El Pozo Prohibido: La Maldición Oculta del Castillo Medieval

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Ecos de la Noche
El Pozo Prohibido: La Maldición Oculta del Castillo Medieval Descubre el misterio detrás de El Pozo...
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Imagina descubrir un antiguo secreto, algo que nunca debió ser desenterrado. Esta es la historia del profesor Manuel Escribano, un arqueólogo que al abrir un pozo sellado en las ruinas de un castillo medieval liberó una maldición ancestral. Lo que parecía ser un hallazgo común se transformó en una pesadilla interminable con una presencia oscura acechando cada paso que daba.
El vigía, una entidad antigua, se despertó arrastrando con el cadenas invisibles y una seda insafiable de venganza. ¿Será Manuel capaz de escapar del horror que desató o su alma quedará atrapada para siempre? Prepárate porque este es solo el comienzo de una historia que te lará la sangre.
El profesor Manuel Escribano nunca creyó en los cuentos de fantasmas. Era un arqueólogo experimentado con décadas de trabajo en excavaciones por toda España. Cuando recibió la noticia de un hallazgo en las ruinas de un castillo medieval en Castilla la Mancha, sintió la misma emoción de siempre.
Se trataba de un pozo sellado con una gruesa losa de piedra oculto bajo ciros de tierra y escombros. Se rumoreaba que aquel castillo había sido escenario de ejecuciones clandestinas, de condenados que desaparecían sin dejar rastro. Manuel no era supersticioso, así que ignoró los murmullos de los lugareños que advertían sobre una maldición.
El primer día de excavación fue arduo. La losa que cubría el pozo era más pesada de lo esperado. Con la ayuda de su equipo, lograron removerla al caer la tarde.
Un aire húmedo y rancio escapó del interior, como si el pozo hubiera estado respirando en la oscuridad durante siglos. Manuel iluminó el interior con su linterna y vio algo que leó la sangre. un esqueleto humano encadenado a las paredes de piedra.
Aquella noche, mientras revisaba las fotografías en su carpa, Manuel sintió una incomodidad extraña. No era el descubrimiento en sí lo que lo inquietaba, sino la posición del esqueleto. Sus brazos estaban estirados como si hubiera intentado alcanzar la superficie en un último intento desesperado por escapar.
Además, sus huesos estaban desgastados con extraños arañazos en las falanges. Había muerto de hambre y desesperación intentando salir. Al día siguiente, con la luz del sol, Manuel bajó al pozo para examinar los restos.
Sentía una opresión en el pecho, una sensación desagradable que no podía explicar. Al inspeccionar las cadenas, descubrió algo escalofriante. No había signos de rumbre en los eslabones, como si hubieran sido colocadas recientemente.
Además, los huesos no parecían tener siglos de antigüedad. De hecho, algunos estaban demasiado bien conservados con restos de tejido momificado adheridos a ellos. Mientras tomaba notas, sintió un leve murmullo resonar en las paredes del pozo.
Pensó que era su equipo arriba, pero cuando alzó la vista vio que todos estaban en silencio, observándolo con expresión grave. Un arqueólogo joven, pálido como un muerto, señaló algo detrás de él. Manuel giró la cabeza lentamente y vio lo imposible.
Las cadenas se movían por sí solas, como si un cuerpo invisible tratara de liberarse. El pánico se apoderó del grupo. Subieron a Manuel con prisa y cubrieron el pozo de nuevo, pero la sensación de inquietud no desapareció.
Esa noche, Manuel se despertó con un escalofrío. En su tienda de campaña, escuchó el sonido de eslabones arrastrándose sobre la tierra. Abrió los ojos y vio una sombra alta y huesuda de pie en la entrada.
No podía moverse. La figura se inclinó hacia él y un susurro gélido llenó la tienda. No debiste abrirlo.
Al amanecer, sus compañeros lo encontraron en estado de shock. Tenía profundas marcas rojas alrededor de las muñecas, como si hubiera sido encadenado en sueños. Abandonaron la excavación de inmediato, dejando el pozo sellado una vez más.
Sin embargo, Manuel nunca logró librarse de la sensación de ser observado. A veces, al caminar solo por la ciudad o al dormir en su hogar, oía el eco de unas cadenas siguiéndolo en la oscuridad. Y una noche, al despertar de un sueño inquietante, descubrió que su puerta estaba entreabierta y que el sonido de los eslabones se detuvo justo al pie de su cama.
Pasaron semanas desde el aterrador incidente en las ruinas del castillo, pero la sensación de ser perseguido nunca abandonó a Manuel. Cada vez que intentaba concentrarse en su trabajo, el eco de las cadenas arrastrándose lo perseguía como un recuerdo lejano, pero siempre presente. Durante las noches se despertaba sudoroso, mirando con pavor a su alrededor, convencido de que algo estaba acechando en las sombras.
No era solo el sonido, había algo más, algo indescriptible que lo llenaba de una sensación de terror primitivo, como si su alma estuviera siendo arrastrada lentamente hacia un abismo desconocido. Intentó hablar de ello con sus colegas, pero ninguno parecía entender. Había algo en su mirada, una desconexión total, como si ya hubieran olvidado lo que ocurrió en el pozo.
decidió alejarse de la arqueología por un tiempo, creyendo que un descanso podría ayudarlo a encontrar algo de paz. Sin embargo, ni siquiera el alejamiento de su trabajo logró calmar la tormenta que rugía dentro de su mente. Una noche, mientras paseaba por el centro histórico de la ciudad, un viejo libro que vio en una librería de segunda mano le llamó la atención.
El título, escrito en una lengua que no pudo reconocer, parecía como un susurro en sus oídos. sintió una extraña compulsión por comprarlo, sin entender por qué, al regresar a su apartamento, comenzó a ojear sus páginas y, para su sorpresa, encontró relatos que hablaban sobre rituales oscuros y maldiciones antiguas. Las palabras parecían danzar ante sus ojos, como si el libro estuviera vivo, llamándolo hacia algo oscuro.
No pasó mucho tiempo antes de que Manuel se diera cuenta de la conexión entre el libro y el hallazfgo en el castillo. Cada palabra que leía le revelaba detalles espantosos sobre el origen de las ruinas, sobre rituales prohibidos y sacrificios humanos que habían sido llevados a cabo en ese lugar. En sus páginas hablaba de un antiguo culto que adoraba una entidad conocida como el vigía, una sombra que aguardaba en los pozos sellados esperando a ser liberada.
Los sacrificios servían para mantener su hambre insaciable bajo control, pero si vigía era liberado, traería consigo la muerte y la desesperación. Manuel no pudo evitar sentirse atraído por la oscuridad que emanaba de aquel libro. Su obsesión crecía con cada página, mientras las sombras parecían alargarse dentro de su propio hogar.
Durante una noche particularmente oscura, mientras revisaba las páginas del libro, algo extraño ocurrió. Las palabras comenzaron a desvanecerse lentamente, como si estuvieran siendo absorbidas por la misma oscuridad que rodeaba el lugar. En ese momento, el aire se volvió denso y pesado y Manuel sintió una presencia a su alrededor.
No podía ver nada, pero sabía que algo lo observaba. Las paredes de su apartamento parecían cerrarse sobre él y el sonido de eslabones arrastrándose llenó el aire. Sintió un frío gélido recorrer su espalda y al volverse hacia la ventana vio una figura sombría en el umbral con los ojos vacíos y las cadenas colgando de sus muñecas.
La figura susurró con Boguturad, "Te está esperando. " Aterrorizado, Manuel intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. Era como si estuviera atrapado en una pesadilla interminable.
La figura comenzó a acercarse, arrastrando las cadenas detrás de ella. Cada paso parecía resonar en su alma y Manuel sintió como si su vida misma fuera arrastrada hacia la oscuridad. El sonido de las cadenas lo invadió, llenando su mente con visiones de horror.
Un pozo sellado, un cuerpo encadenado, una maldición ancestral. El vigía estaba despertando y ahora Manuel era su nuevo objetivo. De repente, la figura desapareció en un susurro y en su lugar, la habitación quedó en silencio absoluto, pero el frío permaneció y la sensación de ser observado nunca se desvaneció.
Al día siguiente, Manuel trató de racionalizar lo sucedido. Quizás estaba delirando. Pensó, "El estrés, la falta de sueño, la obsesión con el hallazgo, todo podría haberlo afectado.
Decidió salir de la ciudad por un tiempo, alejarse del libro y de los recuerdos oscuros. se dirigió a una pequeña aldea en las montañas, buscando paz en la tranquilidad del campo. Sin embargo, ni siquiera allí pudo escapar del mal que lo perseguía.
Una tarde, mientras caminaba por los senderos rodeados de árboles, escuchó el familiar sonido de las cadenas arrastrándose detrás de él. Se detuvo en seco, pero cuando se dio la vuelta no había nada. El aire estaba tan pesado que apenas podía respirar y el silencio lo envolvía como un sudario.
Sintió una presión en el pecho, como si algo le estuviera aplastando el corazón. Esa noche, en su habitación de la casa de campo, la oscuridad pareció tomar forma. La figura apareció de nuevo, esta vez más cerca, sus ojos vacíos reflejando la luz de la luna.
El rostro de la sombra era indescriptible, como si estuviera formado por las mismas sombras que lo rodeaban. Manuel intentó gritar, pero su voz no salió. La figura se acercó lentamente, arrastrando las cadenas que ahora resonaban con un sonido ensordecedor.
Cuando estuvo frente a él, la sombra susurró nuevamente. Te estado esperando, el vigía exige su precio. De repente, las cadenas se tensaron y comenzaron a envolverse alrededor de su cuerpo, apretando con fuerza como si quisieran aplastarlo.
Manuel sintió como su alma comenzaba a desvanecerse, como si estuviera siendo arrastrado hacia un pozo sin fin. Durante los días siguientes, Manuel ya no era el mismo. Su cuerpo estaba físicamente presente, pero su mente parecía perdida, atrapada en un estado de terror constante.
Cada vez que cerraba los ojos, veía la figura del vigía y el sonido de las cadenas nunca lo dejaba. No podía escapar de esa presencia, de ese ser que lo perseguía sin cesar. Decidió regresar a la ciudad, pero la maldición lo seguía.
Cada rincón parecía estar vigilado por los ojos vacíos de vigía, y el sonido de las cadenas lo acosaba incluso en sus sueños. En un intento desesperado por liberar su alma, Manuel comenzó a investigar más sobre el culto y las antiguas leyendas que hablaban de los sacrificios y los pozos sellados. descubrió que aquellos que liberaban al vigía estaban condenados a servirle para siempre, condenados a arrastrar cadenas invisibles en su alma.
Una noche, mientras investigaba en su apartamento, Manuel encontró un antiguo mapa entre los libros que había recogido de su última expedición. El mapa mostraba un lugar en lo profundo de la sierra de Alcarad, cerca de las ruinas del castillo, donde todo había comenzado. Algo en su interior le dijo que debía regresar allí, enfrentarse lo que había liberado o morir en el intento.
Preparó su equipo y partió al día siguiente sin saber lo que le esperaba, pero sintiendo que era la única manera de terminar con el tormento que lo atormentaba. Mientras viajaba hacia las ruinas, el sonido de las cadenas no lo dejaba y una sensación de desesperación lo envolvía. El vigía se acercaba y el tiempo para escapar se agotaba.
Cuando Manuel llegó al castillo, el aire estaba aún más denso que antes. La oscuridad parecía engullirlo todo, como si la propia tierra estuviera viva, respirando con una maldad ancestral. Al acercarse al pozo sellado, un escalofrío recorrió su espalda.
Sabía que algo lo esperaba en el fondo, algo que no debería haber despertado. El sonido de las cadrenas se hacía más fuerte y el suelo bajo sus pies comenzó a temblar. Manuel miró hacia el pozo y vio en la profundidad un par de ojos brillando con un resplandor espectral.
El vigía estaba allí esperando y el precio que había que pagar por liberar su alma era mucho mayor de lo que había imaginado. En ese momento, la tierra debajo de Manuel comenzó a vibrar como si el mismo castillo estuviera despertando de su letargo. La piedra del pozo, que antes parecía sólida y estática, comenzó a moverse lentamente, emitiendo un crujido aterrador.
Era como si algo bajo la tierra estuviera pujando por salir. algo más grande y más antiguo de lo que Manuel había anticipado. Con una mezcla de horror y desesperación, observó como la losa se levantaba lentamente, como si una fuerza invisible la empujara desde lo más profundo del abismo.
Las cadenas, que hasta ese momento habían estado calladas, volvieron a sonar con fuerza, resonando en el aire pesado como el latido de un corazón condenado. Manuel no sabía si debía retroceder o acercarse, pero algo dentro de él le ordenó no apartar la mirada como si su destino ya estuviera sellado. Mientras la losa se deslizaba hacia un lado, una niebla espesa comenzó a emanar del pozo, cubriendo el suelo y envolviendo Manuel en una capa de frío glacial.
A través de la niebla pudo ver algo moverse en la oscuridad, una figura alta, delgada, pero con una presencia que lo arrastraba hacia ella, como un imán de terror. Los ojos brillaban con una luz inhumana, más allá de lo mortal, mientras las cadenas que lo acompañaban se agitaban con una vida propia. El vigía se reveló en toda su magnitud, una criatura que parecía no tener forma definida, pero que aún así emanaba un poder aterrador que hacía que la respiración de Manuel se detuviera en su pecho.
Era como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante y todo lo que había vivido hasta entonces fuera solo un preludio a ese encuentro inevitable. La figura avanzó hacia con pasos lentos, pero cada uno de esos pasos hacía temblar el suelo como si estuviera marcado por el peso de siglos de sufrimiento. Las cadenas seguían sonando como si cantaran una melodía siniestra, una canción de condena que resonaba en cada fibre de su ser.
El aire a su alrededor se volvía más denso y frío y Manuel sintió una presión insoportable en su pecho, como si algo quisiera arrancarle la vida. Las palabras de vigía se hicieron audibles, pero no eran palabras comunes. Su voz era como un eco de mil voces, cada una más lejana y oscura que la anterior, todas hablando al mismo tiempo en un susurro gutural.
Has despertado lo que no debías. Has desatado lo que nunca debió salir. Ahora pagarás el precio.
La fuerza de la criatura era palpable. Al principio Manuel intentó resistirse, retroceder, pero sus piernas no respondían. Estaba paralizado, atrapado por una fuerza invisible que lo mantenía inmóvil.
El vigía lo miró fijamente y en sus ojos brilló una intensidad que parecía leer su alma, desnudando sus pensamientos más profundos y oscuros. Manuel pudo ver en una visión fugaz los sacrificios que se habían realizado en ese castillo, las almas de aquellos que habían caído ante la entidad que ahora lo observaba. Su mente se llenó de imágenes aterradoras, cuerpos sacrificados, almas atrapadas en la oscuridad, gritos de desesperación.
El vigía no era solo un ser de las sombras, sino un guardián de las almas condenadas, una fuerza que había existido desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, antes de que Manuel pudiera procesar todo lo que veía, el vigí avanzó un paso más y en ese instante el suelo bajo sus pies se desintegró como si la tierra misma lo rechazara. Un abismo oscuro se abrió frente a él y de él emergieron más sombras, más figuras encadenadas que lo rodeaban.
Eran las almas de los sacrificados, condenadas a arrastrar cadenas durante la eternidad, su sufrimiento reflejado en sus rostros desfigurados. La oscuridad se hizo más espesa y las sombras comenzaron a invadir su mente, llenándola de una sensación de desesperación incontrolable. Manuel trató de gritar, pero su voz se ahogó en la negrura.
Estaba siendo arrastrado hacia el abismo, hacia una eternidad de sufrimiento sin fin. No puedes escapar", dijo la voz del vigía, esta vez claramente en su mente. "Tu ama pertenece a este lugar ahora.
Eres uno de nosotros. " Y entonces las cadenas comenzaron a apretar alrededor de su cuerpo, invisibles, pero poderosas. Manuel intentó resistirse, pero sus fuerzas se desvanecían.
Cada eslabón parecía conectar con su corazón, arrancándole pedazos de su ser mientras caía más y más profundo en la oscuridad. Podía escuchar el sonido de las cadenas arrastrándose a su alrededor, un ruido insoportable que lo llenaba de terror. Sentía que su cuerpo ya no le respondía como si estuviera siendo consumido por una fuerza más grande que él.
Era como si sus propios miedos cobraran vida y lo aplastaran, condenándolo a arrastrar esas mismas cadenas que había desenterrado. Pero en un último intento de salvarse, Manuel logró enfocar sus pensamientos en lo que había aprendido del antiguo libro. Recordó las historias de aquellos que por accidente o por desesperación habían tratado de sellar la entidad y su culto de nuevo, encerrándolo en lo más profundo de la tierra.
Sabía que había una forma de detener al vigía. Pero las palabras que necesitaba no las recordaba con claridad. Mientras la oscuridad lo envolvía, su mente comenzó a buscar frenéticamente la clave para detener la maldición, para evitar convertirse en una de las almas atrapadas en el pozo.
El sonido de las cadenas lo ahogaba, pero en medio de todo, una palabra le llegó con claridad: "¡Sangre! Sangre! ", gritó Manuel en su mente con la última fuerza que le quedaba.
recordó las historias de sacrificios rituales, de como la sangre era la única manera de sellar al vigía y devolverlo su prisión. En un acto desesperado, comenzó a rasgar su propio brazo con las unas, buscando herirse para derramar su sangre. El vigía, al ver esto, emitió un sonido como un suspiro de ira.
Las sombras a su alrededor se hicieron más densas, pero algo en el aire comenzó a cambiar. El suelo, antes firme y pesado, comenzó a agrietarse como si estuviera reaccionando su sacrificio. Manuel sintió un dolor punzante en su brazo, pero la desesperación lo impulsaba.
Con su sangre comenzó a trazar símbolos en la tierra, símbolos que había visto en el libro, símbolos que representaban la prisión de la entidad. A medida que la sangre caía sobre el suelo, las cadenas comenzaron a sonar más fuerte, pero algo comenzó a ceder. El vigía se retorció como si la tierra misma lo rechazara, como si la misma oscuridad estuviera tratando de retenerlo nuevamente.
La figura de sombra se desvaneció por un momento y la presión en el pecho de Manuel disminuyó, pero no estaba libre aún. El pozo comenzó a cerrarse nuevamente y las voces de las almas atrapadas comenzaron a susurrar en sus oídos tratando de arrastrarlo hacia abajo. Las cadenas volvieron a sonar con más fuerza y Manuel comprendió que el precio por intentar detener al vigía era aún mayor.
Aunque su sangre había sido derramada, la batalla no había terminado y el vigía aún lo observaba esperando su próximo movimiento. Manuel estaba exhausto. Cada parte de su cuerpo le dolía y su mente, llena de imágenes de horror y desesperación parecía estar al borde del colapso.
Las cadenas continuaban resonando a su alrededor, un sonido que ya no solo era físico, sino que parecía calar en su alma misma. A pesar de sus esfuerzos, sabía que la batalla con el vigía no había terminado. De hecho, acababa de comenzar.
La figura sombría había desaparecido por un momento, pero las sombras seguían latentes, esperando que cometiera el mínimo error. La tierra bajo sus pies seguía temblando y el aire pesado lo oprimía aún más. El pozo, aunque aparentemente cerrado, parecía vibrar con una energía oscura, como si algo quisiera salir.
Manuel observó el suelo abrietado y sintió que las sombras que lo rodeaban eran más que una presencia. Era como si el lugar en sí estuviera vivo, como si la tierra misma hubiera absorbido la oscuridad que había estado sellada durante siglos. La sensación de ser observado se intensificó, como si los ojos de Vigía estuvieran afechando desde alguna parte del abismo, esperando a que él cometiera un error fatal.
Intentó levantarse, pero el dolor en su cuerpo lo paralizaba. Sus pensamientos se mezclaban entre recuerdos de la excavación y las visiones de la criatura del vigía que lo había estado acechando. Recordó las cadenas arrastrándose en la oscuridad, los murmullos extraños, las almas atrapadas en aquel lugar.
¿Cómo había llegado tan lejos? ¿Había alguna forma de romper la maldición? ¿O estaba destinado a ser uno de ellos?
¿A arrastrar cadenas por la eternidad? A lo lejos, en el horizonte, algo comenzó a moverse entre las ruinas del castillo. Una sombra oscura, más grande que la figura del vigía, parecía elevarse del suelo.
Un eco de cadenas llenó el aire, un sonido ensordecedor que provocó que el corazón de Manuel se acelerara. La sombra avanzaba lentamente hacia él, arrastrando consigo una multitud de almas encadenadas, figuras demacradas con ojos vacíos, rostros de desesperación. Eran los condenados las víctimas de rituales pasados que habían sido absorbidas por Eligía.
Ahora parecían haber sido despertados, formados en una masa de horror, como una legión de sombras dispuestas a arrastrar a Manuel hacia la oscuridad eterna. Su mente trató de racionalizar lo que sucedía. Necesitaba encontrar una solución, pero el miedo se apoderaba de él y lo invadía, dejándolo cada vez más impotente.
Recordó las leyendas, los rituales, la sangre. La palabra sangre seguía resonando en su mente como único eco maldito. Sabía que la única manera de sellar a vigía era con la sangre, pero no tenía idea de su sacrificio sería suficiente.
¿Qué más podía dar? La incertidumbre lo consume con una fuerza insoportable. El precio por desatar al vigía era más grande de lo que jamás había imaginado.
La maldición no solo lo perseguía, sino que en su desesperación parecía haber atraído a otros hacia él. Con un temblor incontrolable, Manuel se arrastró hacia el pozo, buscando entre las grietas de la losa que aún cubría la entrada. La niebla que emanaba de su interior se volvió más densa, como si algo dentro de ella intentara liberarse.
Las cadenas comenzaron a sonar de nuevo, esta vez más fuertes, como un grito de desesperación que atravesaba el aire. Mientras trataba de pensar en algún tipo de respuesta, una sensación de frío gélido lo envolvió completamente. Volvió a sentir la presente del vigía, más cerca que nunca.
La sombra avanzaba hacia él con un ritmo pausado, pero imparable. Ya no era solo un espectro. La oscuridad misma parecía haberse materializado en su forma.
Los ojos vacíos del vigía lo observaban y Manuel sintió que su alma comenzaba a desmoronarse bajo su mirada. En ese momento, el suelo bajo sus pies tembló con tal intensidad que casi cayó de rodillas. La oscuridad a su alrededor se intensificó como si el castillo entero estuviera despertando de su letargo, como si las ruinas mismas estuvieran sedientas de sangre.
El eco de las cadenas se convirtió en un rugido sordo que resonaba por cada rincón de la tierra. Y Manuel sintió que su corazón latía con fuerza, pero de una manera errática y enferma. Cada respiración que tomaba parecía ser más pesada que la anterior, como si el aire lo estuviera matando lentamente.
La atmósfera se volvió aún más densa, cargada de un terror palpable, un terror que amenazaba con devorarlo por completo. El vigí avanzó y sus cadenas, ahora visibles como largas serpientes de metal oxidado, se arrastraban por el suelo haciendo eco en la oscuridad. Un susuro gutural llegó a los oídos de Manuel.
Te est esperando, alma condenada. Era la voz del vigía, pero parecía salir de todos los rincones del castillo al mismo tiempo. Manuel intentó dar un paso atrás, pero su cuerpo ya no respondía.
La figura sombría se acercó aún más y el aire se volvió helado, denso, casi como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. Cada uno de sus pensamientos parecía volverse más borroso, mientras la sombra del vigía lo envolvía por completo, arrastrándolo hacia un destino más allá de la comprensión humana. Las cadenas comenzaron a rodearlo, apretando su cuerpo, haciendo que cada respiración fuera más difícil, más dolorosa.
El sonido de las cadenas arrastrándose se convirtió en una melodía siniestra y el miedo de Manuel se transformó en una desesperación absoluta. Sabía que su tiempo se agotaba. Sabía que si no encontraba una manera de detenerlo, el vigía lo arrastraría hacia su propia condena eterna.
Pero mientras las sombras lo rodeaban y las cadenas apretaban más y más, algo dentro de él despertó. En medio del terror absoluto, Manuel recordó las palabras del libro. Solo los que desafían la oscuridad con valentía pueden escapar.
Sin pensar en las consecuencias, sin saber si funcionaría, levantó su mano y la estampó sobre el suelo, derramando su sangre en un último acto desesperado. Un estruendo ensordecedor llenó el aire cuando la sangre tocó la tierra. Las sombras de vigía retrocedieron, pero el pozo comenzó a temblar con fuerza.
Manuel sintió que su sacrificio no era suficiente, que el vigía seguía al acecho. A pesar de su desesperación, aún había una parte del que esperaba, que creía que existía una forma de salvarse. Pero en lo más profundo de su ser, comprendió que al final solo podía ofrecer su alma y esa sería la última ofrenda a un mal, mucho más grande que él.
El sudor empapaba la frente de Manuel, pero su determinación era más fuerte que el terror que lo consumía. Con cada trazo de sangre, los símbolos parecían brillar débilmente, como si una energía ancestral comenzara a envolverlo. La sombra de Vigía, que aún luchaba por liberarse, se retorcía en la niebla, pero algo en su oscuridad comenzaba a desvanecerse.
En ese momento, Manuel comprendió que no era solo su vida lo que estaba en juego, era el destino de las almas atrapadas en ese castillo maldito. Con un último esfuerzo gritó las palabras del antiguo ritual que había leído en el libro, sabiendo de cualquier error sería fatal. La tierra bajo sus pies tembló con una violenta indescriptible, pero las cadenas comenzaron a calmarse y la sombra del vigía se desvaneció como si la oscuridad misma fuera tragada por la luz de la luna.
Cuando todo quedó en silencio, Manuel cayó al suelo agotado y casi sin fuerzas. Pero en su interior había algo diferente, una paz extraña y reconfortante. Sabía que había logrado lo imposible, que vigía había sido sellado de nuevo en las profundidades del pozo.
Sin embargo, a medida que la niebla se disipaba, algo le hizo mirar hacia atrás al pozo sellado. Un último susurro, lejano y macabro llegó hasta sus oídos. Tu alma es mía.
Aterrorizado, Manuel giró rápidamente, pero solo vio la oscuridad de la noche. La sombra del vigía ya no estaba, pero algo en su pecho le decía que aunque había logrado cerrarlo, jamás podría escapar completamente de su maldición. Con una sensación de vacío profundo, caminó hacia la salida del castillo, sintiendo las cadenas invisibles aún arrastrarse en su alma, sabiendo que vigía seguiría esperándole en los rincones más oscuros de su mente para siempre.
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