Para unos fue una gran sorpresa. Para otros algo que se veía venir. Pero en lo que muchos están de acuerdo es que la disolución de la Unión Soviética marcó un hito en la historia del siglo XX.
Pocos vaticinaron la veloz desintegración de uno de los países más influyentes tras la Segunda Guerra Mundial y que en su máximo esplendor llegó a ocupar un sexto del territorio de todo el mundo. La llamada URSS pasó de disputarse el liderazgo mundial con EE. UU.
a desmoronarse en un proceso del que resultaron 15 repúblicas independientes. Pero te quiero explicar primero cómo fue que llegó a conformarse un bloque tan poderoso. Y para eso, hay que viajar en el tiempo hasta inicios del siglo XX.
Estamos en Rusia. Hay mucha hambre y pobreza. Europa está sumida en la Primera Guerra Mundial, cuando estalla la Revolución rusa de 1917.
Los llamados bolcheviques se rebelan y derrocan al zar Nicolás segundo. Acaban así con una monarquía de siglos, y se imponen tras una cruenta guerra civil, con el revolucionario marxista Vladimir Lenin como líder. En 1922 un tratado entre Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia- actual Georgia, Armenia y Azerbaiyán- forman la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Un bloque comunista donde no existía la propiedad privada, el Estado pasaba a controlarlo todo y al que era imposible oponerse. Y que tras una espectacular expansión, llegó a dibujar este mapa que integró a 15 repúblicas. Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán.
El tamaño de la Unión Soviética era 2,5 veces más grande que el Estados Unidos y 6 veces el de India. Además, tenía acceso y control de recursos naturales como gas y petróleo que la convirtieron en una potencia energética. Pero si bien Lenin fue el arquitecto de la URSS, su sucesor Joseph Stalin inició a finales de los años 20 un proceso de transformación que la consolidaría como una potencia industrial y militar.
Stalin transformó el país agrícola en uno industrializado y en sectores estratégicos como petróleo, siderurgia, química, minería, automotriz, aeroespacial, electrónica y telecomunicaciones. Al mismo tiempo, llevó a cabo una brutal represión que costó millones de vidas y de prisioneros políticos. Pero fue sin dudas el fin de la Segunda Guerra Mundial la que hizo emerger a la URSS como una gran potencia.
Con su decisivo poderío militar, se unió a Estados Unidos, Reino Unido y Francia para derrotar a los Nazis y a Japón. Aunque claro, esta alianza entre dos ideologías completamente opuestas- capitalismo y socialismo- era como mezclar el agua y el aceite. Así que tras la guerra esta asociación “incómoda” duró bastante poco.
La URSS empezó a instalar su sistema en los territorios que había liberado de los Nazis en parte de los países bálticos, algo que no gustó a Occidente, liderado por EE. UU. Esta área de influencia soviética terminó dibujando en el mapa europeo la llamada cortina de hierro.
Así comenzó la llamada Guerra Fría, un enfrentamiento que duró décadas. La Unión Soviética y Estados Unidos rivalizaron en casi todo, desde la carrera espacial, la economía, el deporte, hasta poner al mundo al borde de una guerra nuclear. Durante este tiempo la influencia de la URSS también se expandió a países que, aunque no la integraban, eran aliados indiscutibles, como la RDA, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria o Albania.
Y fuera de Europa en países como Cuba, Angola o Vietnam. Sin embargo, y aunque hacia el exterior se proyectaba como una potencia invencible, puertas adentro, en la década de los 80, la URSS estaba en la antesala de su colapso. ¿Y cuál fue su talón de Aquiles?
La economía. No se pueden hablar de cifras concretas porque el sistema era muy opaco, pero hacia el inicio de los 80 la productividad iba en picada. Había desabastecimiento de artículos de primera necesidad.
“El censo era algo más fiable e indicaba que había una mortandad infantil muy alta, una esperanza de vida corta por las condiciones de vida. Porque al contrario de lo que se pensaba y de lo que aún alguna gente idealiza con respecto a la Unión Soviética, el nivel de vida era muy bajo”. Además, aunque Nikita Khruschev, el sucesor de Stalin, hizo reformas políticas, el espíritu totalitario de la URSS persistió.
Y con ello el descontento de la gente. Así pintaba el escenario cuando llegó al poder en 1985 el hombre que pondría fin a la Unión Soviética: Mijaíl Gorbachov. Aunque ese no era su plan: Gorvachov quería modernizar el sistema soviético con su famosa perestroika, que en ruso significa "reestructuración".
Hizo cambios radicales en lo económico que acercaron el sistema soviético al capitalismo. Relajó el control centralizado de muchas empresas, lo que permitió a algunos agricultores y fabricantes decidir por sí mismos qué productos fabricar, cuántos producir y cuánto cobrar por ellos. También se permitió la creación de negocios como restaurantes y tiendas de propiedad privada.
Por supuesto, el proceso se encontró con la resistencia de la cúpula rusa del Partido Comunista que no quería perder el control. También gran parte de la población sufrió al tener que empezar a pagar caro por cosas que antes subvencionaba el Estado, como la comida. Pero al mismo tiempo Gorbachov inició un proceso de democratización.
Llamó a las únicas elecciones democráticas que tuvo la URSS en las que fue electo como presidente y disidentes políticos contrarios al sistema fueron elegidos en las urnas. "La dinámica de cambio solo podía venir desde arriba porque era un sistema totalitario de represión absoluta de cualquier amago de libertad de expresión. Los cambios empezaron desde arriba porque fue lo que anunció la perestroika.
Pero fue la presión desde abajo lo que acabó haciendo caer a la Unión Soviética y acabó con el sistema soviético. Y esa presión desde abajo se materializó en un símbolo: la caída del Muro de Berlín en 1989 que muchos historiadores dicen que habría sido impensable sin esas reformas que se estaban dando en la Unión Soviética. Y luego se produjo un efecto dominó: la caída del muro alimentó las revueltas contra el dominio soviético.
Y para 1990 todas las repúblicas de la Unión habían aprobado declaraciones de soberanía nacional. Letonia, Ucrania y Moldavia estuvieron entre las primeras repúblicas en proclamar su independencia de la URSS. Y el proceso se aceleró en 1991, cuando 11 repúblicas soviéticas tomaron la decisión de independizarse.
Y el Partido Comunista fue disuelto. Hasta que a principios de diciembre de 1991, los presidentes de Rusia (Boris Yeltzin), Ucrania (Leonid Kravchuk) y el representante del soviet supremo de Bielorrusia (Stanislav Shushkévich) firmaron el Acuerdo de Belavesh que ponía fin a la Unión Soviética y establecía la Comunidad de Estados Independientes. Días más tarde a Gorbachov no le quedaba más remedio que renunciar a su cargo como presidente de la URSS, un estado que tras casi 70 años había dejado de existir.
Así surgieron 15 repúblicas independientes. Y 4 estados autoproclamados que aún no han sido reconocidos: Transnistria, Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno Karabaj. Pero lo cierto es que casi 3 décadas más tarde la sombra de lo que fue la URSS sigue estando ahí.
Y Rusia, la más grande de las repúblicas ex soviéticas, es un actor con gran influencia en la región y el mundo. En todo caso, la disolución de la URSS en 1991 significó el fin del mundo bipolar y el inicio de una era más multilateral.