El imponente rascacielos de vidrio y acero se erguía majestuosamente sobre Miami, con sus más de 50 pisos que se alzaban hacia el cielo. Sus cristales reflectantes capturaban la luz del atardecer, creando un espectáculo de tonos dorados y anaranjados que se desparramaba por la fachada. En la base del edificio, una fuente moderna lanzaba chorros de agua iluminados por luces LED, complementando el lujo y la modernidad del consorcio Lancaster.
Mientras tanto, Henry Lancaster, un hombre de 38 años y accionista mayoritario del consorcio Lancaster, observaba el horizonte desde su oficina en el piso más alto. La vista era espectacular, con el sol descendiendo lentamente y bañando la ciudad con tonos cálidos. Henry, un hombre de figura esbelta y atlética, con cabello oscuro y ojos penetrantes que reflejaban su determinación, era conocido por su carácter reservado y su implacable ética de trabajo.
Su rostro, aunque atractivo, mostraba líneas de preocupación y un semblante que rara vez se suavizaba con una sonrisa. Para él, los negocios eran la única realidad palpable; el amor, una mera distracción. Sin embargo, esa tarde su mente no estaba enfocada en estrategias empresariales ni en inversiones multimillonarias, sino en una carta que había recibido hacía apenas unas horas.
La carta, escrita a mano por su abuelo moribundo, contenía una cláusula que cambiaría su vida para siempre. Henry se sentó en su elegante silla de cuero, desplegó la carta sobre su escritorio de caoba y leyó las palabras que parecían resonar en el silencio de la habitación: “Para recibir la herencia completa y continuar con el legado de la familia, debes estar casado con alguien que ames genuinamente, en un matrimonio sin conveniencia, sino por amor en ambas partes, con una mujer de valores auténticos, antes del quincuagésimo aniversario de la compañía o toda mi fortuna pasará a la beneficencia”. Ah, el peso de esas palabras cayó sobre Henry como un mármol.
El aniversario número 50 del consorcio Lancaster, fundado por su abuelo, estaba a solo una semana de distancia. Dios mío, solo una semana, o perderé todo. Íntimamente, Henry sabía que encontrar a alguien en tan poco tiempo era una tarea casi imposible, pero el legado de su abuelo era lo más importante para él.
Miró alrededor de su oficina, decorada con obras de arte moderno y muebles de diseño, y sintió que todo lo que había construido estaba a punto de desmoronarse. Su abuelo, un hombre de principios y visión, había sido el pilar de su vida; sin embargo, también había sido un firme creyente en el amor verdadero, algo que Henry había descartado desde hacía mucho tiempo. Para él, las relaciones eran transacciones, alianzas estratégicas que beneficiaban sus negocios.
No creía en el amor; lo consideraba una debilidad, un riesgo que no estaba dispuesto a asumir. Henry se levantó y caminó hacia la ventana, contemplando la ciudad que se extendía ante él. Las luces comenzaban a encenderse y el inicio de la vida nocturna de Miami cobraba fuerza.
El desafío que enfrentaba no era solo cumplir con la cláusula del testamento, sino también confrontar sus propias creencias y temores. Su abuelo le había dejado una última prueba, una última lección que debía aprender para poder heredar y mantener el legado de la familia. Su plan ahora era encontrar a una extraña perfecta, alguien que aceptara un matrimonio por contrato para fingir estar genuinamente enamorado y cumplir con la cláusula.
Sabía que esto no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacerlo. Su vida, que hasta entonces había estado estrictamente controlada y planificada, estaba a punto de dar un giro inesperado. Desesperado por encontrar una solución, Henry decidió asistir a una gala benéfica organizada por el consorcio Lancaster esa misma noche, algo que había sido de su interés.
El evento, lleno de lujo y elegancia, se llevaba a cabo en el exclusivo Pérez Art Museum de Miami, un lugar de una belleza inigualable, con su arquitectura moderna y sus terrazas abiertas que ofrecían impresionantes vistas al mar. Las luces de la ciudad se reflejaban en las aguas cristalinas de la bahía, creando una atmósfera mágica y sofisticada. El evento estaba lleno de filántropos, empresarios y personalidades influyentes, todos reunidos para apoyar diversas causas.
Entre los invitados destacaba una joven de 25 años absolutamente hermosa: Emily Thompson. Con su cabello castaño recogido en un elegante moño y sus ojos azules brillando con determinación, vestía un impresionante atuendo que realzaba su figura esbelta. Emily no tenía dinero para contribuir; su salario de maestra apenas le alcanzaba para vivir.
Sin embargo, había sido invitada a la gala por su elocuencia y pasión en la defensa de una causa que la motivaba profundamente: salvar el centro comunitario histórico de su barrio, que estaba a punto de ser demolido para construir un centro comercial en su lugar. Durante la gala, Emily tuvo la oportunidad de hablar ante el público. Con una voz firme y llena de emoción, expuso ante el micrófono: “Este centro comunitario no es solo un edificio, es un hogar, un refugio donde niños y adultos encuentran apoyo, educación y esperanza.
No podemos permitir que sea demolido; necesitamos su ayuda para recaudar los fondos necesarios y salvarlo”. A pesar de su elocuencia y la pasión en sus palabras, nadie pareció interesarse en ayudarla. Los asistentes aplaudieron educadamente, pero no hubo promesas de donaciones ni ofertas de apoyo.
Emily se retiró del escenario, sintiendo una mezcla de frustración y desesperanza. Fue en ese momento cuando Henry, que había estado observándola desde la distancia, decidió acercarse. La encontró sola, mirando el mar desde una de las terrazas del museo, con una expresión de tristeza en su rostro.
"Buenas noches", dijo Henry, extendiendo su mano. "Soy Henry Lancaster. Acabo de escuchar su discurso y quisiera hablar con usted sobre su causa".
Emily, sorprendida por la aparición de Henry, estrechó su mano con firmeza. "Soy Emily Thompson. Gracias por acercarse, pero me temo que ya he perdido la esperanza de encontrar ayuda aquí.
Es que usted no entendería, solo falta una. . .
" Semana para que empiece la demolición. Henry sonrió ligeramente, tratando de tranquilizarla. —Emily, tengo una propuesta que podría interesarle, pero antes permítame decirle que su discurso fue realmente inspirador.
Entiendo su desesperación y estoy dispuesto a ofrecerle una solución. Emily lo miró con curiosidad, aunque con una leve desconfianza. —¿Qué tipo de solución, señor Lancaster?
—Por favor, llámame Henry. Henry hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas. —Verás, Emily, necesito casarme antes del término de una semana para cumplir con una cláusula en el testamento de mi abuelo.
Está muy enfermo y me ha dado un ultimátum para transferirme todo su legado. Si aceptas fingir estar enamorada de mí y casarnos temporalmente, estaré dispuesto a comprar la propiedad del centro comunitario y me aseguraré de que no sea demolido. Emily lo miró con incredulidad.
—¿Está hablando en serio? Apenas nos conocemos y suena como si me estuviera proponiendo un contrato matrimonial por conveniencia. —Lo es, en cierto sentido —admitió Henry con franqueza—.
Ambos tenemos algo que ganar de este acuerdo. No nos enamoraremos para nada, solo necesito cumplir con la cláusula y tú podrás salvar el centro comunitario. Después del aniversario del consorcio, que será en una semana, nos divorciaremos y cada uno seguirá con su vida.
Claro, firmaremos un contrato prenupcial con todas las cláusulas claramente establecidas. Emily reflexionó por un momento. La idea de casarse con un desconocido la perturbaba, pero salvar el centro comunitario era su prioridad.
—De acuerdo, Henry. Acepto tu propuesta. Pero quiero dejar claro que esto es solo un arreglo temporal.
No espero nada más de ti ni necesito nada de tu fortuna. Henry asintió, aliviado por su aceptación. —Perfecto, Emily.
Entonces somos socios en esto, nada más. Ambos se dieron la mano, sellando un acuerdo frío y calculador. Lo que ninguno de los dos sabía era que este trato, basado en la conveniencia y la necesidad, estaba a punto de cambiar sus vidas de maneras que nunca hubieran imaginado.
Al día siguiente, Emily llegó a la imponente mansión Lancaster con su equipaje. La propiedad, situada en un exclusivo barrio de Miami, era un verdadero palacio. Jardines meticulosamente cuidados rodeaban la casa, y una gran fuente adornaba la entrada principal.
La mansión, construida en estilo neoclásico, tenía enormes columnas de mármol y una fachada que inspiraba respeto y admiración. —Henry —lo llamó, que la esperaba en la entrada. Se acercó para recibirla—.
Bienvenida, Emily —dijo, intentando sonar cordial mientras hacía una señal a sus empleados para desembarcar su equipaje del taxi que la había traído y llevarlo a la suntuosa recámara que habría de ser su habitación antes de la boda. Emily, nerviosa pero decidida, asintió con una sonrisa leve. —Gracias, Henry.
La mansión es impresionante. —Lo es. Por favor, sígueme, quiero presentarte a mi abuelo.
Caminaron por los amplios pasillos decorados con obras de arte y muebles antiguos hasta llegar a una habitación en la planta baja. Henry abrió la puerta con cuidado y entraron en un cuarto cálido y acogedor, donde un anciano muy enfermo descansaba en su cama. A pesar de su debilidad, sus ojos brillaban con una inteligencia y una calidez profundas.
—Abuelo, siento a Emily Thompson. Ella es mi prometida. El anciano levantó la vista y una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Encantado de conocerte, Henry. Me estuvo hablando anoche mucho de ti, pero se quedó corto cuando mencionó tu belleza. Emily sonrió y se acercó a la cama, conmovida por la fragilidad y la bondad del anciano.
—Es un honor conocerlo, señor Lancaster —respondió, con sinceridad, tomando su mano con ternura—. Henry me ha hablado mucho de usted y de todo lo que ha hecho por su familia y su empresa. Lo admiro mucho por todos esos eventos benéficos que usted ha organizado desde hace muchos años.
Siendo apenas una niña, leía siempre en los diarios su nombre encabezando las páginas sociales con reseñas de sus obras sociales. Nunca imaginé conocerlo en persona. Esto, para mí, es un honor y una bendición.
El abuelo la miró con ojos llenos de sabiduría y cariño. —Por favor, llámame Arthur. Eres muy amable.
Emily, he escuchado que tienes una causa muy noble por la que luchas. Henry me ha dicho que estás tratando de salvar un centro comunitario. Emily asintió, sintiendo una conexión instantánea con el anciano.
—Sí, señor, y quiero decir, Arthur, ese centro es muy importante para nuestra comunidad. Es un lugar donde muchos encuentran esperanza y apoyo. No puedo permitir que sea demolido.
Arthur la observó con admiración. —Tienes un gran corazón, Emily. Eso es algo raro de encontrar hoy en día.
Estoy seguro de que harás cosas maravillosas y mi nieto te apoyará en todo. Henry, que había estado observando la interacción en silencio, comenzó a ver a Emily bajo una nueva luz. Nunca había conocido a alguien tan auténtica y apasionada.
Sus pensamientos se arremolinaban en su mente. —¿De dónde ha salido esta mujer? Es extraordinaria.
—Gracias, Arthur. Sus palabras significan mucho para mí —dijo Emily, sinceramente conmovida. Arthur le apretó la mano con suavidad.
—Recuerda siempre seguir tu corazón, Emily. Y no olvides cuidar de mi nieto. A veces, él olvida lo que realmente importa en la vida.
Emily asintió, sintiendo un calor en su corazón que no había esperado encontrar. —Lo haré, Arthur. Se lo prometo —dijo, sonriendo tiernamente.
Henry, sin saber cómo intervenir, sintió una mezcla de admiración y confusión. ¿Cómo es posible que esta mujer, que apenas conoce, pueda generar tal conexión en tan poco tiempo? Decidió no interrumpir el momento y dejó que la conversación fluyera por un rato, hasta que al fin prorrumpió.
—Emily, tengo que dejarte por un momento con mi abuelo. Necesito atender unos asuntos. Pero estaré de vuelta pronto —dijo Henry, saliendo discretamente de la habitación.
Arthur sonrió al ver a Henry retirarse. —Tiene un buen corazón, aunque no siempre lo muestra. Estoy seguro de que con el tiempo ambos encontrarán su camino.
Emily sonrió, sintiéndose extrañamente tranquila y feliz en la compañía del anciano. —Gracias, Arthur. Realmente.
. . Aprecio su apoyo.
Mientras Henry caminaba por el pasillo, no podía dejar de pensar en Emily. Cada vez más, sentía que había algo especial en ella, algo que nunca había visto en nadie más. Se preguntaba si tal vez esta experiencia le estaba enseñando más de lo que jamás había esperado aprender.
Emily se encontraba en su nueva habitación, rodeada de un lujo que nunca había experimentado. Las paredes estaban adornadas con tapices de seda y el mobiliario incluía una cama con dosel tallado y un vestidor de madera de caoba. Cada detalle estaba pensado para transmitir elegancia y opulencia.
Mientras desempacaba sus cosas, Emily no podía evitar sentir una mezcla de asombro y confusión; tocaba cada mueble, cada objeto, con incredulidad. Preguntándose cómo había llegado a estar en un lugar tan suntuoso, su mente estaba llena de preguntas y dudas, pero también de una creciente curiosidad por el mundo en el que ahora se encontraba. "¿Cómo he llegado aquí?
" pensó mientras sus dedos recorrían la suave superficie del vestidor. "Esto parece un sueño. Todo es tan imposible de creer.
" Perdida en sus pensamientos, fue interrumpida por un suave golpe en la puerta. Una mucama entró con una sonrisa. "Cortes, señorita Thompson, la esperan en un par de horas en la terraza para cenar.
Aquí tiene unos paquetes de parte de su prometido," dijo, entregándole varias cajas elegantes antes de retirarse. Emily abrió las cajas con manos temblorosas. Dentro encontró un lujoso vestido de seda, unos hermosos zapatos de tacón, joyas deslumbrantes y un exquisito perfume.
Viéndose abrumada por tanta generosidad, decidió entrar al baño para prepararse. El baño era una obra de arte en sí mismo, con mármol blanco en todas partes, un gran espejo dorado y una tina antigua ya preparada con un relajante baño de espuma. Emily se sumergió en el agua caliente, cerrando los ojos y tratando de ordenar sus pensamientos.
"No puedo creer todo esto, es demasiado," se dijo a sí misma, dejando que el agua tibia la envolviera. No podía dejar de pensar en el abuelo de Henry, Arthur; su dulzura y sabiduría la habían conmovido profundamente. Se sentía culpable por tener que mentirle, fingiendo una relación que no era real.
"Esto no está bien. Arthur no merece que le mienta, pero no puedo fallarle a Henry y mucho menos al centro comunitario," reflexionaba mientras el agua la relajaba. Después de un rato, salió de la tina y comenzó a vestirse.
Cada prenda, cada accesorio, la hacían sentirse como una princesa. Cuando finalmente estuvo lista, se miró al espejo y apenas se reconoció. La imagen que veía era la de una mujer impresionante, elegante, casi como si perteneciera a la realeza.
Sonrió ante su propia imagen, pero rápidamente la sonrisa se desvaneció. En su mente resonaba un monólogo interno, una advertencia a sí misma: "Emily, no te acostumbres a nada de esto, no es real y te prohíbo enamorarte de Henry. Es solo un contrato, recuerda, son negocios.
" La terraza de la mansión Lancaster ofrecía una vista impresionante del mar, iluminado por la luna y las estrellas. Las luces de la ciudad de Miami se reflejaban en el agua, creando una atmósfera mágica. La mesa estaba bellamente adornada con candelabros de plata, flores frescas y fina porcelana, todo dispuesto con una elegancia impecable.
Emily, con su vestido de seda, los zapatos de tacón y las joyas deslumbrantes, se sentía como una princesa de cuento de hadas. Mientras se dirigía a la terraza, no podía evitar sentirse nerviosa, pero también emocionada. Al llegar, se detuvo un momento para admirar el paisaje y tomar un respiro profundo.
Henry, que estaba esperando en la terraza, levantó la vista y quedó absolutamente impresionado al ver a Emily. No podía creer la increíble belleza que tenía ante sus ojos. Se acercó a ella, atónito, intentando recuperar la compostura.
"Emily, tú… ¡tú estás impresionante! " dijo, tartamudeando ligeramente por la emoción. Emily sonrió con timidez, pero sus ojos brillaban con una luz especial.
"Gracias, Henry. Es todo hermoso aquí. " Antes de que pudieran continuar con la conversación, una figura familiar apareció en la terraza.
Era Arthur, sentado en su silla de ruedas, llevado por uno de sus empleados, con una sonrisa cálida en el rostro. Henry se sorprendió al ver a su abuelo fuera de su habitación después de tantos meses. "Abuelo, no sabía que vendrías," dijo Henry, conmovido por la presencia de Arthur.
Arthur sonrió y asintió. "No podía perderme esta cena tan especial. Quería pasar tiempo con mi nueva nieta," dijo, mirando a Emily con ternura.
Emily se acercó a Arthur, arrodillándose a su lado y tomando su mano. "Arthur, estoy tan feliz de que haya venido. Significa mucho para mí.
" Arthur le apretó la mano suavemente. "Emily, me has dado una nueva razón para sonreír. Tu presencia aquí ha traído un aire fresco a esta casa.
" Henry observaba la interacción con una mezcla de asombro y admiración; nunca había visto a su abuelo tan animado y feliz. Sentía una creciente admiración por Emily, que parecía tener un don especial para tocar los corazones de las personas. "Vamos a sentarnos y disfrutar de la cena," dijo Henry, finalmente recuperando la compostura.
Se sentaron a la mesa y la conversación fluyó con naturalidad. Arthur, con su sabiduría, contó historias de su juventud y de los inicios del consorcio Lancaster. Emily, con su elocuencia y genuino interés, escuchaba atentamente, haciendo preguntas y riendo con sinceridad.
Henry observaba en silencio, maravillado por la facilidad con la que Emily se había integrado en su familia; se sentía atraído por su autenticidad y su capacidad para hacer que todos se sintieran especiales. Sin embargo, una parte de él seguía recordando que todo esto era un contrato, una farsa necesaria para cumplir con la cláusula del testamento. "Emily, quiero agradecerte por estar aquí," dijo Arthur, mirándola con cariño.
"Eres una persona especial y estoy seguro de que harás grandes cosas. " Emily sonrió, sintiendo una cálida emoción en su corazón. "Gracias, Arthur.
" Mí es un honor ser parte de su familia. Mientras que por dentro autocompletaba la frase con gran tristeza, aunque sea por tan corto tiempo, Henry sintió una punzada de culpa al escuchar esas palabras. Sabía que Emily estaba siendo sincera y eso solo hacía que su plan le pareciera más difícil de llevar a cabo.
¿Cómo podría continuar con esta farsa? Sabiendo el impacto que estaba teniendo en su abuelo y en Emily, la cena continuó con risas y conversaciones animadas. Al final de la noche, cuando se levantaron para despedirse, Arthur tomó las manos de Emily y Henry.
"Prométanme que cuidarán el uno del otro. La vida es demasiado corta para desperdiciarla en cosas sin importancia. Lo que tienen aquí, esta conexión, es lo que realmente importa".
Emily y Henry se miraron, ambos conmovidos por las palabras de Arthur. "Lo prometemos, abuelo", dijo Henry, sintiendo una oleada de emociones que no podía identificar. Emily asintió, apretando la mano de Arthur.
"Lo prometo, Arthur. Cuidaré de Henry tanto como pueda". Arthur sonrió satisfecho y luego fue llevado de regreso a su habitación por su asistente.
Emily y Henry se quedaron en la terraza, observando las estrellas en silencio. "Emily, esta noche fue increíble", dijo Henry, finalmente rompiendo el silencio. "Sí, lo fue", respondió Emily con una sonrisa triste.
"Pero no olvides que esto es solo un contrato. Nada de esto es real". Henry asintió, sintiendo una punzada de tristeza.
"Lo sé, créeme, que tengo presente esa realidad, muy a mi pesar". Emily lo miró, sorprendida por sus palabras, pero no respondió; podían ser interpretadas de cualquier manera, así que no valía la pena hurgar en los detalles de un convenio tan fríamente calculado por el bien de ambas partes. A la mañana siguiente, Emily y Henry salieron juntos para elegir los detalles de la boda.
Aunque todo era parte del acuerdo, ambos se dieron cuenta de pronto de que estaban disfrutando en verdad todo ese itinerario, pues no paraban de reír y sentirse tan a gusto. Miami, con su sol radiante y su brisa marina, les ofrecía un entorno perfecto para planear una ceremonia espectacular. Primero visitaron una boutique de vestidos de novia.
Emily, con los ojos brillando de emoción, se probó varios vestidos, cada uno más hermoso que el anterior. Henry, sentado en una silla de terciopelo, la observaba con atención, admirando cada detalle. Finalmente, Emily encontró el vestido perfecto: un diseño clásico de encaje que rezaba su figura con elegancia y gracia.
"Es hermoso, Emily", dijo Henry, genuinamente conmovido. "Te ves increíble". Emily sonrió, sintiendo una cálida satisfacción.
"Gracias, Henry. A veces me olvido de que es un contrato de matrimonio", dijo entre risas contagiosas. Luego visitaron el lugar de la ceremonia, una iglesia antigua con vitrales coloridos y una atmósfera solemne.
Emily quedó encantada con la belleza y serenidad del lugar. "Es perfecto", murmuró Emily, mirando los vitrales que brillaban con la luz del sol. Henry asintió, satisfecho con su elección.
"Estoy de acuerdo, será un día memorable". Pasaron el resto del día eligiendo flores, música y todos los detalles necesarios para la boda. Cada momento estaba lleno de risas y conversaciones amenas, lo que hizo que ambos se sintieran más cómodos y cercanos.
Mientras degustaban un delicioso almuerzo en el restaurante favorito de Henry, decidieron hacer la boda en la playa. Al día siguiente, Henry y Emily se dirigieron al centro comunitario. Henry había acordado comprar la propiedad para evitar su demolición, pero había alguien que se oponía vehementemente a la transacción: Robert Miller, un empresario ambicioso que había planeado construir el centro comercial en ese lugar.
Llegaron al centro comunitario y encontraron a Robert esperando, con una expresión de desdén en su rostro. "¿Qué hacen aquí? ", preguntó Robert, mirándolos con desprecio.
"Este lugar será mío pronto. No hay nada que puedan hacer para evitarlo". Henry, con una calma imperturbable, dio un paso adelante.
"Señor Miller, estoy aquí para informarle que he comprado esta propiedad. No será demolida; este centro comunitario continuará sirviendo a la comunidad". Robert se rió sarcásticamente.
"¿De verdad cree que puede venir aquí cambiar mis planes? Tengo el respaldo de inversores poderosos. Usted no tiene idea con quién se está metiendo".
Henry lo miró fijamente, su voz firme y decidida. "Señor Miller, sé exactamente con quién me estoy metiendo y le aseguro que ni usted ni sus inversores podrán cambiar mi decisión. Esta comunidad merece su centro y haré todo lo que esté en mi poder para protegerlo".
Emily observaba la escena, impresionada por el temple y la determinación de Henry; nunca lo había visto tan seguro y protector. "Esto no ha terminado", dijo Robert, con una mueca de frustración. "Pero me retiraré por ahora".
Cuando Robert se fue, Emily se acercó a Henry, su admiración evidente en su mirada. "Henry, no sabía que podías ser tan imponente". "Gracias por defender el centro comunitario", Henry la miró con una sonrisa suave.
"Emily, esto es solo el comienzo. Prometí ayudarte y lo cumpliré. Pase lo que pase, protegeré este lugar".
Emily sintió un calor en su corazón, una mezcla de gratitud y algo más que no podía identificar. La conexión entre ellos parecía fortalecerse con cada obstáculo superado. Y aunque ambos sabían que su relación era una farsa, no podían negar que algo auténtico estaba floreciendo en medio de todo.
El día de la boda llegó rápidamente. La ceremonia se había organizado en la playa, bajo un hermoso arco de flores, con el mar de fondo creando un escenario idílico y romántico. La brisa marina acariciaba suavemente a los invitados, quienes observaban con expectación el inicio de la ceremonia.
Emily, en su vestido de novia de encaje, caminaba hacia el altar con una mezcla de emociones. Sabía que esta boda era solo un contrato, pero no podía evitar sentir una conexión creciente con Henry y una admiración profunda por Arthur. Henry, con un traje impecable, esperaba al final del pasillo, sus ojos reflejando una mezcla de nerviosismo y determinación.
Cuando Emily llegó… Al altar, el sacerdote comenzó la ceremonia con palabras solemnes y emotivas. Todo parecía estar desarrollándose perfectamente hasta que llegó el momento más tenso de la ceremonia: "Si alguien tiene algún impedimento para que esta unión se realice, hable ahora o calle para siempre", dijo el sacerdote, dirigiendo su mirada a los presentes. El silencio se extendió por unos instantes hasta que Henry, visiblemente nervioso, dio un paso adelante.
"Yo tengo algo que decir", dijo, su voz firme pero con un toque de vacilación. Emily lo miró sorprendida, al igual que todos los invitados. El sacerdote asintió, dándole permiso para hablar.
Henry respiró hondo, reuniendo el valor para continuar. "Emily, cuando empezamos, esto era solo un contrato. Necesitaba casarme para cumplir con la cláusula del testamento de mi abuelo y así poder heredar su legado, y tú necesitabas salvar el centro comunitario.
Todo estaba claro y calculado, pero en este corto tiempo he llegado a conocerte y a admirarte más de lo que jamás imaginé". Los ojos de Emily se llenaron de lágrimas, sin saber qué esperar a continuación. En ese momento, Arthur, desde su silla de ruedas, intervino con voz firme pero cariñosa.
"¿Qué quieres decir, Henry? ", preguntó Arthur, mirando a su nieto con una mezcla de curiosidad y preocupación. Henry se giró hacia su abuelo, sabiendo que debía ser completamente honesto.
"Abuelo, Emily y yo amamos este matrimonio, pero fue idea mía y lo hice solo para cumplir con la cláusula de tu testamento a cambio de ayudarla a rescatar el centro comunitario. Pero ahora me doy cuenta de que lo que siento por Emily es real. No puedo seguir adelante con esta farsa; necesito ser sincero, no solo contigo, sino también con Emily y conmigo mismo".
Arthur, aunque afligido por la revelación, mostró una leve sonrisa de comprensión. "[Música] Henry, tu sinceridad y tu valentía para decir la verdad me llenan de orgullo. Has demostrado madurez y un corazón noble.
Por eso, he decidido eliminar la cláusula del testamento. Ya no tienes que casarte para heredar el legado. Será tuyo.
De todas formas, has demostrado sinceridad y valor, y eso es lo que realmente importa". Emily y los invitados quedaron atónitos ante las palabras de Arthur. Conmovido y agradecido, se volvió hacia Emily.
"Emily, no quiero que esto sea solo un contrato. Me he enamorado de ti, y sé que todo esto puede parecer precipitado, pero quiero intentarlo de verdad, sin conveniencias ni falsedades. Quiero que esta boda sea real, porque lo que siento por ti es real".
Emily, con lágrimas de emoción rodando por sus mejillas, se acercó a Henry. "Henry, yo también he sentido algo verdadero en todo esto. No sé cómo, pero me he enamorado de ti.
Quiero intentarlo de verdad". El sacerdote, con una sonrisa aprobadora, retomó la ceremonia. "Entonces, con el consentimiento de ambos, continuemos con la ceremonia".
Henry y Emily intercambiaron sus votos, esta vez con un significado profundo y sincero. Se prometieron amor y apoyo mutuo, no por obligación, sino porque realmente lo deseaban. Cuando finalmente se besaron, los invitados aplaudieron con entusiasmo, celebrando la unión de dos almas que habían encontrado el amor en medio de un contrato.
Después de la boda, Henry y Emily comenzaron una nueva vida juntos, no como socios en un contrato, sino como pareja. El centro comunitario fue salvado y continuó siendo un refugio para la comunidad. Arthur, con una sonrisa satisfecha, vivió sus últimos días viendo cómo su nieto había aprendido la lección más importante de todas: el amor verdadero es el mayor legado que se puede dejar.
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