Cuando encontré esos archivos, supe que había algo terriblemente mal con la misión Apolo 10. Había visto muchas cosas durante mi tiempo en la NASA, pero nada como esto. Esos secretos debían haberse quedado enterrados en la luna y ahora, mientras observo las sombras en este búnker subterráneo, siento el peso de lo que está a punto de desatarse.
Si hubiera sabido lo que descubriría, nunca habría aceptado esa llamada. Trabajé para la NASA durante años; era mi vida, lo que siempre había soñado. Pasaba mis días entre informes, análisis de datos y reuniones interminables sobre misiones espaciales.
Pero había algo más, algo que no cuadraba. Hacía preguntas que no tenían respuestas, preguntas sobre ciertos archivos clasificados que siempre parecían fuera de mi alcance. Era el año 1993 cuando insistí demasiado; me apartaron, "reasignación" lo llamaron.
Fue una forma elegante de decir que estaba acabado para ellos. Me convirtieron en un paria en mi propio campo; me relegaron a tareas insignificantes, lejos de cualquier investigación relevante. Los rumores se esparcieron, la gente comenzó a evitarme en los pasillos.
Los que alguna vez fueron colegas se convirtieron en sombras que me miraban de reojo. Terminé renunciando. Pero en realidad, me echaron sin que lo dijeran en voz alta.
Pasaron años, años en los que intenté reconstruir mi vida lejos de todo aquello, pero el resentimiento crecía cada día. Entonces, una noche, el teléfono sonó. La voz al otro lado era tranquila, demasiado tranquila.
"Sabemos lo que te hicieron. Queremos que sepas la verdad. " El tipo se presentó como un infiltrado, alguien dentro de la NASA que había visto lo que nadie más había visto.
Me dio las coordenadas de una instalación secreta en el desierto y me dijo que allí encontraría respuestas. Lo pensé durante días, casi lo dejé pasar, pero la rabia fue más fuerte. Reuní a un pequeño grupo de gente como yo, desilusionados en busca de algo a lo que aferrarse.
Nos dirigimos a esa instalación sin saber que estábamos a punto de enfrentarnos a algo mucho peor que la traición de un antiguo empleador. Después de años de ser relegado al olvido, de ser visto como una sombra en el campo en el que alguna vez fui respetado, pensé que mi vida se había reducido a una monotonía insoportable. Pero entonces llegó esa llamada en mitad de la noche.
La voz al otro lado era fría, casi mecánica. Me habló de Apolo 10 y 8, una misión que, según todos los registros oficiales, nunca existió. Pero esa voz sabía demasiado.
Me dio unas coordenadas y me habló de una instalación secreta en el desierto de Atacama, en Chile, un lugar que la NASA usa como fachada para pruebas tecnológicas, pero que en realidad es un búnker repleto de secretos de expediciones espaciales que nunca debieron ser desenterrados. No podía ignorar lo que escuché; años de resentimiento y necesidad de redención bullían dentro de mí. Contacté a Rebecca Langley, una hacker brillante con un pasado en la NASA que, como yo, fue traicionada por la misma institución que solía idolatrar.
Rebecca había trabajado en esa instalación antes de que la apartaran de su puesto por husmear en archivos demasiado sensibles. Ella también tenía cuentas pendientes, y cuando le conté lo que había descubierto, no dudó en unirse. "¿Estás segura de que puedes hackear el sistema de seguridad?
" le pregunté. "Si logré entrar en los servidores de la NASA, esto será un juego de niños," respondió Rebecca con una sonrisa confiada. Juntos comenzamos a planear la infiltración.
Sabíamos que necesitábamos más manos, y no cualquiera. Rebecca contactó a John "Bulldog" Harris, un mercenario con habilidades tácticas que alguna vez trabajó para la NASA, pero no en la forma que la gente imagina. Su trabajo era hacer desaparecer toda evidencia de vida no reconocida: ovnis, rastros extraterrestres, todo debía ser borrado de la faz de la tierra antes de que la prensa o cualquier civil pudiera siquiera sospechar.
Bulldog había visto cosas que la mayoría solo se atreve a imaginar y, ahora, con su vida convertida en una espiral descendente, estaba dispuesto a aceptar cualquier trabajo que le diera un propósito, incluso uno suicida. "¿Qué hay para mí? " preguntó Bulldog mientras limpiaba su arma.
"Una oportunidad para redimirte, para hacer algo que valga la pena," le dije, sabiendo que esas palabras resonarían en él. Luego estaba el doctor Marcus Henderson, un antiguo colega mío que aún estaba atrapado dentro de la NASA. Nos habíamos distanciado después de mi caída, pero siempre supuse que él seguía teniendo dudas, preguntas que no podía formular sin arriesgar su propia carrera.
Cuando le hablé de lo que había descubierto, su silencio al otro lado de la línea me dijo todo lo que necesitaba saber. Marcus quería ayudar, aunque significara traicionar a la institución a la que había dedicado su vida. "¿Estás seguro de esto, Marcus?
" le pregunté, sabiendo el riesgo que estaba tomando. "Nunca estuve más seguro de nada," respondió con una determinación que no había visto en años. Eva Sandoval, una periodista independiente, fue la siguiente en unirse.
Eva había dedicado años a tratar de sacar a la luz la verdad sobre los avistamientos de ovnis y otras actividades sospechosas de la NASA. Cada vez que una de sus historias estaba lista para ser publicada, algo sucedía: sus fuentes desaparecían, sus artículos eran desacreditados como simples historias. Estaba cansada de que sus esfuerzos fueran en vano y, cuando la contacté, vi en sus ojos la misma determinación que sentía en mi interior.
Por último, reclutamos a Leonard "Lenny" Givens, un ingeniero retirado que había ayudado a construir las primeras instalaciones lunares. Fue injustamente despedido después de un mal cálculo que provocó un accidente en una de las cámaras contenedoras. Lenny había sido apartado de lo que amaba y esa herida aún no había sanado.
La oportunidad de regresar, de corregir el error que lo había desterrado, era algo que no podía rechazar. "Esto no es solo por mí. " Leni es por todos los que alguna vez creyeron en lo que hacíamos, le dije, y él asintió que esa era la verdad.
Así, con un equipo tan diverso como peligroso, nos embarcamos en una misión que sabíamos que podría ser la última. La verdad estaba oculta en ese búnker en el desierto de Atacama, y estábamos dispuestos a desenterrarla sin importar el costo. Entrar en la instalación fue más fácil de lo que pensábamos, pero sabíamos que estábamos caminando en terreno peligroso.
Rebeca desactivó las medidas de seguridad desde una camioneta que habíamos escondido a varios kilómetros de la base, oculta entre las dunas. Mientras tanto, John "Bulldog" Harris usó sus contactos para que un amigo suyo que manejaba camiones de suministro nos metiera como parte de un envío de alimentos. Nadie cuestiona mucho cuando creen que solo llevas víveres para los empleados de una base secreta en medio del desierto.
Recuerden, una vez dentro no habrá vuelta atrás, nos advirtió Bulldog. Mientras nos preparábamos para entrar, una vez dentro, el calor sofocante del desierto fue reemplazado por un aire frío que me puso los pelos de punta. El lugar había cambiado mucho desde la última vez que Rebeca estuvo allí.
Según lo que nos había contado, lo que antes era un simple búnker subterráneo ahora estaba lleno de tecnología extraña, como sacada de una película de ciencia ficción, y los guardias: había muchos más de los que esperábamos, todos armados hasta los dientes. Algo muy importante estaba pasando allí, algo que necesitaba un nivel de seguridad altísimo. Esperamos el relevo de la guardia para movernos; la adrenalina me tenía al borde.
Cada ruido parecía un peligro. Avanzamos por los pasillos, anotando mentalmente todo lo raro que veíamos. Las paredes metálicas reflejaban nuestras sombras distorsionadas, como si el propio edificio nos estuviera observando.
Entonces, vimos las cámaras de contención; eran enormes, alineadas en una sala que parecía no tener fin. Dentro de ellas, criaturas que nunca había visto, sus cuerpos eran deformes, parecían alienígenas. Verlas me revolvió el estómago; eran seres que no debían existir, pero ahí estaban, atrapados a solo unos metros de nosotros.
—Esto es, esto es imposible —dijo Marcus, su voz temblando. Seguimos adelante, buscando la oficina que Rebeca había identificado en los planos. Marcus y Lenny se encargaron de abrir la puerta.
Encontramos grabaciones de voz, susurros en lenguas que no reconocimos, pero que no eran humanas. Los documentos describían experimentos inhumanos, vivisección, pruebas de resistencia, intentos de comunicación con entidades que no entendíamos. Quedó claro que las misiones Apolo 10 y 8 no fueron solo una exploración lunar; habían encontrado algo en la luna, algo que nunca debió haber sido traído de vuelta.
Mientras revisaba frenéticamente los archivos, la doctora Evelyn Chambers entró en la sala. Su presencia era inquietante, pero en ese momento estábamos demasiado concentrados en la información como para notar su actitud; se acercó a la pantalla y miró la grabación con una expresión inescrutable, como si todo aquello no fuera una sorpresa para ella. —No debieron haber traído esto de vuelta —murmuró Chambers, más para sí misma que para nosotros.
La doctora Chambers comenzó a hablar; su voz era extrañamente calmada. Nos reveló que la NASA había tenido contacto con estos seres mucho antes de Apolo 18. No solo eran capaces de entendernos, sino que también podían hablar nuestra lengua.
Eran una especie tan avanzada que, según ella, podían ridiculizar a los más grandes filósofos de nuestro planeta. Pero había algo en su tono, algo que me puso en alerta. Empezó a hablar de puertas que nunca deberían haberse abierto, de conocimientos que era mejor dejar enterrados.
—Hay cosas que es mejor no saber —dijo, su voz sonando cada vez más distante mientras seguíamos investigando. Noté que la doctora Chambers se volvía más extraña, más distante. Ya no parecía la aliada que nos había ayudado desde el principio; había un brillo en sus ojos que no podía descifrar, como si supiera algo que nosotros no.
Empezaba a mostrar su verdadera naturaleza y, aunque no quería admitirlo, sabía que algo no andaba bien. Habíamos abierto una caja de Pandora y comenzaba a preguntarme si no habíamos cometido un error fatal al entrar en esa instalación. Finalmente, encontramos lo que habíamos estado buscando.
Entre los archivos polvorientos y las grabaciones en cintas viejas, dimos con los datos de la misión Apolo 18. Nos sentamos alrededor de una pequeña pantalla, ansiosos y nerviosos, y comenzamos a ver la grabación. Lo que vimos nos dejó helados.
Los astronautas de Apolo 18 habían encontrado algo en la luna, algo que nadie esperaba. La cámara mostraba un paisaje desolado hasta que, en la distancia, apareció una estructura: era un templo oscuro, alienígena, hecho de un material que no pudimos identificar; no pertenecía a este mundo. Los astronautas entraron; sus respiraciones eran lo único que rompía el silencio.
Adentro, encontraron formas de vida que nunca habían visto, criaturas que no podían ser de la Tierra. La grabación se volvió caótica; los astronautas gritaban, la cámara temblaba y luego, silencio: desaparecieron sin dejar rastro. En ese momento, entendimos que la NASA había ocultado algo terrible.
Los documentos que encontramos confirmaron nuestros peores temores: la NASA había intentado usar a estas criaturas para obtener una ventaja en la Guerra Fría; querían usarlas como armas o como fuente de conocimiento superior. Pero el proyecto salió terriblemente mal. No solo no pudieron controlar a las criaturas, sino que también causaron la desaparición del equipo lunar.
La doctora Chambers se acercó a la pantalla y miró la grabación con una expresión inescrutable, como si todo aquello no fuera una sorpresa para ella. —No debieron haber traído esto de vuelta —murmuró Chambers, más para sí misma que para nosotros. La doctora Chambers comenzó a hablar; su voz era extrañamente calmada.
Nos reveló que la NASA había tenido contacto con estos seres mucho antes de Apolo 10 y 8. No solo eran capaces de entendernos, sino que también podían hablar nuestra lengua. Eran una.
. . Especie tan avanzada que, según ella, podrían ridiculizar a los más grandes filósofos de nuestro planeta.
Pero había algo en su tono, algo que me puso en alerta. Empezó a hablar de puertas que nunca deberían haberse abierto, de conocimientos que era mejor dejar enterrados. "Hay cosas que es mejor no saber", dijo, su voz sonando cada vez más distante mientras seguíamos investigando.
Noté que la doctora Chambers se volvía más extraña, más distante; ya no parecía la aliada que nos había ayudado desde el principio. Había un brillo en sus ojos que no podía descifrar, como si supiera algo que nosotros no. Empezaba a mostrar su verdadera naturaleza y, aunque no quería admitirlo, sabía que algo no andaba bien.
Habíamos abierto una caja de Pandora y comenzaba a preguntarme si no habíamos cometido un error fatal al entrar en esa instalación. Creíamos que teníamos suficiente evidencia para exponer la verdad; estábamos listos para salir de esa instalación y llevar lo que habíamos encontrado al mundo. Pero justo cuando comenzábamos a empaquetar los archivos, las puertas se abrieron de golpe y nos vimos rodeados por las fuerzas de seguridad de la base.
Todo sucedió en cuestión de segundos; nos gritaban que nos tiráramos allí, de pie, pero ya no con esa actitud ambigua que había mostrado hasta ahora. Se veía fría, distante, y cuando abrió la boca, lo entendimos todo. Nos contó que ella había sido parte de la misión Apolo 10:8, era una de las pocas sobrevivientes y que había hecho un pacto oscuro con esas criaturas en la luna.
Según ella, ese pacto le había permitido mantener su poder y su posición en la NASA durante todos estos años. —¿Por qué? —pregunté, sintiendo que todo se desmoronaba.
—Porque hay cosas más grandes que tú y que yo, cosas que necesitan control —respondió con una frialdad que me heló la sangre. Todo había sido una trampa; nos había guiado desde el principio, pretendiendo ser nuestra aliada, pero su intención siempre había sido entregarnos a las criaturas como sacrificios. Decía que era la única manera de mantener un frágil equilibrio entre nuestro mundo y el de esas entidades extraterrestres.
Mi mente apenas podía procesar lo que estaba diciendo. Nos había llevado directamente a nuestras propias tumbas. De repente, el caos estalló.
John "Bulldog" Harris, con la furia de un hombre sin nada que perder, se lanzó contra los guardias. Su experiencia en combate era evidente y, aunque logró derribar a varios de ellos, la lucha fue feroz. Las balas volaban por todas partes, rebotando en las paredes metálicas del búnker.
Harry se enfrentó a los hombres de seguridad con todo lo que tenía, pero no fue suficiente; recibió varios disparos y cayó gravemente herido, pero no antes de darnos una oportunidad para intentar escapar. —¡Corre! ¡Se va a acabar!
—gritó Harris mientras caía al suelo, cubierto de sangre. Mientras la batalla se desataba, otro sonido aterrador llenó el aire: las cámaras de contención de las criaturas empezaron a abrirse. Las criaturas, esas cosas que no pertenecen a nuestro mundo, estaban siendo liberadas.
Podía sentir el terror apoderándose de mí, pero también sabía que no había tiempo para eso. Estábamos atrapados entre la seguridad de la base y esas entidades que no debían existir. En medio de todo ese caos, la doctora Chambers observaba con una fría satisfacción en su rostro; para ella, esto era solo el cumplimiento de su plan.
Para nosotros, era una pesadilla de la que tal vez no saldríamos vivos. Nos quedaban pocos. John "Bulldog" Harris y Leonard Givens habían caído, sacrificándose para darnos una última oportunidad.
Estábamos agotados, heridos y rodeados por criaturas que nunca debieron haber sido liberadas. La doctora Chambers, de pie frente a nosotros, nos miraba con una mezcla de desprecio y satisfacción; para ella, ya estábamos muertos desde el momento en que cruzamos las puertas de esa instalación. Con una frialdad que me heló la sangre, la doctora Chambers comenzó a hablar; reveló que la NASA siempre había sabido de los riesgos, que habían sacrificado a las tripulaciones de Apolo 10 y 8 para obtener el poder alienígena que esas criaturas poseían.
Todo había sido planeado desde el principio; las vidas humanas eran un pequeño precio a pagar por el poder y el conocimiento que buscaban. —Eran peones, igual que ustedes —dijo, sin rastro de remordimiento. Sabíamos que no podíamos razonar con ella, que estaba completamente consumida por su pacto con esas criaturas.
Con un movimiento rápido, intentó provocar a los monstruos que ya estaban fuera de sus cámaras contenedoras, intentando dirigirlos hacia nosotros, buscando que nos destruyeran de una vez por todas. Pero yo no estaba dispuesto a morir allí, no sin pelear hasta el final. En ese momento de desesperación, recordé la granada de humo que había guardado, esperando el momento adecuado para usarla.
Este era el momento. La solté en el suelo y una nube densa y blanca llenó la sala. La confusión que siguió nos dio una oportunidad.
Mientras la doctora Chambers gritaba de furia, tratando de controlar la situación, corrimos hacia la salida. —¡Rápido, por aquí! —grité, guiando a los demás hacia la única salida que quedaba.
Pero ella no iba a dejar que escapáramos de las criaturas que ella había desatado. Pero el costo fue alto. John "Bulldog" Harris y Leonard Givens no sobrevivieron; habían dado todo lo que tenían en esa batalla final, sacrificándose para asegurar que esas criaturas y la doctora Chambers no pudieran continuar su terror.
La instalación estaba en total caos y, mientras los pocos que quedábamos corríamos por nuestras vidas, no podía evitar sentir una mezcla amarga de triunfo y pérdida. Habíamos destruido a la doctora Chambers y a esos seres desconocidos, pero a un precio que tal vez no valía la pena pagar. Logramos escapar por poco.
Marcus, Eva y yo salimos de esa instalación heridos y agotados, pero vivos. Rebeca, que había estado afuera monitoreando todo, nos ayudó a salir en el último momento. Llevábamos con nosotros un dispositivo que.
. . Contenía la verdad sobre Apolo 10 y 8 y las criaturas que habían traído de la luna.
Sabíamos que lo que habíamos descubierto cambiaría todo, pero también sabíamos que nuestras vidas nunca volverían a ser las mismas. La verdad tenía que salir a la luz, pero hacerlo pondría nuestras vidas en peligro. Aún así, decidí intentarlo.
Con la ayuda de Rebeca, enviamos un mensaje encriptado a varios medios de comunicación con la esperanza de que alguien, en algún lugar, lo recibiría y se atrevería a publicarlo. Pero antes de que esos mensajes pudieran llegar a su destino, fueron interceptados por los servicios secretos de los Estados Unidos, la NASA, y aquellos que controlaban los secretos. Más no permitirían que la verdad saliera a la luz tan fácilmente.
“No puede ser”, murmuró Rebeca al ver que los mensajes no habían llegado a su destino. “Lo intentamos, ahora tenemos que prepararnos para lo que viene”, le respondí, sabiendo que lo peor estaba por llegar. Con el tiempo, uno por uno, mis compañeros fueron cazados.
Marcus y Eva, ambos fueron eliminados para asegurarse de que la verdad permaneciera oculta. Rebeca, al estar fuera de la instalación, logró mantenerse escondida por más tiempo, pero eventualmente también fue atrapada. Me convertí en el último sobreviviente de nuestro equipo.
Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que vinieran por mí también, pero no iba a quedarme de brazos cruzados. He pasado años en las sombras, escondiéndome y esperando el momento adecuado. El mundo merece saber lo que realmente sucedió, lo que la NASA ha estado ocultando todo este tiempo.
El secreto se ha convertido en un susurro, un rumor que no se puede seguir silenciando, y sé que pronto, muy pronto, ese terrible secreto saldrá a la luz, revelando lo que muchos sospechan, pero pocos se atreven a creer. “No pueden esconder esto para siempre”, susurré para mí mismo, preparándome para lo que debía hacer. No puedo decir cuánto tiempo más podré mantenerme oculto, pero una cosa es segura: lo que encontré, lo que descubrimos en esa instalación, será revelado.
La verdad es inminente y, cuando salga a la luz, no habrá forma de detenerla.