En cualquier dirección que recorra tu alma, nunca tropezarás con sus límites, querido Sócrates. Cuanto hiciste por la filosofía, no somos precisamente pocos los que tratamos de aprender de ti. Al fin y al cabo, fuiste tú quien implantó en mí una curiosidad que, lejos de matar al gato, despertó un instinto felino que me conduciría a un eterno estado de duda, al filo de las siguientes cuestiones: ¿por qué la realidad está configurada así y no de otra forma?
¿Cómo podría uno distinguir lo verdadero de lo aparente, lo bueno de lo bello, lo necesario de lo contingente? ¿De qué manera habría de obrar como ser humano en búsqueda de la virtud ética y la justicia social? Entonces, con el deseo de construir un pensamiento crítico a prueba de balas, o al menos un poco mejor que el anterior, cuando di con el método socrático.
Así, ya tuvimos la oportunidad de abordar en la primera parte del documental el marco conceptual de la sofística, el arte del diálogo como pilar fundamental de la dialéctica, y el doble movimiento del alma por los senderos de la analogía y la verificación. A pesar de que recomiendo su visualización previa, la de este vídeo, no se preocupen, he adaptado el discurso que van a escuchar a continuación para quienes todavía no hayan tenido tiempo de ver la primera mitad y, de paso, con objeto de refrescar la memoria de los que sí lo hicieron, la amplia mayoría de los conceptos que se expusieron volverán a ser mencionados por encima, de suerte que sean perfectamente capaces de comenzar por aquí, si es que lo creen provechoso. Dicho esto, ¿están listos para sumergirse de lleno en el corazón del pensamiento clásico?
¡Vamos allá! Creo conveniente hacer una breve recapitulación para contextualizar la presente disertación. Etimológicamente, el vocablo "diálogo" procede del griego "diálogos" y está compuesto por el prefijo "díaz", que significa a través, y la raíz "logos", que significa razón, expresión, palabra o discurso.
Así pues, el término hace referencia a un intercambio de palabras por medio de un espacio físico e intelectual que separa a dos o más personas. Esto es, se trata de la razón compartida, verbalizada, puesta en común. El camino a la verdad, desde el sentido socrático, se traduce en un proceso continuo mediante el cual se reemplazan opiniones por conocimientos.
En otras palabras, un crítico pensador no pasa directamente de la ignorancia a la comprensión, sino que ha de atravesar distintos estadios. No es lo mismo percibir que vislumbrar, y apreciar que observar. Habida cuenta de esto, Sócrates bautiza el procedimiento de unir dos discursos aparentemente contradictorios para acceder a una verdad superior a través del diálogo con el nombre de "dialéctica".
Dicho método consta de diversas etapas, ilustradas por la ascensión del alma en espiral hacia la cima del monte "Elí", lugar al que pertenece y en el que residen las nueve musas. En la vida cotidiana, esta evolución constituye un ciclo de renovación, aprendizaje y mejora continua, pues la dialéctica no se ciñe al conocimiento en sí, al conocer por conocer, sino a la metodología que permite alcanzarlo. Con todo, son tres sus fases principales: la exhortación, la refutación y la mayéutica.
Sin más preámbulos, procederé a explicar cada una de ellas en detalle. Querido Font, es un amigo de Platón, fue a consultar al oráculo de Delfos para averiguar quién era el más sabio entre los hombres. Su respuesta fue nada más y nada menos que Sócrates.
Cuando la noticia llegó a los oídos del maestro, se sorprendió enormemente, dado que él no reconocía en sí mismo ninguna clase de sabiduría superior a la que poseyeran el resto de seres humanos. Ante tal situación, el ateniense llegó a la conclusión de que las palabras del oráculo encerraban alguna clase de enigma y, acto seguido, se propuso descifrarlo. Su pesquisa consistía en interpelar acerca de la justicia a los conciudadanos que popularmente fueran tenidos por sabios.
De este modo, el primer grupo al que se aproximó fue el de los políticos, pero sus respuestas estaban cargadas de incoherencias lógicas, discursos vacuos, ambigüedades lingüísticas o directamente no despertaban más que caras en blanco. A la postre, la personalidad del político medio reflejaba en sus lados aires de grandeza, un desequilibrado sentido de sapiencia y, como no, la tendencia a resolver conflictos, pese a no estar realmente preparado para ello. A continuación, Sócrates prosiguió su labor con los poetas.
Por lo general, ellos solían recitar cosas profundas y maravillosas; no obstante, el filósofo se percató de que eran incapaces de argumentar lo que decían frente a sus cuestionamientos, porque no eran sus palabras las que expresaban al hablar, sino las de las musas, de ahí que no comprendieran el sentido de los dichos que sus propias voces se anunciaban con elegancia y donaire. Finalmente, el ateniense se aproximó hacia los artesanos, en quienes esperaba hallar un saber más firme debido a su capacidad para fabricar herramientas y utensilios de gran valor. Pero advirtió un importante impedimento en sus contestaciones, por el simple hecho de conocer todo lo que respecta a sus especialidades.
Los productores creían ingenuamente saber también de todo aquello que estuviera fuera de las mismas. Llegado a este punto, el maestro pudo comprender la verdad tras las palabras del oráculo: los demás creen saber cuando, en realidad, no saben y, peor aún, carecen de conciencia acerca de su propia ignorancia. Al día de hoy, disponemos de evidencia empírica suficiente a nivel neurológico que pone de relieve la tendencia del Homo sapiens a reafirmar su sistema de creencias vigente, racionalizar sus errores conceptuales y justificar sus actos pasados.
En más de una ocasión, fenómenos como la defensa de estatus, el sesgo de confirmación, la atención selectiva, la memoria sesgada y la disonancia cognitiva nos conducen a adoptar una actitud pedante, rígida y egocéntrica que no da pie a la admisión de nuestras equivocaciones y, por consiguiente, imposibilita en el plano axiológico, intelectual y emocional. Claro, ¿quién consideraría. .
. ? De su agrado pasar de saberse en posesión de lo justo, bueno y verdadero a aceptar que, en el fondo, no lo está, no cabe la menor duda de que una de las frases más célebres de Sócrates y de la filosofía en general es: "Sólo sé que no sé nada".
Que se podría extraer en claro, en vistas a dicha declaración tan difusa y recóndita, allá donde sea examinada. Bien sería apropiado introducir el término "exhortación". En primera instancia, quiere decir incitar a una persona a hacer una cosa o actuar de cierta manera, mediante razones o ruegos.
Lo que el ateniense busca exhortar en sus discípulos es la idea de que, paradójicamente, la sabiduría procede del reconocimiento de su ignorancia. La adopción del precepto latino "ignoramus et ignorabimus", el cual se traduce como "conocemos y desconocemos", consta como un toque de corneta a la conciencia, una mirada desde el telescopio de la prudencia, un inspector de los impulsos ególatras, obstinados y totalitarios que nos empujan al terreno escabroso de "él sabe de lo que habla, siempre tiene la razón y lleva consigo la ciencia". Ya no solo que actuar con impoluta correspondencia en términos aristotélicos, decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, sea poco menos que imposible, debido a la limítrofe, con fin ante y acotada en naturaleza del lenguaje para expresar la realidad o parte de ella con exactitud, así como a la amalgama de sesgos heurísticos inherentes a nuestro aparato cognitivo que nos conducen a distorsionar la en.
Adición, estamos hablando de una actitud ingenua por parte de algunos individuos que presuponen que su noción de lo bueno, lo justo y lo bello es siempre acertada. A grandes rasgos, el enfoque que uno ha de adoptar para con la postura del "ignoramos" no consiste en preguntarse si se está equivocando en algo o no, sino más bien, cuándo, cómo, por qué y en qué se está equivocando. ¿Qué puedo estar haciendo mal sin apenas percatarme?
¿Qué situación ha despertado en mí conductas que me alejan de la virtud? ¿En qué creencias me estoy aferrando ciegamente, sin haberlas sometido a un examen crítico, riguroso y objetivo? Al principio, recordarse a uno mismo que no todo lo sabe podría traducirse en una sensación de sufrimiento evocada por la ausencia de una dimensión superior; ansiamos respuestas universales, definitivas y categóricas, a la par que tendemos a rechazar preguntas ambivalentes, complicadas y disruptivas.
Sin embargo, una vez superada esa fase crítica en la que uno se ve indefenso ante la incertidumbre, la exhortación permite al individuo iluminar sus zonas erróneas, sanar sus vicios y suplir sus carencias. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no sabe; en cambio, yo tampoco creo saber, así como, en efecto, no sé. Así, pues, parece que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez.
Acorde al autor, la mala ignorancia no consiste en no saber per se, sino en seguir ignorando lo que uno sabe que ignora; en otras palabras, el mal de quienes son incapaces de tomar conciencia acerca de los límites materiales y cognitivos de la naturaleza humana y, por ende, permanecen prisioneros y absortos en la ilusión del falso saber. Esa es la enfermedad más terrible para Sócrates: ignorar la ignorancia. El reconocimiento de la propia ignorancia implica reconocerse; esto es, volver a conocerse desde una perspectiva distinta, en la que el amor hacia la sabiduría pueda florecer.
A fin de cuentas, ahí reside precisamente la esencia de la filosofía, término compuesto por las raíces "filos", que significa amor, y "sophos", que significa sabiduría. El verdadero amor hacia el saber requiere la capacidad de asentir: "No todo lo sé" y "no todo lo que sé es así", ni del ser en sí. "Solo sé que no sé nada".
Es menester remarcar ahora la distinción entre "episteme", el conocimiento racional, veraz y justificado, y "doxa", las opiniones infundadas y prejuiciosas del vulgo, cuyo carácter es temporal, falaz y relativo. De esta manera, la concepción de Sócrates rompe de cuajo con el escepticismo, relativismo y subjetivismo tal y como lo concebían los sofistas. La verdad sí existe y, por definición, es una universal absoluta; que cada cual ostente su particular mirada, percepción o interpretación de la verdad —esto es, su propia opinión— no implica automáticamente que sea poseedor de la verdad misma.
Una cosa es decir que algo es cierto y otra muy distinta que lo sea; una cosa es creer que algo es cierto y otra muy distinta que lo sea; una cosa es querer creer que algo es cierto y otra muy distinta que lo sea; una cosa es que todos crean que algo es cierto y otra muy distinta que lo sea; y una cosa es no saber lo que es cierto y otra muy distinta que todo nada sea cierto. Lo mismo se aplicaría en la justicia y la moral. Bajo este marco, la reputación es un proceso mediante el cual el sujeto se deshace de sus ideas erróneas a través de un diálogo concreto que posibilite la ascensión de su conciencia.
En este sentido, la purga se lleva a cabo mediante un interrogatorio en el que la solidez de su ideario es puesta a prueba en pos de filtrar el componente doxológico del epistémico y, de esa manera, que el individuo acceda a pensamientos cada vez más claros y puros. Mientras que la antecámara exhortativa del "ignoramos" da origen al amor por la "sofía", la segunda conduce a la voluntad necesaria para la autosuperación. El verdadero enemigo del hombre es su resignación: de lo mal sabido, de lo que desconoce y de lo que desconoce que sabe mal.
Puesto en palabras llanas, dejar de cultivar el anhelo de mejora, renunciar a la metamorfosis del espíritu, renegar la propia capacidad de transformación a gritos de "yo pienso así y así pensaré". Actúo así y así actúo; yo soy así y así se da. Según Sócrates, es equivalente a estar muerto en vida.
El saneamiento tiene por objeto que nos liberemos de los prejuicios para construir juicios, que abandonemos la doxa para acercarnos a la episteme y, en definitiva, que dejemos ir al sofista que habita en nosotros. ¿Y cómo se lleva a cabo dicho proceso? Pues el retrato general proyecta a Sócrates hablando con personas que tuvieran la reputación de disponer de algún conocimiento sólido o que mostraran interés en la temática específica del diálogo.
En el estilo clásico, el maestro planteaba una disyuntiva del estilo: "¿Qué es X? " Por ejemplo, "¿Qué es la justicia? " Y, a medida que el locutor respondía, se le formulaban más y más preguntas, hasta que finalmente acababa por refutarse la definición que habían ofrecido originariamente.
En consecuencia, la desembocadura del diálogo solía ser la admisión tácita o expresa del fracaso al no encontrar una definición adecuada de X. Para ilustrar este punto con mayor precisión, adjuntaré dos sencillos ejemplos. El primer caso que he elegido pertenece al diálogo platónico de Gorgias.
En él, Sócrates suprimirá de su argumento las igualdades "bello", "bueno" y "malo" por "feo", para que su interlocutor siga el razonamiento de buen grado. "¿Qué es peor, a tu juicio, cometer injusticia o recibirla? " "En mi opinión, recibirla.
" "¿Y qué es más feo, cometer injusticia o recibirla? " "Diría que cometerla. " "Por consiguiente, esto último también es peor, puesto que es más feo.
" "De ningún modo, ya comprendo. Según parece, que no es lo mismo lo bello y lo bueno, lo malo y lo feo. " "No, por cierto.
" El segundo caso que he elegido pertenece al diálogo platónico de Protágoras, en el cual se discute acerca del significado de la sabiduría en relación con la insensatez. "¿Es contraria la insensatez a la sensatez? " "Lo parece.
¿Te acuerdas de que habíamos reconocido con anterioridad que lo contrario a la insensatez era la sabiduría? " "Así es, y de que había solo un contrario para cada cosa. " "Si bien, ¿cuál de las dos respuestas abandonaremos, Protágoras?
¿La de que para cada cosa hay solo un contrario, o aquella en que se afirmaba que la sabiduría era distinta a la sensatez y que ambas eran componentes de la virtud diferentes entre sí? " "Dime, ¿cuál dejamos ahora? " "Ya que estas dos respuestas no se llevan muy armónicamente, ni concuerdan, ni encajan una con otra, porque como van a acoplarse, es necesario que para cada cosa haya únicamente un contrario y, en cambio, tanto la sabiduría como la sensatez aparezcan como contrarias a la insensatez, que es cosa única.
" Si bien las réplicas a las que el filósofo nos tiene acostumbrados son magníficas, deja bien claro lo siguiente: ¿Qué clase de hombre soy yo? Pues de aquellos que aceptan gustosamente que se les respete si no dicen la verdad, así como de los que refutan con gusto a su interlocutor si yerra; más también de los que prefieren ser refutados antes que refutar a otro, pues pienso que lo primero es un bien mayor, por cuanto vale más librarse del peor de los males que liberar a un tercero. Creo que no existe perjuicio tan grave como una opinión errónea sobre el tema que ahora discutimos.
Por tanto, si dices que también tú eres así, continuemos; pero si crees que conviene dejar la conversación, dejémosla ya y pongámosle fin. Una vez predispuestos a buscar la sabiduría, ¿cómo podría uno distinguir las verdaderas intuiciones recibidas de su voz interior o dâmon de simples especulaciones, proyecciones y elucubraciones? Para Sócrates, la herramienta de prueba definitoria se esconde en el método dialéctico.
En efecto, es posible que una intuición facilite, sin previa ayuda del razonamiento, la captación inmediata de una tesis que constituya una valiosa fuente de inspiración, pero esta ha de ser posteriormente tamizada a través de la razón para que se vuelva comprensible, transmisible y utilizable. El subsecuente enfrentamiento intelectual es lo que permitirá evaluar su coherencia y, de este modo, saber si se trata de una mera flatulencia mental o, por el contrario, de información auténtica y útil. ¿Por qué Arquímedes gritó "Eureka!
A saber, lo he descubierto", corriendo desnudo por las calles de Siracusa? No solo fue por el mero hecho de que logró en su ir el principio de densidad cuando se encontraba sumergido en su bañera, sino porque fue capaz de traducir dicha intuición subjetiva a una ley expresable mediante una fórmula a la cual todo el mundo podía acceder para comprender su significado. De forma análoga, el rol de la dialéctica es hacer de la intuición un conocimiento integrado en la conciencia.
De aquí se deduce que la purificación es doble: no solo se purga la credulidad de la fantasía y la tiranía de la subjetividad, sino que también se extiende la religión de la superstición y el fanatismo. Sócrates alegaba que el conocimiento fiable está inscrito a priori en el espíritu de cada individuo, de suerte que el acceso a la verdad se realiza a través de la introspección, esto es, inspeccionando en el interior de uno mismo. Y, por esta razón, el filósofo consideraba su misión lograr que sus alumnos aprendieran a conocerse, al saber ayudar al prójimo a descubrir el contenido de su espíritu para cuidarlo y desarrollarlo.
De ahí la célebre expresión que Platón puso en sus labios: "Conócete a ti mismo". El último tramo del curso dialéctico es la mayéutica, término que deriva del griego "mayéutica", cuya traducción literal es "técnica para asistir en el parto". Y es que, de hecho, una bella analogía es la explicación de su origen: "mayéutica" proviene a su vez de la diosa Maya y quiere decir "comadrona", profesión que desempeñaba la madre de Sócrates.
Así pues, el presente peldaño se definiría como el arte de provocar la emergencia del conocimiento mediante el cuestionamiento. En otras palabras, se trata de la habilidad de acompañar al interlocutor, planteándole distintas cuestiones y dejando que sea él quien las responda. Para que pueda dar a luz a la verdad, siguiendo el hilo conductor, existe un vínculo analógico entre partera y aprendiz.
Al igual que una matrona no se encarga de crear al recién nacido ni tampoco de parir, sino únicamente de ayudar y permitir que el niño salga al exterior, el filósofo que lleva la batuta en el diálogo no es aquel que promulga ideas en virtud de un recital que los receptores han de atacar sin miramiento. En su lugar, prepara el terreno para que esas mismas ideas broten en el espíritu de las conciencias ajenas, y de esa manera se favorezca su salida. En vez de presentar determinados tópicos al filo de un monólogo, el maestro centra sus esfuerzos en sembrar las semillas que posibilitan que su discípulo participe activamente en el descubrimiento de la verdad.
La relación entre mentor y mentado no se reduce a un discurso unilateral, expositivo y monocorde al estilo sofista, sino que es un trabajo conjunto en pos de buscar respuestas. Y es que no es el hecho de saber más lo que convierte a alguien en maestro; desde el sentido socrático, es su capacidad de acompañar a otra persona en la persecución del saber. Si el docente tiene experiencia y un dominio técnico más avanzado en la investigación, pero actúa como guía y no como un instructor, normalmente el método socrático concierne a dos interlocutores.
En cada turno, uno que lidera la discusión y otro que asiste conforme a ciertas conjeturas que se le muestran para su aceptación o rechazo. Cuando uno expresa una idea, la está haciendo expresa en contraposición a tácita; esto es, la está sacando de sí mismo para ganar margen de conciencia sobre ella, la está expulsando desde su interior en aras de colocarse a una distancia suficiente como para poder contemplarla, observarla, analizarla y juzgarla. En consecuencia, se produce un retroceso crítico que no se habría dado si esa idea hubiera permanecido en la marabunta de sus pensamientos.
Y llega un momento en el que el niño ha de salir del vientre de su madre para poder desarrollarse y madurar como individuo. Del mismo modo, una concepción que persiste oculta dentro del caparazón de nuestro espíritu y se rehúsa a confrontarse con el mundo está condenada a permanecer como creencia. La evolución interna requiere que nuestras ideas salgan de nosotros y se pongan a prueba, y ese es precisamente el propósito de la mayéutica: descubrir lo que eres, lo que sabes, lo que no sabes y lo que no eres.
Volvamos a la conversación con Protágoras. Ahora yo te pregunto: ¿se asemeja la virtud a un rostro formado por distintas partes, como la boca, la nariz, los ojos y las orejas, o a porciones de un lingote de oro, las cuales nada se diferencian entre sí del conjunto, a excepción de su grandeza y pequeñez? El rostro, me parece, Sócrates, no participan acaso los hombres de esas partes de la virtud, de una y los otros de otra, o por el contrario, ¿es necesario que uno posea la virtud en caso de que se le adjudiquen todas?
De ningún modo, ya que muchos son valientes pero injustos, y viceversa; otros son justos, pero no sabios. Con que son partes de la virtud, la sabiduría y la valentía, y en efecto, cada una de ellas es distinta de la otra. Eso es entonces así como las partes de la cara disponen; ambas también de sus propias facultades.
Verbigracia, no es el ojo como los oídos, ni tampoco sus funciones. Claro, dicho así, ninguna otra parte de la virtud es como la ciencia, ni como la justicia, ni como el valor, ni como la sensatez, ni como la piedad. También me gustaría adjuntar uno de mis diálogos favoritos a modo de resumen: - ¿Qué has venido a hacer a la plaza tan temprano, Platón?
- Yo estaba por irme. Pasé la noche observando la frescura de la oscuridad en el momento en el que se ve arrebatada por el cálido amanecer. - Porque, ¿la pregunta, Sócrates, no esperas que responda, verdad?
¿O quieres comenzar a interrogarme a mí primero esta mañana? - Ea, pues mi preocupación no es la muerte, sino cuánto han crecido en mí todos mis interlocutores. Yo no soy lo suficientemente verdadero para decir siempre la verdad; imagínate si siempre dijera la verdad: ahora mismo todas mis palabras tendrían que ser puramente verdaderas, hasta la descripción que he hecho sobre el amanecer.
No admitiría en perfección tal que palabra y objeto se correspondieran con tanta precisión que los mismísimos dioses tuvieran que adaptarse a mi discurso. - ¿Entiendes lo que digo? - Por supuesto, si dices siempre la verdad, no habría lugar alguno para la falsedad.
Entonces tu ironía sería el rostro de la seriedad amiga de la verdad. - ¿Qué, si dijeras la verdad, tendrías la oportunidad de preguntar por ella? ¿No sería esto ridículo?
Pero, ¿en qué momento la verdad es conocimiento? No es cierto que hay verdad, pero también ignorancia; no es acaso la ignorancia una verdad que sucede? Cuando se ignora la verdad, ¿deja de ser lo que es?
- Yo creo que se ignora la verdad. Déjame que te explique: por ahora no sé si la verdad existe o no, ni si lo que digo es verdad; parto de la impresión que tengo sobre las cosas, pero yo no soy la verdad. ¿Cómo puedo comprobar que digo la verdad?
- Sócrates: exactamente a eso me refiero. ¿Qué sucede con la verdad? ¿Es necesaria o no lo es?
¿La necesitamos o debemos conocerla para vivir seguros? Sea como fuere, no podemos eludir la importancia que el término verdad tiene en nuestro vocabulario. - Bien has preguntado, Sócrates: si la verdad no desaparece de nuestro inconsciente colectivo, es señal de su existencia y de que no podemos abandonarla.
¿Estás de acuerdo con esto? - No lo sé. Ha llegado el momento de partir.
Después volveré al ágora para pensar en la verdad y su carácter de evidencia. Pronto charlaremos. - Adiós, Platón.
Si uno analiza los. . .
Diálogos platónicos: un claro exponente del método de elencos. Se podrá dar cuenta de que la mayoría de ellos terminan sin llegar a una definición que satisfaga el dilema inicial de la conversación, que es x; no obstante, se extraen por el camino pepitas conceptuales que acaban despejando otras disyuntivas no menos relevantes en relación con la principal: ¿quién no es x o es x distinto de i? En cualquier caso, de dilucidar una tesis de sub 1, sería menester volver a confrontar dicho universal con una antítesis de sus dos y con lo particular, para ver en qué medida lo inteligible y abstracto se ajusta a lo sensible y concreto.
Esto pone de manifiesto que la actitud socrática implica una revisión continua de lo que uno conoce y tiene por conocer. En definitiva, el diálogo no es una técnica atada a las circunstancias y cuyo procedimiento se canoniza a través de indagaciones y presentaciones. No se denomina mentor a quien transmite un tipo de conocimiento específico a un alumno más o menos receptivo, acaparando con ello la cuasi totalidad del espacio verbal en la interacción.
A la inversa, la subsecuente relación es la de dos autociencias que se comunican para llegar a un estado de verdad superior al que habrían alcanzado por separado. El ejercicio del pensamiento pasa por la verbalización, la puesta en práctica, la formulación; esto es lo que permite, en última instancia, la eclosión de la episteme. Si bien el método socrático se remonta al siglo V antes de Cristo —haciendo originariamente especial hincapié en asuntos éticos y morales— ha evolucionado bajo diversas formas y, por lo tanto, sigue siendo vigente hoy en día en multitud de ámbitos, entre los cuales destacar el que mayor vínculo posee con respecto a la tónica habitual del canal: la psicología clínica.
Con independencia del modelo teórico de psicoterapia que se ponga en marcha, la aplicación del método socrático se plantea como una estrategia para movilizar y aprovechar los recursos del propio paciente con miras a lograr su recuperación y mejoría. Por ejemplo, en la corriente cognitivo-conductual, el sujeto comienza exponiendo un pensamiento irracional que le genere sufrimiento o una creencia de esa adaptativa a la que esté fuertemente arraigado, como "soy un inútil", "me merezco lo peor" o "no se puede confiar en nadie". En tales casos, el terapeuta en cuestión podría indagar en la propia definición de los conceptos subyacentes a tales testamentos, verbigracia, preguntando al paciente: "¿Qué consideras tú que es la utilidad, el merecimiento o la confianza a sí mismo?
" Cabría examinar en qué situaciones de su vida cotidiana aparecen tales ideas limitantes, así como averiguar cuáles cree esa persona que serían las consecuencias de ser lo que dice que es, a qué piensa que se debe, etcétera. Llegar a un punto en el que dicho paciente sea incapaz de hacer una introspección más profunda y, en consecuencia, se reconduzca la sesión formulando si podrían existir interpretaciones alternativas respecto a lo que está pasando, tal que pueda reconstruir su obra narrativa y visión de la realidad de forma más adaptativa, acorde a su contexto y capacidades. Otro tipo de terapia dentro de los modelos fenomenológicos existencialistas que emplea el método socrático es la logoterapia, la cual está centrada en la búsqueda de un propósito o sentido vital.
En este aspecto, se trabajan valores y percepciones que den pie a que el sujeto se descubra a sí mismo, desarrolle un locus de control interno, genere rutas alternativas, etcétera. Por supuesto, no podríamos dejar atrás el papel del método socrático en la educación. Mi opinión personal va muy en línea con lo mencionado anteriormente: un buen profesor no se limita única y exclusivamente a exponer delante de la pizarra, como si de una conferencia o sermón se tratara, perpetrando una autocracia verbal mientras el resto de alumnos permanecen callados en sus pupitres, atendiendo y replicando bloques de información.
Es necesaria la implicación del educador a la hora de construir un diálogo que fomente el interés, la participación y la cooperación de los estudiantes, entre ellos y con el docente. Por supuesto, que el estilo sea más o menos socrático dependerá de la asignatura en cuestión, así como del contenido que se está impartiendo en un momento determinado. Eso sí, conviene anotar algunos de los plurales y las interrogantes que alimentan la presente iniciativa: ¿por qué consideras esto tan importante?
, ¿qué quieres decir realmente con aquello? , ¿quién o qué ha podido influir en tu opinión? , ¿cuáles han sido tus asunciones previas?
, ¿cómo has llegado a esa conclusión? , ¿cómo podrías saber que lo que dices es verdad? , ¿qué consecuencias tendría que te equivocaras?
, ¿hay una alternativa ante lo que planteas? No será en este documento donde me explaye acerca de las virtudes y defectos del sistema educativo actual, pero estaría encantado de realizar una pieza al respecto en caso de que la audiencia lo demandara en la caja de comentarios. A la postre, si el método socrático está clasificado como un gran logro de la humanidad, es porque hace de la investigación lógica, epistemológica y moral una empresa humana general y abierta a todos.
Su práctica no requiere ninguna adhesión a un sistema filosófico determinado, ni tampoco la adquisición de un vocabulario técnico o el dominio de una técnica especializada; más bien se exige, por parte de los interlocutores, el sentido común y, desde luego, la disposición a admitir los propios errores con propósito de crecer. Me despido, pues, con una cita que el ateniense dejó para la posteridad: "Cualquiera que sostenga una opinión verdadera sobre un tema que no entiende es como un hombre ciego en el camino correcto.