La historia del hombre más flojo del mundo. Mira, te voy a contar una historia curiosa. Hace muchísimo tiempo, en un pueblo pequeño, de esos que tienen casas de barro, vivía un hombre conocido por todos como don Flojo.
Y no exageraban. Era tan flojo que la gente decía que hasta respirar parecía darle pereza. Cada mañana su esposa, una mujer fuerte, de carácter firme, acostumbrada al trabajo y con brazos capaces de cargar un saco entero de papas sin cansarse, tenía que sacarlo de la cama casi a empujones.
Levántate de una buena vez, hombre. Otra vez vas a quedarte tirado ahí como un gato dormilón. Ya da vergüenza tanta flojera.
Y él, con los ojos medio cerrados, aplastado contra la almohada, respondía quejándose con un bostezo. Ay, mujer, otra vez toca levantarse. Qué vida más dura, qué fastidio.
Su esposa, que ya estaba perdiendo la paciencia, señalaba hacia el patio con enojo. Mira cómo está todo. El patio lleno de hojas secas, la leña sin cortar y ese techo que gotea cada vez que llueve.
¿Acaso crees que algún día podremos salir de pobres si sigues echado ahí como un tronco? Dime tú con sinceridad, ¿cómo piensas que vamos a volvernos ricos si no haces nada más que estar echado? Él la miró lentamente y luego de pensarlo un poco, soltó una idea que tenía en mente desde hacía un tiempo.
Pues fíjate que no todo es trabajo en esta vida. ¿Ves esa montaña allá lejos? Dicen que detrás de ella vive un sabio que conoce muchos secretos.
Mañana mismo voy a ir a preguntarle cómo puedo volverme rico sin sudar ni una sola gota. La esposa levantó una ceja dudando seriamente de esa promesa, pero pensó que al menos era algo nuevo. Finalmente, suspirando resignada, le dijo, "Pues veremos si cumples tu palabra, pero te aviso que si regresas sin una respuesta clara, más vale que ni regreses.
" Así fue como a la mañana siguiente, aunque con mucha pereza, el hombre se levantó temprano, se sacudió un poco el polvo de su ropa y emprendió el camino hacia la montaña. Caminaba muy despacio, arrastrando los pies como si llevara dos grandes piedras amarradas. El paisaje era tranquilo, con campos resecos y una suave brisa que soplaba de vez en cuando.
Luego de varias horas caminando con quejas y bostezos, el flojo llegó a un lugar extraño, lleno de rocas que parecían animales gigantes dormidos. Justo en ese instante salió entre esas rocas un lobo delgado con costillas marcadas por el hambre. El animal, mirándolo con curiosidad, preguntó con voz grave, "Oye, tú, ¿a dónde vas con tanta calma?
" El hombre, sorprendido, pero sin miedo, respondió con sinceridad, "Voy al otro lado de esta montaña. Dicen que allá vive un sabio que me dirá cómo puedo hacerme rico sin trabajar. " El lobo lo miró intrigado, se acercó lentamente y le dijo con tono suplicante, "Si encuentras al sabio, ayúdame también.
Pregúntale por qué nunca puedo saciarme por más que coma. Siempre siento hambre y eso me tiene desesperado. ¿Harías eso por mí?
" El flojo, un poco incómodo, levantó la mano con pereza y le contestó rápidamente para librarse del lobo. Sí, sí, está bien. Le preguntaré por ti también.
Más adelante el camino se hizo más seco y polvoriento, y el hombre encontró un viejo árbol de manzanas, tan seco y sin vida que daba pena verlo. El árbol, al verlo pasar, habló con una voz tan débil que apenas se escuchaba. Buen viajero, ¿a dónde te diriges con tanta pereza?
El flojo, ya acostumbrado a las preguntas raras, respondió nuevamente con tranquilidad. Busco al sabio detrás de la montaña. Quiero preguntarle cómo ser rico sin esforzarme.
El árbol, moviendo sus ramas lentamente, le dijo triste y con esperanza, "Por favor, pregúntale algo por mí también. Llevo años sin poder dar manzanas. Mis hojas se marchitan enseguida y siento que algo malo vive bajo mis raíces.
Necesito saber cómo puedo curarme. El hombre, suspirando con pereza y resignación volvió a aceptar. Está bien, árbol.
Yo también preguntaré por ti. Finalmente, cuando el día comenzaba a caer, llegó a las orillas de un hermoso lago de aguas tan claras que parecía un espejo. Allí, inesperadamente emergió un pez enorme con una expresión triste en sus grandes ojos y preguntó al viajero con voz cansada.
¿A dónde vas, viajero? El flojo, algo impaciente ya por tantas interrupciones, respondió nuevamente, "Voy donde el sabio que vive detrás de la montaña para que me diga cómo puedo ser rico sin trabajar. " El pez, sufriendo y con dificultad al hablar le pidió ayuda desesperada.
"Amigo, aprovecha y pregúntale por qué tengo algo atorado en mi garganta que no me deja tragar. No puedo comer con tranquilidad, sufro mucho. Por favor, ayúdame con eso.
El flojo volvió a sentir con cansancio, como si fuera una obligación que ya no podía evitar. De acuerdo, Pez, también haré tu pregunta. Ahora déjame avanzar que se me hace tarde.
Finalmente, casi al caer el sol y ya con las piernas temblando por el esfuerzo de caminar, llegó a lo alto de la montaña. Allí encontró sentado en una roca a un anciano sabio de larga barba blanca, mirando tranquilo hacia el horizonte naranja. El flojo se acercó con respeto, pero sin perder tiempo le planteó directamente su petición.
Sabio, vengo desde lejos para preguntarte algo muy importante. ¿Cómo puedo ser rico sin trabajar? Mi esposa siempre me reclama, pero yo siento que debe existir alguna forma fácil.
El anciano, sabio, en silencio y sin apartar la vista del horizonte, le dijo con calma, "¿Solo eso vienes a preguntarme? " El hombre recordó rápidamente sus otras promesas y aclaró, "Ah, casi me olvidaba. También traigo preguntas de un lobo hambriento, un árbol seco y un pez que tiene algo atorado en su garganta.
¿Puedes ayudarles también? " El sabio se tomó su tiempo antes de responder. Luego, con voz pausada y profunda, dijo, "A ver, escúchame bien.
Primero al lobo, dile que para quitarse de encima ese hambre infinita, debe comerse al primer hlgazán que se encuentre en su camino. Así podrá llenar esa panza vacía para siempre. " Luego hizo una breve pausa, pensativo, antes de continuar con seriedad.
Ahora sobre el pez tiene un problema serio. Resulta que en su garganta haya atorado un objeto muy valioso, una joya que alguien debe sacarle cuanto antes. Apenas se la quiten, volverá a comer con tranquilidad.
El flojo abrió los ojos intrigado, movió la cabeza afirmando, pero estaba tan ansioso que interrumpió rápidamente. Ya, ya, muy bien, sabio, pero ¿qué hay sobre mí? Ah, y también queda el pobre árbol seco.
Casi lo olvido. El anciano, sin apurarse, continuó con paciencia. Claro, el árbol seco bajo sus raíces tiene enterrado un cofre lleno de monedas de oro.
Esa riqueza oculta es lo que lo tiene enfermo. Deben sacarlo y así volverá a dar manzanas grandes y jugosas como antes. El flojo, ya bastante desesperado, se acercó más al anciano y le suplicó con impaciencia.
Perfecto, perfecto, pero dime qué hago yo para ser rico sin esfuerzo. No me vayas a dejar así con esta intriga, por favor. El anciano sabio mostró una pequeña sonrisa.
casi oculta por su barba blanca y lo miró directo a los ojos con tranquilidad absoluta. "Tu caso es muy simple, hijo mío. Para hacerte rico sin ningún esfuerzo, solo tienes que regresar exactamente por el mismo camino por el que viniste.
No necesitas hacer nada más. Apenas llegues a tu casa, encontrarás la fortuna esperándote. Luego de decir esto, el sabio se puso lentamente de pie y sin apuro alguno, caminó hacia su humilde cabaña, dejando al flojo soñando despierto con una sonrisa enorme.
Luego el flojo, ansioso por regresar rápidamente a su casa, comenzó el viaje de regreso. Mientras caminaba, no podía dejar de pensar en cómo su vida cambiaría. Sonreía soñando con montañas de oro en su sala, una cama suave y enorme para dormir, sin que nadie lo molestara.
Y sobre todo, imaginaba la sorpresa de su esposa cuando lo viera llegar lleno de riquezas, sin haber hecho absolutamente nada. Al cabo de un rato, llegó nuevamente al hermoso lago de aguas cristalinas. donde antes había conocido al gran pez.
Como si el pez lo hubiera estado esperando pacientemente, emergió rápidamente desde lo profundo del agua con sus ojos grandes y esperanzados. Amigo viajero, qué bueno que ya regresaste. Pudiste hablar con el sabio que dijo acerca de lo que tengo atorado en mi garganta.
El hombre bostezó con desgano y respondió con poca emoción. Ah, sí, casi se me olvidaba. dijo que lo que tienes atorado es una joya muy valiosa.
Alguien tiene que sacarla para que vuelvas a comer bien y estar sano. El pez, entusiasmado, agitó sus aletas con fuerza salpicando un poco de agua en la orilla. Qué buena noticia, amigo mío.
Por favor, entra al agua y ayúdame a sacarla. Quédate con la joya, así te volverás rico al instante y yo podré estar tranquilo. Ambos ganamos.
El flojo se quedó mirando la superficie del lago. La idea de tener que meterse al agua, mojarse las piernas y esforzarse para sacar una joya no le gustaba nada. Además, recordó lo que el sabio le había prometido.
Con pereza extrema levantó los hombros y respondió, "Gracias, pez, pero no puedo hacer eso. El sabio me aseguró que solo tengo que volver a casa y ahí seré rico sin hacer absolutamente nada más. Sería una pérdida de tiempo y energía meterme al agua contigo.
Seguro otra persona pasará y te ayudará. Suerte, amigo mío. Y sin esperar la reacción del pez, siguió su camino con tranquilidad, dejando atrás al pobre animal con su tristeza reflejada en el agua.
Poco después, cuando ya había avanzado otro tramo del camino, divisó nuevamente al árbol enfermo, que ahora parecía aún más seco y débil. El pobre árbol, con las ramas caídas como si estuvieran a punto de rendirse, apenas escuchó los pasos del hombre acercarse y preguntó ansiosamente con voz suave, "Viajero, ¿qué te ha dicho el sabio sobre mí? ¿Porque ya no puedo dar frutas y mis hojas mueren antes de tiempo?
" El flojo, cansado de tanto caminar y hablar, respondió desinteresadamente. El sabio dijo que tienes un cofre lleno de monedas de oro enterrado justo debajo de tus raíces. Es eso lo que está haciendo que te enfermes.
Hay que desenterrar el tesoro para que te recuperes. Al escuchar esto, el árbol se agitó levemente y sus ramas secas crujieron mientras decía con voz suplicante, "Viajero, qué suerte tienes. Escúchame bien.
Caba y saca ese cofre tú mismo. Quédate con todas esas monedas de oro. Sé rico.
No te pediré nada a cambio. Solo quiero volver a estar sano, sentirme vivo otra vez y dar frutos. Te lo ruego, amigo.
El hombre miró el suelo lleno de polvo, imaginándose la tierra seca, ensuciando sus manos y ropa, y negó lentamente con la cabeza mientras decía con pereza infinita: "Uy, no, gracias, árbol. Eso implica acabar, esforzarme y ensuciarme. Mejor que lo haga otro.
Además, no lo necesito. Según el sabio, yo ya tengo mi fortuna esperándome en casa. No tengo tiempo para tus raíces.
Buena suerte. Y el hombre se alejó silvando suavemente, dejando al árbol completamente derrotado, con ramas más caídas que antes y una tristeza infinita en su interior. Finalmente, cuando el sol ya se ocultaba y el cielo empezaba a pintarse de naranja, llegó nuevamente al lugar rocoso donde lo esperaba el lobo.
estaba ahora aún más flaco y débil, con una mirada desesperada y hambrienta que parecía suplicar ayuda urgente. Apenas vio acercarse al hombre, el lobo dio unos pasos tambaleantes hacia él y preguntó con voz ronca y urgente. Viajero, por fin regresas.
¿Hablaste con el sabio, qué dijo acerca de mi hambre? Dímelo ya, no aguanto más este vacío. El hombre retrocedió un poco con cierta incomodidad y respondió rápidamente con desinterés.
El sabio dijo que para saciar tu hambre debes comerte al primer que se te cruce en el camino. Esa será tu solución. Dicho esto, intentó seguir su camino apresuradamente, pero el lobo lo detuvo con su mirada fija y seria.
Con voz profunda y decidida, le dijo claramente, "Al primer olgazán que encuentre dices, espera. ¿Y quién podría ser más Olgazán que tú mismo? Tuviste dos oportunidades claras para volverte rico con un esfuerzo mínimo, una joya valiosa en la garganta del pez y un cofre lleno de oro bajo las raíces del árbol.
En ambas ocasiones preferiste no mover ni un solo dedo por pura flojera. El hombre sintió entonces un escalofrío recorrer todo su cuerpo, dándose cuenta demasiado tarde de la verdad. Temblando, intentó retroceder aún más y balbuceó desesperado.
No, espera. Puedo regresar, puedo cambiar. Cavaré la tierra, entraré al agua, haré algo, lo prometo.
Pero ya era demasiado tarde para remordimientos. El lobo, decidido y hambriento, no dio oportunidad alguna. De un rápido salto, atrapó al flojo y acabó con él de una sola vez.
Y así, en ese pueblo, esta historia quedó grabada para siempre, pasando de generación en generación. con un mensaje claro. La vida jamás premia la pereza.
El éxito verdadero no llega por arte de magia, sino como recompensa al esfuerzo constante y a la dedicación sincera. Y para finalizar, los abuelos de ese pueblo siempre bromeaban con esa historia a los niños. Creían que si son flojos, eso les pasaría.
Yeah.