Mi nombre es Daniela y esto que les voy a contar pasó hace unos años, cuando aún vivía con mis papás en una casa pequeña de dos pisos en Guadalajara, en Zapopan para ser más exacta. Nunca me había pasado nada raro, ni soy de las que creen en cosas paranormales o no lo era antes de lo que les voy a contar. Tenía 21 años.
Acababa de regresar de la universidad y estaba solo en la casa. Mi mamá salido al mercado y mi papá estaba trabajando. Entré, dejé mi mochila en la mesa y subí directo a mi cuarto a cambiarme.
Pero cuando pasé enfrente del baño, algo me hizo pararme. La puerta estaba entreabierta como si alguien la hubiera empujado. No pensé mucho en eso al principio, pero al voltear, al voltear, juro por lo más sagrado que vi a alguien adentro.
Era una mujer parada frente al espejo, una mujer vestida con mi ropa, con mi mismo peinado de espaldas, pero supe que era yo. Me congelé. Pensé que tal vez era mi reflejo, que que mi mente me estaba jugando una broma macabra, pero por supuesto que no.
Yo no estaba dentro, estaba afuera y ella o eso no se movía. Me dio tanto miedo que bajé corriendo y salí a la calle esperando que llegara mi mamá. No sabía qué decirle, cómo explicarlo.
Cuando llegó le conté todo. Subimos juntas, revisamos cuarto por cuarto y no había nadie, absolutamente nadie. La casa estaba cerrada con llave, no faltaba nada.
Nada estaba fuera de lugar. Desde ese día me cuesta mucho mirarme en los espejos por mucho tiempo. Me entra una sensación rarísima, como si en cualquier momento volviera a aparecer.
Y cada vez que paso frente a mi baño, aunque ahora sea otro en otra casa, siempre me aseguro de que la puerta esté [Música] cerrada. Espero que estén pasando una tranquila y muy pacífica noche. Espero encontrarles el mejor humor y en la mejor disposición para experimentar el miedo, el terror real.
Porque las historias de hoy les van a provocar no poder voltear a la ventana esta noche, encontrarle forma, algo que se esconde en la oscuridad de su habitación y quizás descubrir que desde hace tiempo ya estaban viviendo su propia experiencia paranormal, que sin saberlo ya estaban siendo protagonistas de su propio relato de la noche. Voy a pedirles pues que apaguen la luz. No piensen en ningún problema, en ningún pendiente, en ninguna distracción que tengan durante los siguientes minutos, porque ya es hora de entrar de lleno y sin mirar atrás en los siguientes relatos de la [Música] noche.
Muy buenas noches, comunidad. Me llamo Iker Martínez y esto que quiero contarles pasó hace muchos años, cuando yo tenía apenas nueve. Lo tengo presente como si hubiera sido ayer, no solo por lo que viví, por lo que vivimos, sino porque fue la primera vez que sentí miedo verdadero.
Ese que te hace dudar de si lo que viste fue real o si fue una pesadilla tan viva que se te quedó pegada para siempre. En ese tiempo vivía con mis papás y mis dos hermanas. El hermano mayor rayó.
Luego venía Marisol, que tenía 4 años, y finalmente la bebé Isabela, a la que todos le decíamos chiquis. Era una familia muy normal. Mis papás trabajaban mucho, pero siempre se daban tiempo para nosotros.
Y aunque la casa era pequeña, todo se sentía cálido, llenos de ruido y de vida. Ese viaje del que les quiero hablar fue para una boda. Una prima de mi mamá se casaba en otro estado.
Había dos hoteles donde se quedaría la mayoría de la familia, pero estaban completamente llenos porque nosotros confirmamos el último minuto. Así que muy amablemente nos prestaron una casita pequeñita. Una tía abuela nos ofreció prestarnos una casa suya, la cual tenía vacía desde hace poco.
En otro municipio, sí, pero apenas a 20 minutos del lugar donde sería la fiesta de la boda. Nos explicó que ahí había vivido una familia que se fue de emergencia y que no se habían llevado todo, que todavía tenía algunos muebles, camas, cortinas, lo básico. A mis papás les pareció bien.
Iba a ser solo un par de noches. Recuerdo que la casa era rara, ni fea ni bonita. Tenía ese aire, lugar viejo que fue habitado por muchos años y que ahora apecía en pausa.
Olía a casa, a familia, pero no a la mía. Ha notado que todas las casas tienen un olor familiar que incluso la gente lleva consigo. Esta casa se sentía ajena, muy ajena.
Les paredes estaban limpias, las cortinas también, pero algo opacas. Y la mayoría de los cuartos estaban vacíos o con muebles muy antiguos. El cuarto donde dormimos, mi hermana y yo, era el más chico, con una cama individual y un colchón en el piso para mí.
Ahí, en esa habitación fue donde Marisol encontró a la muñeca. Estaba en la cama cuando llegamos. Ten un vestido blanco muy sucio y la cara de porcelana, con los ojos grandes pintados y unas pestañas que parecían de verdad.
No tenía marcas ni nombre, pero parecía cara. Mi mamá nos dijo que era parte de lo que dejó a la familia anterior, así que se la dejó a Marisol y ella no la soltó en todo el viaje. Se le llevó a la boda, a la cena, a todos lados.
Le preguntaron a la tía abuela si podía quedársela y ella, sorprendida, dijo que nunca la había visto, que antes de prestarnos la casa la había revisado bien y no recordaba que hubiera estado ahí, pero si la niña la había encontrado en la casa, pues que se la quedara, que tal vez era de alguien que lo olvidó. Y ya regresamos a casa a la rutina de siempre, pero Marisol no se despegaba de esa muñeca, le hablaba, la sentaba en la mesa, le hacía dibujos. A mí todo eso se me hacía normal.
Lo que me empezó a dar miedo fue cuando comenzó a decirnos que la muñeca se movía sola. Ella camina en la noche, me dijo una vez sin dejar de colorear. Cuando yo duermo, ya se para y se va.
Pero no me dice a dónde, no más se va como si se mandara sola. Me burlé. Le dije que no dijera tonterías, pero desde esa noche empecé a dormir con la cobija hasta la frente.
Varias veces quería escuchar pasos de algo pequeñito, como si algo descalso caminara rápido por el pasillo. Me levantaba, iba al baño, revisaba el pasillo. Todo parecía normal hasta que una noche mi mamá se despertó porque escuchó algo en la recámara.
Estaba segura de que había visto una sombra junto a la cuna, como si algo hubiera bajado de ahí muy rápido. Corrió a revisar a la bebé que estaba con los ojos abiertos y claramente incómoda, como si tuviera muchas ganas de llorar y tenía un rascuño, un rascuño muy pequeño en el brazo. Mi mamá se asustó, fue al cuarto de Marisol.
La muñeca no estaba. ¿Dónde está tu muñeca? le preguntó.
Se fue, respondió Marisol somnolienta, como todas las noches, pero no había dónde. Mi mamá prendió la luz y revisó el cuarto. Nos despertó a todos.
Empezamos a buscar por la casa. Yo me sentía muy asustado y, francamente, como si no hubiera despertado. Parecía demasiado irreal estar buscando una muñeca que se movía.
a una muñeca que me aterraba. Todos esos miedos habían vuelto reales de repente y la muñeca no estaba en la sala, ni en la cocina ni en ningún lado, como si se hubiera desaparecido de la casa. Hasta que de pronto Marisol gritó desde su recámara.
Ya volvió. Fuimos corriendo. Ahí estaba la muñeca sentada sobre la cama a la altura de los pies, viéndose la puerta inmóvil, pero con una postura que no sé cómo explicarlo, como si nos estuviera esperando.
Mi mamá se enojó, se llenó de coraje y empezó a gritar. Dijo que ya estaba harta de esa muñeca que no era normal. que ella misma la iba a tirar.
La agarró y se fue al balcón. La vimos lanzarlas desde el segundo piso hacia el jardín. Cayó con un golpe seco y mi papá y yo nos asomamos para ver y lo vimos ambos.
Estaba oscuro, pero lo vimos. La muñeca se levantó, corrió pequeña encorbada, se metió entre las plantas. Los dos la vimos.
Nos quedamos en silencio. No podíamos creerlo. Bajamos a buscarla con lámparas, movimos las macetas, buscamos entre los arbustos.
Nada. No estaba por ningún lado. Pero ahí donde había caído, había una mancha roja, pequeña, como de sangre.
Desde ese día nunca volvimos a verla. Marisol dejó de hablar de ella como si lo hubiera olvidado por completo. Unos meses después ni siquiera recordaba que la había tenido.
Y la bebé, ella por suerte no fue partícipe de esta historia de no ser por esa pequeña marca que le quedó por el rascuño de esa noche. Pero mis papás sí que la recuerdan. Mi papá siempre decía que lo que vimos esa noche no podía explicarse, que tenía que ser algo demoníaco, no simplemente paranormal.
Mi mamá nunca habló más del tema. No conmigo, al menos yo tampoco lo mencioné durante muchos años, pero cada vez que regresaba a esa casa, ya de adulto, cuando iba de visita a ver a mis papás, al pasar por el balcón, no podía evitar asomarme hacia el jardín, hacia donde vi moverse una muñeca. Me daba escalofríos pensar que ahí entre las plantas se perdió esa cosa que una noche caminó por nuestra casa como si fuera suya.
Me daba miedo pensar en eso, en que se hubiera perdido para siempre, en no saber dónde está, quizás muy lejos, quizás muy cerca de aquella casa. Agradecí enormemente a pesar de los recuerdos cuando mis papás finalmente la vendieron y no tuve que regresar a ella. [Música] Hola, muy buenas noches.
Me llamo Grecia Ortiz y tenía ya tiempo intentando animarme a contar esta experiencia que es muy importante para mi familia. Aunque valoro y agradezco este espacio y soy muy fan de lo que hacen, fue difícil tomar ese paso de ser parte de Relatos de la noche con una historia. Soy originaria de un pueblo de Oaxaca.
No es el más pequeño, pero sí está rodeado de comunidades mucho más chicas. Ahí crecí hasta que me tocó irme a la universidad. Todo comenzó en la casa donde vivía con mi mamá y mi hermana, una casa grande de dos pisos con un patio trasero al que se podía acceder por unas puertas corredizas, por la cocina o por una puerta lateral.
Una tarde, la señora que nos ayudaba con los queaceres estaba sola. Mi hermana y yo estábamos en la escuela. en la secundaria y mi mamá había salido.
La señora estaba lavando los trastes en la cocina justo frente a una ventana que daba el pecho trasero. cuando vio por primera vez ahí a un hombre, un hombre extraño, muy extraño, alto, inmóvil, parado en la esquina del patio, vestía todo de negro con ropa para nada apta para ese clima, con un sombrero del mismo color que le cubría gran parte del rostro, no se movía, solo la observaba. Nunca nadie en esa casa había visto algo similar.
Ya no digamos paranormal, ni siquiera nada raro. Ella, claro, estaba paralizada por el miedo. Desó la mirada hacia el interior de la casa, evitando verlo más, pero al voltear, al voltear lo vi entonces dentro, el mismo ser, el mismo hombre, ahora abajo de la escalera que conducía al segundo piso, en el pequeño espacio que queda bajo los escalones.
Desde ahí nuevamente la veí esa figura con una sonrisa tímida como temblorosa, lo que por alguna razón la llenó de un miedo imposible de explicar. No decía nada, no se movía, solo la miraba. Ella comenzó a rezar con todas sus fuerzas.
Siempre fue muy creyente, muy cristiana, tanto que según sus creencias una manifestación como esa simplemente no podía ser real. Pero ahora estaba ahí frente a ella. La estaba viendo.
Mi mamá la encontró después llorando en la sala sin poder explicar con palabras lo que había visto. A partir de ese día, la casa cambió mucho. El ambiente se volvió incómodo permanentemente.
Las visitas deían ver cosas en el patio o sombras dentro de la casa, notar olores extraños de repente. Nosotros al principio no veíamos nada, pero con el tiempo también comenzamos a notarlo, a sentir esa presencia. Una tarde, el vecino de atrás llamó a mi mamá alarmado.
Nosotras no estábamos. Decía que había alguien corriendo por el patio, como si se quisiera meter a la casa, pero estaba vacía. Mi abuelo fue a revisarla enseguida y no encontró nada.
Hubiéramos podido pensar que solo era un ladrón, pero la descripción de ese intruso era exactamente igual a la de aquella visión del hombre de negro. Tiempos después ocurrió otro incidente. Yo me había ido de viaje y como de costumbre dejé bien cerrado mi cuarto con llave.
Me chocaba que se metieran. Yo tenía 18 años y mi hermana 16. Esa tarde ella y mi mamá estaban viendo películas en el cuarto principal.
Cuando escucharon pasos corriendo en el techo, era casi imposible que alguien estuviera ahí. No había acceso fácil y el techo no era uniforme. Pensaron que tal vez alguien intentaba entrar a robar.
Les preocupaba que el balcón estuviera abierto, así que decidieron patear la puerta de mi cuarto, ya que desde ahí podían ver la escalera exterior que llevaba el techo, pero no había nada. Llamaron nuevamente a mi abuelo y esta vez, esta vez también una amiga de mi mamá que sabía de estos temas. Tenía una base de la situación que ya le habían contado y ella fue sumamente clara.
No salgan. Lo que anda por ahí no es ni ha sido humano y quiere hacerles daño. Toda esa noche y el día siguiente registraron la casa entera.
La búsqueda llegó hasta el jardín donde encontraron cosas enterradas, mechones de cabello llenos de tierra, objetos extraños, cosas que no deberían estar ahí. En mi pueblo eso le llaman un trabajo. Alguien nos quería fuera de esa casa o o algo peor.
Como cualquier persona católica hubiera hecho, llevaron a un padre para bendecir la casa. La amiga de mi mamá también fue a hacer una limpieza, pero las cosas no mejoraron. Las manifestaciones se hacían más frecuentes.
Poco a poco todos fuimos dejando esa casa. Yo me fui a la universidad y mi mamá y mi hermana se mudaron a la capital de Oaxaca, pero a él no pudimos dejarlo atrás. A pesar de haber cambiado de ciudad, él seguía apareciéndose.
Lo vieron varias veces en distintos momentos. se convirtió de alguna manera en parte de nuestras historias familiares, de esas manifestaciones que ya ni siquiera son dignas de contarse. Sentíamos, por ejemplo, sabíamos que que a veces había alguien más con nosotras la mayor parte del tiempo, aunque no lo podíamos ver, aunque no podíamos definir qué era, sabíamos que estaba ahí.
A veces incluso tratábamos de tomarlo con humor, solo para no vivir con miedo. Mi mamá y mi hermana lo veían con frecuencia. Yo era la única que nunca había tenido un encuentro directo hasta que lamentablemente también ocurrió.
Me había mudado a Puebla a estudiar y vivía con una amiga en una pequeña casita de dos pisos dentro de un fraccionamiento. Una tarde fue un amigo a visitarme. Salimos al oxo de la esquina y al volver me preguntó si mi Rumi ya estaba en casa.
Dijo que había visto a alguien asomarse por la ventana de mi cuarto, la quedaba hacia la calle. Yo sabía que eso no era posible. Mi Rumi salía tarde de clases y aún no llegaba.
Entramos a la casa con un poco de miedo, pero no subimos hasta que mi Rumi regresó. Ya estando los tres, revisamos todo. No había nadie.
Después de eso empezaron a pasar cosas más raras todavía, especialmente a la pobre de mi Rumy. Pero al principio ninguna de las dos se atrevía a decirlo. Era como si temiéramos confirmar que algo estaba mal, como si solo al decirlo se hiciera real.
hasta que un día ella no pudo más y me lo contó. Una tarde, estando sola en su cuarto, escuchó que alguien decía su nombre desde mi habitación. Primero pensó que era alguien en la calle, ya que mi ventana daba hacia afuera, pero al asumarse no vio nada.
Peor aún, momentos después confirmó que que la voz venía precisamente de mi cuarto. Cuando me lo dijo, sentí mucho miedo. Sí, pero también mucha tristeza, desesperanza me había alcanzado.
Esta noche dormimos juntas y fue ahí cuando pasó, cuando me desperté sin razón. Cuando todo estaba oscuro y por fin por fin pude ver su silueta, una silueta que tantas veces había imaginado ya al pie de mi cama. Esa figura con una especie de gabardina con sombrero estaba ahí parada frente a mí, inmóvil, solo observándonos.
No decía nada, solo estaba ahí viéndonos. Gracias a Dios, al menos no vi esa risa nerviosa que de solo imaginar me daba miedo y asco. Intenté despertar a mi Rumy, pero ella medio dormida solo susurró, "Duérmete, duérmete.
No sé si también lo estaba viendo o si tenía miedo de hacerlo. Cerré los ojos con fuerza y traté de convencerme de que no era cierto, de que eso no era real, de que no estaba ahí. Por la mañana le conté a mi mamá.
Ella me mandó una Biblia agua bendita y me pidió que rezar mucho. Y nunca he sido religiosa, pero esa noche recé como nunca antes. A los dos meses decidimos mudarnos y desde entonces nunca más lo volví a ver.
Después hablé con la amiga de mi mamá. Ella cree que esta entidad se manifestaba más con mi mamá y mi hermana porque eran más vulnerables emocionalmente, que tal vez mi energía por alguna razón era más cerrada, lo mantenía alejado, pero que al mudarme a Puebla, en una nueva ciudad, lejos de mi familia, ahí yo bajé la guardia. Podría seguir contándoles más.
Casi cada integrante de mi familia tuvo alguna experiencia con esta entidad, pero serían demasiadas para contarlas todas aquí. Algunas historias las hemos convertido entre nosotros, otras cada quien ha preferido callarlas. He buscado mucho en páginas de internet y sí, hay más personas que escriben lo mismo.
Una figura con gabardina, con sombrero, que no se mueve ni habla, pero que provoca un miedo inexplicable con su sola presencia. Hoy parece que ha desaparecido de nuestras vidas. No sabemos por qué.
Tal vez alguien logró alejarlo, tal vez encontró otro lugar, pero en el fondo todos sentimos lo mismo, que en cualquier momento puede volver cualquier noche. Gracias por tomarse el tiempo de escuchar mi historia. Me encantaría, por supuesto, leer si alguien más ha tenido una experiencia como la mía con esta con esta presencia tan particular, sobre todo en Oaxaca.
Me encantaría saber que no estamos solos. De alguna forma da un poco de paz. No sé si tiene sentido, pero así es.
¿Quién allá afuera escuchando ha soñado con este hombre de negro? Es sumamente extraño tantas historias de tanta gente en diferentes países, en diferentes culturas, mencionando que son visitados en sueños por esta entidad, precisamente por esta entidad. Tengan mucho cuidado si lo ven, que no saben qué es lo que quiere, cuál es su intención.
De lo que estoy seguro es de que no es nada bueno. Recuerden que en la descripción de este episodio les dejo un enlace para encontrar mi libro Relatos de la noche, un libro con 13 cuentos de terror y que también pueden encontrar una edición especial muy limitada. Si lo encuentran en una librería física, no duden en llevárselo consigo.
Continuamos porque aún hay más historias esta noche. Hola, voy a escribir esto de forma anónima porque mi familia es muy numerosa y son muy pocos los que saben sobre esta experiencia, sobre lo que vivimos. Soy de la provincia de La Rioja en Argentina.
Mi familia fue muy unida en vida de mis abuelos paternos. Todas las fiestas y eventos eran en su casa. Era una casa de apenas tres habitaciones, una cocina, comedor y un patio no muy amplio, pero muy bien cuidado por mi abuela, que adoraba las plantas.
La casa rebosaba de ellas. Casi todos los fines de semana los pasábamos ahí. Lo que me ocurrió, lo que les voy a contar, comenzó cuando tenía 9 años.
Una tarde, cuando estaba acostada en una de las camas, al pie de la ventana quedaba una parte del patio. Esa ventana estaba abierta de par en par porque eran apenas las 3 de la tarde y hacía mucho calor. En esa época no se acostumbraba a tener aire acondicionado y en mi país se suele dormir la siesta.
El calor en La Rioja es muy fuerte. Estaba dormilada cuando sentí un fuerte jalón de pelo violento. Volteé a ver y vi parado en el marco de la ventana a un ser diminuto, grisáceo, vestido con ropita que parecía de lana.
Tenía ojos rasgados y dientes puntiagudos y lo sé porque estaba sonriendo. Me asusté mucho y salí corriendo a la habitación de mis abuelos. Los desperté y les conté todo.
Estaba esperando que me dijeran que era una fantasía, que que era un sueño nada más. Pero mi abuela dijo que no me preocupara, que no me volvería a asustar. Se levantó y fue al patio y yo fui tras ella.
se acercó a las plantas debajo de esa ventana y comenzó a regañar a eso que yo había visto. Le decía, "Te dije que te podías quedar si no molestabas a los niños. Voy a dejarte en la pompa de nuevo si no te portas bien.
" Le dijo más cosas, pero esas son las que recuerdo, las que se me quedaron marcadas. Después de eso me explicó que era solo un duende, que se vino con la tierra de Chilecito, un departamento de mi provincia donde mis abuelos solían ir a pasear. Ella siempre traía de allá tierra y piedras para su patio.
Yo, siendo una niña, olvidé el asunto y ya no pensé en eso. Hasta unos 7 años después. Fue poco después de que una de mis primas tuvo su primera hija.
Estábamos en casa de mis abuelos un domingo de familia. La bebé apenas tenía dos meses y mi prima la acostó en esa misma habitación con la ventana al patio abierta. Estábamos almorzando cuando la bebé comenzó a llorar muy fuerte.
Mi prima corrió a verla y la trajo en brazos muy asustada. La niña tenía un mordisco marcado en su brazo izquierdo, un mordisco que le sangraba. Mi abuela lo tomó en brazos y mi abuelo la curó.
El mordisco era pequeño, pero profundo y le tuvieron que dar puntos. Mis abuelos dijeron que había sido la gata que tenían, pero claro que no era así. Yo me quedé a dormir esa noche.
Mientras lavaba los platos, le pregunté a mi abuela si había sido el duende. Ella, sin voltear a verme, me dijo, "Sí, mija, pero no te preocupes, ya lo castigué. El tema quedó en el recuerdo hasta que mi abuelo falleció en 2005 y la pobre de mi abuela se quedó solita en casa.
Los hijos y nietos nos turnábamos para pasar unos días con ella para que nunca estuviera sola. Siempre hablaba con sus plantas. No volvió a ver un incidente con el duende hasta que mi abuela falleció en 2008.
Primero uno de mis tíos nos contó que estando dormido había sentido un pinchazo fuerte en el pie. se despertó alarmado creyendo que era un laacrán, pero dice que vio como un ser diminuto saltó del piso a la ventana y se perdió entre las plantas. Unos meses después nos reunimos algunos de la familia para limpiar la casa.
éramos solo cinco. Mi tío, el que vio al duende, una tía, mi prima, la de la bebé, a la que el duende morteó, un primo y yo. Estábamos limpiando el patio, sacando maleza y plantas muertas.
Mi primo encontró un pozo no muy grande en la pared debajo de la ventana. Metió el mango del rastrillo y sacó mucha basura. Basura rara, pedazos de tela, monedas viejas y un manojo de lana muy sucia.
Yo estúpidamente riéndome le dije, "Venga, encontraste la casa del duende. " En eso mi tío se acercó, agarró el monojo de lana y lo comenzó a desenmarañar. Yo lo dejé y seguí con mis cosas hasta que de golpe escuché como mi tío gritó de dolor.
Volví corriendo hacia él en menos de un segundo porque estaba cerca, pero lo único que alcancé a ver fue a mi tío tomándose la cara con sangre mientras las plantas se movían detrás de él, como si algo pequeño corriera entre ellas. Mi primo salió corriendo intentando seguir a lo que fuera que se escondía, pero se escapó. Se le escapó y lo perdió de vista.
Yo me quedé sin saber cómo reaccionar. Luego le pedí a mi tío que me dejara ver su cara. Tenía un rasguño bastante profundo.
Mi tío le dijo a mi primo que seguía revisando entre las plantas. Ya déjalo. Ese no va a volver por acá.
Después de calmarse el momento, me dio un poco de licor para que se me pasara el susto y nos contó lo siguiente. Le dije a los viejos que ese coso no era bueno, que tenían que sacarlo de la casa, pero nunca me escuchaban. Mi primo le preguntó qué era y mi tío respondió, eso.
Eso es un duende que se enganchó a mamá. Se vino escondido en la tierra de las plantas. Ella lo vio el mismo día que llegaron y este le dijo que si ella lo cuidaba nunca le faltaría plata o comida en la familia.
Ya saben cómo era mamá con las cosas raras. Ella le dijo que sí, mientras nunca se le mostrara a los niños para no asustarlos. Pero el ese era malo y buscaba siempre cómo lastimar a las personas.
Cuando murió papá, le dije a ella que tenía que deshacerse del duende y me prometió que lo haría, pero ya ven, ya ven que nunca lo hizo. Yo entonces le conté a mi tío lo que me pasó cuando era chica y me dijo, "Lo sé, mija, a ese es donde le gustan las niñas. Siempre buscaba llamar su atención.
No volvimos a hablar del tema nunca más, aunque creo que se debe a que ya no nos reunimos como en esos años. No sé a dónde fue ese duende. Ni entiendo por qué mis abuelos lo dejaron quedarse en su casa y jamás fui a olvidar cómo era.
Tengo esa imagen en mi cabeza grabada por siempre y yo al igual que mi tío, creo que no era bueno hasta el día que muera. Sé estoy completamente segura que esa es la cosa más perturbadora que he visto, que veré en toda mi vida.