A primera vista, Argentina parece tenerlo todo. Tierras de cultivo fértiles, abundancia de agua dulce, acceso a los océanos del mundo, creciente demografía, etc. Sin embargo, algo anda torcido en el estado argentino.
En 1910, el país figuraba como uno de los más ricos del mundo. El crecimiento anual promedio era del 5 por ciento. Y su PIB per cápita rivalizaba con el de Bélgica.
Sin embargo, para el año 2000, la locomotora se había descarrilado. El PIB per cápita se desplomó y, desde entonces, Buenos Aires ha estado al borde de la bancarrota, sobreviviendo de pago en pago. Se han teorizado muchas explicaciones.
Pero la que cobró más relevancia, sobre todo a partir de su muerte, fue la de culpar al expresidente Juan Domingo Perón. ¿Fue Perón con su gobierno intervencionista quien sofocó la innovación? ¿ Fue Perón, quien antepuso el populismo al bienestar económico de Argentina?
¿ Fue Perón, cuyo carisma e autoridad obstaculizó la gobernabilidad del país? Toda la culpa de los problemas de Argentina recayó sobre los hombros de alguien que no se quejaba. Sin embargo, los problemas estructurales rara vez se deben a defectos de personalidad.
Y los problemas económicos fueron anteriores al gobierno de Perón. Entonces, ¿por qué Argentina dejó de crecer? ¿Por qué nunca se convirtió en una nación próspera como Japón, Francia o Canadá?
¿Y qué causó su lento, doloroso y extenuante declive? Soy Rafael González y te doy la bienvenida a Historia Geopolítica. Espero que al final de este video me haya ganado tu me gusta y suscripción.
a la hora de medir el nivel de vida de un estado, hay mentiras, medias verdades, y estadísticas de PIB per cápita. Las estadísticas de productividad pueden ser útiles. Pero por sí solas, no revelan nada de las condiciones reales de una sociedad.
Argentina es un ejemplo de ello. Aunque para 1900 ocupaba un lugar destacado en las métricas estándar, la política de tierras se mantuvo arraigada en el siglo XVI. Y aunque la tierra es la fuente de toda riqueza, en Argentina la distribución de la tierra condujo a la mediocridad del desarrollo.
Como todas las sociedades coloniales, la política agraria argentina estuvo determinada por los patrones su colonización. La violencia y la prerrogativa de la fuerza guiaron las transferencias de tierras de los pueblos indígenas a los conquistadores. Fue durante este período que se crearon los primeros títulos y propiedades agrarias en el territorio.
Los soldados y los políticamente bien conectados crearon vastas propiedades llamadas estancias. Y este pesado sistema de propiedad aseguraba riqueza, estatus y poder político. A fines del siglo XVII, esta tendencia se había extendido al Río de la Plata.
El colapso de España en 1808 abrió un vacío político, permitiendo que los terratenientes estancieros monopolizaran el poder. En la década de 1860, las élites rurales tomaron el control de Buenos Aires, gobernando a través de una democracia ficticia. Libre de la autoridad de Madrid, el nuevo estado se expandió hacia el sur hasta las pampas.
Se concedieron nuevas tierras a los colonos. Pero la parte del rey fue para los que ya eran ricos. Los avances en la tecnología de refrigeración y la ausencia de un mercado interno significaba que los estancieros dependían de las exportaciones para obtener ganancias.
La mayoría estaban destinadas al centro industrial de Gran Bretaña. Como tal, la inversión británica comenzó a filtrarse en Argentina, monopolizando los ferrocarriles argentinos para asegurar la estabilidad de las exportaciones. Gran Bretaña asumió así el papel extractivo que España había ocupado una vez.
Aquí, el interés propio de los estancieros chocó con las prioridades de desarrollo. Habiendo adquirido sus tierras por medios menos sofisticados, su riqueza e influencia dependían de que Argentina siguiera siendo una fuente de materias primarias. Por lo tanto, no hubo ímpetu para ascender en la cadena de valor o industrializarse.
En cambio, estas funciones quedaron en manos de Gran Bretaña, lo que confinó a Argentina al estancamiento. Además, a medida que los inmigrantes llegaban al Río de la Plata, muchos se convirtieron en arrendatarios de las estancias. Aquí, las rentas excesivas engullían el excedente de los agricultores.
Y esto socavó la demanda de los consumidores que habría hecho económicamente viable las manufacturas nacionales. Si bien esto condujo a un auge agrícola, a largo plazo detuvo el desarrollo argentino. Sin embargo, a los gobernantes estancieros esto no les preocupaba.
La mayoría estaba feliz de ver aumentar sus ingresos por exportaciones y las rentas de la tierra. Por lo tanto, en 1900, Argentina entró en un pico relativo de PIB per cápita. Sin embargo, esta aparente prosperidad era profundamente desigual y dependiente del mercado de exportación.
Imágenes filmadas selectivamente del centro de Buenos Aires ocultaron la realidad más oscura de la miseria urbana y los barrios de chabolas. Mientras tanto, nuevas oleadas de migración española e italiana ejercieron presión sobre las infraestructuras existentes. Y dado que la mayoría estaban empleados en la industria agrícola de exportación, los estándares de educación y alfabetización seguían siendo bajos.
La estructura económica exterior de Argentina la dejó vulnerable a las catástrofes globales. Así, cuando estalló la Gran Guerra en 1914, los mercados de exportación fueron golpeados. Las reformas electorales proporcionaron una ventana para que los trabajadores urbanos formaran un gobierno.
Y en 1916, el Partido Radical asumió el poder con una candidatura anti-élite, que mantuvo hasta 1930. Aunque lograron impulsar la industrialización y la creación de empleo, el aumento del nivel de vida aumentó los precios de los alimentos y los costos laborales. Y esto amenazaba el modelo agroexportador del que dependían los estancieros.
Las tensiones llegaron a un punto crítico con el desplome de Wall Street de 1929. La Gran Depresión resultante provocó el colapso de los mercados de exportación mundiales. Combinado con severas sequías, esto lanzó a los trabajadores agrícolas a la calle, provocando disturbios civiles.
Así, en 1930, bajo el pretexto de la “estabilización”, los estancieros respaldaron un golpe militar que instauró otra farsa de democracia. Aunque Argentina esquivó la peor parte de la Depresión, la decisión de Londres de promulgar aranceles a la carne amenazó su recuperación económica. Entonces con el control del gobierno, los estancieros actuaron nuevamente para asegurar sus intereses.
Y en 1933, Buenos Aires firmó el desigual Pacto Roca-Runciman. Para mantener las exportaciones de carne vacuna, Argentina se convertiría en un mercado cautivo para el carbón y el petróleo británicos. Los intereses británicos también ganaron una posición privilegiada en las industrias de procesado y venta de carne de Argentina.
También estaban exentos de las leyes laborales. Una vez más, esto confinó a Argentina a la extracción de recursos, mientras que Gran Bretaña se sentó en la cima de la cadena de valor. Naturalmente, los sentimientos anti-británicos y anti-oligárquicos aumentaron a lo largo de la década de 1930.
Y cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939, se formó un caldo de cultivo para el nacionalismo económico. La expansión industrial en tiempos de guerra otorgó a la mano de obra urbana una nueva influencia política. Y en 1943, otro golpe militar reorganizó una vez más la sociedad argentina.
Esta vez, el principal beneficiario fue el coronel del ejército Juan Domingo Perón. Al ser designado como Secretario de Trabajo, Perón usó su cargo para cultivar lealtades y fomentar una base política populista. Y cuando se restauró la democracia en 1946, se subió a la ola que había creado directamente hasta el palacio presidencial.
Buscando implementar un modelo de gobierno estatal-corporativista, Perón nacionalizó los ferrocarriles de Argentina a cambio de cancelar la deuda de Gran Bretaña durante la guerra. También promulgó efectivamente aranceles a la exportación, lo que hizo bajar los precios de los alimentos y aumentó los ingresos del estado. Este dinero se destinó a programas de bienestar social y subsidios industriales.
Estas políticas no eran inusuales para la época. Sin embargo, factores geopolíticos pronto las hicieron inviables. La neutralidad en tiempos de guerra significó que Argentina fue excluida de la ayuda del Plan Marshall de Washington.
En cambio, se inyectaron dólares estadounidenses en Europa, que volvían a los Estados Unidos como compras agrícolas. Argentina quedó fuera de este círculo, privandola de las divisas necesarias para importar tecnología y los recursos energéticos necesarios para la industrialización. Para 1949, la economía estaba en crisis.
Los ingresos por exportaciones cayeron un tercio. Las reservas de dólares se desvanecieron. La producción industrial se estancó.
El desempleo era rampante. Y la inflación se disparó al 33%. Perón no tuvo más remedio que recortar el gasto, reactivar la industria exportadora y abrir Argentina al capital extranjero.
Sin embargo, esto socavó las credenciales nacionalistas de Perón. Respondió tomando medidas enérgicas contra la disidencia, solo para chocar contra un muro al desafiar a la Iglesia Católica. Así, en 1955, el propio ex coronel fue depuesto en un golpe de Estado y exiliado a Madrid.
Sin embargo, la estabilidad política siguió siendo esquiva. El regreso de Argentina a la democracia en 1958 fue revertido por otro golpe de estado en 1966. Aun así, el nivel de vida siguió aumentando a pesar de una caída en la clasificación del PIB per cápita del país.
El declive real comenzó en 1973 cuando una crisis del petróleo y el colapso del sistema de Bretton Woods llevaron a una tendencia a la baja en las condiciones mundiales. El mercado de exportación agrícola fue diezmado y la inversión extranjera se redujo a cuentagotas. Desesperada, la dictadura militar invitó a Perón a volver a encabezar una coalición democrática.
Pero ni él ni una conga de ministros de economía pudieron resolver los problemas del país, recurriendo a la represión política para sofocar la disidencia. Después de su muerte en 1974, Perón fue sucedido por su esposa, Isabel. Pero ella tampoco estaba a la altura para estabilizar la economía.
Un programa de austeridad fallido condujo a aumentos en los costos de combustible, transporte y servicios públicos, provocando un colapso en los salarios reales, hiperinflación y una recesión. Una vez más, restaurar la 'estabilidad' formó la justificación de otro golpe en 1976. Pero la junta fue respaldada por los oligarcas que buscaban restaurar el dominio de la agricultura.
Esto condujo a la desregulación, las privatizaciones, la eliminación de las protecciones arancelarias y un gran endeudamiento, lo que disparó la deuda externa de Argentina a 31. 000 millones de dólares, dos quintas partes del PIB. El resultado fue la desindustrialización, el desempleo masivo y la reducción a la mitad de los salarios industriales reales.
La disidencia fue duramente reprimida. Y hasta 30. 000 disidentes políticos desaparecieron a manos del gobierno, para no volver a saberse de ellos.
Mientras tanto, la relajación de los controles al capital permitió a los oligarcas mover su dinero al extranjero. Y en 1981, otra devaluación de la moneda destinada a impulsar las exportaciones provocó un desplome del peso, lo que resultó en una fuga de capitales. Desesperada por lograr una victoria política, la junta recurrió a la insufla nacionalista al invadir las Islas Malvinas, cuya soberanía disputaba con Gran Bretaña.
Pero este plan fracasó cuando las fuerzas del Reino Unido recuperaron con éxito las islas. A partir de entonces, la junta se derrumbó y la democracia se restableció en 1983. Quedó en manos del gobierno de Raúl Alfonsín reconstruir un país destrozado.
Pero esto era imposible dada la destrucción de la base industrial de Argentina y el hecho de que los pagos de intereses de la deuda externa consumían más de la mitad de los ingresos por exportaciones. Alfonsín no tuvo más remedio que solicitar un préstamo del FMI para evitar el incumplimiento. Y esto significó imponer austeridad a la Argentina.
La economía mejoró algo. Pero la escasez de agua y los apagones forzados despertaron el descontento social. Y una racha de hiperinflación por la emisión de moneda, que en 1989 llegó al 28000%, permitió que los peronistas regresaran al poder.
Sin embargo, una vez allí, el nuevo presidente, Carlos Menem, abandonó la socialdemocracia en favor de la austeridad y la desindustrialización continuas. Para detener la inflación, también introdujo el peso convertible, que estaba vinculado al dólar estadounidense. Esto fue financiado por el préstamo extensivo de dólares estadounidenses y la venta de empresas estatales a actores privados.
La inflación disminuyó y hubo un crecimiento estable tras una fuerte recesión inicial. Aun así, en 1997, la creciente carga de la deuda puso a prueba la convertibilidad. Menem se negó a abandonar la paridad, ya que hacerlo destrozaría la confianza económica.
El país entró en recesión. Y en 1999, la patata caliente cayó en el regazo del sucesor de Menem, Fernando de la Rúa. Un dólar en alza hizo subir un peso ya sobrevaluado, socavando la competitividad de las exportaciones.
Buenos Aires abandonó la paridad, lo que provocó un pánico bancario ya que los argentinos retiraron su dinero cuando aún tenía valor. El gobierno trató de frenar la crisis congelando las cuentas en dólares. Pero en diciembre de 2001, todo el sistema se vino abajo.
Argentina dejó de pagar su deuda externa de 80 mil millones de dólares, el PIB se contrajo en un tercio, estallaron disturbios y Argentina cambió de presidente cuatro veces en tres semanas. Fue la peor depresión en la historia del país. En resumen, el siglo XX de Argentina estuvo marcado por la incapacidad de abordar los problemas estructurales causados por su base económica agraria.
Los que se beneficiaron buscaron mantener el statu quo. Pero esto se produjo a costa del desarrollo industrial. Las tensiones resultantes socavaron la estabilidad política, frustrando la formulación de políticas racionales y la planificación a largo plazo.
Y esto solo se vio exacerbado por la dependencia de las exportaciones y una serie de reveses geopolíticos. En consecuencia, los argentinos de a pie perdieron la fe en la clase política. Y fue en este caldo de cultivo donde arraigó el mito del 'largo declive'.
Por simplista que sea, su atractivo psicológico es demasiado humano. Porque, en última instancia, es más fácil lamentarse del potencial perdido que admitir que nunca se tuvo uno en primer lugar. Esto ha sido Historia Geopolítica con Rafael González.
Un fuerte abrazo a los mecenas que apoyan mi independencia informativa.