El Abismo del Vaticano: Misterios Prohibidos y Sombras Oscuras | Historias de Terror y Suspenso

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Ecos de la Noche
El Abismo del Vaticano: Misterios Prohibidos y Sombras Oscuras | Historias de Terror y Suspenso 🔴 ...
Trascrizione del video:
Bienvenidos a Ecos de la noche, su canal donde los secretos más oscuros de la realidad son traídos a la luz, donde el terror y el misterio se entrelazan en las sombras de la noche. Prepárese para adentrarse en una historia que trastiende la comprensión humana y desafía los límites del miedo. En cada rincón del Vaticano, en cada pasillo de las antiguas bibliotecas secretas, hay algo esperando ser descubierto y no todos los ojos están preparados para ver lo que se esconde tras las paredes sagradas.
Hoy acompañará al padre Lorenzo en su viaje hacia la verdad, un viaje que lo llevará a enfrentar fuerzas más allá del tiempo y del espacio. Pero recuerde, lo que verá no es para los débiles de corazón. Aquello que se oculta las sombras no perdona a quienes se atreven a mirar directamente a sus ojos.
Si es fanático de historias que estremecen, que alteran su mente, desafían todo lo que conoce sobre el miedo, no olvide darle like, suscribirse al canal y activar la campanita para no perderse ninguno de nuestros próximos relatos. Después de todo, las sombras de la noche nunca descansan. La noche en Roma era densa, como un manto de oscuridad posado sobre las cúpulas del Vaticano.
El viento se arrastraba por los callejones de adoquines, susurrando secretos olvidados. En el corazón de ese silencio sagrado, un hombre caminaba con pasos inciertos. El padre Lorenzo, un estudioso de los misterios de la Santa Sede, había sido convocado a toda prisa por un cardenal cuyo nombre le era familiar, pero cuya voz sonaba como un susurro arrancado de las profundidades del tiempo.
Al entrar al palacio apostólico, percibió algo extraño. Los pasillos, siempre iluminados por una luz amarillenta y serena, estaban sumidos en una penumbra opresiva. Solo velas aisladas titilaban en nichos en las paredes, proyectando sombras alargadas que parecían moverse solas.
El cardenal no estaba allí. En su lugar, un sobresellado reposaba sobre una mesa de caoba antigua con su nombre escrito en una caligrafía elegante, al mismo tiempo temblorosa. Con dedos vacilantes, Lorenzo rompió el sello.
Dentro había una nota escrita a mano. Susuran en las paredes. No confíes en el silencio.
Ve a la biblioteca secreta antes de que sea tarde y nunca jamás mires directamente a sus ojos. El padre sintió un escalofrío helado recorrer su columna vertebral. Ella, ¿a quién se refería la nota?
El miedo serpenteaba por su garganta, pero la urgencia de entender lo que estaba sucediendo lo impulsó. Con pasos apresurados cruzó pasillos y escaleras ocultas hasta llegar a la biblioteca restringida, uno de los lugares más vigilados del Vaticano. La puertarió al ser empujada.
El olor a pergamino y cera de vela impregnaba el ambiente, pero había algo más. Un olor a incienso quemado, mezclado con un leve aroma a carne quemada. En el centro de la sala, un libro yacía abierto sobre una mesa de piedra.
El cuero de la tapa parecía pulsar como si estuviera vivo. Las páginas de un tono marillento enfermizo estaban cubiertas de símbolos que Lorenzo no reconocía, pero entre los dibujos y caracteres oscuros destacaba una frase latín: "El abismo te observa, no parpadees. " Lorenzo sintió el peso de ojos invisibles sobre él.
El aire se volvió denso, como si algo inalcanzable se materializaran las sombras. La puerta detrás de él se cerró con un estruendo seco. Intentó moverla, pero estaba cerrada con llave.
Un crujido resonó desde el techo abobedado y él estuvo seguro de que ya no estaba solo. Algo se movió entre las estanterías. Un arrastre lento, como pies de escalzo sobre piedra fría.
El padre tragó saliva. Su mirada, aunque no lo quisiera, buscaba entre las filas de libros, entre columnas de polvo y sombras. Entonces la vio.
Era una figura femenina, vestida con veloscuros, inmóvil, observándolo desde un rincón de la biblioteca. Su rostro estaba oculto, pero su presencia era abrumadora. Lorenzo intentó recordar la advertencia en la nota.
No mires directamente a sus ojos. Pero sus instintos traicionaron su razón. Buscó su rostro y fue entonces cuando todo a su alrededor se disolvió.
Las paredes parecieron distorsionarse como si todo el Vaticano estuviera siendo engullido por un agujero sin fin. Susurros llenaron su mente, palabras en lenguas que no existían. Lorenzo sintió que su visión se nublaba y por un breve instante comprendió que había mirado algo que no debía ser visto.
El cuerpo de la mujer comenzó a moverse, los velos deslizándose como serpientes vivas a su alrededor. Un pavor absoluto se apoderó de él. La puerta de la biblioteca se abrió sola con un chasquido seco.
La figura seguía allí, inmóvil, pero ahora parecía más cercana, aunque no se había movido. Lo que veía no tenía sentido. El tiempo y el espacio se doblaban a su alrededor como si la realidad estuviera fragmentándose.
Lorento tropezó hacia atrás, la nota aún apretada en su mano sudorosa. Necesitaba salir de allí. Necesitaba entender, pero sobre todo necesitaba recordar no volver a mirar sus ojos.
La biblioteca parecía desmoronarse a su alrededor, pero Lorenzo sabía que no podía ceder al pánico. Su corazón latía desbocado y su respiración sonaba extrañamente ahogada, como si el aire estuviera volviéndose más espeso, cargado de algo indescriptible. El peso en sus hombros parecía mayor con cada segundo, como si la propia historia del Vaticano estuviera ahí sobrecargando su alma, pero no podía parar, no podía sucumbir a la locura que amenazaba con apoderarse de su mente.
Miró las estanterías, las páginas de cada libro parecían moverse, temblando al ritmo de la pulsación que resonaba en el fondo de su cabeza. Y sin embargo, había una quietud absoluta, como si el tiempo se hubiera detenido, o peor aún, como si el propio tiempo se estuviera volviendo irrelevante. La figura de los velos.
Aunque aún inmóvil, era ahora imposible de ignorar. Estaba allí, aunque su presencia no fuera comprensible a los ojos de un hombre que aún creía en el dominio de lo visible y lo tangible. Los susurros aumentaron.
Ya no eran solo palabras incomprensibles, ahora parecían llamar por su nombre. Su mente giraba en círculos intentando aferrarse a lo que quedaba de su cordura. Miró a la figura una vez más, la sensación de ser arrastrado hacia ese ser etéreo, una fuerza irresistible que no podía ser negada.
Pero en el último momento recordó la advertencia, "No mires a sus ojos. " forzó sus ojos hacia abajo al suelo, intentando encontrar algún punto de referencia, alguna seguridad. Pero el piso de la biblioteca, que siempre le había sido familiar, ahora parecía líquido, ondulando bajo sus pies como si fuera agua oscura y espesa.
Quiso gritar, pero su voz se perdió tragada por los secos que resonaban en las paredes. Algo se movía allí entre lo real y lo imposible. Y Lorenzo supo que no solo estaba ante un ser humano, sino ante algo mucho más antiguo y terrible.
La nota en su mano se volvía cada vez más pesada, como si papel estuviera absorbiendo la presión de sus emociones. La apretó aún más y fue cuando un nuevo mensaje comenzó a formarse, escrito con una caligrafía diferente de la anterior. Las palabras aparecieron lentamente, como si el propio papel estuviera reaccionando al toque de sus manos temblorosas.
Ya no hay salida, padre. Ella lo guiará hacia el fin. El miedo se apoderó de Lorenzo de manera casi tangible y supo que la nota hablaba de la mujer de la presencia que lo observaba.
No sabía si sus ojos estaban sobre la hora, pero sentía como si lo estuvieran observando desde todos los ángulos, desde cada sombra y cada espacio entre los libros. Ya no podía confiar en sus sentidos. El tiempo, la realidad se estaban derrumbando y lo único que quedaba era la necesidad de entender qué era ese ser.
¿Qué quería de él? De repente, el sonido de pasos suaves, pero inconfundibles, resonó por el pasillo de la biblioteca. La puerta se abrió nuevamente con ese estruendo seco y el aire dentro de la sala se volvió aún más denso.
Lorenzo miró hacia la entrada y vio una figura humana vestida con los ropajes del cardenal emerger de la oscuridad. Sus ojos, profundamente marcados por una angustia indescriptible, estaban fijos en Lorenzo. No parecía sorprendido de verlo allí.
Lo viste, verdad. La voz del cardenal estaba baja, pero clara, como un presaje de muerte inminente. Lorenzo no respondió.
No podía. aún estaba atrapado en la visión de la mujer, sintiendo el vacío que se expandía lentamente por el ambiente, tragándose todo lo que antes parecía familiar. El cardenal dio un paso adelante y las sombras de la biblioteca parecieron distorsionarse en respuesta.
La figura de los velos desapareció como si nunca hubiera estado allí, pero la sensación de su presencia continuó pesada como una carga. El cardenal miró a Lorenzo con una sonrisa que no era de placer, sino de una tristeza sombría. Miraste a ella.
Padre, ahora ya no hay vuelta atrás. El abismo que viste está dentro de ti. Ella no te dejará ir.
Las palabras del cardenal fueron como cuchillas afiladas, cortando la frágil cordura de Lorenzo, haciendo que retrocediera instintivamente. El aire parecía comprimirse aún más. Lorenzo sintió sus manos temblar, la nota ahora un peso insoportable en su palma.
El cardenal no parecía tener intenciones de dejarlo salir. Se acercó lentamente, los pasos resonando como un presajio de condena. En sus ojos, Lorenzo vio algo que lo hizo detenerse.
Ya no había esperanza allí. Solo vacío, la certeza de que lo que estaba a punto de enfrentar no podría ser comprendido por la razón. Te dijeron que no la miraras, ¿verdad?
, dijo el cardenal con una expresión vacía, casi despojada de humanidad. Pero miraste y ahora tienes que pagar el precio. Lorenzo tragó en seco, tratando de respirar, tratando de recordar algún camino de escape.
Pero, ¿qué podría hacer ante un ser que no pertenecía a su realidad? ¿Cómo podría escapar de algo que desafiaba la comprensión, algo que lo estaba arrastrando al abismo sin fin, que se formaba dentro de su mente? La biblioteca parecía girar, los libros flotando, las sombras bailando a su alrededor.
Las palabras del cardenal resonaban como un hechizo, haciendo que su cuerpo temblara y su visión se nublara. Sabía que algo estaba a punto de suceder, algo que transformaría su vida o lo que quedara de ella para siempre. Pero, ¿qué sería?
La biblioteca parecía desmoronarse a su alrededor, pero Lorenzo sabía que no podía ceder al pánico. Su corazón latía desbocado y su respiración sonaba extrañamente sofocada, como si el aire estuviera volviéndose más espeso, cargado de algo indescriptible. El peso sobre sus hombros parecía crecer con cada segundo, como si la propia historia del Vaticano estuviera allí sobrecargando su alma.
Pero no podía parar, no podía sucumbir a la locura que amenazaba con apoderarse de su mente. Miró las estanterías, las páginas de cada libro parecían moverse, temblando al unísono con la pulsación que resonaba en el fondo de su cabeza. Y sin embargo, había una quietud absoluta, como si el tiempo se hubiera detenido, o peor aún, como si el propio tiempo estuviera volviéndose irrelevante.
La figura de los velos. Aunque aún inmóvil, era ahora imposible de ignorar. Estaba allí, aunque su presencia no era comprensible para los ojos de un hombre que aún creía en el dominio de lo visible y lo tangible.
Los susurros aumentaron. Ya no eran solo palabras incomprensibles, ahora parecían llamar por el nombre de Lorenzo. Su mente giraba en círculos intentando aferrarse lo que quedaba de su cordura.
Miró a la figura una vez más, sintiendo como si le estuvieran atrayendo hacia ese ser etéreo, una fuerza irresistible que no podría ser negada. Pero en el último momento recordó la advertencia, no mires a sus ojos. forzó sus ojos hacia abajo, hacia el suelo, intentando encontrar algún punto de referencia, alguna seguridad.
Pero el piso de la biblioteca, que siempre había sido familiar, ahora parecía líquido, ondulando bajo sus pies como si estuviera hecho de agua oscura y espesa. Quiso britar, pero su voz se perdió, engullida por los secos que reverberaban en las paredes. Algo se movía allí, entre lo real y lo imposible.
Y Lorenzo sabía que no estaba sola ante un ser humano, sino algo mucho más antiguo y aterrador. El billete en su mano se volvía cada vez más pesado, como si el papel estuviera absorbiendo la presión de sus emociones. Lo apretó aún más y fue entonces cuando un nuevo mensaje comenzó a formarse escrito con una caligrafía distinta a la anterior.
Las palabras aparecieron lentamente, como si el propio papel estuviera reaccionando al toque de sus manos temblorosas. Ya no hay salida, padre, ella lo guiará hacia el final. El miedo se apoderó de Lorenzo de forma casi tangible y sabía que el billete hablaba de la mujer de la presencia que lo observaba.
No sabía si sus ojos estaban sobre él en ese momento, pero sentía como si lo estuvieran observando desde todos los ángulos, desde cada sombra y cada espacio entre los libros. Ya no podía confiar en sus sentidos. El tiempo, la realidad se desmoronaban y lo único que quedaba era la necesidad de entender qué era ese ser, qué quería de él.
De repente, el sonido de pasos suaves, pero inconfundibles, resonó por el pasillo de la biblioteca. La puerta se abrió nuevamente con un estruendo seco y el aire dentro de la sala se volvió aún más pesado. Lorenzo miró hacia la entrada y vio una figura humana vestida con los hábitos del cardenal emerger de la oscuridad.
Sus ojos, profundamente marcados por una angustia indescriptible, estaban fijos en Lorenzo. No parecía sorprendido al verlo allí. Lo viste, verdad.
La voz del cardenal estaba baja, pero clara como un presaje en muerte inminente. Lorenzo no respondió, no podía. Aún estaba atrapado en la visión de la mujer, sintiendo el vacío que se extendía lentamente por el ambiente, enguyendo todo lo que antes parecía familiar.
El cardenal dio un paso hacia delante y las sombras de la biblioteca parecieron distorsionarse en respuesta. La figura de los velos desapareció como si nunca hubiera estado allí, pero la sensación de su presencia continuaba pesada como una carga. El cardenal miró a Lorenzo con una sonrisa que no era de placer, sino de una tristeza sombría.
Miraste a ella, "Padre, ahora no hay vuelta atrás. El abismo que viste está dentro de ti. Ella no te dejará ir.
" Las palabras del cardenal fueron como cuchillas afiladas, cortando la frágil cordura de Lorenzo, haciéndolo retroceder instintivamente. El aire parecía comprimirse aún más. Lorenzo sintió sus manos temblar, el billete ahora un peso insoportable en su palma.
El cardenal no parecía tener intenciones de dejarlo salir. Se acercó lentamente, sus pasos resonando como un presajio de condena. En sus ojos, Lorenzo vio algo que lo hizo detenerse.
Ya no había esperanza ahí, solo vacío, la certeza de que lo que estaba a punto de enfrentar no podría ser comprendido por la razón. Te dijeron que no miraras a ella, ¿verdad? , dijo el cardenal con una expresión vacía, casi desprovista de humanidad.
Pero miraste y ahora tienes que pagar el precio. Lorenzo tragó saliva tratando de respirar. tratando de recordar algún camino de escape.
Pero, ¿qué podría hacer frente a un ser que no pertenecía a su realidad? ¿Cómo podría escapar de algo que desafiaba la comprensión, algo que lo estaba arrastrando hacia el abismo interminable que se formaba dentro de su mente? La biblioteca parecía girar, los libros flotando, las sombras bailando alrededor de él.
Las palabras del cardenal resonaban como un hechizo, haciendo que su cuerpo temblara y su visión se nublara. Sabía que algo estaba a punto de suceder, algo que transformaría su vida o lo que quedara de ella para siempre. Pero, ¿qué sería?
El cardenal se acercó. Sus pasos suaves, pero firmes, como si el suelo bajo ellos fuera la tumba de cualquier vestigio de esperanza. El aire estaba saturado, cargado con una densidad inusual, casi palpable que hacía que cada respiración de Lorenzo fuera más difícil que la anterior.
La biblioteca parecía haberse convertido en un laberinto con las estanterías estirándose hasta el infinito, distorsionándose, convirtiéndose en paredes que se cerraban a su alrededor. El cardenal continuaba avanzando, su mirada fija y vacía, como la de un espectro que ya ha perdido su alma. No puedes escapar de ella, padre", susuró la voz del cardenal como una verdad impuesta, una sentencia que Lorenzo sabía que no podía refutar.
quería retroceder, correr, hacer cualquier cosa para escapar de esa sensación creciente de desesperación, pero sus piernas parecían pesadas, como si el peso mismo de la historia del miedo lo estuviera anclando al suelo. Fuiste elegido. El abismo te vio y ahora viene.
Lorenzo miró el billete en sus manos, sus ojos parpadeando repetidamente, intentando entender lo que estaba sucediendo. El mensaje se volvía más claro con el tiempo, pero al mismo tiempo más confuso. Ella te guiará hacia el final.
¿Qué significaba eso? ¿Qué debía hacer ahora, además de seguir hundiéndose en una realidad que ya no era suya? La figura en el rincón de la sala, ese de velos oscuros, ahora parecía parte del mismo espacio, como si la propia esencia de la biblioteca estuviera moldeada por su presencia.
Lorenzo parpadeó y por un momento tuvo la sensación de que todo lo que había conocido se desvanecía. El cardenal estaba más cerca ahora, tan cerca que podía sentir el peso de su respiración fría. Sus ojos, fijos en el padre ya no transmitían piedad, sino algo más profundo, algo que Lorenzo no se atrevía a nombrar.
Ella no te dejará salir. Continuó el cardenal, su voz aumentando en intensidad, como si el ambiente a su alrededor estuviera reaccionando a sus palabras. Viste lo que no debías ver, padre, y ahora las sombras se cerrarán sobre ti.
La biblioteca comenzó a moverse, las estanterías cobrando vida propia, balanceándose lentamente como árboles torturados por el viento. El olor a incienso quemado se intensificó, mezclándose con un aroma metálico casi insoportable. Era el olor de la sangre, la carne, la decadencia.
Lorenzo sintió la presión aumentar. su pecho apretándose como si mil manos invisibles lo estuvieran sofocando. Y fue entonces cuando la mujer o lo que quedaba de ella, comenzó a moverse nuevamente.
Lentamente sus velos resbalaron como serpientes, deslizándose sobre el piso con una gracia sobrenatural. Los susurros se intensificaron, ahora ya no provenientes de las paredes, sino desde dentro de su propia mente. Mírala, mírala.
Las palabras eran insidiosas, casi irresistibles. Lorenzo sabía que no debía, pero su cuerpo cedió la tentación. Miró hacia ella.
Los veloscuros se levantaron con un movimiento fluido, revelando un rostro que parecía una máscara de puro dolor y sufrimiento. Sus ojos, esos ojos no eran ojos humanos, eran agujeros negros, espacios vacíos donde no existía nada, solo el abismo, la nada que engue todas las cosas. Al mirarlos, el tiempo se deshizo completamente y Lorenzo sintió su propia alma comenzar a fragmentarse.
El cardenal estaba ahora detrás de él, tocando sus hombros con una leve presión. Lorenzo ya no podía sentir su cuerpo como si estuviera siendo arrancado de sí mismo. Intentó gritar, pero su voz se perdió tragada por la oscuridad.
Ya no había nada a su alrededor, solo el abismo. Ahora estaba dentro de él. Todo lo que conocía, todos los vestigios de la realidad, se desvanecían y entonces un silencio absoluto se apoderó del lugar.
Ya no había susurros, ya no había pasos, solo un vacío, un vacío insondable. El cardenal había desaparecido, la biblioteca había desaparecido y la mujer de velos también estaba ausente. Lorenzo estaba solo, pero no estaba libre.
Ya no estaba en Roma. Ya no estaba en el Vaticano, ya no estaba en ningún lugar que pudiera comprender. Estaba perdido en una realidad que se estiraba hasta el infinito y en miedo.
Ahora era el único compañero que le quedaba. Los ojos de la mujer seguían observándolo, incluso cuando cerraba los ojos, intentando alejarse del terror absoluto. ¿Qué había sucedido allí?
Todavía estaba en el Vaticano, que era real y que era alucinación. Y lo más aterrador de todo, sabía, con una certeza incómoda, que su viaje estaba lejos de terminar. El abismo lo había tocado y ahora estaba marcado para siempre.
Algo se movió en la oscuridad frente a él, algo indescriptible, algo que no pertenecía a este mundo. Sabía que ella había vuelto y con ella la promesa de un final que aún no podía comprender, pero sabía con un instinto profundo que no podría escapar nunca más. La oscuridad se cerró alrededor de Lorenzo como una camisa de fuerza implacable.
Ya no sabía que era real o irreal, lo vivido o lo imaginado. El vacío parecía engullir cada fragmento de su ser, y la presencia de la mujer, esa entidad de veloscuros, flotaba en su mente como una espada afilada a punto de cortar su alma en pedazos. El tiempo que antes parecía deslizarse lentamente, ahora estaba estancado, atrapado en las garras de un abismo sin fin.
Ya no podía escapar. La sensación de ser observado, de ser devorado por algo invisible y omnipresente se intensificaba. Los ojos de la mujer, si es que podían llamarse ojos, estaban allí, incluso cuando intentaba desesperadamente desviar la mirada.
Estaban dentro de su mente invadiendo sus pensamientos, distorsionando su realidad. sentía su cuerpo hundirse en una niebla oscura, como si se estuviera disolviendo lentamente en un vórtice que lo arrastraba fuera del espacio tiempo. Los usuros volvieron ahora en un creendo ensordecedor.
Palabras ininteligibles, fragmentos de lenguas antiguas, se mezclaban en un solo grito ensordecedor, como si el mismo universo se estuviera desintegrando a su alrededor. Pero había algo más, algo que Lorenzo no logró entender completamente, el susurro de una voz que, aunque indistinta, sonaba como un ecofamiliar, una voz que ya había escuchado, pero que no podía identificar. Nunca serás libre, padre.
Esas palabras hicieron que su estómago se retorciera. Reconoció la voz, era la del cardenal, pero ¿cómo podía seguir oyendo esa voz si estaba solo, perdido en ese abismo sin fin? Las paredes, que antes eran firmes y sólidas, ahora eran líquidas, distorsionándose y disolviéndose como humo.
El lugar que pensaba que era la biblioteca, el Vaticano, todo lo que conocía, se estaba desintegrando. intentaba resistir, pero sus manos, sus pies, su propio cuerpo se volvían cada vez más ligeros, como si el peso de la realidad desapareciera, dejándolo la deriva en una dimensión que desafiaba cualquier comprensión. La mujer apareció nuevamente, o tal vez era lo que quedaba de ella.
Su cuerpo ya no era humano, sino algo como una sombra viva, una figura indescriptible que flotaba en el aire con los velo serpenteando a su alrededor como serpientes a punto de atacar. Ahora estaba más cerca, mucho más cerca. Y Lorento podía sentir el frío de su presencia, el vacío absoluto que emanaba de su esencia.
Ella no necesitaba moverse para estar en todas partes. Ella era el vacío, ella era el abismo. Con un esfuerzo inmenso, Lorenzo logró mirar hacia abajo tratando de escapar de su visión, pero sabía que, sin importar a donde mirara, no había escape.
No podía huir. El billete seguía en sus manos pesando como una ancla. Lo miró una vez más, sus manos temblorosas tratando de descifrar las últimas palabras que aparecieron.
Ella te guiará al fin. Finalmente entendió el fin no era la muerte, sino algo aún peor. Estaba siendo guiado hacia un destino más allá de la muerte, más allá de la realidad.
había sido elegido, marcado. El abismo, esa entidad de velos, no era un fin físico, sino un fin de la propia existencia. Sería consumido no por una fuerza externa, sino por su propia percepción de la realidad.
En ese instante, la mujer o lo que quedaba de ella extendió sus manos. No eran manos humanas, sino largas garras hechas de oscuridad pura que se retorcían y extendían hacia Lorenzo. Intentó resistir, pero ya no tenía fuerzas dentro de él.
Estaba completamente vacío, su alma siendo absorbida por esas garras, por esa mirada insaciable. "No hay salida", susurró nuevamente la voz del cardenal como una sentencia irrevocable. "El abismo te vio y ahora te consumirá.
Las garras de la mujer tocaron su piel y un dolor indescriptible recorrió su cuerpo. Era un dolor que no podía describirse, un dolor que no era físico, sino espiritual, como si cada partícula de su alma estuviera siendo desgarrada. Intentó gritar, pero no pudo.
Su garganta estaba cerrada, su mente se fragmentaba. Sintió su esencia ser drenada como un río de agua sucia siendo succionado por un vórtice sin fin. Lorenzo finalmente se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás.
Había cruzado el límite entre lo real y lo irreconocible y ahora estaba atrapada en el abismo con la mujer de velos como su guía. Ya no había tiempo. El fin no era algo que pudiera evitar.
Estaba siendo guiado hacia su fin, no hacia la muerte, sino hacia un estado de inexistencia donde el tiempo y el espacio ya no existían. Y entonces, con un último suspiro, Lorenzo se entregó al abismo. Su mente se apagó, su alma fue absorbida y desapareció por completo como una partícula dispersa en el infinito.
La biblioteca, el cardenal, la mujer de velos. Todo eso desapareció. No quedó nada, solo vacío, profundo e insondable.
Y en el silencio absoluto, la promesa del abismo se cumplió. Ahora en el Vaticano nadie recuerda más a Lorenzo, ni su nombre, ni su historia, ni el terror que vivió. Pero las paredes de palacio apostólico siguen susurrando como si su presencia aún estuviera allí perdida en las sombras.
El abismo lo consumió y con eso su historia se convirtió en una leyenda olvidada. Y tal vez lo peor de todo es que él sabía, nunca se puede escapar de la mirada de la mujer de velos. Ella siempre volverá.
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