegiatura. El sudor le recorría la frente cuando notó algo inusual. Un niño de aproximadamente 10 años, vestido con uniforme de colegio privado, corría desesperadamente entre la multitud. Su rostro reflejaba pánico puro. Detrás de él, dos hombres con aspectos sospechosos lo perseguían, empujando a los transeútes con brusquedad. Ayúdeme, por favor", suplicó el niño al llegar frente a Sofía, sus ojos marrones dilatados por el miedo. "¿Me quieren robar?" Sin pensarlo dos veces, Sofía tomó al niño del brazo y lo ocultó detrás de su puesto,
cubriéndolo rápidamente con la lona que usaba para proteger las flores del sol. No te muevas, chiquito, susurró y luego adoptó una expresión despreocupada mientras continuaba vendiendo flores. Los dos hombres llegaron segundos después, jadeantes y visiblemente agitados. ¿Vio pasar a un niño por aquí? Uniforme escolar, cabello negro? Preguntó uno de ellos, intentando sonar casual, pero con una mirada que delataba sus intenciones. Sofía negó con la cabeza. Han pasado muchos niños, señor. Es hora de salida de las escuelas. Con desconfianza, el hombre escudriñó el puesto de flores, pero finalmente ambos continuaron su búsqueda, perdiéndose entre la multitud.
Cuando estuvo segura de que se habían marchado, Sofía ayudó al niño a salir de su escondite. ¿Estás bien? ¿Cómo te llamas, Mateo? respondió el niño tratando de recuperar el aliento. Mateo Mendoza García, gracias por ayudarme, señora. ¿Qué hacía solo? ¿Dónde está tu familia?, preguntó Sofía mientras sacudía el polvo del uniforme impecable del niño. Mi chóer me estaba esperando fuera de la escuela, pero nos separamos cuando esos hombres empezaron a seguirme", explicó Mateo, aún temblando ligeramente. "Chófer. Sofía alzó una ceja, pero no hizo más preguntas. Bueno, lo importante es que estás a salvo. ¿Tienes algún número
para llamar a tus padres? Mateo asintió y sacó un teléfono móvil del bolsillo de su pantalón, pero la batería estaba muerta. Su rostro volvió a contraerse por la preocupación. No te preocupes, lo tranquilizó Sofía. Puedes usar mi teléfono o mejor aún te acompañaré a una estación de policía cercana. No, por favor, respondió Mateo rápidamente. Mi papá no confía en la policía, dice que muchos están comprados. Sofía suspiró reconociendo la triste realidad que el niño mencionaba. Entiendo. Entonces, llamemos a tu casa desde mi teléfono. Mientras Mateo marcaba el número, Sofía no podía evitar notar los detalles
que hacían evidente la posición económica del niño, el reloj en su muñeca, los zapatos de marca impecables, la calidad del uniforme, una realidad tan distinta a la suya. La llamada conectó y Mateo comenzó a hablar en un tono que reflejaba años de educación formal. Consuelo, soy yo, Mateo. Estoy bien, pero necesito que le avises a mi papá. Unos hombres intentaron atraparme cerca de la escuela. No, estoy con una señora que me ayudó. Estamos en un puesto de flores en Coyoacán. Al colgar, Mateo miró a Sofía con una mezcla de gratitud y vergüenza. Mi papá vendrá
personalmente a buscarme. Dice que no me mueva de aquí. No te preocupes, aquí estaremos", respondió Sofía con una sonrisa tranquilizadora, sin imaginar que ese simple acto de bondad cambiaría el rumbo de su vida para siempre. 20 minutos después, tres camionetas negras con vidrios polarizados se estacionaron frente a la plaza. El ambiente cambió instantáneamente cuando varios hombres de traje y actitud vigilante descendieron, formando un perímetro discreto pero eficiente alrededor del área. Mateo se enderezó al reconocer las camionetas. Es mi papá", dijo con una mezcla de alivio y nerviosismo. De la camioneta central bajó un hombre de
aproximadamente 45 años vestido con un traje gris perfectamente cortado. Eduardo Mendoza García caminaba con la seguridad de quien está acostumbrado a que el mundo se adapte a él, no al revés. Su rostro, habitualmente compuesto para reuniones de negocios, ahora mostraba una preocupación genuina que raramente permitía que otros vieran. "Papá", exclamó Mateo corriendo hacia él. Eduardo abrazó a su hijo con fuerza, un gesto que sorprendió incluso a su propio equipo de seguridad. No era un hombre conocido por las demostraciones públicas de afecto. "¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?", preguntó examinando a su hijo de pies a cabeza.
Estoy bien, gracias a ella, respondió Mateo, señalando hacia Sofía, quien observaba la escena con cierta incomodidad, intentando continuar con su trabajo como si nada extraordinario estuviera ocurriendo. Eduardo se acercó al puesto de flores, seguido por dos de sus guardaespaldas. Su mirada evaluadora recorrió brevemente a Sofía, notando sus manos callosas, su ropa sencilla y limpia, y la dignidad con la que sostenía su mirada, a pesar de la evidente diferencia social. "Mi hijo me dice que usted lo protegió", dijo Eduardo en un tono que mezclaba gratitud y autoridad. Sofía asintió sin dejarse intimidar. Cualquiera hubiera hecho lo
mismo, señor. El niño estaba asustado. No, señora. Desafortunadamente no cualquiera lo hubiera hecho respondió Eduardo con una amargura que parecía venir de experiencias pasadas. Le estoy profundamente agradecido. Eduardo sacó su cartera y extrajo varios billetes de alta denominación. Por favor, acepte esto como muestra de mi gratitud. Sofía miró el dinero y, para sorpresa de Eduardo, negó con la cabeza. Gracias, pero no es necesario. No ayudé a su hijo esperando una recompensa. La respuesta desconcertó visiblemente a Eduardo, acostumbrado a que el dinero resolviera cualquier situación. Guardó los billetes estudiando a Sofía con renovado interés. Al menos
permítame saber su nombre", dijo finalmente Sofía Ramírez, respondió ella, extendiendo su mano en un gesto natural. Eduardo la estrechó, notando la fortaleza en esos dedos acostumbrados al trabajo duro. Eduardo Mendoza García. El nombre provocó un destello de reconocimiento en los ojos de Sofía. Incluso ella, que apenas tenía tiempo para leer noticias, conocía ese nombre. Eduardo Mendoza García, dueño de una de las constructoras más grandes de Latinoamérica, figura constante en las revistas de negocios y ocasionalmente en las de sociedad. "Mateo me contó que unos hombres lo perseguían", dijo Sofía cambiando el tema. "¿Tiene idea de quiénes
podrían ser?" La pregunta directa tomó por sorpresa a Eduardo, quien estaba más acostumbrado a personas que evitaban cualquier tema incómodo en su presencia. Tengo mis sospechas", respondió con cautela. En mi posición uno acumula enemigos y desgraciadamente algunos no tienen escrúpulos. Uno de los guardaespaldas se acercó a Eduardo y le susurró algo al oído. Eduardo asintió y volvió a dirigirse a Sofía. "Debemos irnos. Nuevamente le agradezco lo que hizo por mi hijo. Hizo una pausa y añadió, "Si alguna vez necesita algo, cualquier cosa, por favor no dude en contactarme." Le entregó una tarjeta con un número
telefónico grabado en relieve dorado. Sofía tomó la tarjeta con un gracias educado, aunque con pocas intenciones de utilizarla. En su experiencia, la gente rica hacía esas ofertas por cortesía, no esperando que realmente se les tomara la palabra. Antes de subir a la camioneta, Mateo corrió de vuelta al puesto y abrazó a Sofía impulsivamente. "Gracias por salvarme", dijo con una sinceridad que contrastaba con la estudiada compostura de su padre. Sofía le devolvió el abrazo conmovida. Cuídate mucho, Mateo. Mientras las camionetas se alejaban, Sofía guardó la tarjeta en su bolso y continuó con su día, ignorando que
aquella tarde en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, su nombre sería mencionado durante una cena familiar. Es una mujer increíble, papá, diría Mateo, mientras comían en un comedor con capacidad para 20 personas. se puso frente a mí cuando esos hombres preguntaron, aún sabiendo que podían ser peligrosos. Eduardo, escuchando a su hijo mientras revisaba distraídamente documentos en su tablet, levantaría la mirada con renovado interés. Ah, sí, cuéntame más sobre ella. Tres semanas después del incidente, Sofía corría bajo la lluvia torrencial que azotaba la Ciudad de México, intentando proteger con una bolsa de plástico
los resultados médicos que acababa de recoger. Las calles de la colonia Doctores se habían convertido en pequeños ríos y los coches avanzaban lentamente, salpicando agua a su paso. Al llegar al edificio de apartamentos donde vivía, un edificio antiguo de cuatro pisos con la pintura descascarada, Sofía se detuvo bruscamente. En la entrada, empapada y con el uniforme escolar adherido al cuerpo por la humedad, estaba Lucía, su hija de 15 años. "¿Qué haces aquí afuera? ¿Por qué no entraste?", preguntó Sofía alarmada. Lucía levantó la mirada y Sofía pudo ver que había estado llorando. Nos desalojaron, mamá. Don
Ramiro cambió las herraduras. Sofía sintió que el piso se hundía bajo sus pies. Sabía que estaban atrasadas con la renta, pero el casero había prometido darles hasta fin de mes. Nuestras cosas. dijo que podemos recogerlas mañana, pero que necesitamos pagar lo que debemos primero, respondió Lucía, tratando de mantener la compostura que su madre siempre le había enseñado a tener frente a las dificultades. Sofía abrazó a su hija sintiendo como temblaba, no sabía si por el frío o por la angustia. Tranquila, mi amor, vamos a resolver esto. Pero mientras pronunciaba esas palabras, Sofía no tenía idea
de cómo cumplirlas. La enfermedad de su madre había agotado sus escasos ahorros en los últimos meses. Entre medicamentos, tratamientos y la renta atrasada. Estaba completamente ahogada económicamente. ¿Y la abuela? Preguntó Sofía preocupada por su madre enferma. está con la vecina del 2B. Doña Carmen la recibió cuando vio lo que pasaba. Sofía sintió agradecida por ese pequeño acto de bondad en medio del caos. Buscó en su bolso, contando mentalmente el dinero que les quedaba. No era suficiente ni para una noche en el hotel más barato, menos aún para pagar los tr meses de renta atrasada. Fue
entonces cuando sus dedos tocaron algo que había olvidado, una tarjeta con bordes dorados y un número de teléfono. La tarjeta de Eduardo Mendoza García. Sofía la miró por largo rato, debatiéndose internamente. Su orgullo le decía que no recurriera a un desconocido, que encontrara otra solución. Pero el rostro pálido de su hija, el pensamiento de su madre enferma y la lluvia que no cesaba inclinaron la balanza. Tengo que hacer una llamada", dijo finalmente. "Espera aquí bajo el toldo." Con manos temblorosas marcó el número de la tarjeta desde su teléfono viejo y agrietado. Para su sorpresa, una
voz masculina contestó al segundo timbre. "Mendoza." La voz era cortante, eficiente, claramente en medio de algo importante. "Señor Mendoza, habla Sofía Ramírez. No sé si me recuerda yo. La florista que ayudó a mi hijo interrumpió Eduardo, su tono cambiando sutilmente. Por supuesto que la recuerdo, señora Ramírez. Sofía respiró hondo antes de continuar. Lamento molestarlo. No lo haría si no fuera una emergencia. Nos han desalojado de nuestro apartamento. Mi madre está enferma y no tenemos donde pasar la noche. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Sofía temió haber cometido un error, haber malinterpretado
la oferta de ayuda. ¿Dónde se encuentra ahora?, preguntó finalmente Eduardo, su voz ahora totalmente profesional. Sofía le dio la dirección, añadiendo, "Entenderé si no puede ayudarnos de verdad. Solo pensé, "Quédese donde está, interrumpió Eduardo. Enviaré a alguien en menos de 20 minutos." Antes de que Sofía pudiera agradecer adecuadamente, la llamada había terminado. Volvió junto a Lucía, quien la miraba expectante. "¿Conseguiste ayuda?" Eso creo, respondió Sofía, aún no del todo convencida de que aquella llamada resultaría en algo concreto. Alguien vendrá a buscarnos. ¿Quién? ¿Recuerdas que te conté sobre un niño que ayudé hace unas semanas? Era
el hijo de un hombre importante. Le pedí ayuda a ese señor. Lucía la miró con sorpresa. Su madre nunca pedía ayuda a nadie. y va a venir. Eso dijo. Exactamente 18 minutos después, una camioneta negra se detuvo frente a ellas. Un hombre con traje bajó y se presentó como Joaquín, asistente personal del señor Mendoza. El señor Mendoza me pidió que las llevara a un lugar seguro y que me asegurara de que tengan todo lo necesario", explicó con tono respetuoso pero eficiente. "También dice que podemos recoger a su madre de inmediato." Sofía intercambió una mirada con
Lucía, quien asintió levemente. No tenían muchas opciones. "Primero necesitamos ir por mi madre", dijo Sofía. Está en el apartamento 2B. Mientras Joaquín las ayudaba a subir a la camioneta, Sofía no podía dejar de pensar en lo surrealista de la situación. Esa mañana había estado preocupada por cómo pagaría la siguiente dosis de medicamentos de su madre y ahora estaba en una camioneta de lujo, dirigiéndose quién sabe dónde gracias a un hombre que apenas conocía. La vida, con todas sus injusticias a veces también ofrecía estos extraños momentos de gracia inesperada. El hotel donde Joaquín las llevó era
el tipo de lugar que Sofía solo había visto en programas de televisión. Ubicado en Polanco, una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México, el lobby relucía con mármol y arreglos florales que probablemente costaban más que lo que ella ganaba en un mes. "El señor Mendoza ha reservado una suite para ustedes", explicó Joaquín mientras un botones recogía las pocas pertenencias que habían logrado llevar consigo. "Es por tiempo indefinido, así que no se preocupen por la fecha de salida." Sofía, sosteniendo el brazo de su madre, doña Mercedes, de 68 años, se sentía completamente fuera
de lugar. Su madre, debilitada por la enfermedad, pero aún digna, observaba el entorno con una mezcla de asombro y recelo. "No podemos aceptar esto", murmuró doña Mercedes cuando el botone se alejó. "Es demasiado, mamá. Es solo por esta noche", respondió Sofía, aunque ni ella misma creía en sus palabras. "Mañana buscaremos otra solución." Lucía, por su parte, no podía contener su asombro. Nunca había estado en un lugar tan lujoso y caminaba observando cada detalle con ojos muy abiertos, tratando de no tocar nada por miedo a romperlo. La suite resultó ser un apartamento completo con dos habitaciones,
sala de estar, comedor y hasta una pequeña cocina. Las ventanas ofrecían una vista panorámica de Chapultepec y el mobiliario gritaba opulencia en cada detalle. El señor Mendoza me pidió que les informara que mañana a las 10 enviará a alguien para ayudarlas a recuperar sus pertenencias", dijo Joaquín entregándole a Sofía una tarjeta magnética. También autorizó esta tarjeta para cualquier gasto que necesiten durante su estancia. Servicio a la habitación, lavandería, lo que requieran. Es demasiado generoso, respondió Sofía sintiendo una mezcla de gratitud y inquietud. podría agradecerle personalmente. Por supuesto. El señor Mendoza mencionó que pasará a visitarlas
mañana por la tarde, si les parece bien. Cuando Joaquín finalmente se marchó, las tres mujeres se quedaron en silencio, procesando el drástico cambio en sus circunstancias. ¿Quién es este hombre, Sofía? ¿Y por qué está haciendo todo esto?, preguntó doña Mercedes, siempre directa. Sofía le contó brevemente la historia de cómo había ayudado a Mateo. "Supongo que está agradecido," concluyó, aunque ella misma encontraba la magnitud de la ayuda desconcertante. "Nadie da tanto sin esperar algo a cambio," murmuró doña Mercedes, expresando una desconfianza nacida de décadas de dificultades. "Mamá", exclamó Sofía mirando de reojo a Lucía, quien exploraba
la habitación principal con evidente fascinación. Solo digo que tengas cuidado, hija. Los ricos viven en un mundo diferente, con reglas diferentes. Sofía asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de su madre, pero también sabiendo que en ese momento la ayuda de Eduardo Mendoza había sido providencial. Esa noche, después de asegurarse de que su madre y Lucía estuvieran cómodamente instaladas, Sofía se sentó junto a la ventana observando las luces de la ciudad. En algún lugar de ese mar de luces estaba su pequeño apartamento, ahora cerrado para ellas. En algún lugar estaba también la casa de Eduardo
Mendoza, probablemente una mansión que no podía ni imaginar. ¿Qué quería realmente este hombre? ¿Era simple gratitud o había algo más? Y lo más importante, ¿qué haría ella ahora? No podían quedarse indefinidamente en ese hotel viviendo de la caridad de un extraño, por más rico que fuera. El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Un mensaje de texto de un número desconocido. Espero que usted y su familia estén cómodas. Hablaremos mañana. Eduardo Mendoza. Sofía miró el mensaje largo rato antes de responder con un simple gracias por todo. Nos vemos mañana. guardó el teléfono y
continuó mirando por la ventana. Mañana enfrentaría lo que viniera. Por esta noche, al menos, su familia estaba segura y seca, y eso era más de lo que podía decir esa misma mañana. A pocos kilómetros de ahí, en una residencia en Las Lomas, Eduardo Mendoza observaba el mismo cielo nocturno desde su despacho. Frente a él, una carpeta con toda la información que había logrado reunir sobre Sofía Ramírez en las últimas semanas, su historial laboral, su situación financiera, los registros médicos de su madre, el expediente académico sobresaliente de Lucía. ¿Por qué tanto interés en esta familia, papá?,
preguntó Mateo desde la puerta, sorprendiendo a Eduardo, quien cerró rápidamente la carpeta. "Porque nos enseñaron algo importante, hijo", respondió después de un momento. "Algo que temo que hemos estado olvidando en nuestra vida." "¿Qué cosa?" Eduardo sonrió ligeramente, un gesto raro en él. "Mañana quizás lo entiendas. Ahora a dormir. Mañana vendrás conmigo a una visita importante. A las 5:30 de la mañana, como todos los días de su vida adulta, Sofía ya estaba despierta. La costumbre de madrugar estaba tan arraigada en ella que ni siquiera el lujoso colchón del hotel había podido cambiarla. Se encontró preparando café
en la pequeña cocina de la suite, utilizando el servicio de té como sustituto de su vieja cafetera. El aroma despertó a doña Mercedes, quien apareció en la sala aún en bata, pero con el cabello perfectamente peinado. A pesar de su enfermedad, doña Mercedes mantenía su dignidad impecable. "¿Dormiste algo?", preguntó a su hija, observándola con ojos conocedores. "Lo suficiente", mintió Sofía, ofreciéndole una taza de café. "¿Cómo te sientes hoy?" Mejor que ayer", respondió la mujer mayor aceptando el café. Es increíble lo que hace dormir en una cama decente. Ambas guardaron silencio, conscientes de la precariedad de
su situación actual. El lujo que las rodeaba era prestado, temporal, una isla de comodidad en el mar de incertidumbre que era su vida. "Necesito salir", dijo finalmente Sofía. Tengo que ir al mercado. Si no trabajo hoy, no importa donde durmamos esta noche, no tendremos para comer mañana. Doña Mercedes asintió, comprendiendo la férre ética laboral de su hija. B. Yo cuidaré de Lucía. Sofía se vistió con la única muda de ropa que había logrado traer, jeans gastados, una blusa sencilla y el suéter que había usado el día anterior. El contraste con el entorno era casi cómico.
Al salir de la habitación, se sorprendió al encontrar a Joaquín esperándola en el pasillo. "Buenos días, señora Ramírez", saludó con formalidad. El señor Mendoza supuso que quería ir a trabajar hoy y me pidió que la llevara. Sofía se preguntó si Eduardo Mendoza podía leer mentes o simplemente entendía bien la mentalidad de alguien que no podía permitirse faltar al trabajo, ni siquiera en circunstancias extraordinarias. "Gracias, pero no es necesario", respondió. "¿Puedo tomar el metro?", insisto, dijo Joaquín con amabilidad. Además, el señor Mendoza quisiera verla en su oficina a las 2 de la tarde, si es posible.
podría recogerla en el mercado para llevarla. Sofía dudó. La idea de presentarse en la oficina de uno de los empresarios más poderosos de México, con su ropa de trabajo y probablemente oliendo a flores y verduras le resultaba absurda. Pero también reconocía que le debía al menos escuchar lo que Eduardo tuviera que decir. De acuerdo, accedió finalmente. Estaré lista a las dos. El mercado de Jamaica, el más grande de flores en la Ciudad de México, bullía de actividad cuando Sofía llegó. Sus compañeros vendedores la recibieron con el mismo calor de siempre, aunque no pudo evitar las
miradas curiosas cuando la vieron descender de una camioneta de lujo. Y eso, Sofi, te sacaste la lotería, bromeó Carmela, su vecina de puesto, una mujer entrada en los 50 con un ingenio afilado como cuchillo. Algo así, respondió Sofía con una sonrisa cansada mientras comenzaba a ordenar las flores que había logrado comprar de camino. Menos de lo habitual, dada su situación financiera, la mañana transcurrió como cualquier otra, excepto por la ansiedad que crecía en su interior ante la inminente reunión con Eduardo Mendoza. A las 1:45, tal como había prometido, Joaquín apareció entre los puestos, destacando absurdamente
con su traje formal entre los mandiles y la informalidad del mercado. "Lista, señora Ramírez." Sofía asintió, le pidió a Carmela que cuidara su puesto y siguió a Joaquín hacia la camioneta. Durante el trayecto intentó alisar las arrugas de su ropa y arreglar su cabello, consciente de lo inútil del esfuerzo. La torre Mendoza se alzaba en el corazón de Santa Fe, un distrito de negocios que parecía pertenecer a otro país con sus edificios de vidrio y acero reflejando el cielo. Joaquín la guió a través del vestíbulo de mármol, donde ejecutivos en trajes impecables y mujeres con
tacones que costaban más que el alquiler mensual de Sofía se movían con confianza. En el piso 35, las puertas del ascensor se abrieron directamente a una recepción elegante donde una mujer joven con una auricular los recibió. El señor Mendoza los está esperando", informó, guiándolos a través de un pasillo hacia una puerta de roble tallado. La oficina de Eduardo Mendoza era exactamente como Sofía había imaginado, amplia, con ventanales del piso al techo que ofrecían una vista completa de la ciudad, decorada con un gusto minimalista, pero evidentemente caro. Eduardo se levantó de detrás de un escritorio masivo
cuando entraron. Señora Ramírez, gracias por venir", saludó estrechando su mano. Para sorpresa de Sofía, Mateo también estaba ahí, sentado en un sofá de cuero en la esquina de la oficina. "Hola, señora Sofía", saludó el niño con una sonrisa genuina. Hola, Mateo, respondió Sofía, devolviéndole la sonrisa antes de volver su atención a Eduardo. Señor Mendoza, no sé cómo agradecerle lo que está haciendo por nosotras. Por favor, tome asiento, respondió Eduardo, guiándola hacia una pequeña sala de reuniones dentro de la misma oficina. Le ofrezco algo de beber. Café, agua, té. Agua está bien, gracias, respondió Sofía. cada
vez más intrigada por el motivo de la reunión. Eduardo le sirvió un vaso de agua personalmente, un gesto que sorprendió a Sofía. Luego se sentó frente a ella con Mateo a su lado. "Señora Ramírez, iré directo al punto", comenzó Eduardo. "Ayer recuperamos sus pertenencias del apartamento. Todo está siendo trasladado a una casa que pertenece a una de mis empresas. Es una propiedad en la colonia Roma, no muy lejos de donde estaban viviendo, pero considerablemente más espaciosa y segura. Sofía casi se atraganta con el agua. Señor Mendoza, eso es demasiado. No podemos. Eduardo levantó una mano
interrumpiéndola suavemente. Por favor, permítame terminar. La casa está amueblada y lista para ser habitada. También he asignado a un conductor que podrá llevarla al mercado cada día y a su hija a la escuela. En cuanto a su madre, he contactado a uno de los mejores especialistas de la ciudad para continuar su tratamiento. Sofía se quedó sin palabras. La magnitud de lo que Eduardo estaba ofreciendo era abrumadora. "Pero eso no es todo,", continuó Eduardo. "Quisiera ofrecerle un trabajo, señora Ramírez." Un trabajo, repitió Sofía confundida. Yo ya tengo trabajo en el mercado. Lo sé, asintió Eduardo. Y
puede conservarlo si lo desea, pero pensé que quizás estaría interesada en una posición adicional. Verá, Constructora Mendoza tiene varios proyectos residenciales y comerciales en desarrollo. En cada uno incluimos extensas áreas verdes y jardines. Necesitamos alguien que supervisáis la selección, compra y mantenimiento de plantas y flores para estos espacios. Alguien que entiendan no solo de negocios, sino del cuidado real que necesitan. Pero yo no tengo educación formal en jardinería o paisajismo", respondió Sofía. Aún procesando lo que estaba escuchando, apenas terminé la preparatoria. ¿Tiene algo más valioso, experiencia práctica? Replicó Eduardo. Según mis informes, lleva 15 años
en el mercado de flores. Conoce a todos los proveedores importantes y tiene un talento natural para saber qué plantas prosperarán, en qué condiciones. Esa clase de conocimiento no se aprende en libros. Mateo, quien había permanecido callado hasta entonces, intervino. La señora Sofía hace los arreglos de flores más bonitos del mercado. Papá, te lo dije. Así que has visitado mi puesto, dijo Sofía mirando al niño con sorpresa. Papá me llevó ayer mientras recogían sus cosas, explicó Mateo. Compramos un ramo de girasoles. Eduardo sonrió levemente. El salario inicial sería tres veces lo que gana actualmente en el
mercado, más beneficios completos de salud para usted y su familia. El horario podría ajustarse para que coordine ambos trabajos si así lo desea. Sofía sentía que la habitación daba vueltas. Era demasiado para asimilar de una vez una casa, transporte, tratamiento médico para su madre, un nuevo trabajo con un salario que ni en sus sueños más optimistas habría imaginado. ¿Por qué? Fue lo único que logró preguntar. ¿Por qué hace todo esto por nosotras? Eduardo miró a su hijo por un momento antes de responder. Porque usted hizo algo extraordinario, señora Ramírez. no solo salvó a mi hijo
de un peligro real, sino que rechazó una recompensa económica inmediata. En un mundo donde todo parece tener precio, ese tipo de integridad es poco común. Hizo una pausa y continuó con un tono más personal. Además, Mateo ha estado hablando constantemente de usted. Dice que le recuerda a su madre. El comentario hizo que Sofía mirara a Mateo con nueva comprensión. Sabía por las noticias que Eduardo Mendoza era viudo desde hacía varios años, pero nunca había conectado esa información con el niño que había ayudado. "Entiendo que es mucho para considerar", añadió Eduardo. "Tómese el tiempo que necesite
para pensarlo. Mientras tanto, la casa está disponible para ustedes sin compromiso." Sofía respiró hondo tratando de ordenar sus pensamientos. Necesito consultarlo con mi familia", dijo finalmente. "Pero gracias, gracias por todo esto." Eduardo asintió. "Jaquín las llevará a ver la casa esta tarde, si le parece bien. Sus pertenencias ya están allí." Cuando la reunión terminó y Sofía se disponía a marcharse, Mateo se acercó a ella. "¿Vendrás a trabajar con mi papá?", preguntó con esperanza apenas contenida. Sofía se agachó para estar a su altura. Estoy considerándolo seriamente, respondió con una sonrisa. Pero aún si lo hago, seguiré
vendiendo flores en el mercado. Es lo que soy. Podría ser ambas cosas, dijo Mateo con la lógica simple pero certera de los niños. Como mi papá es empresario y también mi papá. Sofía río suavemente. Tienes razón, Mateo. A veces los adultos complicamos demasiado las cosas. Mientras bajaba en el ascensor junto a Joaquín, Sofía se permitió, por primera vez en años imaginar un futuro diferente para su familia. un futuro donde su madre podría recibir el tratamiento que necesitaba, donde Lucía podría concentrarse en sus estudios sin preocuparse por el dinero, donde ella misma podría desarrollar su pasión
por las plantas en un nivel que nunca había soñado. Era aterrador y emocionante a la vez, como pararse al borde de un precipicio, pero sabiendo que quizás, solo quizás había alas esperando desplegarse. La casa en la colonia Roma era una construcción de estilo arteco preservada con gusto exquisito. Dos pisos, un pequeño jardín frontal y algo que Sofía no había tenido en años. Espacio. Tres habitaciones, un estudio que podría convertirse en la cuarta, dos baños completos, cocina equipada con electrodomésticos que parecían sacados de una revista y un patio trasero donde la luz natural creaba el ambiente
perfecto para las plantas que Sofía ya estaba mentalmente colocando. "Es demasiado", murmuró doña Mercedes cuando Joaquín las dejó solas para familiarizarse con el lugar. Sus pertenencias, pocas significativas, habían sido colocadas cuidadosamente en las habitaciones. Lo sé, respondió Sofía a una brumada. Pero el señor Mendoza insiste en que la aceptemos mientras consideramos su oferta. ¿Qué oferta?, preguntó Lucía, quien hasta entonces había estado recorriendo la casa con asombro adolescente, abriendo armarios y probando interruptores. Sofía les explicó detalladamente la propuesta laboral de Eduardo. Mientras hablaba, notó como el rostro de su hija se iluminaba con cada nuevo detalle,
mientras que el de su madre se volvía más cauto. "Suena demasiado bueno para ser verdad", comentó doña Mercedes cuando Sofía terminó. Y en mi experiencia, cuando algo suena así, generalmente lo es. Mamá, siempre ves el lado negativo. Protestó Lucía. El señor Mendoza solo está agradecido porque mamá salvó a su hijo. ¿Qué tiene de raro? La magnitud del agradecimiento, mi hijita, respondió la mujer mayor. Casa, trabajo, tratamiento médico, es desproporcionado. Sofía contempló a las dos mujeres más importantes de su vida, reconociendo la sabiduría en la cautela de su madre y la esperanza en el optimismo de
su hija. "Voy a aceptar el trabajo,", anunció finalmente. "Pero mantendremos los pies en la tierra. Seguiré con mi puesto en el mercado al menos dos días a la semana y buscaremos cómo pagar un alquiler razonable por esta casa. Pero el señor Mendoza dijo que no teníamos que pagar, protestó Lucía. Una cosa es aceptar ayuda temporal y otra muy distinta es vivir de la caridad permanentemente, explicó Sofía. El trabajo lo acepto porque creo que realmente puedo aportar valor. La casa la acepto como alojamiento temporal. Pero eventualmente pagaremos por ella o buscaremos otro lugar. Doña Mercedes asintió
con aprobación. Así se habla, hija. Las siguientes semanas transcurrieron en un torbellino de adaptaciones. El primer día de Sofía en constructora Mendoza fue intimidante. Le asignaron una pequeña oficina en el departamento de proyectos especiales con una computadora que apenas sabía usar y un título que sonaba importante. Directora de ambientación botánica. No sé ni cómo encender esto correctamente, confesó a Eduardo cuando este pasó a saludarla. Tendrá asistencia", respondió él con calma. No la contraté por sus habilidades tecnológicas, sino por su conocimiento de plantas y su intuición para los espacios. Le asignaron a Mariana, una joven arquitecta
paisajista recién graduada como asistente y mentora tecnológica. Juntas comenzaron a visitar los proyectos en construcción donde Sofía sorprendió a todos con su conocimiento práctico. Estas palmeras que están en los planos nunca sobrevivirán al invierno de la Ciudad de México, explicó durante una reunión de proyecto señalando los diseños para un complejo residencial. Necesitamos opciones más resistentes y de preferencia nativas. Al principio los arquitectos e ingenieros la miraban con escepticismo, pero Eduardo había dejado claro que en temas de vegetación Sofía tenía la última palabra. Pronto, su enfoque práctico y su conocimiento comenzaron a ganar el respeto de
sus colegas. Paralelamente mantenía su puesto en el mercado dos días a la semana, como había prometido. Sus antiguos compañeros la trataban con una mezcla de curiosidad y respeto por no haber abandonado sus raíces a pesar de su cambio de fortuna. Te has vuelto toda una ejecutiva, Sofi, bromeaba Carmela, notando los sutiles cambios en el vestuario y la postura de su amiga. Solo estoy aprendiendo a moverme en otro mundo, respondía Sofía, quien ahora vestía blusas sencillas pero elegantes y había cambiado sus zapatillas gastadas por zapatos más formales. Pero sigo siendo la misma. En casa los cambios
eran igualmente significativos. El tratamiento de doña Mercedes con el especialista recomendado por Eduardo estaba dando resultados notables. Su color había vuelto y aunque seguía necesitando medicación, su calidad de vida había mejorado considerablemente. Lucía, por su parte, florecía en su nuevo entorno. con un espacio adecuado para estudiar y sin las constantes preocupaciones económicas, sus calificaciones, ya buenas antes, se volvieron excelentes. También había comenzado a socializar más, invitando ocasionalmente a compañeras de clase a casa. Una tarde, mientras Sofía revisaba algunos planos en el comedor, escuchó la conversación de Lucía con una amiga en la sala. ¿Tu mamá
trabaja para constructora Mendoza?", preguntó la chica con evidente impresión. "Mi papá dice que es casi imposible entrar a trabajar ahí." "Sí, es la encargada de todos los jardines y áreas verdes", respondió Lucía con orgullo. "Pero también tiene su propio negocio de flores en el mercado de Jamaica." Sofía sonrió para sí misma. Le complacía que su hija mencionara ambos trabajos con igual orgullo. Ese fin de semana, mientras Sofía trabajaba en el jardín trasero plantando algunas de sus flores favoritas, Lucía se acercó con una expresión seria. "Mamá, ¿puedo preguntarte algo?" "Claro, mi amor", respondió Sofía limpiándose la
tierra de las manos. ¿Te gusta el señor Mendoza? ¿Cómo? Románticamente, la pregunta tomó a Sofía completamente por sorpresa. ¿Qué? ¿De dónde sacas esa idea? Es que siempre hablas de él, explicó Lucía. Y él te envía mensajes y viene a cenar a veces. Era cierto que Eduardo había cenado con ellas en algunas ocasiones, generalmente con Mateo, para discutir proyectos o simplemente como una cortesía. Siempre eran encuentros formales, pero amistosos. El señor Mendoza es mi jefe, Lucía, y sí, también es una persona que nos ha ayudado mucho y a quien respeto, pero no hay nada romántico entre
nosotros y no podría verlo. Es guapo para su edad, insistió Lucía con la franqueza de sus 15 años. y viudo. Y obviamente le importas porque nunca había invitado a cenar a otro empleado a su casa. Sofía reflexionó sobre las ocasiones en que efectivamente había cenado en la residencia de los Mendoza, siempre bajo el pretexto de discutir los diseños de jardinería para alguna propiedad. Recordó las conversaciones con Eduardo, cada vez más personales a medida que pasaban las semanas. sus ocasionales sonrisas que transformaban su rostro habitualmente serio, la manera en que a veces la miraba cuando creía
que ella no se daba cuenta. "Las cosas son más complicadas en el mundo adulto, hija", respondió finalmente. "Somos de mundos muy diferentes." Eso suena excusa, replicó Lucía, mostrando una perspicacia que a veces tomaba a Sofía por sorpresa. Además, ya no somos tan diferentes. Ahora trabajas en su empresa, vivimos en esta casa. Precisamente por eso, cortó Sofía. ¿No ves que todo lo que tenemos ahora depende de él? ¿Qué clase de relación podría existir con ese desequilibrio de poder? Lucía pareció considerar el punto. Supongo que tienes razón, concedió. Pero la abuela dice que nunca te ha visto
tan viva como cuando hablas de tu trabajo con él. Sofía suspiró. Tu abuela debería concentrarse en su recuperación en lugar de analizar mi vida amorosa inexistente. Ambas rieron, pero las palabras de Lucía se quedaron en la mente de Sofía durante el resto del día. Era posible que estuviera desarrollando sentimientos por Eduardo Mendoza. Y más perturbador aún, ¿era posible que él sintiera algo similar por ella? La idea era tan absurda que intentó descartarla. Ella era una empleada más, alguien a quien él había ayudado por gratitud, nada más. Las diferencias entre ellos no eran solo económicas, sino
culturales, educativas, de experiencias de vida. Esa noche su teléfono sonó con un mensaje de Eduardo. Los diseños para el proyecto Chapultepec son excelentes. Tu visión está transformando nuestros espacios. ¿Podrías pasar por mi oficina mañana para discutir el próximo proyecto? Eduardo formal, profesional, pero había algo en la manera en que siempre firmaba con su nombre, como si quisiera recordarle que más allá del empresario había un hombre. Sofía dejó el teléfono a un lado y se asomó a la ventana de su nueva habitación. La luna iluminaba el pequeño jardín que estaba creando, un espacio que era suyo,
pero en una propiedad que, por mucho que intentara olvidarlo, pertenecía a Eduardo Mendoza. Mundos diferentes, murmuró para sí misma. Pero incluso mientras lo decía, una parte de ella se preguntaba si esos mundos estaban realmente tan separados como había creído toda su vida. 6 meses habían transcurrido desde que Sofía aceptara el trabajo en constructora Mendoza. El otoño había dado paso al invierno y la Ciudad de México se vestía con decoraciones navideñas anticipadas. En ese tiempo, Sofía había pasado de ser una novedad en la empresa a convertirse en una pieza fundamental del equipo de diseño. Su área
había crecido a cinco personas, incluyendo a Mariana, quien se había convertido en su mano derecha y amiga. Aquella tarde de noviembre, Sofía se encontraba en una reunión de directores donde Eduardo presentaba los resultados del tercer trimestre. A pesar de la crisis económica que afectaba al país, constructora Mendoza mostraba números impresionantes. "Y gran parte de este éxito", dijo Eduardo señalando las diapositivas con los nuevos proyectos residenciales, se debe a nuestra nueva estrategia de ambientación y sostenibilidad liderada por la señora Ramírez. Sofía sintió todas las miradas sobre ella y asintió educadamente, aún no acostumbrada a los reconocimientos
públicos. Cuando la reunión terminó, varios directores se acercaron a felicitarla, algunos de los mismos que meses atrás la miraban con escepticismo. Al salir de la sala de juntas, Eduardo la alcanzó en el pasillo. "Sofía, tengo algo importante que discutir contigo", dijo utilizando su nombre de pila como había comenzado a hacer en las últimas semanas. "¿Podrías pasar por mi oficina al final del día?" Por supuesto, respondió ella, consultando su agenda electrónica, otro cambio en su vida. Tengo una reunión con proveedores a las 5, pero estaré libre después de eso. Perfecto, te espero a las 6. El
resto del día transcurrió con normalidad, aunque Sofía no podía evitar preguntarse que querría discutir Eduardo con tanta formalidad. Durante los últimos meses sus interacciones se habían vuelto más fluidas y menos jerárquicas, a menudo intercambiando ideas sobre proyectos mientras caminaban por los sitios de construcción o durante escenas de trabajo donde Mateo frecuentemente se les unía. Mateo, el niño se había convertido en una presencia constante en su vida. A menudo pasaba por su oficina después de la escuela, fascinado por los planos y maquetas de jardines que Sofía diseñaba. Había desarrollado un interés genuino por la botánica y
Sofía disfrutaba enseñándole los nombres y características de diferentes plantas. En ocasiones incluso la acompañaba al mercado de Jamaica los sábados, donde se había ganado el cariño de los vendedores. A las 6 en punto, Sofía llamó a la puerta de la oficina de Eduardo. Adelante, respondió él. Eduardo estaba de pie junto a la ventana, contemplando las luces de la ciudad que comenzaban a encenderse en el crepúsculo invernal. Se había quitado la corbata y los primeros botones de su camisa estaban desabrochados, un raro momento de informalidad. "Siéntate, por favor", indicóñalando el sofá en lugar de la mesa
de reuniones. Esto aumentó la curiosidad de Sofía. "¿Ocurre algo con el proyecto Chapultepec?", preguntó ella. asumiendo que se trataba de trabajo. "No, los proyectos marchan perfectamente", respondió Eduardo sentándose frente a ella. "Se trata de algo más personal." El corazón de Sofía dio un vuelco inexplicable. "¿Acaso las insinuaciones de Lucía tenían algún fundamento?" "Sofía," comenzó Eduardo, adoptando un tono más grave. He recibido información que me preocupa. Se trata de los hombres que persiguieron a Mateo aquel día. La dirección inesperada de la conversación tomó a Sofía por sorpresa. ¿Los han identificado? Sí. Mi equipo de seguridad ha
estado investigando durante meses. Eran hombres de Germán Villaseñor. Sofía frunció el seño tratando de recordar donde había escuchado ese nombre. Villaseñor es mi principal competidor", explicó Eduardo, pero siempre sospeché que había algo más oscuro detrás de su éxito repentino en los últimos años. Ahora tengo pruebas de que ha estado lavando dinero a través de sus proyectos inmobiliarios para un cártel. "Dios mío,", murmuró Sofía. "¿Y por qué irían tras Mateo?" Eduardo se levantó y caminó nuevamente hacia la ventana, dándole la espalda. Por venganza. Hace 3 años, mi esposa Valeria estaba conduciendo con Mateo cuando sufrieron un
accidente. El auto cayó por un barranco en la carretera a Cuernavaca. Su voz se quebró ligeramente. Valeria murió protegiendo a Mateo con su cuerpo. Él sobrevivió con apenas algunos rasguños. Sofía sintió una opresión en el pecho. A pesar de que sabía que Eduardo era viudo, nunca habían hablado de la circunstancias. "Lo siento mucho", dijo con sinceridad. Lo que nadie sabe, continuó Eduardo, es que no fue realmente un accidente. Valeria era fiscal federal, estaba investigando a Villaseñor y tenía pruebas contundentes. El accidente ocurrió el día antes de que presentara su caso. Se volvió hacia Sofía con
una intensidad en su mirada que ella nunca había visto. He pasado 3 años recolectando evidencia, continuando el trabajo de Valeria en secreto. Hace 6 meses, finalmente entregué todo a las autoridades. Villaseñor está acorralado y lo sabe. El intento de secuestro de Mateo fue su manera de advertirme que me detenga. Por eso la seguridad constante alrededor de Mateo, comprendió Sofía. Pero, ¿por qué me cuentas todo esto ahora? Eduardo se sentó nuevamente, esta vez más cerca de ella. ¿Por qué hay más? La investigación ha revelado algo sobre ti, algo que ni tú misma sabes. Sofía se tensó.
Sobre mí. No entiendo. El apartamento del que fueron desalojadas. Eduardo hizo una pausa como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. El edificio entero pertenece a una compañía fantasma controlada por Villaseñor. El desalojo no fue por falta de pago, fue deliberado. ¿Qué? Pero eso no tiene sentido. Yo no tengo nada que ver con ese hombre. No directamente, respondió Eduardo. Pero tu madre sí. La revelación cayó como un balde de agua fría. Mi madre. Ella ha sido costurera toda su vida. Antes de eso, en los años 90, tu madre trabajó como secretaria en una notaría. Una notaría
que manejaba muchos de los documentos de Villaseñor cuando apenas comenzaba sus negocios. Eduardo le entregó una carpeta. No estoy seguro de que vio o que sabe, pero el hecho es que Villaseñor la ha estado vigilando durante años. Cuando mi investigación sobre él se intensificó, alguien debe haberle informado que tu madre seguía viva y con una hija que trabajaba en el mercado cercano a donde intentaron secuestrar a Mateo. Sofía ojeaba los documentos con manos temblorosas, fotos antiguas de su madre mucho más joven, documentos notariales con su firma, reportes de vigilancia. Creo que el intento de secuestro
a Mateo y tu desalojo no son coincidencias", continuó Eduardo. "Creo que Villaseñor conectó los puntos y pensó que quizás había alguna colaboración entre tu madre y yo, pero eso es absurdo. Nos conocimos por pura casualidad, lo sé, pero para alguien paranoico como Villaseñor, las coincidencias no existen." Eduardo tomó las manos de Sofía. Me temo que tú y tu familia podrían estar en peligro. Es otra razón por la que insistí en la casa en Roma. Tiene seguridad y está en una zona vigilada. ¿Y por qué he asignado discretamente personal de seguridad para seguirte a ti y
a Lucía? Sofía retiró sus manos sintiendo una mezcla de miedo y traición. Nos has estado vigilando sin decirnos nada. Era por protección. Se defendió Eduardo. No quería alarmarla sin estar seguro del peligro. Y mi madre, ¿la sabe algo de esto? No lo sé. Sería importante que hablaras con ella. Si tiene información sobre Villaseñor de aquellos años, podría ser crucial para el caso. Sofía se levantó necesitando espacio para procesar todo. Por eso me ofreciste el trabajo, para mantenernos cerca y protegidas. La pregunta pareció doler a Eduardo. No, eso fue genuino, Sofía. Tu talento es innegable y
cualquiera en la empresa te lo confirmaría. hizo una pausa, aunque admito que cuando descubrí la conexión con Villaseñor, me sentí más tranquilo sabiéndola cerca y seguras. Sofía asintió lentamente, asimilando la información. Necesito hablar con mi madre. Por supuesto, Joaquín, ¿puede llevarte ahora mismo? No, respondió Sofía con firmeza. Necesito tiempo para pensar. Tomaré un taxi. Eduardo pareció querer protestar, pero se contuvo. Como desees, pero por favor ten cuidado. Villaseñor está acorralado, lo que lo hace más peligroso. Sofía se dirigió a la puerta, pero antes de salir se detuvo. Eduardo, ¿hay algo más que deba saber? Él
sostuvo su mirada por un momento que pareció eterno. Sí, pero no como empresario o como empleador. Dio un paso hacia ella. Como hombre, hay mucho más que quisiera decirte, pero no ahora, no así. La intensidad de sus ojos hizo que Sofía desviara la mirada. Primero necesito hablar con mi madre, repitió y salió de la oficina. Durante el trayecto a casa, las revelaciones daban vueltas en su cabeza. Su madre involucrada en algo turbio décadas atrás, su desalojo planeado. Eduardo vigilándolas. Y más perturbador aún, ¿ese algo más que Eduardo quería decirle como hombre? Al llegar a casa,
encontró a doña Mercedes tejiendo en la sala mientras Lucía hacía tarea en la mesa del comedor. La escena de domesticidad cotidiana contrastaba brutalmente con las revelaciones que acababa de recibir. "Lucía, ¿podrías dejarnos solas a tu abuela y a mí?", pidió Sofía. La adolescente miró a su madre con curiosidad, pero obedeció, recogiendo sus libros. "Estaré en mi habitación." Cuando estuvieron solas, Sofía se sentó frente a su madre. Mamá, necesito preguntarte algo y necesito que seas completamente honesta conmigo. Tomó aire. ¿Conoces a un hombre llamado Germán Villaseñor? El color abandonó el rostro de doña Mercedes y sus
manos dejaron de tejer. Su reacción fue toda la confirmación que Sofía necesitaba. Entonces, es verdad, murmuró Sofía. ¿Trabajaste para él en los 90? No, para él directamente, respondió doña Mercedes con voz temblorosa. Para el notario Juárez. Pero sí conocí a Villaseñor. Era quiente frecuente. ¿Y qué ocurrió? Eduardo Mendoza cree que sabes algo que podría perjudicar a Villaseñor, algo por lo que ha estado vigilándonos durante años. Doña Mercedes cerró los ojos por un momento, como reuniendo fuerzas. Tu padre no murió en un accidente de construcción, Sofía. La revelación inesperada dejó a Sofía sin aliento. Toda su
vida había creído que su padre, a quien apenas recordaba, había fallecido en un accidente laboral cuando ella tenía 4 años. ¿Qué estás diciendo, mamá? Tu padre era contador. Trabajaba para varias empresas, incluyendo las de villor. Un día encontró irregularidades, dinero que aparecía de la nada. Doña Mercedes tenía lágrimas en los ojos. Era un hombre honesto, demasiado honesto. Me contó sus sospechas y yo cometí el error de mencionarlo casualmente en la notaría, sin saber que el asistente del notario estaba en la nómina de Villaseñor. Sofía sentía que el piso se movía bajo sus pies. ¿Qué le
pasó a papá? Una semana después lo encontraron en el río Lerna. La policía dijo que había sido un asalto, pero yo sabía la verdad. Doña Mercedes tomó las manos de su hija. Tenía pruebas, documentos que tu padre había guardado. Los escondí y huimos a la ciudad de México. He vivido con miedo desde entonces, vigilando constantemente, cambiando de domicilio cada pocos años. Dios mío, mamá, ¿por qué nunca me lo dijiste? Para protegerte. Mientras menos supieras, más segura estarías. La mujer mayor limpió sus lágrimas. Cuando nos desalojaron, supe que nos habían encontrado. Pero nunca imaginé que Eduardo
Mendoza nos ayudaría, ni que estuviera tras el mismo hombre. ¿Aún tienes esas pruebas?, preguntó Sofía. Doña Mercedes asintió lentamente. Un microfil que tu padre escondió en su reloj de bolsillo. Lo he guardado todos estos años moviéndolo de escondite en escondite. Necesitamos entregar eso a Eduardo dijo Sofía. Podría ser crucial para el caso contra Villaseñor. Lo sé. Doña Mercedes apretó las manos de su hija. Y hay algo más que debe saber, algo que he observado durante estos meses. Eduardo Mendoza no te mira como un jefe, mira a una empleada, hija. Te mira como tu padre me
miraba a mí. La sede central de la Fiscalía General de la República era un edificio imponente en la colonia Guerrero. Sofía, Eduardo, doña Mercedes y dos agentes federales estaban reunidos en una sala de conferencias rodeados de expedientes, fotografías y diagramas que conectaban a Germán Villaseñor con diversas actividades ilícitas durante más de tres décadas. Con el microfilm que proporcionó la señora Mercedes y la evidencia reunida por el señor Mendoza, tenemos suficiente para proceder con múltiples cargos, explicó la fiscal Ramírez, una mujer de aspecto severo pero justo. Lavado de dinero, evasión fiscal, asociación deltuosa y lo más
grave, homicidio calificado en el caso del señor Ramírez. ¿Y el accidente de mi esposa? Preguntó Eduardo, su voz apenas controlada. La fiscal asintió. Tenemos la confesión de uno de los hombres involucrados. Manipularon los frenos del vehículo. Será incluido en los cargos. Sofía observó como Eduardo cerraba los ojos brevemente, procesando la confirmación de lo que había sospechado durante años. Instintivamente colocó su mano sobre la de él, un gesto de apoyo que no pasó desapercibido para doña Mercedes. ¿Qué ocurrirá ahora? preguntó Sofía. Villaseñor fue detenido esta mañana en Cancún intentando salir del país, respondió uno de los
agentes. Hemos congelado sus cuentas y asegurado sus propiedades. El juicio probablemente llevará meses, pero con la evidencia que tenemos es prácticamente seguro que pasará el resto de su vida en prisión. ¿Y el peligro para nosotros? preguntó doña Mercedes. La preocupación de décadas aún visible en su rostro. "Seguirán bajo protección hasta que todos sus cómplices sean capturados", aseguró la fiscal. Pero el principal peligro ha pasado. Cuando la reunión terminó, Eduardo, Sofía y doña Mercedes salieron del edificio en silencio, cada uno procesando el cierre de un capítulo doloroso en sus vidas. Afuera, la Ciudad de México continuaba
su ritmo frenético, ajena al drama que acababa de resolverse. "Quiero agradecerle, señora Mercedes,", dijo Eduardo mientras caminaban hacia la camioneta donde Joaquín esperaba. "Su valentía al guardar esas pruebas todos estos años finalmente traerá justicia para muchas personas, incluida mi Valeria". Doña Mercedes asintió solemnemente. Y para mí, Raúl, aunque llegue 30 años tarde. El viaje de regreso fue silencioso. Doña Mercedes pidió que la dejaran en casa, mencionando que necesitaba descansar. Antes de bajar del vehículo, miró significativamente a su hija y a Eduardo. "Los jóvenes deberían hablar", dijo simplemente y se retiró con una dignidad que solo
los años y el sufrimiento superado pueden conferir. "¿Te gustaría caminar un poco?", propuso Eduardo cuando doña Mercedes entró en la casa. "Hay un parque cerca." Sofía asintió sintiendo que efectivamente necesitaban aire y espacio para la conversación que estaba por venir. El parque era un pequeño oasis verde en medio de la colonia Roma, con árboles antiguos y senderos bordeados de flores que Sofía reconocía con ojo experto. Caminaron lado a lado por unos minutos, observando a las familias que disfrutaban de la tarde fresca. "Todo parece tan normal", comentó Sofía. como si el mundo no hubiera cambiado por
completo en las últimas 24 horas. Así es la vida, respondió Eduardo. Continuamos incluso después de revelaciones que lo cambian todo. Hizo una pausa. Sofía, sobre lo que dije ayer en mi oficina. Que había más que querías decirme como hombre, completó ella. Eduardo asintió deteni junto a una fuente. Estos meses trabajando juntos, viendo tu dedicación, tu inteligencia, tu forma de tratar a Mateo. Respiró hondo. Me he enamorado de ti, Sofía. Y me aterra decírtelo porque nuestra relación comenzó en circunstancias tan particulares con tantos desequilibrios de poder. Sofía lo miró viendo no al poderoso empresario, sino al
hombre vulnerable que había perdido tanto y que ahora se arriesgaba nuevamente. Durante semanas me he dicho a mí misma que era imposible, respondió finalmente, que éramos demasiado diferentes, que las circunstancias eran demasiado complicadas. Eduardo asintió, preparándose para el rechazo, pero cada vez que intentaba convencerme de eso, continuó Sofía, encontraba otro momento, otra conversación, otra mirada que me decía lo contrario. Tomó aire. No sé qué nombre darle a lo que siento por ti, Eduardo, pero sé que es real y que ha crecido no por gratitud o por conveniencia, sino por conocerte realmente. La esperanza iluminó el
rostro de Eduardo. ¿Estás diciendo que estoy diciendo que quiero descubrirlo? Respondió Sofía con una sonrisa tímida. Sin prisa, sin presiones. Quiero conocer al hombre detrás del empresario, como tú has conocido a la mujer detrás de la florista. Eduardo tomó sus manos. Es más de lo que me atrevía a esperar. Pero necesito que entiendas algo, añadió Sofía con seriedad. No puedo ser dependiente de ti, ni en lo económico ni en lo emocional. Necesito mantener mi independencia, mi trabajo en el mercado, mi identidad. No esperaría menos, respondió Eduardo. Es precisamente esa fuerza e independencia lo que admiré
desde el primer día. Se miraron por un momento el espacio entre ellos cargado de posibilidades. Luego, con una naturalidad que sorprendió a ambos, Eduardo se inclinó y la besó suavemente. Fue un beso breve, pero significativo, un primer paso hacia algo nuevo. Mateo se alegrará, comentó Eduardo cuando se separaron. Lleva meses diciéndome que debería invitarte a salir. Sofía Río. Lucía ha estado igual. Parece que nuestros hijos son más perceptivos que nosotros o menos complicados", añadió Eduardo con una sonrisa. Caminaron de regreso a la casa hablando de todo y nada, ambos conscientes de que estaban en el
umbral de un nuevo capítulo en sus vidas. En la distancia, la Ciudad de México desplegaba su caótica belleza con sus contradicciones y contrastes, sus colonias de lujo y sus barrios humildes, todos bajo el mismo cielo. Una ciudad donde una vendedora de flores podía salvar a un niño sin saber que era hijo de un millonario, donde el destino podía entrelazar vidas aparentemente dispares, y donde a veces la bondad genuina era recompensada de las maneras más inesperadas. Al llegar a la casa encontraron a Mateo y Lucía sentados en el porche conversando animadamente. Al verlos llegar juntos, con
un brillo nuevo en los ojos, intercambiaron miradas cómplices. "Todo bien", preguntó Lucía, estudiando el rostro de su madre. Todo bien", respondió Sofía sonriendo. "Mejor que bien, de hecho." Mateo se acercó a su padre y le susurró algo al oído que hizo que Eduardo riera suavemente. "Sí, hijo, por fin me atreví." Esa noche, mientras Sofía preparaba la cena en la cocina con doña Mercedes, su madre la observaba con ojos conocedores. "Te ves diferente", comentó la mujer mayor. "Me siento diferente", admitió Sofía como si finalmente pudiera respirar profundamente después de años conteniendo el aliento. Doña Mercedes asintió.
"El miedo es una prisión, hija. Yo viví en ella demasiados años. colocó su mano sobre la de Sofía. Es hora de que ambas vivamos sin miedo. A través de la ventana de la cocina podían ver a Eduardo jugando ajedrez con Lucía en el patio, mientras Mateo les daba consejos a ambos. Una escena simple pero llena de promesas. ¿Sabes? Dijo doña Mercedes siguiendo la mirada de su hija. Tu padre estaría orgulloso. No solo por tu éxito o por haber ayudado a hacer justicia. sino por tu capacidad de abrirte a la felicidad a pesar de todo. Sofía
abrazó a su madre agradecida por su fortaleza y sabiduría. Gracias por protegerme todos estos años, mamá. Ahora es tu turno de vivir, hija", respondió doña Mercedes. "Y parece que la vida tiene mucho que ofrecerte". Mientras la noche caía sobre la ciudad de México, Sofía pensó en el extraordinario camino que la había llevado hasta ese momento. De un puesto de flores en Coyoacán a un futuro lleno de posibilidades que nunca había imaginado. Todo por un simple acto de bondad hacia un niño asustado. La vida, pensó, a veces nos lleva por senderos inesperados y a veces esos
senderos nos conducen exactamente a donde debíamos estar. Si llegaste hasta aquí, no dejes de darle like a este video y suscribirte al canal para no perderte nuestras próximas historias. Déjanos en los comentarios desde qué lugar del mundo nos estás viendo. Tu apoyo nos motiva a seguir creando contenido como este. Gracias por acompañarnos. M.