A veces el mundo nos parece. . .
hum…. aburrido. Hemos visitado todas las islas remotas, conquistado el ártico y penetrado en las junglas más tupidas.
Pero aún falta un lugar por explorar, un desierto húmedo y letal habitado por misteriosas criaturas en total oscuridad: la zona abisal. Sumerjámonos. Cuando nos fijamos en la proporción de los océanos terrestres, es difícil creer que allí solo viva menos del 2% de toda la biomasa del planeta y que, de esa cantidad, alrededor del 90% esté cerca de la superficie, en los primeros 200 metros.
Empecemos aquí nuestro viaje. La luz aún penetra en el agua, por lo que permite la fotosíntesis. El fitoplancton, formado por cuatrillones de bacterias y algas unicelulares, es la base del ecosistema oceánico y alimenta el plancton mayor que consumen otras especies.
El fondo marino en esta profundidad es como la selva amazónica y suele estar cubierto de arrecifes de coral, algas y otras plantas que albergan una plétora de fauna. Hasta ahora nos hemos centrado principalmente en este entorno bastante agradable, donde pescamos, nos bañamos, contaminamos e investigamos. Descendamos más.
Abandonando las familiares aguas costeras y penetrando en aguas más remotas, terminamos por llegar al borde de la plataforma continental, donde afrontamos el talud continental, una enorme cuesta abajo. Con cada metro de agua adicional, la luz se atenúa drásticamente, de modo que desaparecen las plantas, y el escarpado talud empieza a recordarnos a la superficie lunar. Al frente vemos lo que parecen interminables aguas abiertas.
Dejemos el talud y adentrémonos en la denominada zona mesopelágica, el portal a la zona abisal. A medida que descendemos, la presión del agua aumenta hasta niveles mortales. El récord de descenso con escafandra autónoma es de 332 metros.
A esa profundidad, es como tener 200 autos apilados encima. ¡Y solo llevamos el 3% del viaje! Es una región bastante lúgubre, pero es donde muchos peces y otros animales pasan al menos la mitad de la vida.
Es un buen lugar para descansar y recuperarse durante el día, escondidos de los depredadores. Por la noche, es más seguro desplazarse a las fértiles aguas superficiales para alimentarse. En esta zona de transición entre crepúsculo y oscuridad total, la luz es una potente herramienta.
Más del 90% de las especies nativas de este entorno profundo usa sustancias bioluminiscentes para crear luz como camuflaje frente a la superdesvaída luz solar, y enviar señales a posibles parejas, o para confundir y amedrentar a los atacantes. O para cazar. Otra herramienta de supervivencia en la oscuridad es el trabajo en equipo.
A unos 700 metros encontramos una colonia de sifonóforos de hasta 50 metros de longitud y la anchura de un palo de escoba. Para atraer a sus presas, la colonia crea una bella, brillante y trágica luz azul o roja y despliega una cortina de tentáculos llenos de agujas tóxicas que matan todo lo que se acerca demasiado. Pero la mayoría de los residentes de esta zona deben confiar en un recurso escaso: la nieve marina, unos copos blancos que caen constantemente desde la superficie.
Son restos de plantas o animales muertos, materia fecal, conchas, arena y polvo. No parece muy apetitosa, pero sin este recurso básico la vida en la zona abisal pasaría mucha hambre. Es en esta área en la que se producen las batallas más fascinantes entre dos extraños enemigos: cachalotes que cazan calamares gigantes del tamaño de una casa.
Aunque los calamares se defienden ferozmente, seguramente no tengan ninguna oportunidad, pero dejan marcas permanentes en la piel de sus verdugos. A medida que nos acercamos a los 1000 m, una longitud aún no alcanzada por las construcciones humanas, debemos tener cuidado. Llegamos a la zona batial.
En total oscuridad, se trata de un húmedo erial apenas explorado en el que solo hay interminables aguas abiertas. Es más difícil que un humano se dé un baño en esta zona que que camine por el espacio. Encontrar comida aquí es tan difícil que la vida ha tenido que adaptarse para ser supereficiente energéticamente.
Como el calamar vampiro de 30 cm que, con sus largos y finos brazos extendidos, flota por el agua sin moverse. Recubiertos con unos diminutos pelos rígidos, "peinan" el agua para obtener comida. Como no atrapa la comida activamente, ahorra un montón de energía.
Para los carnívoros es mucho más difícil ya que aquí las presas son escasísimas. De ahí que los cazadores deban poder cobrarlas al primer golpe, antes de que escapen en la oscuridad. Por eso muchos depredadores abisales disponen de varias dentaduras enormes y mortíferas.
Como los chauliodos que usan sus largos colmillos para capturar cualquier presa grande y tragarla entera. O el tiburón anguila, que usa sus impresionantes 300 dientes curvos como anzuelos para atrapar a sus víctimas. Sigamos descendiendo, más allá de los 3800 m, donde está la tumba del Titanic.
Ahora estamos en profundidades abisales. La vida aquí se desarrolla lentamente ya que es imposible sobrevivir sin conservar cada pizca de energía. Todo ser vivo aquí va a la deriva o nada lenta y elegantemente.
Los animales solo se mueven deprisa cuando se ven obligados a escapar del peligro. Como el pulpo Dumbo, que rema con unas aletas como orejas, o los macrúridos que agitan lentamente una cola como de anguila. Finalmente, a 4000 m, volvemos a tocar suelo, la llanura abisal.
Está cubierta de un barro gris y rocas impregnadas de restos de nieve marina que consumen animales como pepinos, crustáceos, erizos y gusanos marinos. En algunas zonas del lecho oceánico se aprecian pequeños depósitos de minerales oscuros. Son nódulos de manganeso.
Los corales y esponjas de las profundidades abisales los usan para anclarse. Y, aunque en la planicie abisal apenas hay vida, incluso aquí hay oasis. En los valles de los rifts, donde las placas tectónicas se separan, el magma calienta el agua marina y crea oscuros chorros de agua y minerales a hasta 400 grados que forman chimeneas y torres complejas.
Las bacterias extremófilas utilizan los minerales para crear sustancias orgánicas que son la base de ecosistemas únicos. Seguimos descendiendo hasta llegar al punto más profundo de la planicie abisal a 6000 metros. Esta es la mayor profundidad en la mayoría del lecho marino.
Sin embargo, para llegar al punto más profundo aún nos falta la mitad. Entremos en la zona hadal, el inframundo del mar. Se compone de estrechas zanjas que apenas suponen el 0.
25% de los océanos y constituye uno de los entornos más inhóspitos de la Tierra. Aquí solo hay extremófilos, como el pez caracol que tienen el récord de ser el único pez vivo visto a unos 8000 metros. Nos cruzamos con rocas negras puntiagudas y afiladas mientras descendemos a más de 10 000 metros y llegamos al talud final.
Dentro de la fosa de las Marianas, una sima con suaves laderas que encuadran un valle de 1. 6 kilómetros de ancho. Ya está.
El punto más profundo: la sima Challenger. 11000 metros por debajo de la superficie. Aquí, la presión del agua es de 1086 bares.
Si alguien se diera un baño se sentiría aplastado por una pila de 1800 elefantes. Y sin embargo la vida ha conseguido hacerse un hueco. Junto a los pepinos de mar, nadan anfípodos blancos y rosados.
Su tamaño es increíble. Mientras que sus primos de las aguas someras apenas tienen unos centímetros, la versión abisal puede llegar a los 30. Y también hay otras cosas flotando elegantemente: bolsas de plástico, algo que localizaron los investigadores en 2018.
Ni el lugar más remoto de la Tierra se libra de la influencia humana. No nos queda nada que hacer y se acaba el oxígeno: ascendamos. Después de horas viajando por la despoblada oscuridad, captamos un poco de luz.
Volvemos a una superficie en calma. El mar es tan profundo. Y tan grande.
Hay que conservarlo lo mejor posible, nos lo debemos a nosotros mismos y a nuestros descendientes. Todavía quedan muchísimas cosas maravillosas por descubrir.