Me ocurró que en mi cama abrazando mis piernas y recé. ¿Por qué me cierras? ¿No quieres jugar conmigo?
[Música] [Música] Muy buenas noches a la mejor comunidad de internet, a la mejor comunidad del mundo, a ti que eres parte de la comunidad Relatos de la noche. Gracias por acompañarnos en una noche más, una noche distinta en la que hablaremos de lo que se aparece en los lugares más cotidianos, de apariciones que parecen anticipar la tragedia, de las señales que solo algunos pueden ver y aunque no entendamos el todo, reconocemos como una advertencia, como una presencia que camina entre nosotros sin prisa, pero con un propósito, como un fantasma que cuando aparece no lo hace en vano. Así que si están listos para dejarse llevar por el miedo, no ese que se inventa, sino el que nace de lo que ya no podemos ignorar.
Es momento de apagar la luz, ponerse cómodos y entrar en los siguientes relatos de la noche. Quiero que mi historia sea anónima, pero agradezco a toda la gente de la comunidad por escucharla, por prestarme unos minutos a su atención. Les voy a contar una historia de mi papá, quien murió por el COVID en los peores días del 2020.
Era un hombre mayor, ya, de más de 70 años, 15 mayor que mi mamá. Fue la persona más trabajadora y buena que conocí. Era muy sensible y creo que lo era en todos los aspectos.
Toda su vida pudo ver cosas que los demás no podríamos. En el 2017 yo trabajaba en la Condesa en un estudio. A veces me quedaba hasta muy tarde.
Mi papá pasaba por mí para irnos juntos a la casa. No le quedaba precisamente de camino, pero no le gustaba que caminara sola. Aunque en teoría era una zona segura de la ciudad.
Recuerdo que era una noche cálida de septiembre. Salí tarde con una amiga y saludamos a mi papá. Los tres caminamos hacia la avenida Insurgentes para tomar el metrobús.
Mi papá venía contándonos algo. Nos estaba haciendo reír cuando algo vio. Algo sucedió que se quedó callado de repente.
Mi amiga pareció no notarlo, pero yo lo conocía. Le pregunté si todo estaba bien y él dijo que sí, pero seguía volteando. Ya habíamos pasado por un edificio no muy alto y él seguía volteando hacia allá, hacia el último piso.
Lo ignoré porque mi amiga seguía con el plática. En la estación del metrobús, tomamos caminos contrarios, ella y nosotros, pero mi papá ya no platicó más conmigo. Se fue en silencio todo el camino, lo cual era sumamente extraño en él.
Ya en la casa yo me fui a acostar sin cenar porque estaba muy cansada, pero mi papá se quedó platicando con mi mamá. En algún momento que salí al baño, escuché que bajaron un poco la voz, como si no quisieran que escuchara de que hablaban. Seguían en la cocina.
Me quedé por un momento en el pasillo intentando escuchar, intentando entender por qué todo tan sospechoso. Lo único que recuerdo fue que mi mamá le decía, "Hace mucho que no la veías. Puede que no haya nada.
Ya tienes los ojos viejos. " Me di por vencida. No iba a entender y ya después habría tiempo de preguntarle a mi papá.
Así que me fui a dormir y dejé el tema por la paz. Pero al día siguiente pasó lo más aterrador que he vivido. Muchos van a coincidir conmigo aquí.
A la 1:14 de la tarde, la ciudad se sembró como yo nunca había sentido. Momentos antes habíamos hecho un simulacro sin tomarlo en serio, solo porque había que hacerlo. E increíblemente ese mismo día, un terremoto espantoso sacudió varios estados del país de forma violenta.
Para los que no sean de México, permítanme explicarles que el 19 de septiembre de 1985, la ciudad vivió uno de sus episodios más oscuros. Sufrió un terremoto que tuvo muchas pérdidas materiales, pero sobre todo muchas, muchas, muchas pérdidas humanas. Desde entonces, cada 19 de septiembre se lleva a cabo un simulacro.
Por eso era tan increíble que exactamente ese día, 32 años después, momentos después del simulacro, volviera a temblar con tanta magnitud. La alerta sísmica ni siquiera sonó hasta que ya todo se estaba sacudiendo. Se cayó una fachada del edificio donde estábamos y tuvimos mucha suerte de que no golpeara alguno de los que salimos corriendo.
Mi papá me llamó cuando apenas iba pasando el temblor y apenas tuve tiempo de decirle que estaba bien cuando la llamada se cortó, cuando perdimos todas las líneas, cuando la ciudad se quedó incomunicada. Un rato después seguíamos afuera sin poder entrar al edificio y mi jefe nos dijo que quienes pudiéramos irnos lo hiciéramos, pero varias de las personas habían dejado su mochila, sus cosas dentro. Por suerte, yo siempre traigo mi mochila muy pegada a mí y tenía todo conmigo, así que fui a la única que mandaron a casa.
Me dijeron que fuera a ver que mi familia estuviera bien. Caminé sola, completamente sola, pero rodeada de miles, de decenas de miles de personas que deambulaban por la colonia sin saber qué hacer. En silencio, muchos de ellos con la mirada perdida y con la cara llena de polvo.
Las calles estaban llenas de caminantes. Los carros habían perdido su espacio para circular. Me dirigía insurgentes cuando noté algo que hasta el día de hoy no puedo no puedo superar.
Apenas a dos cuadras de mi trabajo, un edificio se había derrumbado por completo. Uno que conocía bien, aunque nunca le prestaba atención. Siempre caminaba por ahí, el edificio que había visto mi padre la noche anterior y que lo había puesto raro.
Me quedé ahí enfrente mirándolo, mirando a todos los héroes, policías y trabajadores de oficina que se acercaban a ayudar a buscar sobrevivientes. En ese momento, el sonido de una moto se acercaba a mis espaldas, pero no me hizo voltear. Lo hice hasta que sentí unos brazos que me rodeaban con fuerza.
Mi papá, mi papá había ido a buscarme. Quién sabe cómo había conseguido que un chico con una moto lo llevara a buscarme y a mi papá le aterraban las motos. Después le pregunté si conocía al muchacho, si trabajaba con él o algo, pero me dijo que nunca antes lo había visto.
Simplemente tenía que encontrarme. Estaba muy preocupado por mí y le pregunté cómo me había encontrado, cómo sabía que estaría exactamente ahí, pero eso no me lo contestó. Caminamos hasta insurgentes.
Esta vez no había circulación y caminamos. Caminamos por horas a la casa, contemplando el miedo de la gente, la destrucción que había dejado la sacudida violenta de la ciudad. Ya cerca de la casa encontramos a mi mamá y a mis hermanos en la calle.
Nos abrazamos por el enorme privilegio de tenernos, de estar juntos. Sabíamos que mucha gente, muchas familias a partir de ese día no iban a tener la misma oportunidad. Más tarde esa noche, mi papá me confesó que fue lo que había visto, lo que lo había puesto tan raro la noche anterior, algo que solo había visto tres veces antes en su vida, pero que había aprendido a entender.
Cuando caminábamos la noche anterior rombo insurgentes, de repente escuchó un soyo, algo que llamó su atención. notó que venía de arriba del edificio, del último piso, pero en realidad lo que lloraba estaba en el techo. Era una mujer muy delgada de luto, decía él, toda de negro.
alguien que él había aprendido a entender que era la muerte, como si llorara por quienes unas horas más tarde la iban a ver, por quienes había de llevarse. Me confesó que una de las veces que la había visto antes, de igual manera sobre un edificio de pocos pisos, fue unos días antes del terremoto del 85. Abracé a mi papá y entendí todo lo que había revivido, todo lo que había llevado por dentro desde que la vio, el miedo con el que buscó la forma de llegar hacia mí esa tarde.
Y tengo tengo que cerrar esta historia de una forma muy triste. Cuando mi papá se enfermó de COVID, cuando le dio solo a él en la casa, a pesar de lo mucho que lo cuidamos, tuvimos que llevarlo al hospital. Cuando lo bajábamos, el carro miró hacia arriba y nos apretó las manos a mí y a mi mamá.
"Hay muchas,", dijo, "Hay muchas mujeres llorando allí arriba. No sabemos si refería a la gente que estaba perdiendo sus familiares, a la gente que estaba por perder la batalla con aquella enfermedad. O si bien en aquel momento alucinó por la debilidad, solo estaba mirando hacia arriba del edificio, hacia arriba del hospital.
Yo creo que muerte hay solo una y esa es la que él veía. Pero me até a pensar en esa visión cuando mi papá tenía tanto miedo en que haya visto una fila de mujeres de negro llorando por los muertos sobre aquel hospital, sabiendo que él estaba a punto de entrar ahí, de encontrarse con ellas y eventualmente ahí perdió él también la batalla, pero nos quedan para siempre sus historias. Esas no se olvidan si no lo dejamos.
Te amo, papá, y gracias por escuchar, comunidad. Buenas noches, comunidad. Me llamo Jenny y soy de Acapulco, Guerrero.
Y aunque soy muy fan de las historias paranormales, debo confesar que no soporto vivirlas. Desde niña me han pasado cosas raras. Muchas de ellas intenté ignorarlas o convencerme de que no habían pasado, pero hoy quiero compartir un conjunto de manifestaciones que todavía me da miedo recordar.
Quizás nuestro encuentro con lo paranormal comienza cuando yo tenía cco o 6 años. Mi mamá tiene una figura de la Santa Muerte blanca. nunca la usó para cosas malas y en casa la llamábamos la niña.
Yo no le tenía miedo, pero mi hermana mayor decía que esa cosa la seguía, que cuando subía o bajaba las escaleras sentía su mirada y a veces, a veces la podía ver en la oscuridad como si la siguiera cuando nadie más podía verla. Le reclamaba a mi mamá que la quitara, que se la llevara, que que no la quería ahí. Y mi mamá siempre le respondía que no debía tenerle miedo.
Con el tiempo la Santa Muerte desapareció o al menos dejó de estar en casa. Mi mamá nunca nos dijo si se la había llevado, si le había regalado o algo así. Simplemente desapareció.
Yo no sé si esto tenga relación con lo que vivimos después, con la casa que me hace escribirles esta historia, pero quería comentarlo como un antecedente. Y es que pasaron los años y después del terrible huracanotis nos cambiamos de casa. La que teníamos ya no era segura, ya no la podíamos habitar, así que encontramos una de tres pisos con azotea.
Ahí vivimos dos familias, mi mamá y yo con mis dos sobrinas y en el tercer piso una gran amiga de mi madre a la que yo siempre consideré mi segunda mamá, ella y sus dos hijos. La primera noche ahí fue difícil. Apenas habíamos mudado los colchones y yo dormí sola en un cuarto porque mis sobrinas aún no llegaban.
Estaba sola con mi gatita, Ema. La habíamos adoptado después del huracán. La encontramos sola y asustada.
Era una gatita blanca con manchas café y ojos azules. Acababa de ser operada para que no tuviera crías, así que estaba recuperándose. Yo dormía con ella y la cuidaba mucho.
Esta noche me acosté con audífonos y me tapé por completo con mi cobija blanca favorita. Me sentía segura así, aunque mi mamá siempre me decía que no me durmiera de esa forma porque así se tapan los muertos. Me dormí, pero en la madrugada sentí mucho frío.
Cuando desperté, la cobija ya no estaba sobre mí, estaba perfectamente doblada al lado de mi cabeza. Eso me asustó mucho. Yo no me destapo ni cuando hace calor.
La extendí y me tapé de nuevo y noté que Ema no paraba de mollar. Le di de comer, pero no quiso. La bajé al primer piso por si quería usar su caja de arena, pero solo se quedó sentada en una esquina, mirando fijamente hacia las escaleras.
Esa noche no sé cómo por los nervios, pero logré dormirme. Pero al día siguiente les conté todo a mi mamá y a mi segunda madre y me escucharon, pero se quedaron en silencio y mi mamá no me creyó. Y es que a nadie le interesa pensar que en su nueva casa hay fantasmas.
La segunda noche fue peor. En algún momento de la madrugada escuché cómo tocaban a mi puerta. Un golpe, luego otro.
Detuve la música de mis audífonos y escuché dos golpes más. ¿Eres tu mamá? Pregunté, pero nadie respondió.
Solo me quedé quieta abrazando a Emma. Poco después ella empezó a mollar de nuevo. Intenté tranquilizarla, pero parecía estar muy nerviosa.
Yo tenía miedo, pero me importaba más Ema, así que tomé valor y salí del cuarto. Bajé a mi gatita al primer piso intentando distraerla, darle agua, comida y otra vez se quedó mirando hacia una puerta como si hubiera algo en la oscuridad. La llamé, pero no me hacía caso en lo absoluto.
La cargué para subir y cuando estábamos arriba lloró tan feo que la solté. Salió corriendo. Me miró desde las escaleras con una expresión que no sabría explicar.
Me dio mucho miedo verla así. Unas semanas después, Emma murió. Mi mamá la encontró en la antigua casa donde pasamos el huracán.
No tenía golpes ni veneno, ni explicación alguna, simplemente se murió. Yo no estaba en Acapulco cuando corrió. Me sentí muy culpable.
La había llevado al veterinario antes de irme y estaba bien. Solo esperaba que le quitaran los puntos de su operación. Después de su muerte, la casa se volvió pesada.
Todavía más. Todos comenzaron a sentirlo. A mi segunda madre le tocó ver una sombra alta y muy delgada pasar frente a su ventana en la madrugada.
A mi mamá le tocó sentir un aire frío saliendo del baño, sentirlo claramente como si ocupara un espacio y también que le tocaran la puerta por la noche. Mi sobrina también vivió algo. Estaba sola en el cuarto y sintió que alguien se acostaba junto a ella.
sintió como el colchón se hundía. Pensó que era yo, pero cuando volteó no había nadie. Momentos más tarde vio como la perilla de su puerta se giraba y luego la puerta se cerraba sola, como si alguien que no podía ver estuviera saliendo.
También tuvimos un episodio extraño con su mochila. Una noche, mientras platicábamos, noté su mochila al pie de la cama. Le dije que la pusiera en el sillón, pero ella no quiso levantarse.
Seguimos hablando y cuando menos lo pensamos, la mochila ya no estaba, estaba perfectamente colocada en el sillón donde le había dicho que la pusiera. Fue ahí cuando las dos fuimos testigos de algo que todos en casa comenzaron a creer. Ya no era solo mi palabra, sino un conjunto de situaciones inexplicables que todos habíamos experimentado.
Cada quien tenía su historia. Por eso le preguntamos al muchacho que cobra la renta si algo había ocurrido en esa casa. Nos dijo que antes vivía una familia con un bebé, que una vez lo dejaron en la cuna y después lo encontraron afuera, pero sano y salvo.
Y no sabía de nada más grave. Tan solo nos recomendó echar agua bendita. Hoy ya nos pasan tantas cosas, pero la casa sigue sintiéndose pesada y a mí no me gusta quedarme sola.
Espero no tener que hacerlo nunca. Muchas gracias por [Música] escucharme, comunidad. Como siempre, gracias por llegar hasta acá, hasta la mitad de este episodio y por supuesto agradezco la oportunidad que nos dan de llevar a ustedes estas historias.
Recuerden dejarnos sus opiniones, sus comentarios, son muy importantes para nosotros y aprovechamos para comentarles a todos y todas los que nos están escuchando en Spotify que estamos nominados en dos categorías para los Spotify Awards, así que están invitados a votar no solo por nosotros, sino por todos sus programas favoritos. Pero el intermedio se ha acabado. Espero que hayan respirado un momentito porque seguimos con más historias esta noche porque aún no sobrevive este episodio.
[Música] Continuamos. Saludos desde Costa Rica. Me llamo Darren Vargas y la historia que estoy a punto de contar podría decirse que es más como una serie de historias cortas que giran alrededor del mismo tema.
Prometo no explayarme mucho contando esto. Comienzo una tarde viendo videos de terror. Siempre he sido un gran creyente y un gran consumidor de todo lo paranormal.
Así que a veces me pasaba las tardes viendo historias o relatos de terror. Entre tantos videos que habían disponibles, me salió uno que llamó mi atención mucho por encima del resto. Era un video contando a manera de resumen el caso de Josué.
Supongo que muchos lo conocen. Es uno de los casos más famosos de un programa de radio mexicano y a su vez uno de los episodios que más misterio e incógnitas tiene a su alrededor. Es la historia de un hombre que es un pacto con el por riqueza y no solo se lo cumple, sino que se dan supuestas manifestaciones en vivo mientras el joven relata su historia.
Me puse a ver ese video esperando que fuera otra historia común y corriente, pero más o menos a la mitad de este escuché un golpe. Algo se había caído en la habitación en la que estaba. Era una mochila.
Esto me pareció sumamente extraño, ya que la mochila estaba encima de una mesa bastante grande, así que no fue por un tema de espacio o del posicionamiento que esta se cayó. No me preocupó. Seguí viendo el video y más o menos hacia el final decía que había personas que comentaban que al ver esta historia completa cosas extrañas habían pasado en sus casas.
Me pareció curioso, pero no le di importancia nuevamente y terminé de ver el video sin más. Unos cuantos meses pasaron y en una noche de viernes me picó de nuevo la curiosidad sobre ese caso, así que como no tenía nada más que hacer, me propuse ver el video completo que dura una hora y 30 minutos. Me encerré en mi cuarto, tomé mi celular, conecté los audífonos, me puse uno y empecé a ver el video.
Al inicio todo estaba normal, no notaba que nada raro estuviera pasando. El video y los minutos avanzaban y empecé a creer que esta vez no iba a pasar nada extraño, pero de repente, más o menos a la mitad, escuché un golpe. un golpe sobre una madera, sobre una puerta.
Lo ignoré. Decidí creer que era algo que venía de afuera y seguí escuchando. Además de eso, nada extraño ocurrió.
Solo sentía ciertos escalofríos, ya que los sonidos que aparecen en la historia me parecen inquietantes, pero no hubo ningún otro evento tangible. Al terminar de ver la hora y media del caso, sentí algo de curiosidad por ver qué era lo que había sonado. Así que me levanté de mi cama.
Me asomé y vi que la puerta de mi habitación estaba abierta más o menos hasta la mitad. Esto no lo había notado antes porque para entrar en dicho cuarto había un pequeño pasillo que cubría toda la visibilidad de la puerta, así que para poder verla tenía que levantarme y asomarme. Al ver que la puerta estaba abierta, sentí un frío punzante recorriéndome todo el cuerpo.
Y es que yo la había cerrado antes. Me había asegurado de hacerlo. Cerré de golpe y volví a la cama.
Esa noche no pude dormir. Me quedé viendo memes y otros contenidos no relacionados a lo paranormal para tratar de olvidar lo que había pasado. Pasaron años hasta que volví a ver algo relacionado con el caso de Josué.
Estaba con dos amigos y les había comentado sobre las experiencias viendo dicho video. Ellos, como era de esperar, no me creyeron. Así que les propuse que lo viéramos esa noche y accedieron.
nos pusimos a verlo los tres. El curso de acciones fue más o menos el mismo. Al inicio no parecía que nada fuera de lo normal estuviera pasando y simplemente estábamos comentando entre nosotros lo que se decía en la historia.
Pero más adelante, casi a la hora de haber comenzado, empezamos a notar que las flores que tenía mi amigo en su salón se estaban moviendo. Esto era raro, ya que no había ninguna fuente de aire como para que dichas flores se movieran. Y lo más curioso es que esto solo pasaba con las luces apagadas.
En cuanto prendíamos las luces, las flores se quedaban estáticas. Pero en cuanto las apagábamos empezaban a moverse [Música] lentamente. Seguimos viendo el video y unos 5 minutos después son un fuerte estruendo cerca de la casa.
Era un sonido de un golpe de metal. Fue un golpe bastante fuerte. Curiosamente, la dirección de donde escuchamos el golpe era hacia el parque, un parque a la vuelta de la esquina donde los guardias afirman que se han visto cosas por las cámaras que espantan.
Fue como si algo nuestro video los hubiera albortado, pero a esas horas estaba completamente vacío. No había nadie ahí, ni una razón o una explicación para ese ruido. No pudimos continuar viendo el video después de eso.
Desde entonces no he visto nada de ese caso. Si alguien en la comunidad ha vivido alguna experiencia similar con este o con cualquier contenido que crean, está de alguna manera cargado de energía. Sería genial si pueden compartir sus experiencias en los comentarios para así ver que no estoy solo.
Cuéntenos si les ha pasado. Cuéntenos con cuál. [Música] Aún no comprendo del todo lo que pasó.
He llegado a pensar que fue el estrés que jugó con mi mente, pero eso lo dejaré a su criterio. Comunidad. Hola, me llamo Neftalí.
Soy de un pequeño pueblo en el estado de Tlascala. En noviembre de 2024 recibí una oferta de trabajo para cuidar niños en Madrid, España y por supuesto que acepté. Desde el primer día en que llegué a esa casa sentí algo, pero no sabría explicarlo.
Sentía una presencia extraña, algo que era palpable, aunque no me parecía maligna ni mucho menos. Así que decidí no prestarle atención, aunque era evidente que había energías ahí que no podía entender. Más o menos a la semana de estar ahí, la señora de la casa invitó a cenar unas primas suyas.
Ellas practicaban una religión bastante peculiar, cuyo nombre no logro recordar. Lo menciono porque en mi familia mi mamá es muy cercana al catolicismo y me creo con esas creencias. Por eso yo siempre usaba una medalla de San Benito que ella me regaló.
Esa noche, mientras preparaba la cena, escuché llegar las primas. En cuanto pisaron la casa, algo cambió. Esa presencia que había sentido al llegar simplemente desapareció y fue reemplazada por una sensación inquietante, hostil.
Buenas noches, escuché a mis espaldas. Me sobresalté y casi grito. Era una de las primas.
Luego de tomar aire, respondí, "Buenas noches. " Ella me miró de arriba a abajo y su mirada se detuvo justo donde colgaba mi medalla de San Benito. En ese instante sentí un fuerte dolor en el pecho acompañados de náuseas horribles.
Sin decir nada más, la mujer se dio media vuelta y empezó a caminar. Esto va a sonar increíble, lo sé. Pero en cuanto se fue, la medalla se cayó al suelo y rodó por el piso como si se tratara de escapar.
La cadena se había reventado y no entendía cómo era posible. Era gruesa y resistente. Absolutamente no tenía lógica.
Esa noche, cuando terminé mis pendientes, me fui a mi habitación. Las náuseas seguían conmigo. Mi novio me llamó y me quejé con él sobre cómo me sentía.
Mientras hablábamos escuché ruidos en la cocina. Supuse que quizás el señor de la casa había bajado por algo de comer, pero se me hizo raro. Él era muy estricto con su alimentación.
Luego pensé que tal vez eran los niños. Terminando la llamada, alguien tocó a mi puerta. Pregunté quién era, pero lo único que escuché fueron pasos rápidos, como si un niño corriera hacia las habitaciones.
Lo habré ignorado si no fuera, porque las pisadas me recordaron a las de la bebé de 2 años que cuidaba. Me pregunté cómo se salió de su cona, cómo abrió la puerta de su habitación si es tan alta y pesada. Salí corriendo a buscarla, pero no.
Ella seguía ahí dormida en su cuna, tranquila. Me asusté. Me asusté mucho.
Quise convencerme de que eran las náuseas y el sueño nada más. Ya casi eran las 2 de la mañana. Mi cuarto y el baño estaban al fondo, justo frente a la cocina.
Cuando salía podía verme reflejada en un espejo enorme colgado sobre la estufa. Nunca me han gustado los espejos. Y esta noche menos.
Salí del baño y por alguna razón miré a ese espejo y ahí estaba la niña, la misma que yo cuidaba. Estaba dentro del espejo. No era un reflejo, estaba ahí.
Tal vez me sentía tan mal que no reaccioné. Me sentía tan cansada que sabía que no podía lidiar con eso, que no lo soportaría. Simplemente me metí a la habitación y me dormí.
Al día siguiente, a las 6 de la mañana me alisté como de costumbre. Busqué mi medalla para colgármela, pero no la encontré. Me preocupé.
No solo tenía valor religioso y de protección, sino sentimental. La busqué por todos lados, pero simplemente no apareció. Camino al colegio, empecé a preguntarme si lo que viví en la madrugada anterior fue real.
o si simplemente me estaba volviendo loca. Nunca había cuidado niños y ahora tenía que hacerme cargo de cuatro. Jamás en mi vida había cambiado un pañal antes de eso.
Todo lo que había aceptado con gusto ahora me parecía complicado, imposible, me generaba mucha ansiedad. Regresé a la casa, cerré la puerta. Por alguna razón me sentía tranquila, incluso de buen humor.
Apagué unas luces que se habían quedado encendidas y pensé en qué preparar de comer. Al pasar frente al cuarto de las niñas, escuché claramente que alguien me llamó. Volteé de inmediato, lista para responder, pero entonces lo recordé.
La casa estaba vacía. Nadie, absolutamente nadie debía estar ahí. Un escalofrío me recorrió completita.
Escuché pequeños pasos acercándose y no sé cómo, pero corrí. El piso de madera vieja rechinaba con cada pisada, como en una película de terror. Cómo lo odiaba.
Me refugié en la cocina, tomé un cuchillo y me pegué contra la pared, mirando hacia la puerta. Esperé, solo esperé, esperé y esperé, pero no llegó nadie. Solo escuché risas, risas que parecían burlarse de mí y que corrían toda la casa.
Empecé a temblar. Las náuseas regresaron con fuerza. Intenté distraerme hasta que llegó por fin mi compañera de trabajo, quien se encargaba de las habitaciones.
Sentí que me había salvado la vida. Más tarde, al regresar de recoger a la niña, traté de no pensar más en lo ocurrido, pero esa noche en la ducha volvió a pasar. Me gusta bañarme con agua fría, casi helada, pero esa vez la puse caliente, muy caliente y herviendo sin pensarlo.
Había puesto música en el teléfono, pero apenas me había metido al agua, se detuvo. Pensé que era un fallo normal, que se había bloqueado la pantalla o algo. Alguien me apagó la luz.
El agua caliente de pronto me asfixiaba. Me dio mucho miedo estar ahí en oscuridad e intenté abrir la puerta, pero sentía que alguien le detenía desde el otro lado. La puerta no tenía seguro, así que esa era la única explicación.
Alguien se había acercado hasta el baño de servicio. Ese que solo yo usaba. Había entrado y no me dejaba salir.
Empecé a sentir que me asfixiaba porque el vapor no me dejaba respirar. Empecé a sentir cómo me quemaba el agua. Caí en desesperación al no poder abrir, al estar atrapada y grité.
Me olvidé de la pena y grité por ayuda y golpeé la puerta con mucha desesperación. Después de un rato, mi jefa, la señora de la casa, me escuchó y fue a abrirme la puerta. Me miró muy preocupada.
Creí que necesitabas un baño muy largo porque la regadera se escucha desde hace rato. ¿Qué te pasa? Estás válida.
¿Por qué gritabas tan feo? Un rato pregunté. Le dije a la señora que apenas me había metido y ella dijo que esa regadera es ruidosa, que se escucha por toda la planta baja, que ella estaba en la cocina y que yo ya tenía casi una hora ahí.
No supe qué responder. Solo le agradecí por ayudarme y me fui a mi cuarto. Esa noche me dormí profundamente en cuanto me acosté, por primera vez desde que llegué, pero no duró mucho.
Desperté sudando con el corazón a 1000. Al mirar hacia el pequeño espejo en mi habitación, en mi tocador, ahí estaba ella, la niña de la casa, otra vez dentro de un espejo, mirándome pero sin rostro, como si no tuviera ojos, nariz ni boca. Yo sabía que era ella por la complexión y por la forma de moverse y la niña me hacía señas para que me acercara.
o lo que sea que estaba en el espejo, me hacía señas. Me levanté, ya no estaba. Pensé que mi mente realmente me estaba torturando como si fuera su intención volverme loca.
Pero por si las dudas, volteé el espejo para que diera hacia la pared. Me acurroqué en mi cama abrazando mis piernas y recé. ¿Por qué me cierras?
¿No quieres jugar conmigo? No sé cómo explicarlo, pero escuché muy bajito la voz de la niña, como si viniera de dentro del espejo. Me levanté y me fui hacia el baño.
Ahí me acosté y pasé la noche. Y así fueron cuatro noches seguidas. Cuatro noches durmiendo ahí.
En cuanto oscurecía, era imposible estar en mi cuarto. En todo momento había algo en el espejo. No siempre me hablaba y estaba contra la pared, pero se sentía.
Esa presencia era notable, magnética. Atraía todo en la habitación hacia ella, incluida mi atención, hasta que nos fuimos de vacaciones. Solo entonces esta cosa me dejó en paz.
Durante tres semanas estuve tranquila, pero cuando regresamos a la casa, cuando yo estaba decidida a afrontar diferente esas manifestaciones, decidida no darle la importancia que no tenía, me dejaron sola de nueva cuenta, completamente comprometida a volver a la normalidad, me intenté dormir en mi cama. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste?
Estás enojado. Me paralicé. Esta vez la voz venía de afuera del espejo.
Lo que sea que me estaba hablando estaba ahí en el cuarto, en la oscuridad y empecé a rezar como todos cuando ya no queda de otra. Como todos cuando no tenemos nada más, ninguna otra oportunidad contra esa oscuridad. Cállate.
Hagas eso. Me está lastimando. Por eso te quité la medalla.
Con ella no podía acercarme a ti. Ven, vamos a jugar. Corrí hacia el segundo piso, el único lugar que sentía ajeno a aquella presencia.
Entré la primera recámara que pude y ahí me encerré. Ahí me quedé hasta que escuché voces cuando llegaba a toda la familia por la mañana. Me apresuré a salir rápido, sin dejar rastros de dónde había pasado la noche, pero la señora lo notó.
Quizás por eso, por cómo me vio, no me dijo nada cuando le pedí oportunidad de regresar a México cuanto antes, a pesar de que faltaban un par de semanas para terminar mi contrato. Creo que en el fondo ya sabía mucho más de lo que me decía. Creo que en el fondo me entendía, sabía lo que pasaba.
Sé que todo esto suena muy difícil de creer. Lo sé. Sé que la mayoría no van a creerme, pero la razón por la que comparto esto es para preguntar, sabiendo que aquí hay gente que sabe mucho de estas cosas, ¿es posible?
¿Creen que eso me haya seguido, que haya cruzado el Atlántico para dar conmigo otra vez? Lo pregunto porque la razón por la que escribo, por la que esta historia ha estado muy presente en mi mente, es porque empezado a sentir que alguien me ve desde mi espejo por la noche. Sí.