Si tienes alergia es posible que te hayas encontrado en alguna de las siguientes situaciones: Vas a casa de un amiga y comienzas a estornudar. Piensas: ¿Me habré resfriado otra vez? ¿Será COVID?
Se lo comentas a tu amiga… y te confiesa que ha adoptado a un lindo perrito. Sales a la calle y hace un día espléndido: el sol brilla, los pajarillos cantan, los árboles florecen y tú… vas y estornudas. Llega la primavera y a ti no te hace especial gracia.
Estás en un restaurante al que llevas tiempo queriendo ir y te pides un plato que parecía irresistible. . .
pegas un primer bocado y pum: se te ponen los labios como dos morcillas. El plato llevaba marisco. Existen muchos tipos de alergias distintas: alergias estacionales, alergias a los alimentos, alergias a los animales, a los fármacos… pero exactamente ¿a qué son debidas?
¿Por qué unas personas se vuelven alérgicas a algo y otras no? ¿Pueden curarse? Hoy en la Hiperactina, hablamos de las ALERGIAS.
Este vídeo está patrocinado por el proyecto #REBELSFORCHANGE de EDPR. Toda la información sobre esta maravillosa campaña la encontraréis al final del vídeo. ¿Qué haríamos sin nuestro querido sistema inmunitario?
Esa red de moléculas, células, tejidos y órganos que forma parte de un complejo sistema de defensa preparado para enfrentarse a cualquier tipo de amenaza que se atreva a ponernos en peligro: desde una bacteria a un parásito, desde un virus a una célula cancerosa. En nuestro día a día nos acechan todo tipo de peligros, y está claro que sin un sistema inmunitario eficaz que nos defendiese de ellos no habríamos llegado hasta aquí. Y dicho esto, parece lógico pensar que cuanto más fuerte sea nuestra defensa, mejor; pero en la realidad, esto no funciona así: cuando nuestro sistema inmunitario se pasa de rosca da lugar a todo tipo de problemas, entre los que se encuentran las alergias.
Una alergia no es más que una reacción exagerada del sistema inmunitario ante sustancias que a priori son inofensivas. Digo “a priori” porque para el resto de personas esas sustancias son inocuas, pero para la persona alérgica pueden llegar a ser muy peligrosas. Estas sustancias extrañas contra las que sobrereacciona el sistema inmunitario es lo que llamamos alérgenos.
Existen MUCHOS tipos de alérgenos (de ahí que existan tantos tipos de alergias), y pueden colarse en nuestro cuerpo de formas muy distintas. Por ejemplo, tenemos alérgenos que provocan una reacción alérgica al entrar en contacto con nuestra piel, como algunas plantas, animales, el polen, o el látex; hay alérgenos que directamente atraviesan la piel, como las picaduras de abeja y otros insectos; otros alérgenos entran en nuestro cuerpo a través de la ingestión, como los alimentos o los fármacos, y otros los inhalamos al respirar, como el polen, el polvo, el moho o la caspa de los animales. Sea cual sea el alérgeno o su forma de entrada, cuando el cuerpo detecta una de estas sustancias sospechosas, sus células se activan y secretan rápidamente todo tipo de moléculas que producen los molestos y tan típicos síntomas de la alergia.
Sin embargo, por muy alérgica que sea una persona a algo, la primera vez que entró en contacto con el alérgeno no tuvo ningún tipo de síntoma. ¿Cómo es posible? La primera vez que un alérgico al polen se topó con una molécula de polen no tuvo ni tos, ni picores, ni le lloraron los ojos.
No obstante, sin que se diera cuenta, dentro de su cuerpo se estaba fraguando toda una movida inmunitaria que le llevaría a odiar el resto de primaveras de su vida. Verás, cuando nuestro cuerpo se expone por primera vez al alérgeno, nuestro sistema inmunitario produce un tipo de anticuerpos llamados inmunoglobulinas E. Recordemos que los anticuerpos son esas moléculas del sistema inmunitario que se encargan de reconocer a sustancias extrañas o peligrosas que puedan entrar en nuestro cuerpo, para alertar al sistema de defensa de que ha entrado un intruso al que hay que destruir.
Son como una especie de “detectores de peligro”. Por eso, las inmunoglobulinas E que produce el cuerpo al entrar en contacto por primera vez con un alérgeno tendrán la función de reconocer a ese alérgeno cuando volvamos toparnos con él. Y eso no es todo: una vez fabricadas, las inmunoglobulinas E se adherirán a la superficie de unas células inmunitarias muy importantes en la alergia: los mastocitos.
Los mastocitos se encuentran repartidos por los tejidos de nuestro cuerpo, aunque se concentran especialmente en aquellos que conforman una barrera con el exterior, como el aparato respiratorio, el tracto gastrointestinal y la piel. Los mastocitos son además súper reconocibles porque contienen gránulos en su interior con todo tipo de sustancias que serán importantes en las reacciones alérgicas. Total, que en este punto, cuando nuestro cuerpo sintetiza inmunoglobulinas E contra un alérgeno y las adhiere a estos mastocitos se produce lo que llamamos “sensibilización”: en otras palabras, te acabas de volver “sensible” o “alérgico” a una sustancia.
A partir de este momento, si vuelves a entrar en contacto con ese alérgeno, las inmunoglobulinas E lo reconocerán y activarán la desgranulación de los mastocitos: o sea, los mastocitos liberarán los gránulos que contenían en su interior y, con ellos, todo tipo de sustancias que provocarán los síntomas de la alergia. Es como si los mastocitos llevasen en su interior las “balas” a disparar, y las inmunoglobulinas E apretasen el gatillo al detectar el enemigo. Y de todas esas sustancias que liberan los mastocitos, la molécula protagonista por excelencia y que te tiene que sonar si eres alérgico es la histamina.
La histamina tiene distintos efectos en nuestro cuerpo; entre otras cosas, aumenta la secreción nasal y salival; produce una dilatación de nuestros vasos sanguíneos (para que nuestras células inmunitarias accedan con más facilidad al lugar de la infección), lo cual causa un enrojecimiento; aumenta la permeabilidad de los vasos sanguíneos (es decir, que salga agua y otras moléculas hacia afuera de los vasos), lo que produce hinchazón en la zona; y estimula los nervios sensitivos, causando picor; estos tres últimos síntomas, es decir, el enrojecimiento, el hinchazón y el picor se manifiestan en la piel en forma de las típicas ronchas de urticaria. En otras palabras, la histamina es en parte responsable de los síntomas de la alergia como el goteo nasal, tos, estornudos, ojos llorosos, picor o la inflamación de las membranas mucosas. Con todo esto, la histamina tiene un objetivo muy claro: expulsar lo más rápido posible al alérgeno del cuerpo.
Y aunque esto sea una buena causa, lo cierto es que en algunas ocasiones la respuesta alérgica que desencadena nuestro cuerpo puede irse de las manos y extenderse por todo el organismo, pudiendo llegar a producir la muerte. Esto es lo que se conoce como anafilaxia. En la anafilaxia, se produce una reacción alérgica muy fuerte que se extiende más allá de la región que entró en contacto con el alérgeno, afectando a otras zonas del cuerpo.
En las reacciones anafilácticas se libera de forma masiva histamina y otras sustancias que causan síntomas como picazón, hinchazón, dolor de estómago, náuseas, vómitos, confusión o somnolencia; pero también síntomas potencialmente mortales, como una constricción de las vías respiratorias, lo cual puede impedir la respiración; y una caída repentina de la presión arterial, lo cual es muy peligroso porque puede dar lugar a lo que se conoce como shock (o choque). El shock se trata de una situación en la que no llega suficiente sangre y oxígeno a los tejidos del cuerpo, pudiendo dar lugar a la muerte si no se trata de forma rápida. Porque al final la anafilaxia ocurre de forma muy rápida, apenas unos minutos después de entrar en contacto con el alérgeno, por lo que es de vital importancia actuar lo más rápido posible y tratarla de forma urgente.
Por eso, las personas susceptibles a tener anafilaxia deben llevar siempre encima un dispositivo autoinyectable de adrenalina; la adrenalina actúa rápidamente (de forma casi instantánea), y lo hace aumentando la frecuencia cardíaca y la presión arterial (lo cual evita que la persona se maree y pierda la conciencia) y dilatando las vías respiratorias para permitir que la persona pueda volver a respirar correctamente. Y claro, después de ver esto, tal vez te preguntes: ¿todos los alérgicos son susceptibles de tener anafilaxia? Pues aunque depende de cada persona, sí que es cierto que algunos tipos de alergias son más susceptibles de provocar reacciones anafilácticas, como la alergia a ciertos medicamentos (como los antibióticos); a los alimentos (como los cacahuetes, la leche, el huevo o el marisco); a las picaduras de insectos (como las abejas); y por último al látex.
Como ves, no solo existe una amplia variedad de tipos de alergias, sino que a final cada persona puede reaccionar de forma distinta ante una misma sustancia e incluso ante un mismo alérgeno. ¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué algunas personas nos volvemos alérgicas a ciertas sustancias y otras no?
Pues como siempre, no hay una única respuesta. En el desarrollo de las alergias, y como en tantas otras cosas, intervienen tanto factores genéticos como factores ambientales. Para empezar, la genética de cada persona es fundamental a la hora de desarrollar o no una alergia, ya que existen genes de susceptibilidad que pueden hacerte más propenso a desarrollar una alergia.
Por no mencionar que los casos de alergia son comunes dentro de una misma familia, es decir si tienes un familiar cercano con alergia es más probable que tú también la tengas. Además de la genética, algunos factores del entorno pueden aumentar el riesgo de desarrollar alergias. Por ejemplo, existe una teoría que seguramente hayas oído alguna vez: la que dice que haberse criado en un entorno excesivamente limpio y libre gérmenes fomentaría la aparición de alergias más tarde en la vida y explicaría por qué a día de hoy tenemos más alergias que antes.
Esto es conocido como “la hipótesis de la higiene” y fue propuesta por primera vez en 1989 cuando un estudio observó que los bebés nacidos en una casa con muchos hermanos eran menos susceptibles a sufrir algunas formas de alergia más tarde en la vida. Con los años y con los nuevos descubrimientos que se han ido haciendo sobre la tremenda complejidad de nuestro sistema inmunitario o sobre el importantísimo papel de la microbiota en la salud de nuestro cuerpo, con el tiempo hemos ido matizando un poco esta hipótesis. Por ejemplo, a día de hoy se cree que la exposición durante la infancia a una amplia gama de microorganismos no peligrosos, ayudaría a “enseñar” al sistema inmunitario a reaccionar de forma adecuada ante las amenazas.
Y esto tiene sentido, porque los microorganismos son mucho más importantes para nuestra vida de lo que creemos: desde que estamos en el útero de nuestra madre, nuestro intestino se va colonizando de microorganismos que formarán parte de la llamada microbiota. Desde el momento en que nacemos y a medida que crecemos e interactuamos con el mundo que nos rodea, acumulamos microorganismos en nuestra microbiota. Una microbiota que tendrá un papel esencial, entre otras cosas, en educar a nuestro sistema inmunitario para que funcione correctamente.
Este sería el motivo por el que crecer en entornos demasiado limpios y libres de gérmenes, e incluso nacer en familias con menos hijos (como planteó aquel primer estudio), podría limitar la cantidad de microorganismos a los que nos exponemos. Pero esto va más allá de la higiene: nacer por cesárea y no por parto vaginal (lo cual te expone a menos microorganismos al nacer) o utilizar antibióticos en etapas tempranas también contribuye a un mayor riesgo de tener alergias. Por supuesto esto no significa que no debamos hacer nunca cesáreas ni usar nunca antibióticos si un niño tiene una infección, pero ya me entendéis.
Normalmente, las alergias comienzan en la etapa de la niñez o la pubertad y, dependiendo del tipo de alergia, algunas mejoran en la edad adulta. Por ejemplo, ciertas alergias alimentarias (como la alergia al huevo) pueden llegar a desaparecer, mientras que una alergia a los cacahuetes es raro que desaparezca. Vale, y si hemos tenido la mala pata de desarrollar una de esas alergias, si estamos condenados a sufrir en cada primavera o cada vez que pisamos un restaurante, ¿Qué podemos hacer?
¿Hay formas de tratar las alergias? A ver, para empezar sobra decir que el mejor tratamiento preventivo para alergia es evitar o eliminar por completo el alérgeno. Pero como comprenderás, esto no siempre es posible.
Por eso, si eres una persona alérgica seguramente te suenen los antihistamínicos. Se tratan de medicamentos que, como su nombre indica, bloquean la acción de la histamina en nuestro cuerpo. Ya hemos visto que la histamina es la sustancia responsable, entre otras, de muchos de los efectos de la alergia: de que tosamos, nos lloren los ojos, estornudemos y se nos hinche y enrojezca la piel.
Los antihistamínicos impiden que la histamina cause todos estos efectos, aliviando así los síntomas de la alergia, y se pueden tomar o bien cuando se empiezan a notar estos síntomas o bien de forma preventiva para evitar tener una reacción alérgica. Los antihistamínicos son el medicamento que no suele faltar en casa de un alérgico, pero como podréis deducir, más allá de aliviar los síntomas, estos no curan la alergia. Es por eso que, en los últimos años, tal vez hayas oído hablar de las vacunas contra la alergia.
Consisten en un tratamiento a largo plazo en la que la persona recibe inyecciones con dosis cada vez mayores del alérgeno para ir reduciendo la sensibilidad al mismo. Normalmente estas vacunas se utilizan para alergias en las que es prácticamente imposible evitar el contacto con el alérgeno, como ocurre con el polen, los ácaros del polvo o las picaduras de insecto. ¿Y funcionan?
O sea, ¿son efectivas? Pues la verdad es que depende: hay algunas personas que notan una mejoría duradera de los síntomas de la alergia y hay otras que no. No solo eso, sino que además es un tratamiento muy largo: para que te hagas una idea, se tarda entre tres y cinco años en completar la terapia, con lo que bueno, te tiene que compensar.
Yo misma comencé a tratarme con vacunas para la alergia a los ácaros, sobre todo porque me dijeron que podía terminar desarrollando asma. Y a los 6 meses de tratamiento me fui de Erasmus y tuve que interrumpir el tratamiento, así todo ese dinerillo se fue por la borda. En fin, como todo, esto una cosa que cada uno tiene que valorar si le compensa o no, mientras tanto siempre nos quedarán los antihistamínicos.
Espero que os haya gustado este vídeo y os haya servido para entender mejor cómo funcionan las alergias. Dejadme en comentarios si tenéis algún tipo de alergia y cómo ha sido vuestra experiencia, que tengo mucha curiosidad. Y por supuesto, no puedo terminar sin dar las gracias al patrocinador de este vídeo: la compañía líder mundial en el sector de las energías renovables EDPR, que acaba de lanzar la campaña #REBELSFORCHANGE.
Se trata de una campaña maravillosa que tiene como objetivo visibilizar y fomentar los referentes femeninos en las carreras STEM. #REBELSFORCHANGE consta de varias acciones que podéis seguir a través de sus redes sociales, como por ejemplo este vídeo súper interesante sobre un experimento social que realizaron con niños. En él, se pedía a los niños que colocasen una serie de objetos debajo del nombre de la persona a la que creen que pertenecían, es decir: a Mark, a Sarah, o a ambos.
Entre estos objetos había cosas como una escoba, un balón de fútbol o un botiquín, pero también instrumentos profesionales como un microscopio, un casco de astronauta o un casco de ingeniería. ¿Adivináis dónde colocaron los objetos esos niños? Echadle un vistazo al vídeo porque es muy interesante ver las decisiones que toman, cómo las justifican, etc.
Os voy a dejar el link en la descripción no solo para que podáis ver el vídeo sino también para que veáis el resto de acciones que se están llevando a cabo a través de #REBELSFORCHANGE. Nada más, solo me queda agradeceros ver este vídeo y estar ahí una vez más, ¡nos vemos a la próxima!