En los albores del tiempo, una tierra que fluía promesas. [Música] [Música] guardaba un secreto mortal, una elección selló un destino. donde la belleza ocultaba la más profunda [Música] depravación.
Destruirás al justo cuando el cielo envió a sus mensajeros. [Música] Sácalos. La maldad exigió su presión.
Sácalo de este lugar. Escapa por tu vida. No, por favor, no.
No mires atrás. El juicio fue absoluto. Misericordia tuvo un precio inesperado.
La tierra, a un joven tras las aguas purificadoras del diluvio, respiraba bajo la promesa de Dios. Una promesa hecha a un hombre llamado Abraham, a quien Dios mismo renombraría Abraham, el padre de multitudes. Dios le dijo, "Haré de ti una nación grande y te bendeciré.
" Y la bendición de Dios reposó sobre él abundantemente. Abraham prosperó grandemente y con él su sobrino Lot, hijo de su hermano. Sus rebaños se multiplicaron de tal manera, sus tiendas y posesiones crecieron tanto, que la tierra misma parecía volverse pequeña para contener la magnitud de su bendición conjunta.
Pero, ¿cómo a veces sucede? La gran abundancia material trajo consigo la semilla de la discordia. Surgió contienda entre los pastores encargados de los rebaños de Abraham y los pastores que cuidaban el ganado de Lot.
Luchaban por los pozos de agua escasos en la región y por los mejores pastos para sus animales. Las sombras de la división y el conflicto comenzaron a cernirse sobre estos parientes cercanos. Abraham, hombre de paz y profunda fe en Jehová, comprendió con sabiduría que para preservar la armonía familiar debían separarse físicamente.
Entonces Abraham habló a Lot ofreciendo una solución pacífica. Te ruego, no haya ahora altercado entre nosotros dos, ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos, somos familia. ¿No está toda la tierra delante de ti?
es vasta y suficiente para ambos. Yo te ruego que te apartes de mí para que no haya más conflicto, elige tú primero. Si tú escoges ir a la mano izquierda, yo tomaré el camino de la derecha.
Y si tú decides ir a la derecha, yo iré entonces hacia la izquierda. Era una oferta de asombrosa generosidad y humildad. El patriarca, el tío mayor, aquel a quien correspondía el derecho de elegir primero, cedía la elección a su sobrino Lot.
Y Lot, aceptando la oferta, alzó sus ojos. Y vio Lot toda la llanura del Jordán, que antes de que Jehová destruyera Sodoma y Gomorra, era toda ella tierra de riego, fértil y atractiva, como el mismo huerto del Edén que describían las leyendas, o como las fértiles tierras de Egipto cerca del Nilo en la dirección de la pequeña ciudad de Soar. Era una tierra que gritaba riqueza fácil, prosperidad material, comodidad.
Los ojos de Lot se fijaron en la belleza terrenal, en la promesa seductora del mundo. Lot tomó su decisión basada en lo que sus ojos veían. Elijo para mí toda esta llanura del Jordán.
Y así Lot recogió sus posesiones y viajó hacia el oriente, separándose de su tío Abraham. fue asentando sus tiendas progresivamente, acercándose cada vez más hasta llegar a establecerse en la ciudad de Sodoma, una de las principales de aquella llanura. Había elegido la proximidad a la aparente prosperidad urbana, pero la belleza de la llanura ocultaba una profunda podredumbre.
La Biblia nos advierte claramente, más los hombres de Sodoma eran malos en extremo y pecadores delante de Jehová en gran manera. Su prosperidad material gratitud ni justicia, sino un orgullo desmedido y una arrogancia desafiante hacia Dios y hacia los hombres. La hospitalidad, una ley sagrada y vital en las duras condiciones del Antiguo Oriente, era despreciada.
y a menudo castigada la violencia, la injusticia social, el materialismo egoísta y la perversión sexual rampante, incluyendo prácticas sexuales contra naturaleza realizadas de forma agresiva y humillante, que desafiaban abiertamente las leyes de Dios, se habían convertido en la norma aceptada y celebrada en esa sociedad. Era una cultura entregada sin freno a sus deseos más bajos, cuyo clamor constante de pecado e iniquidad ascendía y noche ante el trono del creador. Lot había elegido la riqueza visible, plantando su hogar y su familia al borde mismo de un abismo moral, sin calcular el terrible costo invisible que esto tendría.
Mientras Lot vivía en Sodoma, los años pasaron también para Abraham. Él continuaba su peregrinaje de fe, caminando en obediencia con Dios, aprendiendo a confiar en sus promesas, creciendo en intimidad y comunión con el Todopoderoso. Y sucedió que un día, mientras el sol del mediodía quemaba la tierra cananea, Abraham recibió una visita inesperada y trascendental.
Estando sentado, alzó sus ojos y miró. He aquí, tres varones estaban de pie frente a él. En cuanto los vio, Abraham salió corriendo desde la puerta de su tienda para recibirlos.
Y en un acto de profunda humildad y respeto, se postró rostro en tierra, reconociendo instintivamente en ellos la presencia de lo divino o como mínimo de mensajeros celestiales de alto rango. Abraham se dirigió al que percibía como el principal. diciendo con urgencia y profunda reverencia, "Señor mío, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de largo sin detenerte con tu siervo.
Permitidme que se traiga ahora un poco de agua para que lavéis vuestros pies del polvo del camino y recostaos cómodamente bajo la sombra de este árbol. Traeré un bocado de pan para que sustentéis vuestro corazón y recobréis fuerzas. y después podréis seguir vuestro camino, pues para esto habéis pasado cerca de vuestro siervo, para que yo pueda atenderos.
El visitante principal aceptó la oferta con sencillez divina. Está bien, haz así como has dicho. Abraham se apresuró a entrar en la tienda.
Pidió a Sara, su esposa, que amasara rápidamente panes frescos con la mejor harina. Él mismo corrió hacia el ganado, escogió un becerro tierno y bueno, y se lo dio a uno de sus criados para que lo preparase sin demora. Cuando todo estuvo listo, tomó mantequilla, leche fresca y el becerro guisado y lo puso todo delante de sus visitantes.
Y él permaneció de pie junto a ellos, atento a sus necesidades, debajo del árbol mientras comían. Era la sagrada hospitalidad del desierto, elevada a su máxima expresión, ofrecida sin saberlo plenamente al Rey del universo y sus ángeles. Tras la comida y después de que el Señor confirmara de manera asombrosa la promesa de que Sara, ya anciana, tendría un hijo al año siguiente, la conversación tomó un giro mucho más grave y solemne.
Dos de los visitantes celestiales, que ahora entendemos eran ángeles en misión específica, se levantaron y dirigieron su mirada y sus pasos hacia la distante y condenada Sodoma. Pero Abraham permaneció todavía de pie delante del tercer visitante, aquel a quien había llamado Señor mío, Adonay, reconociendo sin lugar a dudas la presencia misma de Jehová, el Dios del pacto. Entonces el Señor, antes de continuar su camino, decidió compartir sus pensamientos y propósitos con Abraham, revelando la razón profunda de su visita y la gran confianza que depositaba en su siervo fiel.
El Señor habló como razonando consigo mismo, pero asegurándose de que Abraham escuchara, validando su relación especial con él. Encubriré yo a Abraham lo que estoy por hacer, siendo que Abraham ciertamente llegará a ser una nación grande y fuerte, y en él serán benditas todas las naciones de la tierra, porque yo lo he escogido y sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, practicando la justicia y el derecho, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él. Habiendo establecido así la base de confianza y el papel de Abraham en su plan redentor, el Señor le reveló entonces la terrible verdad sobre las ciudades de la llanura y su inminente intervención divina.
El clamor contra Sodoma y Gomorra es ciertamente grande y su pecado se ha agravado en extremo. No es un clamor cualquiera, es el grito de la opresión, el edor de la violencia desenfrenada, el eco de la perversión y la injusticia que ha subido sin cesar hasta mi presencia. Por tanto, descenderé ahora mismo y veré si realmente sus obras corresponden por completo a este clamor que ha venido hasta mí.
Investigaré personalmente los hechos para que mi juicio sea perfectamente informado y justo. Y si el clamor resulta ser exagerado o falso, también lo sabré con certeza. La investigación divina estaba a punto de comenzar.
El juicio de Dios pendía como una espada sobre las orgullosas ciudades de Sodoma y Gomorra. Y Abraham, el amigo de Dios, sintió un profundo escalofrío recorrer su espalda mientras su corazón se llenaba de angustia al pensar en su sobrino Lot, el hijo de su hermano, quien vivía con su familia justo en el corazón de la tormenta que se avecinaba. Mientras el sol se hundía perezosamente tras las montañas distantes, tiñiendo el cielo de intensos tonos violáceos y anaranjados, los dos ángeles, enviados por Jehová tras su reveladora conversación con Abraham, llegaron finalmente a las puertas de la infame ciudad de Sodoma.
Daba la casualidad, o más bien, era parte del plan divino, que Lot, el sobrino de Abraham, estaba sentado precisamente junto a la puerta de la ciudad. En ese preciso momento, al ver acercarse a los dos viajeros, cuya apariencia, aunque similar a la de los hombres, quizás conservaba un aire de dignidad, serenidad y autoridad celestial que los distinguía sutilmente. Lot se levantó de inmediato para recibirlos, reconociendo en ellos a visitantes de importancia, o quizás movido por un remanente de la virtud y la hospitalidad aprendidas en su juventud junto a Abraham.
Lot se inclinó con el rostro en tierra en señal de profundo respeto y les hizo una invitación apremiante. Ahora pues, mis señores, os ruego encarecidamente que vengáis a la casa de vuestro siervo y os hospedéis allí esta noche. Lavaréis vuestros pies para refrescaros del polvo del camino y descansar.
Y por la mañana, si queréis, os levantaréis temprano y seguiréis vuestro viaje. Los ángeles, quizás con la intención inicial de probar la determinación de Lot o simplemente para observar la reacción de la ciudad, declinaron cortésmente la oferta, sugiriendo una alternativa común, pero peligrosa en Sodoma. No te agradecemos tu amabilidad.
Pasaremos la noche aquí en la plaza de la ciudad. Pero Lot, que conocía íntimamente la oscuridad moral y los peligros físicos que acechaban en cada esquina de Sodoma, una vez que caía la noche, se alarmó ante esa idea. Insistió con vehemencia, suplicándoles, mostrando una genuina y valiente preocupación por la seguridad de sus huéspedes.
Era una chispa de luz, una rara muestra de hospitalidad en una ciudad que la despreciaba, un eco de la fe de Abraham que aún resonaba en él. No, mis señores, de ninguna manera. Os lo ruego encarecidamente.
No podéis quedaros aquí afuera durante la noche. Por favor, honradme viniendo a mi casa. Insisto.
Lot les insistió con tal firmeza y sinceridad. que finalmente los ángeles accedieron a su petición y fueron con él hacia su hogar. Una vez allí, Lot les preparó un banquete, un gesto de generosidad en medio de la escasez moral.
Incluso coció panes sin levadura, un detalle que a menudo indicaba una comida preparada con esmero o con cierta prisa ceremonial. Y los visitantes celestiales comieron. Pero antes de que los huéspedes celestiales y su anfitrión pudieran retirarse a descansar, algo terrible y premonitorio comenzó a suceder fuera de la casa.
La noticia de la llegada de dos forasteros atractivos se había esparcido como un reguero de pólvora por la ciudad corrupta y los hombres de Sodoma, impulsados por sus bajos instintos y curiosidad perversa, comenzaron a congregarse. No eran unos pocos. nos dice la escritura, eran todos los varones de la ciudad juntos, desde el más joven hasta el más viejo, todo el pueblo sin excepción, venidos de cada barrio y rincón de Sodoma, quienes rodearon la casa de Lot.
Llamaron a la puerta con furia y gritaron a Lot por su nombre, haciendo una demanda abominable que revelaba sin tapujos la profundidad insondable de su depravación moral y espiritual. Lot, ¿dónde están los hombres que vinieron a hospedarse contigo esta noche? Sácalos ahora mismo.
Queremos conocerlos. El verbo hebreo conocer usado aquí en este contexto violento y hostil era un eufemismo terrible y conocido. No buscaban una simple presentación social ni entablar conversación.
Su intención, expresada sinvergüenza por toda la población masculina, era clara. brutal y perversa. Querían abusar sexualmente y en grupo de los visitantes, someterlos, humillarlos y ultrajarlos en un acto de violencia homosexual agresiva y dominante, desafiando así toda ley divina, natural y de hospitalidad.
Lot, atrapado entre el pánico, el deber sagrado de proteger a sus huéspedes bajo su techo y el terror paralizante a la multitud enfurecida que amenazaba con derribar su puerta, tomó una decisión desesperada. Salió hacia ellos cerrando la puerta cuidadosamente trás de sí para proteger a los ángeles en un acto que revela cuán profundamente se había contaminado él mismo por el ambiente moral de Sodoma. intentó aplacar a la turba ofreciendo algo impensable, un sacrificio horrendo.
Os ruego encarecidamente, hermanos míos, compatriotas, no hagáis semejante maldad, no actuéis tan perversamente. Mirad, yo tengo dos hijas aquí dentro que todavía son vírgenes, no han conocido varón. Os las sacaré afuera ahora mismo, si queréis, y hacedas como bien os parezca.
lo que queráis. Solamente os pido una cosa, que a estos varones no les hagáis nada, pues por esto han venido bajo la sombra de mi tejado. Son mis huéspedes y mi deber es protegerlos.
La oferta era monstruosa, un reflejo de la desesperación y la confusión moral de Lot. Pero la multitud, ciega en su lujuria y ahora también enfurecida por la resistencia de Lot, no quería sustitutos. Su desprecio hacia Lot, a quien consideraban un extranjero intruso, y su furia por ver frustrados sus deseos estallaron.
Le gritaron con absoluto desdén y amenaza. Quítate de ahí, hazte a un lado, Lot. Mira a este.
Vino aquí como un simple forastero y ahora ya quiere erigirse en nuestro juez y decirnos lo que podemos o no podemos hacer. Pues ahora te trataremos a ti mucho peor que a ellos. Y la turba enfurecida comenzó a empujar con una violencia tremenda contra Lot, abalanzándose sobre él con intención de hacerle daño y se agolparon contra la puerta decididos a romperla.
Por un momento terrible, pareció que Lot sería linchado allí mismo y que la puerta cedería. Pero en ese instante crítico, cuando toda esperanza humana parecía perdida, los varones celestiales intervinieron con la velocidad y el poder del cielo. Extendieron rápidamente sus manos desde dentro, agarraron a Lot y lo metieron consigo dentro de la seguridad de la casa y volvieron a cerrar la puerta con una fuerza sobrenatural.
E inmediatamente después, sin que la multitud pudiera reaccionar, los ángeles ejecutaron un juicio preliminar. hirieron con una ceguera repentina y total a todos los hombres que estaban agolpados a la puerta de la casa, desde el más joven hasta el más viejo. Quizás un destello de luz cegadora e incomprensible o una intervención divina invisible, pero instantáneamente efectiva.
El caos y el pánico se apoderaron de la turba sodomita. Aquellos que momentos antes estaban poseídos por una furia asesina y una lujuria descontrolada, ahora se fatigaban inútilmente buscando a tientas la puerta que ya no podían ver ni encontrar, tropezando unos con otros en la repentina e inexplicable oscuridad de su ceguera. La intervención milagrosa de los ángeles había detenido el asalto brutal y protegido a Lot, pero este acto era solo el preludio.
El juicio final e irrevocable sobre la ciudad estaba ahora sellado y su ejecución era inminente. Una vez que la puerta estuvo asegurada y la amenaza inmediata de la turba violenta fue neutralizada por el poder divino, los varones celestiales se dirigieron a Lot con palabras que sellaron el destino de la ciudad y le ofrecieron una última oportunidad. Revelaron sin ambes su verdadera identidad y el propósito final de su visita.
¿Tienes aquí en esta ciudad a alguien más que te pertenezca? Yernos, tus hijos, tus hijas. A quien quiera que sea de tu familia y esté en esta ciudad, sácalo de este lugar ahora mismo, porque nosotros vamos a destruir este sitio.
El clamor de su pecado ha subido de punto delante de Jehová. ha llegado a ser tan grande y ofensivo que Jehová nos ha enviado para destruirlo por completo. La advertencia era definitiva.
El juicio no era una posibilidad, era una certeza inminente. Lot, comprendiendo finalmente la terrible magnitud del peligro y la autoridad divina de sus visitantes, salió apresuradamente en la oscuridad de la noche que agonizaba, buscando a los hombres que estaban comprometidos para casarse con sus dos hijas. Lotó con la desesperación de quien conoce un peligro mortal e inminente, instándolos a huir para salvar sus vidas.
Levantaos rápido. Salid de este lugar inmediatamente. Tenéis que iros ahora mismo, antes de que sea tarde, porque Jehová va a destruir esta ciudad.
Pero sus futuros yernos, jóvenes probablemente contagiados por la arrogancia, la autosuficiencia y el escepticismo que impregnaban la atmósfera de Sodoma o simplemente incapaces de concebir una catástrofe tan repentina y divina, no le creyeron. Pensaron que Lot estaba bromeando, que les gastaba una pesada jugarreta o que quizás había perdido la razón debido al altercado con la multitud horas antes. Se rieron de su advertencia desechando sus palabras.
Destruir la ciudad. Pero, ¿qué ocurrencia, Lot? Debes haber bebido demasiado o la noche te ha afectado.
Vuelve a casa, hombre, y duerme un poco. Nada va a pasar. Lot regresó a su casa con el corazón hundido, desolado por la incredulidad ciega de aquellos que iban a formar parte de su familia.
Mientras tanto, el tiempo se agotaba. La primera luz del alba comenzaba a despuntar en el horizonte oriental y los ángeles, sintiendo la inminencia de la hora señalada para la destrucción, comenzaron a dar prisa a Lot y a su familia. Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se hallan aquí contigo.
Salid ya para que no perezcáis en medio del castigo que está por caer sobre esta ciudad. No hay un instante que perder. Pero Lot, increíblemente, a pesar de la advertencia directa, del peligro mortal y de la urgencia de los mensajeros divinos, se detenía, vacilaba.
La escritura dice que se demoraba. Quizás estaba paralizado por el miedo al futuro incierto o aturdido por la rápida y violenta sucesión de los acontecimientos de la noche. O tal vez, y esto es lo más trágico, una parte significativa de su corazón todavía estaba atada a la vida cómoda que había construido en Sodoma, a sus bienes materiales, a su posición social, a todo lo que ahora debía abandonar para siempre.
se demoraba peligrosamente al borde de la destrucción, viendo su vacilación casi suicida y actuando no por mérito de Lot, sino por la pura y asombrosa misericordia de Jehová hacia él, una misericordia, sin duda, extendida por amor a su siervo fiel Abraham, los ángeles tomaron una acción drástica y decisiva. Los varones celestiales hacieron con fuerza la mano de Lot, la mano de su mujer y las manos de sus dos hijas, y contra su propia inercia lo sacaron a la fuerza y lo pusieron a salvo fuera de los muros de la ciudad condenada, justo mientras la primera y pálida luz del amanecer teñía de gris el cielo oriental. Una vez que estuvieron a salvo fuera de los muros que pronto serían consumidos por el fuego, uno de los ángeles les dio la orden final, estableciendo las condiciones estrictas e innegociables para su supervivencia.
Escapa por tu vida. No mires hacia atrás bajo ninguna circunstancia, ni te detengas en ningún lugar de toda esta llanura. Escapa deprisa al monte que se ve a lo lejos.
Corre sin parar para que no perezcas junto con este lugar. Pero Lot, dominado por el pánico, aterrorizado ante la idea de huir a las montañas desoladas y desconocidas, quizás temiendo fieras, la falta de refugio o simplemente la soledad, y buscando instintivamente una solución más cercana y aparentemente más segura, hizo una última y desesperada súplica. Ah, no, mi señor.
Te ruego que no me pidas eso. He aquí. Ahora tu siervo ha hallado gracia delante de tus ojos y has engrandecido tu misericordia conmigo al salvarme la vida de esta manera.
Pero yo siento que no podré escapar hasta el monte, no sea que me alcance allí el mal, la destrucción y muera antes de llegar. Mira, por favor, esa ciudad que se ve allá está más cerca para huir y es una ciudad pequeña, insignificante. Permíteme que escape allá.
¿No ves que es pequeña? Y así mi alma vivirá. estaré a salvo.
El ángel, mostrando una vez más la increíble paciencia y misericordia divinas, accedió a su petición, quizás reconociendo su fragilidad humana, pero le urgió a darse la máxima prisa, revelando que el juicio estaba literalmente contenido, esperando a que él estuviera a salvo. Está bien. He aquí, he recibido también tus súplicas sobre esto y por consideración a ti no destruiré esa ciudad de la que has hablado.
Pero date prisa, escápate allá ahora mismo, porque nada podré hacer. Ninguna acción de juicio podré iniciar hasta que tú hayas llegado a salvo allí. Por esta razón nos dice la escritura, aquella pequeña ciudad fue llamada Soar, un nombre que en hebreo significa precisamente pequeña o insignificante.
Mientras Lot y su esposa y sus hijas corrían con todas sus fuerzas restantes hacia la seguridad relativa de Soar, el sol comenzaba a levantarse majestuosamente sobre la tierra. Y entonces, en el preciso momento en que Lot entraba a salvo en Soar y el sol salía plenamente sobre la faz de la tierra, se desató la aterradora furia del juicio divino. Jehová mismo desde los cielos hizo llover sobre Sodoma y sobre la ciudad vecina de Gomorra y sobre toda la región circundante, una tormenta sobrenatural de azufre ardiente y fuego consumidor.
Y Dios destruyó aquellas ciudades impías y arrasó toda aquella fértil llanura que Lot había codiciado. Aniquiló a todos los habitantes de las ciudades, desde el más joven hasta el más viejo, junto con toda planta, todo verdor, toda forma de vida que crecía en aquella tierra ahora Fue una destrucción total, absoluta y cataclísmica. un juicio espantoso y ejemplar sobre la maldad humana que había llegado a su colmo y había rechazado toda oportunidad de arrepentimiento.
Entonces, la mujer de Lot, en un acto fatal de desobediencia directa a la orden explícita y vital de los ángeles, miró atrás. Fue por un apego irresistible a la vida cómoda y los bienes materiales que dejaba atrás en Sodoma. Fue por una curiosidad morbosa por ver la magnitud del juicio.
Fue por incredulidad por dudar de la palabra de los mensajeros divinos o simplemente por un último y trágico lazo afectivo con aquel mundo perverso y condenado? Cualquiera que fuese la razón profunda en su corazón desobedeció. Miró hacia atrás, hacia la ciudad en llamas que había sido su hogar.
Y al instante, por el juicio fulminante de Dios, se convirtió en una estatua de sal, un monumento silencioso, perpetuo y terrible, erigido en medio de la desolación como advertencia eterna sobre las consecuencias fatales de la desobediencia, la vacilación espiritual y el peligro mortal de amar y aferrarse a un mundo que yace bajo el juicio de Dios. Al día siguiente, muy de mañana, cuando las primeras luces del alba apenas comenzaban a disipar las sombras de la noche, Abraham se levantó, aún con la pesada carga de la revelación divina y el resultado de su intercesión sobre su corazón, se dirigió presurosamente al lugar donde había estado de pie delante de la presencia de Jehová, aquel lugar sagrado donde había clamado con tanta audacia y fervor. por la posible salvación de las ciudades de la llanura.
Y alzó su vista y dirigió su mirada hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la tierra de aquella llanura que apenas ayer era como un jardín exuberante. Y he aquí lo que vio fue desolación. El humo subía de la tierra calcinada como el humo espeso y negro de un horno voraz.
El juicio divino se había ejecutado de manera implacable. La dolorosa conclusión era evidente. No se habían hallado ni siquiera 10 justos en aquellas ciudades.
Pero en medio de la contemplación de tan terrible desolación, Abraham podía aferrarse a una verdad profundamente consoladora, un ancla para su alma. Porque la Sagrada Escritura nos asegura que aconteció que cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, Dios se acordó de Abraham. No se olvidó de su siervo, ni de la conversación que habían tenido, ni del pacto que los unía.
Y precisamente por ese recuerdo fiel de su pacto y su amor inmerecido por su siervo Abraham, él envió fuera a Lot, rescatándolo de en medio de la destrucción, justo antes de asolar las ciudades donde Lot había elegido habitar. La salvación física de Lot no fue, por tanto, un reconocimiento a sus propios méritos, que eran escasos y manchados por el compromiso, sino un acto puro de la gracia soberana de Dios, una extensión de la bendición prometida a Abraham. Mientras tanto, Lot, aunque físicamente a salvo dentro de los humildes muros de la pequeña ciudad de Soar, no encontró la paz que anhelaba.
El miedo se apoderó de él nuevamente. Tuvo miedo de permanecer allí. Quizás temía que Soar, por ser parte de la misma llanura corriera finalmente la misma suerte que Sodoma y Gomorra.
O tal vez se sentía como un extraño, un paria entre los habitantes locales, el hombre marcado que escapó por un pelo del fuego consumidor de Dios y eso le generaba inseguridad o vergüenza. Cualquiera que fuese la razón exacta, el miedo lo consumió y lo impulsó a huir de nuevo. Así que Lot subió de Soar y se fue a establecer en la región montañosa, él y sus dos hijas con él, porque tuvo miedo de quedarse en Soar.
Y habitó en una cueva oscura y fría. Él junto con sus dos hijas. habían escapado milagrosamente del fuego del juicio divino, pero ahora enfrentaban la desolación de la soledad, el peso aplastante del trauma, la probable escasez de alimentos y agua y una profunda desesperanza existencial en un refugio lúgubre y aislado, lejos de toda civilización conocida, sintiéndose quizás olvidados por Dios y por los hombres.
Y fue en esa profunda oscuridad física. emocional y espiritual, donde nació una decisión terrible y pecaminosa. Fue una decisión fruto de la desesperación extrema, de una visión del mundo completamente distorsionada por el trauma, de una alarmante falta de fe en la providencia futura de Dios y quizás también de la influencia residual y tóxica de la moralidad sexualmente pervertida de Sodoma.
Las hijas de Lot, viendo a su padre envejecido y abatido, y creyendo erróneamente o queriendo creer que no quedaban más hombres sobre la faz de la tierra con quienes pudieran casarse y tener hijos para preservar la línea familiar, tramaron entre ellas un plan impensable y abominable. La hija mayor habló en secreto a la menor. Nuestro padre ya es viejo y mira a nuestro alrededor.
No queda ni un solo varón en la tierra. que se una a nosotras según la costumbre de todo el mundo para darnos descendencia. ¿Qué haremos entonces?
Nuestra familia, nuestro linaje morirá aquí con nosotras en esta cueva olvidada. Tengo una idea. Ven, demos de beber mucho vino a nuestro padre hasta que no se dé cuenta de nada y luego entremos y durmamos con él.
Así, aunque sea de nuestro padre, conservaremos descendencia y nuestra línea no se extinguirá. Y consumaron su plan pecaminoso. En dos noches consecutivas, embriagaron a su padre Lot con vino hasta dejarlo en un estado de estupor etílico profundo e inconsciente de sus actos.
Y cada una de ellas, primero la mayor y luego la menor, se acostó con él. Lot, sumido en la inconsciencia provocada por el alcohol, no se dio cuenta de cuándo se acostaron ni cuándo se levantaron y ambas hijas concibieron hijos de su propio padre. Fue un acto de incesto deplorable nacido de la desesperación, el miedo, una lógica retorcida y una falta total de confianza en que Dios, quien las había rescatado milagrosamente, pudiera también proveer para su futuro de una manera justa y santa.
De la hija mayor nació un hijo al que llamó Moab, quien llegaría a ser el padre de la nación de los moabitas. De la hija menor nació otro hijo al que llamó Ben Ami, quien sería el padre de los amonitas. Dos naciones vecinas que a lo largo de la futura historia de Israel tendrían una relación compleja, a menudo conflictiva y hostil con el pueblo del pacto de Dios.
Las amargas consecuencias del pecado y del compromiso con el mundo, incluso en aquellos que habían sido rescatados por la misericordia divina, continuaban extendiéndose como ondas trágicas en el agua del tiempo. La historia de Sodoma y Gomorra, preservada en las páginas de la Biblia resuena a través de los siglos como una advertencia solemne, vibrante y profundamente relevante para todas las generaciones. nos enseña verdades cruciales sobre el carácter de Dios y nuestra relación con él.
Primero nos revela la absoluta santidad de Dios y su odio implacable por el pecado humano cuando este se vuelve persistente, desafiante y sin arrepentimiento. Nos muestra de manera gráfica que su justicia divina, aunque a menudo ejercida con gran paciencia, es inevitable y que su juicio sobre la maldad es real, terrible y perfectamente justo. Pero al mismo tiempo y de manera quizás aún más asombrosa, esta historia nos revela la insondable profundidad de la misericordia y la gracia de Dios.
Vemos su increíble disposición a escuchar la intersión apasionada de un simple hombre, justo como Abraham. Observamos su paciencia divina al negociar con él, su voluntad explícita de perdonar a miles de personas culpables por amor a tan solo 10 justos que pudieran hallarse entre ellos. Y contemplamos su misericordia activa y personal al rescatar a Lot y su familia de la destrucción inminente, incluso cuando el propio Lot vacilaba y tenía que ser literalmente arrastrado hacia la salvación.
Esta historia es también una advertencia penetrante sobre el peligro mortal del compromiso con el mundo y la asimilación de sus valores corruptos. Lot eligió la llanura por su belleza exterior y su promesa de riqueza fácil, pero su decisión de vivir cerca de la maldad y luego dentro de ella lo contaminó gradualmente a él y a su familia. Esta contaminación tuvo consecuencias devastadoras, culminando en la pérdida de casi todo, en tragedia familiar y en pecado vergonzoso, incluso después de haber sido rescatado del fuego.
Su esposa convertida en un pilar de sal permanece como un símbolo eterno y escalofriante del peligro fatal de mirar hacia atrás, de tener el corazón dividido entre Dios y el mundo, de amar más las cosas temporales y pasajeras que las eternas y verdaderas. No es de extrañar que los apóstoles y el Señor Jesús mismo se refirieran a los eventos de Sodoma y Gomorra como un ejemplo claro y una advertencia para el futuro. El apóstol Pedro nos recuerda que Dios condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente.
pero que también libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados. 2 Pedro 267, mostrando así ambos lados de la acción divina, juicio y salvación. El apóstol Judas añade que estas ciudades fueron puestas, por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno.
Judas 1:7. Y el propio Señor Jesús advirtió que en el día del juicio final será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma que para aquellas ciudades o personas que rechacen su mensaje de salvación. Mateo 10:15.
Además, al hablar de su segunda venida, Jesús nos instó específicamente. Acordaos de la mujer de Lot. Lucas 17:32.
como una advertencia directa contra el apego a este mundo y sus posesiones cuando llegue el momento decisivo. Por lo tanto, esta historia no está registrada en la Biblia simplemente para impactarnos o asustarnos. Su propósito es mucho más profundo.
Está ahí para llamarnos urgentemente al arrepentimiento, a reconocer la gravedad de nuestro propio pecado ante un Dios santo y a buscar refugio y perdón en la única vía de salvación verdadera que él ha provisto. Nos desafía a vivir como Abraham, en fe y obediencia, separados del mundo, pero intercediendo por los perdidos. nos insta a huir activamente de la maldad que nos rodea y que anida en nuestro propio corazón, a no mirar atrás con nostalgia hacia los pecados pasados, a no amar este mundo presente que está destinado a pasar y a poner toda nuestra esperanza y confianza completamente en la gracia y la misericordia de Dios, manifestadas de forma suprema y definitiva en la persona y obra de su hijo Jesucristo, nuestro Señor, quien nos libra del juicio venidero.
y nos ofrece una herencia eterna. Queremos agradecerte de todo corazón por habernos acompañado en este viaje a través de una de las historias más impactantes y significativas de la Biblia. Esperamos que haya sido de bendición para tu vida.
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