¿Quién fue verdaderamente Sócrates?

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Camilo Pino
Sócrates fue un filósofo de la antigua Grecia que vivió en Atenas en el siglo V a. C. No dejó ningún...
Video Transcript:
Como profesor de filosofía, muchas veces he recibido el mismo comentario por parte de mis alumnos: que Sócrates no existió y que es un invento de Platón. Si ustedes están comenzando en el mundo de la filosofía, quizás no han escuchado esta idea, pero al poco andar probablemente la encuentren en un foro, en redes sociales o en una página por ahí. Es una idea muy atractiva porque propone no solo que el filósofo más emblemático no existió, sino que también uno de los personajes más importantes de la historia de la humanidad es una invención.
Pero la verdad es que esta idea no es más que eso, una proposición atractiva, porque tiene algo de edgy, y si la dices en tus primeras clases de filosofía parecerás que estás muy versada en estos temas y que puedes corregir a tu profesor. En esta ocasión no intentaré convencer a nadie de que Sócrates efectivamente existió. Tenemos suficientes relatos como para estar seguros de que pululó las calles de Atenas en el siglo V antes de Cristo.
Si los diálogos, las obras o los comentarios de sus coetáneos, donde aparece Sócrates, sirven como evidencia, entonces tenemos más razones para creer que existió que la de muchos otros personajes de su tiempo, de los cuales nadie ha dudado de su existencia. Podríamos decir que la convergencia de testimonios es más que suficiente. Quizá podrían decir que todos estos autores estaban coludidos para hablar de un personaje ficticio, como si hubiera sido una persona real.
Pero eso sería una especie de teoría de la conspiración muy difícil de sostener y fácilmente refutable, porque esta idea de que Sócrates no existió es relativamente moderna. Podríamos decir que, para los criterios históricos contemporáneos, no podemos asegurar fehacientemente la existencia de un personaje que no dejó escritos, que parece algo idealizado y que además aparece en obras literarias y no históricas. El problema aquí es que estamos pidiendo criterios contemporáneos a obras y pensadores que son del siglo V antes de Cristo.
En resumen, sería algo muy raro encontrar a un filósofo académico que sostenga la idea de que Sócrates no existió. Caso contrario, es el problema con el que quiero comenzar hoy para hablar sobre la figura de Sócrates. ¿Qué podemos decir del Sócrates histórico respecto del Sócrates literario?
Es decir, ¿qué tanto hay de Sócrates en el Sócrates de Platón y qué tanto hay de Platón en ese personaje? O dicho de otro modo, ¿qué características comparten las diferentes fuentes de la antigüedad que nos hablan de Sócrates como un mínimo, como un divisor? Para decir, esto parece ser lo que Sócrates decía y no lo que Platón, Jenofonte o Aristófanes decía.
En simple, ¿en lo que todos estaban de acuerdo que dijo Sócrates? Entonces, adentrémonos en la fascinante vida y pensamiento de un filósofo que, irónicamente, no dejó nada escrito de su puño y letra. Imaginen un pensador que dio forma al pensamiento occidental y solo tenemos relatos de segunda mano para desentrañar este misterio.
Tomaré de base el paper "Who was Socrates" de Cornelia de Fogel, quien examina las diversas interpretaciones históricas sobre este enigmático personaje. Primero que todo, partamos por los datos que solemos atribuir al Sócrates histórico. Dejemos de lado la pregunta por su veracidad y convengamos que esta sería la posible información objetiva de este personaje.
Como a muchos, siempre me ha fascinado Sócrates, el filósofo que desafiaba las convenciones en la Atenas del siglo V antes de Cristo. Imaginemos su figura: hijo de un escultor llamado Sofronisco y una comadrona llamada Fenareta, creciendo en medio del bullicio de la polis ateniense, absorbiendo la vitalidad de una época dorada. Aunque recibió la educación tradicional, su mente inquieta lo llevó más allá de la música, la gimnasia y la gramática.
Dicen que incluso intentó seguir los pasos de su padre, cincelando figuras en piedra, pero su verdadera pasión era el diálogo, la búsqueda incansable de la verdad. ¿Y qué mejor escenario que la Atenas de su tiempo, un hervidero de ideas donde, en cada esquina del ágora, entre mercaderes, artesanos y políticos, Sócrates encontraba una oportunidad para poner a prueba las certezas establecidas? Con una mirada penetrante y su ingenio inigualable, interrogaba a sus conciudadanos sobre la justicia, la belleza y el bien, exponiendo sus contradicciones y guiándolos hacia el autoconocimiento.
Pero Sócrates no era solo un filósofo de la palabra; cuando las amenazas externas acechaban, cumplió con su deber como ciudadano y participó en tres campañas militares: Potidea, Delio y Anfípolis, donde demostró su valentía y resistencia en el campo de batalla. De su vida sentimental también tenemos algunos datos. Casado con Jantía, una mujer de carácter fuerte, tuvo tres hijos.
Su relación, a menudo retratada con anécdotas que resaltan el contraste entre la serenidad de Sócrates y el temperamento de su esposa, es una fuente inagotable de interpretaciones. Sin embargo, su incesante búsqueda de la verdad y su crítica a las convenciones sociales le costaron caro. Acusado de impiedad y de corromper a la juventud, Sócrates fue llevado a juicio y condenado a muerte en el 399 antes de Cristo.
Fiel a sus principios, eligió beber la cicuta antes de renunciar a sus ideas. Físicamente hablando, tenemos varios datos de Sócrates. Imaginen a un hombre caminando descalzo por las polvorientas calles de Atenas, con una túnica sencilla que no le hace justicia a su figura robusta.
Su vientre prominente parece destacar mientras se abre paso entre la multitud, con la mirada fija en algún punto indefinido en el horizonte. Sus ojos saltones parecen escudriñar el alma de aquellos con quienes se cruza. Una nariz chata y respingona interrumpe la armonía de su rostro, mientras que sus labios gruesos se curvan en una sonrisa irónica al escuchar las conversaciones banales de los mercaderes.
Algunos lo comparan con un Sileno, unas criaturas míticas de rasgos toscos y sabiduría ancestral; otros lo llamaban tábano, una especie de mosca que revuelca el trasero de los caballos, pues sus preguntas incisivas incomodan a más de uno. Todo esto a Sócrates no le molestaba; su fealdad física contrasta con la belleza de sus ideas y parece que siempre se hace hincapié en estos rasgos toscos de su cuerpo para resaltar la belleza interior de este filósofo. De entrada, nos topamos con el problema de las fuentes: Platón, Jenofonte, Aristóteles, incluso Aristófanes, un dramaturgo; cada uno ofrece una visión particular de la vida y el pensamiento de Sócrates.
Es como tener diferentes testigos del mismo evento, ¿verdad? Sus historias pueden tener puntos en común, pero también pueden contradecirse. Algunos estudiosos, como Ol Of Gigon, incluso dudan de que podamos realmente conocer a Sócrates.
Para Gigon, los diálogos socráticos que van más allá de los de Platón, sino que también incluyen a Jenofonte, Antistenes, Esquines y Aristipo, tomaron prestado un personaje llamado Sócrates y lo volvieron el protagonista de sus conversaciones. En este sentido, Sócrates no es un problema histórico o filosófico, sino literario o sociológico. Es como preguntarse por qué hay tantos cantantes de K-Pop en los fanfic de Wattpad.
Sin embargo, los académicos argumentan que no deberíamos descartar estas fuentes, especialmente las de Platón y Jenofonte, contemporáneos de Sócrates. Para hablar de su existencia, podríamos decir que hay un Sócrates pensador, que está en los textos escritos por otros filósofos o artistas, y un Sócrates real, del cual ya no tenemos información fidedigna, pero que parece haber sido alguien muy importante o popular en su época y que murió al beber cicuta, probablemente en el año 399 a. C.
Entonces, ¿qué podríamos decir de este Sócrates real a partir de las fuentes literarias que tenemos? En los diálogos de Platón, Sócrates emerge como un incansable interrogador, siempre inmerso en discusiones sobre ética. Recordemos el pasaje de Laques, donde se describe cómo Sócrates tenía esa habilidad especial para hacer que cualquiera que hablara con él analizara su propia vida y creencias.
Era como si Sócrates sostuviera un espejo, obligando a la gente a confrontar sus suposiciones y a examinar los cimientos de sus convicciones. Para Sócrates, esta búsqueda de claridad intelectual no era un mero ejercicio académico, sino que estaba profundamente conectada con el progreso moral. Esta idea no es tan popular en nuestros días porque tendemos a separar la esfera de lo intelectual respecto de lo moral; es decir, podemos pensar en alguien muy inteligente y a la vez muy malvado, como un científico loco.
Parece ser que para Sócrates, inteligencia y moralidad van de la mano. Es decir, no es verdaderamente inteligente quien actúa de manera inmoral. Profundizaremos en este punto más adelante, pero creo que aquí tenemos un rasgo del Sócrates histórico.
Algunos pensadores, como Henrich Meyer, argumentan que Sócrates, más que un filósofo, era un misionero o pastor, centrado en el bienestar del alma; alguien preocupado por los aspectos prácticos de vivir una vida buena, una persona espiritual más que un profesor. Fegel presenta una perspectiva ligeramente diferente: para Sócrates, buscar la intelectualidad, especialmente sobre conceptos morales, era en sí mismo una parte fundamental del cuidado del alma. Era una forma de purificar y elevar el alma a través del riguroso autoexamen y la búsqueda de la verdad.
No se trataba de elegir entre las actividades intelectuales y el cuidado del alma; ambas estaban entrelazadas como dos caras de una misma moneda. Un ejemplo de esto es el Critón de Platón, donde Sócrates, injustamente condenado a muerte, se niega a escapar. Lo importante es el argumento de Sócrates para negarse: él se basa en cinco principios que justifican su decisión: 1) la importancia de valorar las opiniones de los expertos por encima de las opiniones de las masas; 2) la superioridad del alma sobre el cuerpo; 3) vivir bien, es decir, vivir con justicia, es más importante que simplemente vivir; 4) el bien se equipara con lo justo y lo recto; y 5) una persona justa nunca debe hacer el mal, ni siquiera en respuesta a la injusticia.
Estos son principios muy poderosos. Teniendo en cuenta las circunstancias por las que atravesaba Sócrates, se mantuvo firme en su compromiso con la justicia y las leyes, incluso cuando la propia ley se aplicaba injustamente. Esto dice mucho de su carácter; realmente demuestra lo comprometido que estaba con estos principios.
No era algo teórico para él, era su forma de vida. Es interesante notar que esta superioridad del alma sobre el cuerpo, que es central en el pensamiento de Platón, no implica un desprecio por lo físico. Parece ser que Sócrates no era un asceta que rechazaba los placeres mundanos.
Tanto Platón como Jenofonte, en sus relatos, describen a Sócrates como alguien que hacía hincapié en el entrenamiento físico y el cuidado del cuerpo. El cuerpo sirve a las necesidades del alma y, por lo mismo, no debe olvidarse por completo. Si mal recuerdo, parece ser que Platón se refiere a Diógenes el Cínico como un Sócrates que se volvió loco.
Esto porque Diógenes se ve a sí mismo como un seguidor de Sócrates, pero lleva al extremo su desprecio por el mundo material, y de aquí vienen las tesis del cinismo. Ciertamente, ser cínico no es lo mismo que ser una persona espiritual, y no pondría a Diógenes en este grupo, pero es para matizar la idea de que, si bien Sócrates cuestiona profundamente la vida enfocada en los placeres y lo material, no implica en sí un abandono de la experiencia física de nuestra existencia. No quiero irme por las ramas ni problematizar este punto, pero en Platón tenemos tanto a un Sócrates que participa de banquetes y todo lo que implica, a la vez que tenemos un Sócrates más metafísico en sus obras posteriores.
Es aquí donde tenemos que distinguir entre el Sócrates real y el personaje que ocupa Platón para exponer sus ideas. La relación del cuerpo y el alma nos lleva a un nuevo punto sobre el pensamiento de Sócrates. Además de ser un incansable interrogador, también se adentra en el complejo terreno de las leyes no escritas y la teología.
¿Pero qué significan? Exactamente estos conceptos, Sócrates creía en la existencia de principios morales universales presentes en todas las sociedades, independientemente de las leyes y las costumbres específicas de cada una. Estos principios, a los que llamó leyes no escritas o ágrafas, como se suele decir, eran como una brújula moral interna que guía a las personas hacia el bien y la justicia.
Son leyes que van más allá del orden y acuerdo que podemos tener nosotros como sociedad. Por ejemplo, no robar, no mentir o no tomar la vida de un inocente son principios morales presentes en todas las culturas y en todos los tiempos. Más allá de que tengan un sistema legal o un código civil, es decir, a todos los humanos nos parecen sensatas.
Más allá de que estén dictaminadas o no, él veía las leyes ágrafas como un reflejo de un orden divino, una especie de ley cósmica que trasciende las normas y los reglamentos creados por el ser humano; es decir, que incluso los propios dioses se rigen por este orden justo y superior. Aquí es donde entra la teología, que es la idea de que todo el universo tiene un propósito o un fin último. Sócrates, como se ilustra en "Oroabilia" de Jenofonte, utilizó el argumento del diseño para explicar esta idea: que el universo tiene un orden y, si tiene orden, hay un ser superior que lo ordena.
Es decir, Sócrates observaba el orden y la finalidad en el mundo natural y lo interpretaba como una prueba de la existencia de una inteligencia divina que lo diseñó todo con una intención. Imaginen a un maestro artesano que crea una obra con cuidado y precisión, cada detalle con un propósito. Así veía Sócrates el universo: como una creación con un orden intrínseco que apunta hacia una inteligencia superior.
Esta visión teleológica del mundo refuerza la idea de que las leyes no escritas son parte de un plan divino, un diseño que trasciende las leyes humanas. Esta idea socrática tiene un impacto significativo en toda la historia de Occidente, que quizás podamos revisar en otro momento. Como les comentaba, tanto Platón como Jenofonte destacan este elemento de Sócrates y muy probablemente era parte de lo que pensaba el Sócrates histórico.
Adentremos ahora en una de las ideas más intrigantes y quizá controversiales de Sócrates: la paradoja de que nadie hace el mal voluntariamente. A primera vista, esta afirmación puede parecer desconcertante, incluso absurda. Después de todo, no vemos a diario personas que eligen hacer el mal, que actúan con plena conciencia en contra de lo que es justo y bueno.
Para comprender esta paradoja, es esencial entender cómo concebía Sócrates el conocimiento. Él creía que el conocimiento genuino del bien y de la justicia inevitablemente conducía a acciones virtuosas. En otras palabras, si una persona realmente comprendiera la naturaleza del bien, no podría actuar de otra manera que no fuera en concordancia con ese conocimiento.
Pero esto no significaría que todo el que hace mal simplemente carece de conocimiento o, en palabras de Platón, sería un ignorante. Sócrates no veía el conocimiento como una simple acumulación de información o datos; para él, el conocimiento era un estado de profunda comprensión, una experiencia transformadora que cambiaba la perspectiva de la persona y, por ende, sus acciones. Imaginen un momento de revelación, un destello de perspicacia que ilumina la mente y el alma, mostrándonos la verdad del bien con una claridad incuestionable.
Ese es el tipo de conocimiento al que se refería Sócrates: un tipo de conocimiento mucho más profundo y poderoso del que solemos asociar comúnmente con esta palabra. No es el conocimiento que se desprende de las lecturas, las clases y el estudio, que también se puede dar por estos medios, sino un conocimiento trascendental de la existencia. Desde esta perspectiva, quienes hacen el mal no lo hacen por una elección consciente y deliberada, sino por una falta de ese conocimiento profundo del bien.
Su actuar se basa en la ignorancia, en la confusión, en la incapacidad de ver con claridad la verdad; no se trata de una ignorancia simple, como la falta de información, sino de una ignorancia más profunda, una falta de conciencia sobre la propia ignorancia. Podríamos decir que quieren hacer el bien, pero confunden el bien con otras cosas que en realidad son malas; como quien cree que para ser feliz en esta vida hay que tener cosas de valor y, por ende, se dedica a robar. Él no ve el robar como un mal, sino como un bien para sí.
Esto es, para Sócrates, la verdadera ignorancia en la que muchos estamos inmersos, incluso sin saberlo. Esta paradoja nos desafía a reflexionar sobre nuestras propias acciones y motivaciones: ¿realmente conocemos el bien o nuestras acciones están guiadas por la costumbre, el prejuicio o la ignorancia? Para esto es importante la interrogación socrática, de la que hablamos en el punto anterior.
Es interesante que Sócrates no piensa que el conocimiento esté reservado para una élite, sino que todas las personas tienen el potencial para conseguirlo. En los diálogos, vemos cómo interroga a personas de diversas procedencias, desde nobles hasta artesanos, pasando por soldados, poetas e incluso esclavos. Busca en cada uno de ellos la capacidad para reflexionar y cuestionar.
La ignorancia, el mayor obstáculo del conocimiento, es como una burbuja que nos rodea, fabricada de nuestros prejuicios e ideas preconcebidas. Para romper esta burbuja, Sócrates usa el diálogo socrático o mayéutica, el arte de hacer preguntas para llevar al interlocutor a descubrir la verdad por sí mismo. La idea del diálogo como herramienta de autoconocimiento es una de las más asociadas a la figura de Sócrates.
No se trata de imponer una doctrina, sino de guiar a los demás, muchas veces a través de preguntas incómodas, a una verdad que nace desde nuestro interior. Ah, la famosa ironía socrática. Quizás es uno de los elementos más conocidos del pensamiento de Sócrates, pero hay divergencia entre los autores que la.
. . Retratan.
Entonces, ¿cómo se manifiesta esta ironía en las diferentes representaciones de Sócrates en los diálogos de Platón? La ironía socrática se presenta como un elemento central. Sócrates se muestra como un maestro en el arte de fingir ignorancia, llevando a sus interlocutores a conversaciones más profundas a través de preguntas ingeniosas.
Es como si jugara con las ideas, desafiando las certezas y desnudando las contradicciones de sus compañeros de diálogo. Más allá del romanticismo, Sócrates no es efectivamente un ignorante, pero parece estar jugando a que sabe menos de lo que sabe para embaucar a sus interlocutores. Sin embargo, en los relatos de Jenofonte, este lado irónico de Sócrates no se enfatiza tanto.
Jenofonte presenta un Sócrates más directo, menos dado a los juegos de palabras y a la simulación. ¿Reflejan estas diferencias una contradicción en la personalidad de Sócrates? No necesariamente.
Podríamos decir que Platón, al destacar la ironía, busca resaltar un aspecto más juguetón y subversivo del filósofo. Platón no muestra a un Sócrates que disfruta desafiando las convenciones y sacudiendo las mentes de sus interlocutores, pero, incluso en los Memorabilia de Jenofonte, encontramos destellos de esta ironía. Por ejemplo, Sócrates cuestiona a aquellos que dicen comprender las cosas divinas, como los fenómenos naturales, cuando ni siquiera pueden controlarlas.
Con sutileza, se burla de su arrogancia, exponiendo los límites de su conocimiento. Este enfoque juguetón, pero perspicaz, es lo que hace a Sócrates una figura tan cautivadora a lo largo de la historia; nos desafía a profundizar en nuestras creencias y a enfrentar las complejidades de la vida. Ahora que hemos visto algunos elementos que seguramente corresponden al Sócrates histórico, es fundamental despejar algunas interpretaciones erróneas que se han ido acumulando a lo largo del tiempo.
En primer lugar, Sócrates no era un religioso despreocupado por las búsquedas intelectuales. Como hemos visto, estaba profundamente comprometido con la indagación intelectual, especialmente en cuestiones éticas. Su búsqueda de la verdad, a través del diálogo e incluso frente a la muerte, es una gran fuente de inspiración.
Probablemente, este Sócrates preocupado por los asuntos humanos es el que se expresará mayormente en las obras de Platón. La importancia de Sócrates para la historia de la filosofía es que la baja de las estrellas se introduce en las calles. Como dijo Cicerón en el siglo I, esto quiere decir que su pensamiento se centraba en los problemas humanos más que en los cosmogónicos; es decir, era un pensar de la filosofía práctica más que de lo religioso.
En segundo lugar, Sócrates no era un místico entregado a los trances. Si bien es cierto que experimentaba momentos de profunda concentración, donde se quedaba absorto en sus pensamientos durante horas, como se cuenta de su participación en la batalla de Anfípolis, esto se asemeja más a una intensa reflexión que a una experiencia mística. Además, recordemos que también valoraba el entrenamiento físico y el cuidado del cuerpo.
En tercer lugar, y atención con esto, Sócrates no fue el creador de la teoría de las ideas que a menudo se atribuye a Platón. Debemos recordar que Platón usó a Sócrates como personaje en sus diálogos para explorar ideas filosóficas, algunas de las cuales pueden haber sido desarrollos propios de Platón. Por esto, no podemos asegurar que la teoría de las ideas o teoría de las formas tenga su origen en Sócrates.
Como vimos en el video de Platón, hay una evolución de esta teoría a lo largo de los diálogos de este filósofo, muchos de los cuales serán escritos varias décadas después de la muerte de Sócrates. Les recomiendo ese video para profundizar en este punto. En general, debemos ser cautelosos al atribuir cualquier idea específica de los diálogos de Platón al Sócrates histórico.
Sin más pruebas, muchas veces los filósofos decimos: "Sócrates sostiene tal cosa en el diálogo X", pero estamos siendo partícipes de la ficción; nos referimos a Sócrates como el personaje de Platón sin entrar a la discusión de este video sobre si tal o cual tesis es atribuible de manera efectiva al Sócrates real. Otro punto importante es que Sócrates no defendía una ética autónoma que rechazara cualquier autoridad más allá de la razón individual. Recordemos su énfasis en las leyes no escritas y su creencia en un orden divino que trasciende las leyes y costumbres humanas.
Si bien en la Apología, a Sócrates se le acusa de propagar ideas que, de un modo u otro, llevarían a sus jóvenes seguidores a cuestionar el orden de la sociedad, debemos recordar que estas son calumnias de sus detractores para llevarlo a juicio. Como dije anteriormente, Sócrates pareció tener un profundo compromiso con las leyes de la ciudad; esto lo diferencia de figuras sofísticas como Protágoras, que proclamó: "El hombre es la medida de todas las cosas", haciendo énfasis en el subjetivismo y relativismo. Sócrates creía en un fundamento trascendente para la moralidad, lo cual está alejado de cualquier relativismo en el ámbito de lo ético o de un anarquismo en el ámbito de lo político.
Junto con lo anterior, para disipar cualquier duda, Sócrates no era un agnóstico o alguien que iba en contra de la religión de su tiempo. Si bien una de sus acusaciones fue justamente la de cuestionar a los dioses de la ciudad, debemos recordar que esto era una calumnia. Creía firmemente en la existencia de una realidad trascendente, en dioses buenos y justos, y en una vida después de la muerte.
Sus acciones estaban guiadas por la razón y un profundo sentido de la responsabilidad moral. Sócrates hablaba del daimón, que, para no extendernos, era una especie de elemento divino en todos nosotros que nos llamaba a reflexionar sobre nuestras acciones y fines. Podríamos discutir sobre si el Sócrates platónico introducía elementos religiosos poco ortodoxos, pero esa es otra discusión.
Respecto del Sócrates real, no sabremos nunca a ciencia cierta si creía o no en los dioses olímpicos, pero parece haber estado lejos de un ateísmo en cuanto tal. Esto lo menciono porque he escuchado. .
. Muchas veces se dice que el origen de la filosofía es una emancipación de la religión. Y si bien hay algo de verdad en esto, es una idea que tiende a entenderse muy mal.
El pensamiento crítico y autónomo no necesariamente se aleja de la religión, pero eso es tema para otro video. Solo sé que no sé nada; quizás la frase más famosa de la historia de la filosofía. Como último punto, quiero abordar esta frase, no en su significado, que quizás se hizo evidente en el punto anterior donde hablaba de la ignorancia, sino bajo la pregunta: ¿realmente Sócrates la dijo?
De nuevo, no se trata de si el Sócrates real o histórico la dijo, porque nunca lo sabremos, sino de tener la referencia exacta, en este caso, en una obra de Platón donde este personaje la diga. Perdónenme por arruinar uno de los elementos más románticos de la filosofía, pero en ninguna obra de Platón se encuentra la cita "Solo sé que no sé nada". ¿Me explico?
En la obra de Platón, la frase más cercana a "Solo sé que no sé nada" aparece en la "Apología de Sócrates", donde este filósofo relata cómo fue declarado el hombre más sabio de Atenas por el oráculo de Delfos. Sócrates, sorprendido por esta declaración, se propuso demostrar que el oráculo estaba equivocado, interrogando a personas que consideraban sabias. Tras conversar con políticos, poetas y artesanos, Sócrates llegó a la conclusión de que, si bien estas personas creían saber mucho, en realidad no sabían nada.
Sócrates, en cambio, al menos era consciente de su propia ignorancia; de ahí la famosa frase que resume esta idea: "Solo sé que no sé nada". Sin embargo, es importante tener en cuenta que la frase exacta no aparece en la obra de Platón. Lo que Sócrates dice es algo más parecido a "soy más sabio que este hombre; puede que ninguno de los dos sepa nada que valga la pena, pero él cree que sabe algo cuando no lo sabe, mientras que yo, cuando no sé algo, tampoco creo que lo sepa".
Por lo tanto, la frase "Solo sé que no sé nada" es una simplificación de la idea socrática de la conciencia de la propia ignorancia. Si bien la frase exacta no aparece en la obra de Platón, captura la esencia del pensamiento socrático y esta paradoja del intelecto. Pero, por otra parte, si buscamos otras referencias, les tengo dos más: en el "Menón", y ahora, "no sé qué es la virtud".
Tú quizás lo sabías antes de hablar conmigo, pero ahora eres ciertamente igual a uno que no sabe; y en el "Teeteto", "yo no sé nada más que algo bien insignificante: simplemente recibir el argumento de un sabio y tratarlo en su justa medida". Estas dos citas parecen parafrasear la idea de la ignorancia socrática, como se le conoce a esta tesis. Pero recuerdo una tercera en el "Fedón" que dice algo así como "solo sé que no sé nada acerca de la fisis".
Esta tercera cita parece más cercana a la frase popular, pero su idea es otra. Imagino que, buscando con detención, se encontrarán otros pasajes en el corpus platónico que reflejen esta idea, pero nada exactamente igual a la frase que todos aprendimos en el colegio. Por otra parte, en la obra "Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres" de Diógenes Laercio, escrita en el siglo I de nuestra era, se doxografía nada excepto que conocía ese mismo hecho: ¿qué hecho?
Que no sabía nada. De todos modos, la frase "Solo sé que no sé nada", más allá de si la dijo o no Sócrates, o en este caso, si está o no en la obra de Platón, ha sido legada por la tradición como la gran enseñanza del filósofo al que le dedicamos el video del día de hoy. La verdad es que a mí me fascina esta situación de que, a lo largo de la historia de la filosofía, hablamos tanto de él y a la vez sabemos tan poco de verdad, al punto de que su frase icónica parece ser más un resabio popular que una cita textual.
Al final de cuentas, solo sabemos que no sabemos nada. A pesar de las dificultades que entrañan la interpretación de las fuentes históricas, emerge un retrato sorprendentemente consistente del Sócrates real. Hasta que no tengamos algo así como una máquina del tiempo, no sabremos la verdad sobre la existencia de este filósofo.
Pero, de todos modos, es posible distinguir un Sócrates real respecto de las figuras literarias que nos han llegado a través de la filosofía y la literatura. A mí me sorprende, en verdad, cómo estas ideas asociadas al Sócrates real son, a la vez, las más conocidas respecto de este pensador: la ironía socrática, la búsqueda de la verdad y la trascendencia del espíritu. Sócrates, el incansable interrogador, el buscador de la verdad, el defensor de la justicia y el maestro de la ironía, nos dejó un legado que sigue resonando a través de los siglos.
Su compromiso con la búsqueda del conocimiento, su convicción en el poder de la razón y su inquebrantable adhesión a la virtud nos inspiran a cuestionar, a reflexionar y a vivir una vida más plena y significativa. Con independencia de si lo que conocemos de él es real o literario, Sócrates nos recuerda que la filosofía no es una disciplina abstracta y alejada de la vida cotidiana, sino una herramienta para comprendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Nos invita a no conformarnos con las apariencias, a ir más allá de las opiniones preconcebidas y a buscar la esencia de las cosas en un mundo saturado de información, donde la opinión a menudo se confunde con el conocimiento.
El legado de Sócrates se vuelve más relevante que nunca. Su llamado al diálogo, a la reflexión crítica y a la búsqueda constante de la verdad es una guía invaluable para navegar por las complejidades del mundo actual. Sócrates no es uno de esos tantos gurús que rondan por las redes sociales proclamando tener un secreto que tú no tienes y que solo ellos te lo pueden entregar.
Sócrates es un compañero de viaje, alguien que es humilde, que reconoce su propia ignorancia y que la apasiona buscar la verdad. Esto es lo que, de un modo u otro, lo vuelve un filósofo inmortal. Los invito a seguir explorando la filosofía, en especial aquella que se encarna en la vida personal, de la cual Sócrates es un ejemplo.
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