El vagón estaba vacío, el tren estaba detenido. No era ninguna estación que conociera, no había nombre en los letreros, ningún mapa. Paredes sucias con manchas viejas, todo parecía como abandonado.
Y lo peor es que las puertas seguían abiertas como si estuvieran esperando a que yo bajara. Muy buenas noches a la mejor comunidad del mundo. A ti que estás escuchando esto solo en tu cuarto con las luces apagadas, haciéndotea, qué hacer, lavando los platos o el transporte de vuelta a casa, a ti te damos la bienvenida a un episodio distinto, uno que que nace de la duda del desconcierto, de esos momentos que parecen normales hasta que algo no encaja.
Esta noche no hablaremos de casas embrujadas ni de apariciones conocidas. Esta noche hablaremos de algo más extraño, de errores, de grietas, de fallos en la realidad y apariciones extrañas que podrían parecer simples confusiones, si no dejaran huellas tan profundas, tan importantes. Relatos de personas que aseguran haber vivido algo imposible, algo que no encaja con el mundo como lo conocemos.
Historias que pueden parecer absurdas, pero que si les prestamos atención, si las escuchamos con calma y con la mente abierta, nos dejan con una sensación distinta a lo que haría cualquier historia de fantasmas o de brujas, porque estas nos recuerdan que es la realidad. Tal vez y solo tal vez no es tan estable como creemos, como confiamos que sea. Es momento de apagar la luz, ponerse cómodos y entrar en los siguientes relatos de la noche.
Hace poco me junté con unos amigos de la prueba, no con todos, claro. Ya saben cómo es esto. Tenemos entre 35 y 36 años.
Algunos se casaron, otros se fueron a otro estado, algunos hasta del país y no faltan los que ya ni contestan. Pero de vez en cuando coincidimos varios y ese día, después de mucho tiempo, se armó bien con casi todo el grupo de amigos. La reunión fue en la casa de Edgar, en la misma donde nos juntamos tantas veces.
Llevamos años sin vernos algunos. Entre cervezas y anécdotas empezamos a recordar todo, las clases, las canciones que escuchábamos, los profes locos, todo. Fue una noche muy buena y me la pasé riendo.
Por un rato me olvidé de todo lo que traía encima hasta que salió el tema de una fiesta en Cuernavaca. Historias que a mí no me parecían tan entretenidas porque todos la mencionaban como el recuerdo de la prepa, pero yo no había ido. Y recuerdo un comentario de Javier que primero me sonó como una equivocación.
Lo dijo rápido. ¿Se acuerdan cuando el Moi se apareció de pronto en la fiesta sin cooperar y sin llevar nada? No más llegó tarde y todos se empezaron a reír.
Se estaba refiriendo a mí. Yo no dije nada. Pensé que hablaban de otra persona que se había confundido.
Pero luego alguien más dijo, "Claro, con aquel carro que apenas andaba, ese que se escuchaba kilómetros anunciando que ya estaba por llegar. ¿Te acuerdas muy? " Y me señaló.
Ahí fue cuando los detuve, cuando les dije, "No, creo que me están confundiendo, pero bueno, suena que sí estuvo buena su fiesta. Se hizo un silencio leve, como de incomodidad, pero luego se rieron. Pensaron que yo estaba bromeando, que que quería hacerme el chistoso, pero insistí.
No, no, no, neta. ¿Cuándo fue eso? Yo nunca fui con ustedes a Cuernavaca.
Yo nunca en mi vida he ido a una fiesta a Cuernavaca. Y ahí fue cuando empezaron a hablar todos, que como que no, que fue en el puente del 2008, que nos fuimos todos en dos coches, que la casa era de un primo de Irene, que yo llegué tarde cuando ya todos andaban bien entonados, corría mucho chevy también de lo que se fuma. Ah, andaban tan mal que me alucinaron.
Entonces, dije, pero nadie se rió. Todos seguían intentando convencerme. Yo los veía uno por uno.
Todos lo decían con tanta seguridad que me empecé a sentir mal. Pero yo me acuerdo perfectamente de ese fin de semana. Estaba en Veracruz.
Mi abuela estaba grave. Toda mi familia se había reunido allá y no fue un viaje cualquiera. Fue un momento bastante difícil de esos que no se te borran nunca.
Les dije eso. Les dije que yo tenía fotos, mensajes, lo que quisieran, que yo estuve en Veracruz en ese momento, no en Cuernavaca. Pero ellos insistían que me estaba haciendo loco, que quizás era yo el que me había fumado algo, que me había puesto tan borracho que no me acordaba, pero yo ni siquiera tomo así.
Nunca lo he hecho y menos en esa época. Ya estaba por dejarlo pasar. Pensé que quizás era una broma que me estaban jugando entre todos, no sé, algo que se les ocurrió.
Pero un par de horas más tarde, justo cuando estábamos por irnos, se me acercó Irene. Ella me gustaba mucho en la prepa. Nunca pasó nada, pero siempre me pareció especial.
Y ese recuerdo era muy bonito. De hecho, la recordaba más a ella que a las novias que sí tuve. Me daba mucha nostalgia eso que no fue.
Y ahora, tantos años después, se me acercó con esa misma sonrisa de entonces, pero con una mirada distinta. "Tú sí estuviste," me dijo. "Te juro que no le contesté.
Es que fue una noche muy bonita, al menos para mí. Por eso me acuerdo tanto, Moy me dijo, "Yo me sentí extraño, como si me estuvieran hablando de otra vida, de otra versión de mí. " Entonces sacó su celular, abrió Facebook, se fue a su perfil, a sus álbumes viejos, a los de cuando todos subíamos 20 fotos por día y me dijo, "Mira, me hiciste volver a entrar a Facebook después de hace mucho tiempo, pero ve, ahí estaba la foto.
Ella, yo y varios de mis amigos abrazados con ropa de calor en un jardín, todos riendo. Yo estaba ahí en medio con el brazo alrededor de Irene con una playera azul marino que nunca he tenido con un vaso en la mano. Le pregunté que cuándo había subido eso.
Ese mismo puente. El domingo que regresamos. Mira.
Y me enseñó la fecha del post. Primero de febrero de 2008. Me quedé sin palabras.
Ese día yo estaba con mi familia en un hospital en Veracruz. Lo sé perfectamente, lo recuerdo perfectamente, no solo por el dolor de esos días, sino porque no había forma de que me escapara una fiesta. No había forma de que estuviera en dos lugares al mismo tiempo.
Y sin embargo, la foto ahí estaba con mi cara, con mi cuerpo, con mi sonrisa, con mis amigos. No supe qué decirle. Ella solo me abrazó y me dijo, "No sé por qué lo niegas, pero no importa.
" No he vuelto a hablar con nadie de eso. No he vuelto a ver esa foto. Borré mi Facebook hace unos años, pero a veces la recuerdo y no sé qué es más raro.
Si la imagen en sí o la certeza absoluta que tengo de que yo nunca estuve ahí, que todos estén convencidos menos yo, y que esa otra versión de mí que vivió esa noche no me pertenece. Hola, me llamo Julián Briseño, tengo 22 y esta es la primera vez que escribo algo para relatos a la noche, aunque llevo meses escuchando el podcast con mi novia. Ella fue la que me insistió en que mandara esto porque dice que es el tipo de historia que podría quedar bien aquí.
Y es que yo la verdad no sé si es paranormal o no, pero sí es lo más raro que me ha pasado en la vida. Cada vez que lo cuento, noto como la gente deja de hacer lo que estaba haciendo para poner atención, como si por dentro también sintieran que algo de esto no está bien, no cuadra, como si realmente fuera algo sobrenatural. Esto me pasó hace un par de años, cuando yo tenía 20.
Todavía vivía con mis papás en una zona alejada del centro, una colonia tranquila y segura, pero demasiado lejos de todo. Aquella noche salí con unos amigos. Íbamos a una fiesta cerca del centro y como ya sabíamos que íbamos a acabar tarde, desde días antes, les pedí a mis abuelos que si podía quedarme a dormir en su casa, que quedaba unas cuadras de ahí.
Mis abuelos siempre me han consentido mucho. Me dijeron que sí, que me llevara mi llave, que ellos iban a dejar la puerta con seguro por si llegaba después a que se fueran a dormir. Yo ya sabía que iba a llegar tarde, por lo que les dije que mejor no me esperaran.
Salí, me perdí con mis amigos, se me fue la noche y cuando me di cuenta eran más de las 6 de la mañana. Me dio mucha pena. Nunca me había pasado, pero igual me dirigí caminando hasta la casa de mis abuelitos.
Todavía estaba un poquito oscuro. Cuando llegué como a la media hora, toqué la puerta con cuidado, pero ya estaba abierta, lo que me indicaba que ya se habían despertado. Me dio pena porque seguramente estarían preocupados.
Ya habría notado que no llegué a dormir. Entré y los escuché platicando en la cocina muy animadamente. En mi mente agradecí que no estuvieran preocupados por mí.
Estaban sirviendo café, pero cuando me vieron entrar se quedaron como congelados con una cara de horror que aún tengo bien grabada en la memoria. No como cuando te sorprendes de que alguien llegue sin avisar. No, se asustaron de verdad.
Mi abuela se agarró el pecho y mi abuelito dijo, "Tú qué haces aquí. " Yo me saqué de onda. Les dije que ya les había avisado que iba a quedarme a dormir ahí, que mis papás también les habían recordado apenas el día anterior.
Les pregunté si lo habían olvidado. Mi abuelo me vio muy serio y me contestó, "Sí, sí, nos dijeron, pero por eso te estuvimos esperando. Por eso no cerramos la puerta anoche hasta que ya nos fuimos a dormir.
Entonces, ¿qué tiene? ", le dije yo. Aquí estoy.
Ya llegué. Y ahí fue cuando mi abuela dijo algo que todavía me cuesta mucho trabajo repetir. Hijo, pero si tú ya llegaste anoche.
Yo me reí. Pensé que era una broma, pero no estaban bromeando. Estaban completamente serios, confundidos, muy nerviosos.
Me explicaron que cerca de la medianoche habían escuchado que entré, que mi abuelo vio desde la sala mientras veía la tele cuando pasé al cuarto de visitas. Mi abuela todavía me preguntó desde la cocina si quería algo de cenar y que yo o esa persona que se veía como yo le contestó desde dentro de la habitación. No, gracias, solo tengo sueño.
Me voy a dormir. Mi abuelo incluso dijo que notó que tenía puesta la misma ropa con la que estaba yo parado ahí horas después. La misma chamarra.
Les pregunté si estaban seguros. Me dijeron que sí, que no solo lo vieron entrar, sino que en la mañana, un poco antes de que yo llegara de verdad, se habían acercado a la puerta del cuarto y le preguntaron si quería desayunar. Desde dentro escucharon que yo dije, "Ahora salgo.
" Pero apenas unos minutos después llegué yo. No sabían qué pensar y yo tampoco. Les dije que no había forma de que eso estuviera sucediendo, de verdad, que yo me quedé en la fiesta hasta el amanecer, que no me había ido antes, que que no tenía una copia de mí dando vueltas por ahí.
Así que fuimos juntos al cuarto de visitas. No tiene ni idea, comunidad del terror con el que caminamos hacia allá. Todo estaba como si alguien hubiera dormido ahí.
La camundida, la colcha movida y algo muy raro, la puerta del baño estaba entreabierta con vapor aún en él, como si hubiera estado abierta la llave del agua caliente. Yo tenía una sensación muy rara. Podía sentir que alguien había estado ahí.
Es algo muy difícil de explicar, pero lo sentía y mi abuelo también lo notó. Nos volteamos a ver, revisamos todo. No había nadie, nada, solo ese cuarto con signos de que alguien había pasado la noche ahí, como si yo lo hubiera hecho, aunque yo no lo hice.
Y en ese momento, y esto pudo haber sido mi imaginación, pero escuché a lo lejos la puerta de la casa, la puerta de la entrada, como si alguien hubiera salido de ahí. Nos quedamos todos por un buen rato callados, sin saber qué decir. Después de eso, no pasó nada más.
No se volvió a repetir. No desapareció nadie. No hubo ninguna manifestación extraña más, solo eso.
Me acuerdo de esa escena como parte de un sueño. Yo viéndolos, mis abuelos viéndome a mí y esa duda clavada entre los tres. ¿Quién fue ese que llegó primero que yo?
Eso que llegó en la noche. Esto me pasó hace unos meses, comunidad. Y aunque ya pasó un buen rato, sigo sin saber qué pensar.
No tengo forma de explicarlo, pero sí sé que fue real, porque yo estuve ahí, porque yo le escuché. Me llamo Mauricio y vivo con mi esposa Leslie. Estamos esperando a nuestro primer bebé.
tiene 7 meses de embarazo y la verdad es que la hemos pasado bien. Ha sido un proceso difícil, pero lleno de aprendizajes. A veces hay antojos a desesoras, claro, pero todo normal.
Nada de lo que uno no esté dispuesto a hacer si ama a la persona con la que está formando una familia. Esa noche de la que les voy a hablar eran como las 11:15 cuando Leslie me dijo que tenía mucho antojo de unas fresas con crema. No teníamos nada dulce en la casa y yo le dije que mejor se esperara para mañana.
Pero insistió con esa vocecita que pone cuando no quiere otra cosa más que eso. Se veía muy cansada, pero contenta. Así que acepté.
¿Cómo decirle que no? Vivimos en una colonia tranquila, pero solitaria, cuando ya es tarde. Aún así, me subí al coche para ver si encontraba algo abierto.
Sabía que al menos una tienda abierta 24 horas estaba como a 10 minutos de ahí. Busqué opciones en el mapa de mi teléfono y lo conecté al carro, pero no encontraba nada. De todas formas, lo dejé abierto en la pantalla del tablero y me aventuré a buscar.
Y mientras avanzaba por una calle oscura, casi llegando a la tienda, el mapa desapareció de la pantalla de mi carro. Estaba entrando una llamada. Era ella, mi esposa.
Contesté inmediato pensando que se había arrepentido, que ya no quería nada o que se había acordado de algo más. Pero apenas contesté, me di cuenta de que algo no estaba bien. La señal era muy mala.
Su voz apenas escuchaba como entrecortada, como si no me hablara a mí directamente, como si estuviera pensando en voz alto, como si no supiera que alguien más lo escuchaba. No vuelvas. Por favor, no vuelvas.
No regreses, Mauricio. Pase lo que pase y no regreses a la casa. Cuando dijo eso, se cortó.
La pantalla regresó al mapa. Sentí mucho miedo y una incomodidad extraña, y volví a la casa lo más rápido que pude. Ni siquiera pensé en esperar.
Me di la vuelta de inmediato. Aceleré con el corazón en la garganta. No sabía si la habían asaltado, si alguien se había metido a la casa.
Solo pensaba en llegar lo más rápido posible. Cuando entré en la puerta estaba cerrada, todo en silencio. Por un segundo me asusté más, pero entonces escuché la televisión.
Ella estaba ahí sentada en el sillón viendo una película. Me sonrí al verme con cara de y mis fresas. Me preguntó si no había encontrado nada.
Yo no supe qué decir. Me acerqué, le quité el teléfono de las manos y le pregunté, "¿Por qué me llamaste así? " Ella se sacó de onda.
Me dijo que no me había llamado, que estaba viendo la película desde que me fui. Le pedí que abriera el historial de llamadas porque no le creí, pero no había nada. Ninguna llamada, ninguna llamada saliente desde hacía horas.
Nada. Le conté todo, cómo la escuché, cómo sonaba su voz, cómo se cortó. Ella se puso pálida, se le notaba el miedo.
Me pidió que por favor ya no saliera otra vez, que cerráramos todo, que nos fuéramos a dormir. Creía que era una señal o algo parecido. Me dijo que seguro fue un mal sueño, que que yo estaba cansado, pero no lo dijo convencida, lo dijo como si quisiera convencerse a sí misma.
Se fue al baño un momento. Yo me quedé en la cocina preparando un té para los dos. Necesitaba calmarme.
Escuchaba la tetera calentando el agua cuando escuché tres golpes muy claros en la puerta principal. Me paralicé. Fueron suaves, pero firmes, como si alguien supiera que estábamos ahí.
Unos segundos después, ella salió del baño y me preguntó si yo también había escuchado eso. Asentí. Nos acercamos despacio al pasillo.
Desde una de las ventanas del frente intentamos mirar, pero no se veía nadie afuera. Ni un coche en la calle, ni un ruido. Esperamos varios minutos, nada.
Aseguramos la puerta, cerramos bien todas las ventanas, dejamos dos lámparas encendidas y subimos a la recámara. Esa noche no dormimos, solo nos quedamos ahí juntos sin hablar mucho, viendo hacia la puerta cerrada, escuchando por si volvía a pasar algo. Pero no pasó nada más, solo ese miedo, ese miedo tan real que no nos soltó hasta que empezó a amanecer.
No hemos vuelto a escuchar nada y seguimos esperando este bebé con todas las ganas del mundo. Ya tenemos al menos una historia muy extraña del embarazo de cuando lo esperábamos que contarle. Dios los bendiga, comunidad.
Gracias por seguir con nosotros, comunidad. Hasta ahora lo que hemos escuchado no es fácil de digerir y lo sé. Historias de double gangers o duplicados de advertencias imposibles, de versiones de nosotros mismos que aparecen donde no deberían estar y todas con algo en común.
la certeza de que algo se salió de su lugar por un momento, de que cerca de nosotros, muy cerca, hay cosas que no deberían existir. Antes de continuar, les recuerdo que aún pueden encontrar mi libro Relatos de la noche en su librería favorita o en línea, casi en cualquier lugar donde suelan comprar libros. Por acá les voy a dejar un enlace en la descripción de este episodio.
Compren el que se topen si encuentran la primera edición, ya son muy pocas. Y si encuentran la edición especial, acuérdense que tiene una historia extra, un cuento más que escribí recientemente que me encantaría que leyeran. Si ya lo hicieron, por favor, no duden en comentarme qué les pareció, porque me interesa mucho, mucho saber su opinión.
Es un cuento que tiene todo el clima, todo el entorno de historias que quiero seguir explorando, ojalá en un segundo libro o en una novela, ya lo veremos. Pero bueno, se ha acabado el descanso. Espero que hayan tomado aire porque lo que viene a continuación no es menos inquietante.
Es uno de esos relatos que no sabes si clasificar como sobrenatural o simplemente como un error en el tejido de lo real. Pero una cosa es segura, después de escucharlo, no volverás a verte en el espejo de la misma forma. Continuamos.
Hola a todos, me llamo Sofía y tengo 29 años. Trabajo en diseño gráfico, pero la mayor parte del tiempo me siento más como recepcionista de pendientes. Atiendo juntas, entrego propuestas, resuelvo problemas y últimamente sobrevivo como puedo.
Creo que por eso esto me pegó como me pegó, porque cuando uno está tan distraído, tan metido en su propia rutina, no espera que la realidad le juegue una mala pasada. Esto pasó hace un par de semanas, un viernes por la tarde. Estaba regresando a casa después de una jornada larga, cansada, con hambre y muy de malas.
Me bajé del metrobús y entré a una tienda que está a tres cuadras de mi depa. La conozco bien. He ido ahí mil veces.
Puedo encontrar las cosas a ciegas a pesar de su gran tamaño. A medias entre un Oxo y un súper. Iba por algo sencillo, un suero, unas papas y algo dulce.
lo que me hiciera sentir menos miserable ese día. Había dos personas en la fila. Me puse detrás, saqué mi celular y empecé a revisar mensajes.
Estaba tan ensimismada que no me di cuenta de lo que pasaba en mi alrededor hasta que se abrió la puerta del otro lado, la que da a la calle, la que casi no se usa. Y por un segundo todo se me detuvo. Entró una mujer con jeans claros, una camiseta negra.
y una sudadera gris, una mochila azul que ya se está desilachando de un lado, igual a la mía. Y el mismo peinado, el mismo fleco, el mismo todo. Era yo.
Lo pensé así como un relámpago. Era yo. Y ella.
Yo también me vio. Nos quedamos mirándonos por un segundo. Ni largo ni corto, solo eso, un segundo, pero suficiente para que se me leara la espalda como no tiene ni idea.
Lo peor no fue verla, lo peor fue su cara, esa expresión que tenía de susto, de sorpresa, como si ella también me hubiera reconocido, como si no pudiera creer que yo estuviera ahí, como si estuviera igual de asustada que yo, como si yo fuera su doble, como si yo fuera lo sobrenatural. Y luego se dio la vuelta. Así, sin más, se salió por la misma puerta por donde entró.
Yo no supe qué hacer. No dije nada. Nadie dijo nada.
Las dos personas delante de mí ni siquiera voltearon. El que atendía estaba viendo la caja. Nadie pareció notarlo.
Me salí de la fila y me acerqué a la puerta, no corriendo, pero sí rápido. Salí a la calle y no había nadie. Volteé a ambos lados, caminé hasta la esquina y nada, ni una sombra.
Y no es una calle grande, no había forma de que se escondiera. Se habría escuchado si se echaba a correr, habría volteado a alguien más, pero no, simplemente ya no estaba. Me regresé como en piloto automático.
Ya no compré nada, solo me fui a casa sintiéndome extraña, como si me hubiera salido de mi cuerpo, como si no estuviera viviendo algo real, pero no puedo explicarlo. Me metí a mi baño y me vi en el espejo. Me toqué la cara, la ropa, la mochila, todo estaba ahí.
Todo era yo, pero no me explicaba por qué sentí ese vacío. Esa noche no dormí nada bien, como podrán imaginarlo, y desde entonces no dejo de pensar en esa otra versión de mí, en su cara, en cómo se fue, como si no quisiera cruzarse conmigo. No tengo ninguna explicación, ninguna hipótesis, nada.
y quiero entenderlo, pero no puedo. Era un fantasma, un desprendimiento, un viaje astral estando despierta. Fue un error en el espacio tiempo, si es que existen, aunque nunca lo pensé posible.
Quizás después yo voy a entrar por esa otra puerta, la que nunca se usa, y me voy a ver a mí haciendo fila con un suero, papas y algo dulce para no sentirme tan miserable. Solo sé que desde entonces cada vez que entro a una tienda me reviso en los cristales, en las cámaras, en los reflejos. No puedo dejar de pensar en la posibilidad de que me vuelva a pasar, pero esta vez será diferente y es que no sé si le tengo miedo a verla de nuevo o a no hacerlo nunca más.
Estoy seguro que muy pocas personas tomarán en serio esta historia, pero también sé que hay alguien, al menos alguien que va a escuchar y entenderá por completo lo que es sentirse así. ¿Aguien le habrá pasado? La pregunta es, si la vuelvo a ver, si me vuelvo a ver, corro para alcanzarme o me dejo ir.
¿Ustedes qué harían? Hola, comunidad. Me llamo Daniel y trabajo en un call center de atención a clientes que cierra bastante tarde.
Vivo en la colonia Claverías en la ciudad de México, así que casi siempre bajo en la estación Quitáwak por la línea dos del metro. Estoy acostumbrada a tomar los últimos trenes ya casi vacíos. A esa hora las estaciones se ven distintas, pero esa noche fue todavía más diferente.
No sé cómo explicarlo, pero fue distinta de ese otro lugar, uno que nunca me había tocado. Salí como a las 11:15 del trabajo. Tomé el metro en Hidalgo, como siempre.
Venía cansada, con los audífonos puestos, sin muchas ganas de nada. Me senté junto a la ventana, puse música en lo que pasaba el tiempo y ahí creo que me quedé dormida. Según yo no fue mucho, quizás un par de estaciones, pero al despertar por el sonido de las puertas, al llegar a una estación, algo no cuadraba.
El vagón estaba vacío, completamente hasta donde alcanzaba a ver, porque esos trenes son corridos. El tren estaba detenido. Al principio no me asusté, solo me asumé a ver en qué estación estábamos para ubicarme y fue ahí cuando me saqué de onda.
No era ninguna estación que conociera y yo me sé muy bien esa línea. No había nombre en los letreros, ningún mapa, ningún anuncio, solo una banca al fondo del andén y paredes sucias con manchas viejas. Las luces no parpadeaban, pero tampoco iluminaban de forma normal.
Parecía como si estuviéramos a media luz, como si no todos los focos sirvieran. Todo parecía como abandonado. Y lo peor es que las puertas seguían abiertas como si estuvieran esperando a que yo bajara.
Pero no me moví. Por supuesto que no me atreví. Vi hacia afuera tratando de ver si había alguien en el andén, un policía, alguien de limpieza, algún pasajero rezagado, pero no, no había nadie, ni un alma, solo silencio, el tipo de silencio que hace ruido por dentro.
Y ahí fue cuando me entró el miedo, el de verdad, porque empecé a preguntarme si me había pasado de estación, si estaba soñando, si me subí a otro tren sin darme cuenta, pero nada de eso tenía sentido. Esa estación no existe, no debería estar ahí. Me quedé sentada mirando por la ventana sin moverme hasta que después de unos segundos que se sintieron larguísimos, las puertas se cerraron.
El tren siguió su camino. Llegamos a la estación Cuatro Caminos. Ahí todo estaba normal.
Bajaron un par de personas más el tren apresuradas. Ni siquiera tuve la oportunidad de ver si iba nerviosas, si había notado lo mismo que yo o si para ella sería algo normal. Lo cierto es que me había quedado dormida por mucho tiempo, pues me había pasado varias estaciones en la mía y según yo había dormido unos segundos.
Vi la hora. Alcanzaba a tomar el último tren en dirección contraria y llegar a Quitlaguak, pero no quise hacerlo. Me salí cuanto antes de la estación.
encontré un taxi y le pedí que me llevara a mi casa, pero ahí quise bajarme también antes. Quería caminar, quería respirar aire fresco, aire de afuera, el aire frío de esa noche que me hacía mucha falta. Caminé hasta mi casa y desde entonces no dejo de pensar en lo que vi o en lo que, como dice mi novio, soñé en esa estación que no aparecen los mapas que nadie nombra, pero que estaba ahí solo esa noche.
Pero uno sabe cuando está dormido y no. Yo les puedo jurar que todo eso sí lo vi, que ya estaba despierta. Sé perfectamente que esta historia no da miedo y que a la gente que no tome el metro le parecerá imposible.
Una payasada. Pero me gustaría compartirla con ustedes por si la publican saber si alguien más la ha visto. Si han sentido que el metro se detiene en un lugar que no debería antes de llegar a cuatro caminos.
Si es así, por favor déjenlo en los comentarios. Yo voy a estar pendiente porque necesito saber que no fui la única.