El Método Científico No Existe

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Observación. Hipótesis. Experimentación. Conclusión. Estos 4 pasos son (por supuestísimo) lo que def...
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Olvida todo lo que crees saber: EL método científico no existe. Emosido engañado y ya es hora de despertar. Desde la escuela nos han dicho que la ciencia sigue un método muy concreto, riguroso y cuadriculado.
Sin embargo esto es mucho más complicado de lo que parece. Preparaos para un vídeo cargado de filosofía, de un señor que sostenía que la ciencia y la mística deberían llevarse, de un animal que cambió la historia del conocimiento y, básicamente, de una pregunta que es posible que no tenga respuesta. Y vamos a empezar por la receta mágica que sigue la ciencia.
Los cuatro pasos del método científico: OBSERVACIÓN, HIPÓTESIS, EXPERIMENTACIÓN y CONCLUSIÓN. Así ocurrió en el ejemplo más clásico de “método científico”, el caso de Ignaz Semmelweis, un médico que en pleno siglo XIX descubrió la importancia de la antisepsia. El buen doctor OBSERVÓ que en una de las dos clínicas de su hospital la mortalidad de mujeres durante el parto era extrañamente alta.
HIPOTETIZÓ que podía deberse a que, en esa misma clínica también se hacían autopsias y que, por lo tanto, algo peligroso estaría viajando de los cadáveres a las mujeres a través de los médicos. Así pues, empezó la EXPERIMENTACIÓN e hizo que todos los sanitarios se lavaran las manos con soluciones cloradas antes de atender un parto. Gracias a estas medidas la mortalidad bajó y ambas clínicas se igualaron.
La CONCLUSIÓN estaba clara: el contacto indirecto con los cadáveres era el responsable de las muertes. Y ya estaría, eso sería la ciencia. ¿Quiere usted dotar a su especie de una herramienta prodigiosa y alcanzar increíbles cotas de progreso tecnológico?
¿Quiere descubrir la existencia de los agujeros negros o revelar cómo era la vida hace miles de millones de años? Siga estos cuatro, cómodos y rematadamente simples pasos . Y muchos científicos estaban muy felices con esto hasta la llegada de un librito extremadamente polémico.
Feyerabend, en “Contra el Método”, plasmó sus duras críticas contra la idea de que todas las ciencias siguieran realmente un mismo método. ¿Cómo es posible esto? Parece difícil encontrar una ciencia que no OBSERVE el mundo, haga sus HIPÓTESIS, las ponga a prueba con EXPERIMENTOS y saque CONCLUSIONES de ellos, pero eso es porque estamos cayendo en una trampa: ser demasiado genéricos.
Imagina que estuviéramos escribiendo un diccionario y nos tocara definir la palabra “mesa”. Podríamos describirla como “mueble sobre el que se ponen cosas” y, sin duda, habríamos incluido a todas las mesas imaginables, pero en las sillas también se ponen cosas, al igual que en las cómodas y en las estanterías. Nuestra definición es demasiado amplia y eso le resta valor.
Lo que tenemos que conseguir es plasmar aquello que tienen en común todas las mesas, un conjunto de rasgos que compartan todas ellas y que no tengan otros muebles. Y ese es exactamente el problema que tenemos con los famosos cuatro pasos del método científico. Son tan genéricos que no solo describen la metodología de la química, la física o la biología, sino que también parecen ajustarse a algunas investigaciones filosóficas, artísticas y hasta a inferencias cotidianas.
Con esos pasos simplemente estamos describiendo una de las formas más frecuentes con las que nuestro cerebro aprende. Por ejemplo, un bebé observa que todos los objetos que conoce caen al suelo si los suelta. Su madre le regala un objeto totalmente nuevo.
Supone que si lo suelta también caerá al suelo. Asi que decide hacer un experimento y lo deja en el aire. El regalo va a tierra.
Su conclusión es que todos los objetos caen al suelo. ¿Es acaso el “aprendizaje bebé” una ciencia? Cualquiera diría que no.
Es más, podemos encontrar los cuatro pasos incluso en animales que los siguen para explorar su entorno. Una buena definición del método científico tendrá que incluir detalles propios de la ciencia que no empleen otras disciplinas y, a su vez, no excluir a ningún método que sí sea propio de una disciplina científica. Que todos entren pero sin que se nos cuelen gorrones.
Y esto es complicado. Por ejemplo, podríamos ponernos duros con que las ciencias hacen experimentos sí o sí, crean situaciones controladas para probar sus suposiciones …Pero entonces tendríamos un problema. Los astrónomos no hacen experimentos, miran el Universo que nos ha tocado.
A los antropólogos evolutivos les pasa lo mismo, recogen los fósiles que la madre naturaleza ha conservado. Ninguno “crean situaciones controladas”, pero a ambos los consideramos ciencia. ¿Véis la dificultad?
Pero hay algo peor: si no existe un único método científico… ¿Qué es entonces la ciencia? ¿Existe acaso tal cosa como LA ciencia? Si no podemos definir bien qué es ciencia… ¿cómo la vamos a distinguir de lo que no es ciencia pero pretende serlo?
¿Tendremos que poner a la homeopatía, el psicoanálisis y la tierra plana al mismo nivel que la mecánica cuántica y la genética? Spoiler: NO, pero eso fue, más o menos, lo que se planteó Feyerabend y, aunque sus conclusiones eran más complejas, inspiró a muchos a defender que la verdad o falsedad de una afirmación son relativos, comparando la ciencia con la brujería. Esta postura tan incómoda se llama “relativismo epistemológico” y explica, en parte, por qué los filósofos de la ciencia tienen tan mala fama entre los científicos (y entre los filósofos, para qué engañarnos).
Realmente Feyerabend no fue el primero en plantear estos argumentos y ,aunque flaqueaban bastante, tuvieron un gran alcance popular. No obstante, filósofos y expertos le despellejaron vivo con críticas aún más feroces que las que él había escrito. Feyerabend había sido deliberadamente controvertido en su libro, pero no esperaba una acogida tan mala y agresiva.
Cayó en una profunda depresión . Aun así, hay que decir que otros filósofos ya habían usado otros argumentos más sólidos con conclusiones parecidas. Esta movida de cómo distinguir la ciencia de lo que no es ciencia la conocemos como “el problema de la demarcación” y ha sido uno de los mayores sueños de los filósofos de la ciencia, su Santo Grial particular: un único criterio que permitiera separarlas a la perfección.
Y en cierto momento pensaron que lo tenían. Pero, antes, hablemos de cisnes . Si hoy ves un cisne blanco, mañana ves dos, tus padres, tus abuelos, todo el mundo y todos los registros escritos solo han visto cisnes blancos inducirías que todos los cisnes son blancos.
De hecho, cada cisne blanco que veas confirmará más aún tu suposición ¿no? Esta forma de pensar se llama verificacionismo: La idea de que el conocimiento científico podía verse reforzado con cada predicción acertada. De hecho, en Europa teníamos una expresión para referirnos a cosas imposibles, se las comparaba con un cisne negro.
Sin embargo, en 1697 los europeos encontraron toda una especie de cisnes negros en Australia. Reflexionando sobre esto, David Hume se dio cuenta de que no importaba cuántos cisnes blancos hubieran visto hasta entonces, una expedición había encontrado “lo imposible”. Los cisnes blancos no nos decían nada sobre la existencia o inexistencia de cisnes de otros colores.
Evidentemente, Hume no hablaba solo de aves. Había descrito el problema de la inducción: no importa cuántas veces hayamos experimentado algo, no podemos asumir que siempre se vaya a dar así. Simplemente no podemos estar seguros con total certeza.
El cisne negro había matado al verificacionismo. Sin embargo, este problema sería clave para desarrollar el criterio de demarcación más famoso de la historia: el falsacionismo. El filósofo Karl Popper se dio cuenta de que nunca podríamos verificar una teoría científica por culpa del problema de la inducción.
No hay un número suficiente de cisnes que nos aseguren la inexistencia de cisnes negros. Nunca podríamos decir que la ciencia sea una manera de obtener conocimiento verdadero sobre la realidad. No obstante, tenía un truco en la manga.
Si bien no podemos demostrar que una teoría científica sea verdadera, podemos refutarla si encontramos un contraejemplo, un caso en el que falla, su particular cisne negro. A esto le llamo “falsación”. Y resulta que no todas las disciplinas que se las dan de científicas son falsables.
Algunas hacen afirmaciones ambiguas que, no importa cómo diseñemos nuestros experimentos, jamás podremos comprobar. Por ejemplo: algunos creacionistas, que niegan las teorías de la evolución y le echan a la Tierra 4000 años de antigüedad, sostienen que Dios ya creó el mundo con fósiles de bestias que jamás existieron. Dios en su omnipotencia habría ocultado cualquier pista de su intervención, dejando un escenario indistinguible a nuestros ojos del que se habría producido por la misma evolución.
Este creacionismo no sería falsable, lo que deja un tufillo raro en la sala. Y aquí queríamos llegar, porque esta idea caló tanto que durante un tiempo se planteó que era la clave para definir la ciencia. La ciencia sería un conjunto de metodologías que nos permitiría obtener conocimiento falsable; conocimiento con la posibilidad de ser refutado.
Y se acabó. Al fin teníamos nuestro Santo Grial. O ¿tal vez no?
Malas noticias: el falsacionismo no ha resultado ser del todo satisfactorio. Sabemos que la ciencia no trabaja automáticamente falsando. En la práctica, no descarta una explicación en cuanto un experimento le lleva la contraria.
El resultado contradictorio puede deberse a un fallo humano o a un factor que no hemos tenido en cuenta porque ni siquiera sabíamos que existía . En el mundo real, toleramos que las teorías científicas no sean perfectas y se equivoquen mientras no tengamos una sustituta mejor. Por ejemplo, el Modelo Estándar de la Física de Partículas falla al describir la masa de los neutrinos, la existencia de la materia oscura y otros problemillas.
¿Quiere decir eso que hay que rechazar la física de partículas? ¿Acaso no es una ciencia? Parece radical.
Pero los problemas no han acabado. Por ejemplo, si yo te aseguro que enterrando una foto de tu amado con unas hojas de acónito y polvo lunar conseguirás su amor eterno, tú me dirás que vaya chorrada mística es esa. Evidentemente no es conocimiento científico.
Pero para un falsacionista ingenuo esto no está tan claro. Esta afirmación es falsable. Solo hay que repetirlo unas cuantas veces y verás como no funciona.
Luego como es falsable, ¿es científica? ¿en qué quedamos? Que algo sea falsable no es garantía de nada.
Lakatos tuvo en cuenta estos aspectos en su versión del falsacionismo, pero, incluso así, otros filósofos le encontraron sus fallos. Tampoco era el camino. Esta historia de búsquedas y decepciones tiene muchos más callejones sin salida, pero, por acelerar un poco, digamos que, al final, los filósofos de la ciencia han acabado tirando la toalla.
Ya no hay intentos serios de definir qué es la ciencia mediante un solo criterio, ya nadie busca el Santo Grial . De hecho, las definiciones más satisfactorias que tenemos se apoyan en listas de criterios que ni siquiera tienen por qué darse en su totalidad. Figuras como Kuhn, Hansson o Mario Bunge han presentado sus propuestas y, a grandes rasgos, tienen en cuenta criterios como lo qué estudia la disciplina, cómo trabajan quienes la investigan, qué tipo de formación han recibido, los supuestos filosóficos que asumen, etc.
Bunge, por ejemplo, cuenta con 10 puntos y cada uno de ellos se subdivide en una serie de condiciones mucho más complejas. Ahora el Santo Grial es, más bien, una cristalería al completo. Estas listas se conocen como “propuestas multicriterio” y son lo más próximo a una solución para el problema de la demarcación.
Sin embargo, el viaje no ha terminado, porque de todas estas listas de criterios nace una última pregunta: Si necesitamos tantas características para definir correctamente qué es la ciencia, ¿estamos creando una definición artificiosa de algo que no existe como tal? Ya hablamos en el vídeo de Plutón sobre la de vueltas que se dio para definir lo que era una planeta. En el pasado se vieron unos puntitos en el cielo, se llamaron planetas, y todo se complicó cuando vimos que en la actualidad la cosa era más compleja.
La naturaleza produce “rocas”. Nosotros elegimos a cuales llamamos planetas. Tal vez no haya algo propio y común a todas las ciencias que las relacione de forma indiscutible, puede que solo sean un conjunto de formas de obtener conocimiento con ciertas garantías y que, por motivos históricos y prácticos, tendamos a agruparlas bajo la palabra de “ciencia”.
Si es así no habría tal cosa como LA ciencia. Hace 10 años me preguntaba qué era la ciencia y qué era el método científico. Hoy la respuesta más sólida que se puede dar es que no hay UN método científico.
El método científico se convierte en los métodos científicos y la ciencia en las ciencias. Y nada de esto les quita valor a la física, la química o las mates. Porque, sea como fuere, esa cosa llamada “ciencia” funciona, nos ayuda a cuidar a la gente que queremos y nos da unas gafas maravillosas con las que disfrutar del Universo.
Y, ya sabes, si quieres más ciencia (sea lo que sea) solo tienes que suscribirte. Y gracias por vernos.
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