Te voy a contar un secreto... El gran Chico Xavier y su encuentro con el Diablo

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Cartas Desde el Más Allá
Te voy a contar un secreto... El gran Chico Xavier y su encuentro con el Diablo Muy pocas personas ...
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Voy a revelar un secreto que casi nadie conoce, un relato que no está en los libros más vendidos ni en los documentales sobre Chico Xavier. Durante una conversación íntima, en un momento de profundo silencio y reflexión, Chico habría contado algo que pocos tuvieron coraje de repetir. No era una visión común, no era un mensaje dictado por Emmanuel, era algo diferente, un encuentro, un momento que lo dejó conmocionado, pero que también lo hizo comprender algo que ni siquiera años de medio unidad habían revelado antes.
Él no vio un espíritu iluminado, no escuchó una música celestial. Lo que Chico vio fue al propio o al menos aquello que muchos llamarían así, un ser sombrío, de presencia pesada, mirada penetrante y palabras que parecían veneno envuelto en miel. El encuentro, según él, no fue para asustarlo, fue para ponerlo a prueba.
Y todo comenzó de forma sutil, como casi siempre. El mal se presenta. Durante años, Chico fue reconocido por su humildad, su luz interior, su devoción silenciosa al bien, pero incluso las almas más elevadas enfrentan pruebas.
Y según relatos íntimos, este episodio fue una de las mayores pruebas que él jamás vivió. La figura que se presentó no llegó con cuernos ni tridente. Vino con apariencia elegante, palabras dulces y argumentos tan lógicos que rayaban la perfección.
Trabajas tanto, chico, sufres tanto, ¿será que vale la pena? La tentación no estaba en actos escandalosos, sino en pequeñas grietas que se forman en la mente cansada de un hombre bueno. Fue allí que Chico entendió, "El mal no siempre grita.
A veces susurra y es en ese susurro que el alma es medida. ¿Quieres saber qué sucedió después? Quédate conmigo hasta el final de este video.
Vas a descubrir una lección que puede cambiar tu forma de ver el bien, el mal e incluso a ti mismo. Según él, todo ocurrió en una noche en que estaba profundamente abatido. Había recibido críticas, calumnias y acusaciones injustas.
Sentía el peso de la ingratitud y de la incomprensión. Mientras oraba entre lágrimas, una presencia se hizo sentir, pero no era como la de Emanuel, ni como la de los espíritus bondadosos que siempre lo envolvían. Era densa, cargada, pero extrañamente serena.
La figura se aproximó sin prisa y habló con él. dijo que podía acabar con todo aquello, que tenía poder, que bastaba con que Chico renunciara a ciertas ideas. Bastaba con aceptar que quizás, solo quizás el mundo no estaba listo para el bien.
Fue ahí que él percibió, "El verdadero mal no es aquel que quiere destruir, es el que intenta convencer de que no vale la pena continuar. " En ese momento, Chico cuenta que su fe a prueba como nunca antes. La entidad sabía todo sobre él.
Sabía de sus dolores más íntimos, sus angustias, sus fragilidades humanas y usó todo eso con una maestría casi teatral. Pero chico no gritó, no discutió, no expulsó la presencia. Él escuchó con lágrimas en los ojos y manos unidas en plegaria.
Él respondió con la única fuerza que jamás cede a la tentación. El amor dijo que prefería sufrir en nombre del bien que triunfar por las manos del mal. Dijo que su misión no era ser comprendido, sino servir, y que incluso si estuviera solo, incluso si el mundo entero se volviera contra él, aún así elegiría la luz.
La figura sonrió y desapareció. Años después, Chico habló sobre ese encuentro con pocas palabras, siempre con humildad. dijo que no era algo para tener miedo, sino para entender, porque el mal para él era la ausencia del bien, era el vacío, un espacio que se abre cuando dejamos de amar, de perdonar, de confiar y que todos nosotros, sin excepción, pasamos por pruebas así, a veces en el silencio de la conciencia, a veces en forma de pensamientos, personas o decisiones difíciles.
Él nunca dijo que vio al como un ser real, sino como una personificación de las sombras que viven dentro y fuera de nosotros, y que aquel día él aprendió que hasta el puede ser vencido. Cuando elegimos amar, chico Xavier siempre enseñó que el mal es astuto, que no necesita asustar para vencer, solo necesita convencer y que por detrás de las grandes tragedias del mundo casi siempre existe un pensamiento pequeño que fue aceptado como verdad, un resentimiento guardado, un orgullo que no fue vencido, un deseo de tener razón en vez de tener paz. Él decía que el mal se aprovecha de esas brechas y que su encuentro con aquella entidad fue la forma que el plano espiritual permitió para que él sintiera en carne propia lo que muchos enfrentan todos los días, solo que en silencio.
Porque el mal no aparece apenas en visiones o apariciones, sino también en las tentaciones discretas que surgen cuando estamos cansados, decepcionados o solitarios. Por eso Chico decía que orar no es apenas un acto de fe, es un escudo invisible que protege el alma. Lo que más impresionaba en ese relato era la serenidad con que Chico hablaba sobre el acontecimiento.
No había rabia, miedo o vanidad en sus palabras. Él no se colocaba como un héroe, sino como alguien que tuvo la chance de elegir y eligió servir. Él decía que el mayor engaño que podemos cometer es creer que somos invulnerables al mal, que basta una vida de buenas acciones para estar totalmente protegidos.
Pero no es así. Según él, el mal puede tocar hasta los más justos, puede visitar a los más puros. Y exactamente por eso necesitamos cultivar vigilancia y humildad.
El mal no necesita vencer, basta con distraernos. Y esa distracción muchas veces se disfraza de lógica, de cansancio, de razón. Fue por eso que Chico lloró aquella noche, porque entendió cuán frágiles somos y cuán paciente es Dios con nuestras caídas.
Durante esa experiencia, Chico dijo que tuvo una revelación profunda sobre la dualidad de la existencia. Entendió que no somos seres de luz pura ni de oscuridad total. Somos un campo de batalla silencioso donde elecciones pequeñas determinan caminos eternos.
El que él vio según él no era un enemigo con un rostro definido. Era un espejo, un reflejo de todo lo que podríamos volvernos si dejáramos de lado la fe, el perdón, la caridad. Esa visión lo marcó profundamente, no por el susto, sino por la enseñanza.
Y él decía que después de aquel encuentro pasó a comprender con más compasión a aquellos que caen, que se equivocan, que se pierden. Porque el mal no llega golpeando la puerta, llega como un viejo amigo, ofreciendo descanso cuando todo duele. Esa historia fue compartida apenas con personas cercanas en conversaciones reservadas.
Chico tenía recelo de que fuera mal interpretada. Al final muchos esperaban de él apenas relatos angelicales, visiones del más allá, mensajes confortadores. Pero este era un mensaje duro, un aviso, un llamado a la vigilancia.
Él decía que el mundo espiritual es luz, sí, pero que también es campo de pruebas y que nosotros, mientras encarnados somos aprendices en un planeta donde el bien aún está en construcción. Por eso es natural que seamos visitados por las dudas, por las sombras, por los desvíos. Lo importante, según él, no es nunca caer, es aprender a levantarse con más fe que antes y entender que cada caída puede ser el inicio de una nueva elección.
Lo más impactante quizás fue cuando Chico contó que aquella noche tras la partida de la entidad él tuvo un sueño. Soñó que caminaba por una carretera oscura solo y que a lo lejos vio una pequeña vela encendida. Cuando se aproximó, percibió que era Emanuel.
El espíritu no dijo una palabra. Apenas lo miró, sonrió con los ojos y asintió con la cabeza. Fue suficiente.
Chico despertó llorando, pero en paz. Él entendió que incluso delante de la mayor oscuridad, una única llama de fe puede guiar toda una vida y que ninguna visita de las tinieblas es más poderosa que un corazón que elige amar. Fue por eso que él decidió seguir, continuar y jamás olvidar aquella noche que lo transformó para siempre.
Tras ese episodio, Chico pasó a hablar más sobre las visitas invisibles que recibimos. Él decía que muchas personas no perciben, pero que la tentación no llega como un terremoto. Llega como un cansancio persistente, un desánimo que se arrastra, una voz interior que nos convence de abandonar aquello que un día nos dio sentido.
Es en esos momentos, decía él, que necesitamos recordar quiénes somos y por qué vinimos. Para chico, todo trabajador de la luz será en algún momento confrontado por las sombras. Eso no es castigo, es crecimiento.
Es como si el mundo espiritual probara la firmeza de nuestras raíces. Y él aprendió aquella noche que no basta tener fe en los días buenos. Es preciso mantener la fe cuando todo parece perdido, cuando la presencia de Dios parece silencio y el mal se muestra presente y persuasivo.
Uno de las enseñanzas más poderosas que Chico extrajo de esa vivencia fue sobre la responsabilidad de los mediums y de los espiritualistas. Él decía que cuanta más luz un alma carga, más visible ella se vuelve en las esferas invisibles. Y por eso, cuanto mayor la misión, mayor la vigilancia.
Según él, no existe inmunidad espiritual, existe afinidad. Y cuando dejamos de orar, de estudiar, de practicar la caridad, debilitamos nuestro campo vibratorio y nos volvemos susceptibles. Él no hablaba eso para asustar, sino para preparar.
Chico decía que el mal solo entra donde encuentra espacio y que cada pensamiento, cada elección, cada palabra puede ser un ladrillo en la construcción de un templo o de una prisión. La decisión es siempre nuestra, incluso cuando las fuerzas externas intentan confundirnos. Ese relato también sirvió como alerta para no juzgar a aquellos que se equivocan.
chico insistía, "Quien cae no siempre es débil, a veces solo está cansado. " Él decía que muchos de los que se desvían del camino espiritual no lo hacen por maldad, sino por agotamiento, soledad, falta de apoyo, y que muchas veces quien debería extender la mano está ocupado apuntando con el dedo. El verdadero discípulo de Cristo, decía él, es aquel que comprende la lucha del otro y ofrece silencio, acogida y oración.
Fue por eso que tras su encuentro con la sombra, Chico se volvió aún más compasivo. Él entendió que el mal puede visitar cualquier corazón y que el amor necesita estar siempre listo para recibir de vuelta a quien se perdió, porque para Dios nadie está irremediablemente perdido. Un detalle curioso es que Chico, después de ese acontecimiento pasó a reforzar sus prácticas espirituales.
Él intensificó sus momentos de plegaria, incluso cuando el cansancio era extremo. Alternaba vigilias silenciosas con el trabajo mediúmico y buscaba en cada atención oír más que hablar. Él decía que el mal le había mostrado un espejo y que ahora él necesitaba garantizar que su imagen reflejara luz.
No por vanidad, sino por responsabilidad. Para él la mayor armadura contra el mal era el servicio desinteresado. Dijo en una carta que cada vez que entregaba un libro psicografiado, hacía eso como si estuviera apagando un rasgo más de aquella sombra que intentó engañarlo y que el bien, incluso hecho en silencio, resuena más alto que cualquier grito del mal.
Con el pasar de los años, Chico fue discretamente orientando a otros mediums y trabajadores espirituales sobre pruebas semejantes. Nunca daba nombres, fechas o detalles que pudieran generar miedo, pero en sus palabras había siempre un código, una entrelínea, un recordatorio de que el trabajo espiritual no es solo dulzura, es también firmeza, renuncia y coraje. Él decía que el verdadero peligro no era el mal descarnado, sino el que se disfrazaba de buen juicio, el que usaba la razón para desacreditar la fe, el que ofrecía atajos seductores para misiones que exigen paciencia y que a veces la mayor prueba del alma no es resistir al dolor, sino resistir al alivio fácil.
El mal ofrece salidas, Dios ofrece evolución. Y evolución, como chico bien sabía, nunca es confortable, sino que siempre libera. La manera como Chico lidió con lo ocurrido decía mucho sobre su grandeza espiritual.
Él no transformó el episodio en espectáculo, ni lo usó como argumento para vanagloria. Por el contrario, mantuvo silencio por años. Cuando tocaba el asunto era con extrema simplicidad y siempre para enseñar algo.
Dijo cierta vez que los mayores combates no acontecen entre multitudes, sino dentro de la conciencia de cada uno. que la guerra espiritual más peligrosa es la que nadie ve, aquella librada en lo íntimo del ser, cuando tenemos que elegir entre reaccionar con orgullo o callar con humildad, entre desistir del bien o insistir a pesar de los dolores, y que aquella noche él comprendió que el mal no quería destruir su mediumnidad, quería apenas hacerlo desistir de ella por voluntad propia y eso sería aún más eficaz. Para chico, esa fue una de las lecciones más duras.
El mal no impone, seduce. Y es por eso que tantos caen sin percibirlo. Él decía que hay un tipo de tentación que no duele, que hasta parece justa.
Ya has hecho tanto, ahora descansa. Deja que otros continúen. Ya no necesitas probar nada.
Esas frases, según él, son peligrosas cuando alimentan el ego o debilitan la misión. Porque no hay descanso verdadero fuera del amor y cuando paramos de servir, algo en nosotros comienza a enfermar. Chico entendió eso en aquel momento y decidió que mientras respirara serviría, incluso con dolores, incluso con lágrimas, porque el servicio al bien no es obligación, es cura.
Y cada acción con amor, por menor que parezca, se vuelve una luz encendida en la oscuridad del mundo. Otro aspecto profundo del relato es que Chico no describía a la entidad como esencialmente mala, sino como profundamente perdida. Decía que aquella presencia traía un dolor en la mirada, una ausencia de amor tan grande que se transformaba en veneno.
Y eso lo hacía reflexionar sobre cuántas almas desencarnadas viven así. alejadas de la luz, no por castigo, sino por elección, por orgullo, por revuelta, por ego herido. Chico decía que esos espíritus muchas veces intentan arrastrarnos no por crueldad pura, sino por desesperación, porque perdieron la conexión con Dios y creen que si otros también caen, su dolor se volverá más soportable.
Y esa comprensión hizo con que Chico, incluso delante de aquella figura obscura, sintiera compasión. Él no la temió, él la perdonó en silencio. Esa experiencia también lo hizo comprender mejor a Cristo.
Él decía que Jesús en el desierto enfrentó algo semejante. La tentación no fue una amenaza, fue una propuesta. y que cada una de las respuestas de Jesús, firmes y amorosas, fueron como espadas de luz contra la oscuridad.
Chico veía en eso una enseñanza directa, que resistir al mal no es confrontarlo con odio, sino con verdad y amor, que no se vence la oscuridad gritando con ella, sino encendiendo una luz dentro de sí y que muchas veces esa luz se enciende en el exacto momento en que decidimos no revidar, no juzgar, no caer. Él decía que el verdadero ejército del bien no carga armas ni palabras afiladas. carga serenidad, firmeza moral y la certeza de que ninguna sombra resiste a la presencia de la luz.
Tras ese encuentro, Chico nunca más fue el mismo. No porque quedó con miedo, sino porque quedó más consciente. Comenzó a observar con más atención sus propios pensamientos.
Buscaba mantener el corazón limpio, incluso delante de las injusticias. perdonaba más rápido, juzgaba menos y se volvía cada vez más un instrumento de amor. Él decía que había aprendido aquella noche que el mal no es algo que se vence de una vez, es algo que se elige no alimentar todos los días y que la mayor victoria espiritual es cuando conseguimos decir no a lo que nos quita la paz, incluso si nadie ve, incluso si no recibimos aplausos, porque la verdadera luz no necesita ser reconocida.
Ella apenas brilla, silenciosa, constante, transformadora. Con el pasar de los años, Chico decía que todos los días pueden ser una tentación o una oración, que todo depende de la mirada con que despertamos. Él aprendió con aquel encuentro que las verdaderas batallas no tienen hora marcada.
Ellas surgen en el tráfico, en las palabras de alguien querido, en las frustraciones del trabajo, en el miedo de no ser comprendido. Son en esos momentos que el mal susurra, desiste, reacciona con rabia. No necesitas aguantar esto.
Pero según él, es exactamente ahí que el espíritu evoluciona. Porque es fácil amar cuando todo está bien. Difícil es mantener el corazón abierto cuando está partido.
Y fue allí, en aquella noche de prueba, que chico se descubrió más fuerte de lo que pensaba. No por mérito propio, sino por confiar en algo mayor que él. Tras el episodio, Chico también pasó a valorar aún más el silencio.
Él decía que muchas veces buscamos respuestas en libros, palestras, mensajes, pero que hay respuestas que solo el silencio revela. Fue en silencio que él enfrentó aquella presencia sombría. Fue en silencio que oyó las trampas disfrazadas de consejos.
Y fue en el silencio del alma que decidió no ceder. Él decía que el silencio es el lenguaje de la conciencia y que cuando el mal intenta confundirnos es el silencio de la fe que nos realinea. Chico pasó a recomendar el recogimiento espiritual como forma de fortalecer el campo energético.
"Quédate en silencio con Dios al menos algunos minutos por día", decía él, y comenzarás a percibir cuando la voz del mal intente imitarla de la razón. Esa enseñanza ganó aún más fuerza cuando él explicó que el mal no necesita que concordemos con él, solo necesita que callemos la voz del bien dentro de nosotros. Por eso, cada un peso espiritual inmenso.
Cuando Chico ofrecía un vaso de agua, un pañuelo, una sonrisa, él hacía aquello con la conciencia de quien estaba desafiando las fuerzas de la oscuridad. Porque el bien verdadero, decía él, es subversivo para el mal. Es como una luz encendida en un sótano oscuro.
Y cada gesto nuestro, incluso pequeño, puede ser ese as de luz. Él no romantizaba el sufrimiento, sino que decía que hay dolores que purifican y hay tentaciones que enseñan, y que el encuentro con el mal fue una lección que él jamás desearía repetir, pero por la cual era grato, porque allí él entendió el valor real del bien que cultivaba. Otra lección marcante que Chico retiró de esa vivencia fue sobre el peligro de la autocompasión.
Él decía que el mal intenta hacernos sentir víctimas de la vida como si todo conspirara contra nosotros. Es en ese terreno que las ideas de desistimiento germinan. Cuando la mente se entrega a la idea de que nada adelanta, de que nadie valora, de que todo esfuerzo en vano, el mal sonríe porque encontró espacio.
Chico decía que toda vez que sentía eso aproximándose, él se recordaba de aquella noche, de la figura elegante, del discurso convincente, de la propuesta sutil. Y entonces él reaccionaba con una plegaria, no pedía fuerzas, ofrecía servicio. Señor, ¿qué puedo hacer por ti hoy?
Esa era su respuesta. Y con eso el mal no encontraba abrigo en su corazón. Esa actitud de ofrecer amor, en vez de esconderse en el dolor, transformó a Chico en un símbolo universal de luz.
Pero pocos sabían que esa luz fue moldeada en momentos de profunda oscuridad. La mayoría conocía al chico sonriente, generoso, acogedor. Pero por detrás de ese semblante había un espíritu que eligió todos los días no ceder al cansancio, a la duda, al miedo, que eligió creer en el bien incluso cuando todo parecía oscuro.
Y es eso que torna ese relato tan poderoso. Él nos muestra que el verdadero enfrentamiento del mal no es hecho por ángeles intocables, es hecho por personas comunes en silencio, con coraje, humildad y fe, y que quizás lo que el mal más tema sea exactamente eso, un corazón que no desiste de amar. Para chico, el mal no era un personaje a ser temido, sino una ausencia a ser llenada.
Él decía que donde falta amor brota oscuridad. Donde falta comprensión nace el resentimiento y donde falta Dios se instala la desesperación. Por eso él no trataba a la entidad que lo visitó como enemiga, sino como alguien distante de la luz, necesitando reencontrar el camino.
Esa mirada compasiva es lo que tornaba a chico diferente. Él no veía el mundo en blanco y negro, en buenos y malos. veía almas en diferentes estadios de la jornada y eso le daba una paciencia casi infinita con los errores de los otros, porque él había enfrentado en lo íntimo la misma lucha y sabía cuán difícil es resistir cuando todo parece empujar en la dirección opuesta.
Fue esa empatía que transformó su mediumnidad en misión. Otro punto que Chico siempre reforzaba era que el mal necesita de platea. Él se alimenta de la atención, de la reacción, del escándalo.
Por eso, Chico eligió el silencio como escudo y el trabajo como espada. Continuó psicografiando, atendiendo, consolando. No paró ni siquiera cuando el cuerpo flaqueó.
Él entendía que cada nueva página escrita era una forma de recordarle al mundo que el bien resiste, incluso cuando todo parece perdido. Dijo que el mal no soporta el anonimato ni la perseverancia, que su mayor victoria sería hacer al trabajador abandonar su tarea, no por miedo, sino por cansancio. Y es por eso que él siempre pedía, continúa incluso si duele, incluso si nadie ve, porque Dios siempre ve y esa certeza, según él, era lo que lo mantenía de pie.
Chico también decía que necesitamos prestar atención en nuestros pensamientos más silenciosos. Son ellos los que revelan dónde estamos espiritualmente. El mal raramente se muestra en gestos brutales.
Él aparece en formas suaves, en el juzgamiento apresurado, en el deseo de venganza, en la irritación sin motivo. Pequeñas sombras que se instalan y cuando no son iluminadas crecen. chico aprendió aquella noche que no se trata de luchar contra el mal con gritos o debates, sino de elegir conscientemente cultivar el bien, una elección por vez, un pensamiento por vez, una actitud por vez y que esa disciplina interior tan discreta es lo que construye la verdadera fortaleza espiritual, no la que impone, sino la que sustenta, no la que brilla por fuera, sino la que calienta por dentro.
Ese encuentro también lo ayudó a entender mejor el sufrimiento humano. Él decía que muchas veces el mal actúa cuando estamos quebrados por dentro, que por detrás de la rabia está el dolor, por detrás de la violencia está el miedo y por detrás de la desesperación está la ausencia de fe. Y que si conseguimos mirar más allá del comportamiento y divisar el dolor del alma, nuestra compasión crece.
Fue por eso que Chico se volvió aún más acogedor después de lo ocurrido. Él veía al otro como alguien en proceso y nunca como un caso perdido. Creía en la redención de todos.
Porque si él propio, en un momento de flaqueza, pudo casi ser vencido, pero eligió la luz, entonces cualquiera puede. Esa creencia inquebrantable en el poder del amor era su mayor fuerza y también su mayor protección. Por fin, Chico decía que aquel encuentro no fue una maldición, sino una oportunidad, una chance de probarse a sí mismo que su fe no era apenas teoría, era práctica, que lo que él predicaba en los libros y en los mensajes también era verdadero en la soledad de las madrugadas, en los momentos en que nadie más veía.
Esa coherencia entre palabra y acción fue lo que lo tornó tan respetado hasta por quien no comparte la fe espírita. Porque chico no hablaba de Dios. Él vivía como si Dios estuviera allí a cada instante.
Y cuando contó esa historia, hizo cuestión de decir, "No me glorío de eso. Yo casi caí, pero fui salvado por un hilo de fe. Y hoy, más que nunca, yo sé que ese hilo es suficiente si lo sujetas firme.
" Chico aprendió aquella noche que el mal no nos visita apenas para derrumbarnos, sino para mostrarnos dónde aún somos frágiles. Él decía que la sombra revela nuestras grietas y que cuando identificadas con humildad, esas grietas pueden ser transformadas en ventanas para la luz. Ese fue el impacto más duradero de la experiencia.
Ella lo hizo mirar hacia dentro de sí con más verdad, identificar dónde aún guardaba rencores, donde el orgullo se escondía, donde la vanidad susurraba. Y fue limpiando, curando, puliendo, día tras día. No con prisa, sino con constancia, porque chico sabía que el mayor campo de batalla espiritual no era fuera, era dentro, y que cada victoria íntima tenía el poder de alejar legiones de sombras externas.
Era así que él luchaba en silencio, en la intimidad de la conciencia. Ese encuentro también reforzó en chico la importancia de la vigilancia en relación a la vanidad espiritual. Él decía que el mal puede disfrazarse hasta de elogio, que hay espíritus sombríos que se presentan como benefactores, que llenan al medium de palabras dulces, inflando su ego hasta que él pierda el foco de la misión.
Por eso, tras el episodio, Chico redobló su cuidado con cualquier tipo de exaltación. recusaba homenajes, desviaba elogios, atribuía todo a Dios, porque sabía que el orgullo es una invitación silenciosa a las tinieblas. Él decía que cuanto más alguien es elogiado por hacer el bien, más necesita orar, porque es exactamente ahí que el mal intenta entrar en la zona de confort del alma y que el verdadero servidor de Cristo es aquel que incluso reconocido, permanece pequeño por dentro.
Al relatar esa experiencia a un amigo íntimo, chico dijo una frase que quedó grabada. Yo no vencí al mal aquella noche. Yo apenas elegí no caminar con él.
Esa humildad era la base de su fuerza. Él no se colocaba como ejemplo, sino como aprendiz. Y eso tornaba su habla aún más verdadera.
Él decía que muchas veces esperamos vencer las tinieblas de una vez por todas, cuando en verdad ellas necesitan ser vencidas todos los días en cada elección, en cada gesto, en cada silencio. Y que el mal es insistente, pero el bien es persistente. Que el mal grita, pero el bien resuena.
y que cuando decidimos por la luz, aunque sea por un hilo, estamos diciéndole al universo entero, "Yo aún creo. " Y eso por sí solo ya es una oración poderosa. Después de aquel acontecimiento, Chico pasó a percibir con más claridad los ataques sutiles que recibía.
dijo que por diversas veces entidades desencarnadas intentaron aproximarse con discursos seductores, intentando convencerlo de que estaba cansado, de que su misión podría esperar. Pero él, ahora más atento, conseguía identificar el patrón y bastaba un pensamiento de Jesús, una plegaria simple para disipar aquello. Él decía que el nombre de Cristo es como una luz que corta cualquier niebla, que incluso que no sepamos orar, basta recordar a Jesús con sinceridad para que algo cambie dentro y fuera de nosotros.
Esa confianza profunda era su ancla y él la enseñaba con dulzura, no como doctrina, sino como experiencia vivida, como quien pasó por la oscuridad y descubrió que la fe encendida nunca se apaga. Ese episodio también despertó en chico una compasión aún mayor por las personas que viven inmersas en conflictos interiores. Él pasó a divisar con más ternura a los que viven en la duda, los que oscilan, los que tropiezan.
decía que todos nosotros en algún momento oiremos la voz del mal y que esa voz no define quiénes somos, sino lo que hacemos con ella. Sí, que resistir a la tentación no nos torna santos, sino que nos hace recordar que estamos en evolución y que caer no es vergüenza desde que no dejemos de intentar nuevamente. Chico repetía siempre, Dios no se escandaliza con nuestras caídas.
Él se conmueve con nuestra voluntad de levantar y esa certeza era lo que él más deseaba transmitir, que la luz está siempre dispuesta a acogernos de vuelta. El relato de chico sobre ese encuentro jamás fue usado como arma de miedo, sino como una llave de entendimiento. Él decía que el mal no está al acecho como un monstruo, sino presente en las elecciones mal resueltas, en los resentimientos guardados, en los rencores que se acumulan con el tiempo y que todos nosotros, sin excepción, tenemos un lado que necesita de cura.
No hay vergüenza en reconocer eso. La vergüenza, según él, es fingir que ya somos luz total cuando aún estamos en construcción. Por eso su habla era siempre acogedora, incluso cuando firme.
Él nos recordaba de que la evolución espiritual es hecha de pasos pequeños, sinceros y continuos. y que cuando tropezamos no necesitamos culparnos, necesitamos mirar hacia el cielo y seguir, porque el mal solo vence cuando paramos de intentar. Chico también alertaba sobre las distracciones del mundo moderno.
Ya en aquella época percibía como las personas estaban cada vez más dispersas, viviendo con prisa, olvidándose de sí mismas. Decía que eso era terreno fértil para el mal sutil, que la ausencia de reflexión, el exceso de estímulo y la prisa en juzgar eran síntomas de un alma desconectada de su esencia. Según él, cuando perdemos el hábito del silencio, de la oración y del autoconocimiento, quedamos vulnerables.
Por eso recomendaba que incluso en los días ajetreados sacáramos al menos un instante para respirar con conciencia y recordar a Dios. Porque a veces es en ese pequeño intervalo que somos protegidos de un gran error y que muchas caídas podrían ser evitadas si antes de actuar oráramos con el corazón, aunque sea por 10 segundos. Ese consejo era fruto directo de aquella noche.
Chico decía que no fue su inteligencia que lo salvó ni su experiencia mediúmica. fue la oración, una oración simple pero verdadera, una entrega total a la voluntad de Dios. Y es por eso que él insistía tanto en la oración como práctica diaria, no como obligación, sino como escudo.
No sé orar bonito decían algunos. Y él respondía, Dios entiende el corazón, no las palabras. Esa simplicidad hacía con que hasta los más escépticos pararan para oírlo, porque Chico no hablaba sobre el cielo con dogmas, hablaba con la mirada de quien ya había andado por lugares sombríos y vuelto con más luz.
Él no hablaba para impresionar, hablaba para servir, y cada historia que contaba era como una linterna en la oscuridad interior de quien lo escuchaba. Lo más conmovedor en su trayectoria es que incluso después de todo lo que vivió, Chico nunca se consideró especial. Decía que era apenas un siervo con muchas limitaciones, que se equivocaba, que dudaba, que sentía miedo, pero que a pesar de todo eso elegía continuar.
Y esa elección diaria era lo que tornaba su vida un verdadero evangelio vivo. Él decía que el mal no necesita de monstruos para existir. Basta con que los buenos desistan.
Por eso insistía tanto en la persistencia que incluso si todo parece salir mal, incluso si nadie apoya, incluso si el dolor es intenso, aún así vale la pena continuar, porque el bien verdadero no se mide por los resultados, sino por la intención con que es hecho. Y que Dios ve esa intención incluso cuando el mundo entero cierra los ojos. Esa fe discreta, pero inquebrantable era lo que más inspiraba a quien convivía con él.
Y es por eso que incluso tras su partida sus palabras continúan resonando. El encuentro con el no es una historia sobre miedo, es una historia sobre coraje, sobre resistencia, sobre la elección silenciosa por el amor, incluso cuando el corazón está cansado. chico quería que supiéramos que todos somos capaces de resistir, que la luz que cargamos puede parecer pequeña, pero es suficiente para alejar cualquier sombra.
Y que si un hombre simple como él pudo enfrentar la oscuridad con fe, cualquiera de nosotros también puede. Basta creer y sujetar firme ese hilo invisible que nos une a Dios. Incluso que parezca frágil, él nunca se rompe.
En los últimos años de vida, Chico fue preguntado algunas veces sobre aquel episodio. Él apenas sonreía con humildad y decía, "Fue una noche de aprendizaje. Nunca hizo cuestión de convencer a nadie de la veracidad de la experiencia.
Decía que no importaba si creían o no, sino lo que hacían con el mensaje. Y el mensaje era claro. Todos nosotros enfrentamos pruebas.
Todos nosotros un día seremos probados en nuestras convicciones más profundas. Y no será delante de reflectores, sino en lo oscuro del alma cuando nadie esté viendo. Es en ese momento que mostramos la verdad de nuestro espíritu.
chico decía que Dios no espera perfección de nosotros, espera sinceridad y que incluso delante de la duda, el corazón sincero siempre encontrará un camino de vuelta a la luz. Esa historia también nos recuerda que los mayores encuentros espirituales no siempre son con ángeles o maestros. A veces son con nuestros propios fantasmas, con las partes que intentamos esconder, con las voces que insisten en alejarnos de nosotros mismos.
Y es en esos encuentros que tenemos la chance de elegir de nuevo. Chico eligió y su elección continúa resonando a través de sus obras, de sus ejemplos, de sus lágrimas silenciosas. Él probó que coraje no es ausencia de miedo, es actuar a pesar de él, que fe no es certeza absoluta, es confiar incluso sin entender.
Y que amor no es sentimiento pasajero, es decisión diaria. Fue eso que él vivió, fue eso que él nos dejó y quizás por eso su luz continúe iluminando tantos caminos hasta hoy. Al final de la vida, cuando ya estaba físicamente debilitado, Chico decía que aquel encuentro con el mal había sido un divisor de aguas, no porque lo asustó, sino porque lo preparó.
Él entendía que su misión estaba llegando al fin, pero decía que ahora comprendía el valor de cada elección. de cada renuncia, de cada silencio, que la vida espiritual comienza en la tierra con los gestos más simples y que cada alma que elige el bien, incluso en medio al dolor, acelera la llegada de un mundo más justo, más fraterno, más iluminado. Por eso él no hablaba en fin, hablaba en continuidad, en legado, en semilla plantada.
y decía que si pudiera dejar un último recado sería este: "No desistas de la luz, porque la luz nunca desiste de ti. " Hoy al revisitar este relato, percibimos que él no es apenas sobre chico, es sobre todos nosotros, sobre nuestras dudas, nuestros conflictos internos, nuestras tentaciones silenciosas. Es un recordatorio de que el bien no es hecho de grandes hechos, es hecho de pequeñas elecciones con amor.
Que resistir al mal no es solo vencer la sombra, es mantener encendida la vela de la esperanza, incluso cuando todo parece oscuro, y que nadie está solo en esa jornada. Porque el mismo Dios que sustentó a Chico aquella noche sustenta a mí, a ti, a todos los que buscan vivir con dignidad espiritual. Esa historia es más que un secreto revelado, es un llamado, una invitación, una oportunidad de despertar para lo que realmente importa.
Y si ese mensaje tocó tu corazón, quizás sea porque él estaba esperando por ti. Quizás ese sea el momento en que necesitabas recordar que incluso cansado aún puedes elegir la luz, que incluso decepcionado aún puedes amar, que incluso herido aún puedes perdonar y que incluso en silencio tu alma puede hacer diferencia en el mundo. Si sentiste eso, comparte esa historia.
Deja que ella llegue a otros corazones que también necesitan recordar el poder que cargan dentro de sí. Suscríbete, comenta, habla sobre eso, porque como diría chico, la mayor caridad aún es la del alma. Llevar esperanza a quien ya casi no cree más.
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